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30 de abril de 2020

Génesis, Covid.19


Y el Papa dijo amén en la plaza vacía
y nadie respondió desde las nubes
y nadie respondió desde el espejo
porque todas las voces estaban bajo tierra
dulcemente acunadas por dejar de existir.


Y la Bolsa se hinchó como un pulmón
y contó las monedas del oxígeno
y desvió su aire hacia unas islas 
amarradas al mar con puntos de sutura
donde sólo hay lagartos y excepciones.

Y todos los países fueron uno
pero por sobre todo cada cual
porque muchos debieron elegir
entre virus y panes y unos pocos guardaron
un trozo de futuro en la nevera.

Y los supermercados se poblaron
de animales en busca de animales
de familias pastando todas blancas
en un campo de alcohol papel y plástico
y los guantes tecleaban el código del miedo.

Y cada sanatorio fue tormenta
y los techos llovieron y las puertas volaron
y el hilo de la vida se hizo nítido
y en los pasillos iba y venía la verdad
sin que nadie pudiera preguntarle.

Y las abuelas los abuelos vieron
con sus pieles de redes pescadoras
con las manos manchadas de memoria
con los ojos cegados de tanta lucidez
transformarse el derecho en aritmética.

Y la tecnología se hizo cuerpo
en quien ya la tenía y fue fantasma
para quienes tan sólo tenían cuerpo
y cantamos canciones que rimaban
y dijimos que nunca olvidaríamos.

Y muy pronto las voces nos quedamos calladas
en el lugar de siempre en los rincones
con zumbidos de mosca en un limbo diabólico
que es frontera entre el canto y el silencio
entre el luto y la amnesia de estar vivos.

2 de diciembre de 2013

La mancha humana

Más que sacar algo en limpio de sus lecturas, uno se ensucia con ellas: se enfanga de matices, se empapa de mundo, se enloda con sus propias contradicciones. Quizá por eso mismo subrayamos y anotamos los libros: para mancharlos con nuestra propia materia. ¿Y las pantallas de cada día? Ellas también se rayan, salpican, pegotean. En su piel quedan impresas, tan literalmente, nuestras huellas dactilares.

3 de junio de 2013

Disco duro

Hoy, en el instante previo al despertar, he creído distinguir entre los pliegues de mi mente algunos recuerdos perdidos, ideas que estuve a punto de tener, surcos de errores que voy a repetir, imágenes en fila con su nombre. ¿Y si toda la historia de la informática fuese un autorretrato destinado a obtener, literal, extrañísimo, un cerebro humano?

14 de enero de 2013

Soledad de la tilde

Los cambios nos dan miedo. Y también cierta pereza (el monárquico diccionario admite el argentinismo fiaca). Por eso tendemos a preferir las normas a las que estamos acostumbrados, aunque no siempre sean razonables. Hace dos años abundaron las protestas por los cambios ortográficos propuestos por las academias de nuestra lengua. Muchos de ellos, sin embargo, me parecieron atendibles. La desaparición de las tildes en los monosílabos no es una novedad. Nuestros abuelos escribían y fué, y les costó habituarse a la nueva regla. Habrá quien eche de menos (el monárquico diccionario admite extrañar) la inesperada -q de Irak, como hace añares alguien pudo lamentar la extinción de la bonita -ç-. ¿Qué le vamos a fazer? Un idioma no es un conjunto de reglas que alcanza la perfección y queda estático, sino un sistema en perpetuo movimiento. Imagino la lengua como un formidable software que, un par de veces por siglo, se actualiza ligeramente. Me sorprende que eso nos moleste tanto, cuando pagamos fortunas por programas que se actualizan todos los días. Ahora bien: celebro que defendamos la tilde del adverbio sólo. La RAE está comprobándolo. Recuerdo el verso de Machado: «Quien habla solo espera hablar a Dios un día». Sin tilde es una ironía atea. Con tilde, una esperanza devota. ¡Qué distinto es hablar sólo y hablar solo! Lo primero lo hacemos cada día los hablantes. Lo segundo ojalá no lo hagan nunca los académicos.

