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7 de septiembre de 2011

Woody Allen: elogio y crítica de la nostalgia (2)

En España no terminó de gustar la Barcelona pija de Vicky Cristina. Más acostumbrados a la automitificación de clase, en Francia las críticas de Midnight (salvo en Cahiers du cinema) han sido entusiastas. «No se trata de un cine de postal», escribió con acrobática indulgencia el crítico de Les inrockuptibles, «sino de una película sobre las postales». Pero la película muestra escasa ironía hacia los tópicos culturales. Los retratos de los grandes artistas resultan planos y se limitan al pintoresquismo. Particularmente desaprovechados quedan Scott Fitzgerald, Picasso e incluso el gran fetiche Buñuel. Hemingway tiene gracia, aunque repite siempre el mismo chiste. La mejor aparición es quizá la de Dalí. Aplicándole su propia medicina retro, reconozcamos que desde hace años (quizá desde Deconstructing Harry) Allen ha sustituido la marginalidad estética y la agilidad dialéctica por unos diálogos rutinarios y cierto tipismo facilón. No ha vuelto a crear personajes femeninos complejos como los de Diane Keaton. Y sus actuales protagonistas masculinos tienden a la candidez. Como si Allen no estuviera dispuesto a que sus reemplazantes, sobre todo si son jóvenes, parezcan tan brillantes como él. La inclinación nostálgica de Allen se parece a la que hemos contraído hacia su obra.

2 de septiembre de 2011

Torero Hemingway

A 50 años de su muerte, Hemingway resucita a diario en alguna leyenda, imagen o gesto relacionado con su figura pública. Ambiguo destino el de los escritores-personaje: ser más recordados que releídos. Entre sus novelas, El viejo y el mar sigue siendo mi preferida. Por quién doblan las campanas ha envejecido rápido, aunque sus mezclas entre inglés y español anticiparon la realidad de su propio país. Sus elusivos cuentos se postulan como eslabón perdido entre Chéjov y Carver, a veces asociados con demasiada ligereza. Más que 'Los asesinos', con su tramposa interrupción final, elegiría como modelo de elipsis 'Un lugar limpio y bien iluminado'. Pieza maestra que ilustra la potencia de la quietud, el misterio de la ausencia. Raro mérito en alguien tan movedizo y presente. Escribe sobre él Javier Reverte: «Vivió la Guerra Civil declarándose partidario de la República y comprendió el sentido trágico de la fiesta de los toros como muy pocos españoles. Si siguiera vivo, probablemente hubiera jurado no pisar Cataluña hasta que se levantase la prohibición de las corridas». Yo hubiera preferido que, en vida, jurase no volver de vacaciones a España hasta que se levantase el franquismo. O, por lo menos, la censura literaria.

2 de julio de 2011

Halfon habla

Mañana nunca lo hablamos, de Eduardo Halfon, ofrece una autobiografía en cuentos. Una infancia revisitada bajo una emoción de segundo grado, la que produce darle forma y sentido a todo aquello que no lo tuvo, o lo tuvo a nuestras espaldas. El hermoso primer relato, entre Hemingway y García Márquez (donde, según la ocasión, dispara o enternece Halfon), nos da la pauta del dolor y el amor que esperan en el resto. «Era un jueves. Era el verano del 81. Eran días de disparos». Así se resume el exilio en el último relato, especie de encuentro entre César Vallejo, Kafka y la guerrilla. Los primeros libros del autor, Esto no es una pipa, Saturno o El ángel literario, estaban obsesivamente recorridos por una pregunta: ¿Para qué narrar? Para no suicidarse, parecían responder. Este último libro sugiere otra pregunta con padre de fondo: ¿Para qué recordar? Quizá para tener infancia. Porque mañana nunca hablamos de lo que debíamos, hasta que la escritura por fin habla.