16 de octubre de 2011

Parábola del iPad

Ahora que el señor Jobs ha alcanzado los cielos como el santo casi homónimo, recuerdo una visita a su más divino templo. Caminaba por Nueva York con un amigo. Él deseaba comprar un iPad en la espectacular tienda cúbica de la Quinta Avenida. Mientras peregrinábamos, debatimos sobre la utilidad del artilugio. La tienda me impactó por su capacidad metafórica. Su estructura de cristal permite contemplar el río de clientes, fluyendo incesantemente alrededor de las mesas, como una catarata al pie de un mirador. No sólo se exponen los productos: también a sus compradores. Es el capitalismo en versión transparente. La unión de material, mensaje e intención. Mi amigo se adentró en el cubo. Yo, que amo los Mac como aparatos bien hechos, pero los detesto como fetiches de consumo, preferí esperar fuera. Me quedé observando el interior de la tienda. Noté que no había cajas de cobro: los empleados iban recorriendo los pasillos y cobrando directamente, iPad en mano. Al rato mi amigo emergió del cubo con un gesto de decepción. Las existencias se habían agotado y, por ese día, no quedaban más terminales. Entonces comprendimos la verdadera utilidad del iPad: vender iPads. Amén.

23 de agosto de 2011

Refutación exprés

A menudo se nos pregunta por la diferencia entre escribir en blogs y en la llamada prensa tradicional. Pese a las tentaciones adanistas, sería ingenuo considerar tradicional todo aquello que se publica en los medios impresos. Podemos expresar opiniones innovadoras en un periódico, igual que podemos abrir un blog completamente previsible o tuitear cada quince minutos eslóganes conservadores. En realidad ambos mundos mantienen una incesante conversación: los periodistas clásicos navegan a diario por Internet, y los blogueros suelen leer la prensa. Muy por encima de la difusión expansiva de los contenidos, que es un fenómeno más cuantitativo que cualitativo, la Red ha abolido la noción de Última Palabra. Cualquiera puede reproducir un artículo, o la entrada de un blog, o un tuit, y discutirlos al instante. Lo cual tiene profundas repercusiones políticas. Todos dudamos leyendo a los demás. Bendita condena.

4 de agosto de 2011

Homo telens, homo vintage

Con la interiorización de las comunicaciones, ciertas dicotomías no bastan para definir una postura. Ya no se trata de ser apocalípticos o integrados, como resumió Eco. Más complejos resultan los ciclos contrapuestos que se suceden en un mismo período, incluso en un mismo individuo. Podemos ser, según la ocasión, apocalípticos que se integran o integrados que desertan. A propósito de una sofisticadamente insustancial novela de Tao Lin, reflexiona Vicente Luis Mora: «En este sistema de estrellatos obligatorios, sólo puedes querer ser nadie cuando eres tan famoso que persigues volver al anonimato». Ese arco de ida y vuelta podría resumirse así: del amanuense anónimo al modelo warholiano transcurrieron siglos; entre la celebridad de Warhol y el confinamiento de Salinger pueden pasar minutos. Nuestra relación con la tecnología experimenta una ambivalencia parecida: casi nadie es, a secas, tecnófobo o tecnófilo. Pienso en Jorge Carrión, autor de un excelente ensayo sobre teleseries y de una revista en fotocopias. Quizá toda vanguardia, para seguir pensando, necesita tantear su equilibrada retaguardia. El siglo 20 precipitó la evolución del homo sapiens al homo telens. Quién sabe si, muy pronto, pasaremos del ansioso homo telens a un escéptico homo vintage.

27 de julio de 2011

Disco duro

Hoy, en el instante del despertar, he creído reconocer entre los pliegues de mi mente unos recuerdos perdidos, ideas que estaba a punto de tener, surcos de errores que iba a repetir, imágenes almacenadas, su ordenación, sus nombres. ¿Y si toda la informática fuese un lento autorretrato destinado finalmente a obtener, intacto, impecable, un cerebro humano?

18 de marzo de 2011

Rent a book

Los debates sobre dispositivos de lectura me aburren mortalmente porque, además de interesados, barajan posibilidades demasiado efímeras (¿verdad, abuelo Gutenberg?). La revolución digital sí me entusiasma, como fenómeno de largo recorrido. Una cosa es una gama de productos, sus intrascendentes actualizaciones. Y otra cosa bien distinta es el modelo de contenido, su planteamiento sobre qué es la recepción. Repaso la inteligentísima entrevista a Riccardo Cavallero, directivo de Mondadori. Cuando un sistema de rendimiento económico se repiensa, también se modifica nuestra idea de arte (¿verdad, tío Marx?). «Los editores», vaticina Cavallero, «manejaremos un contenido que tendremos que alquilar. Ya no seremos propietarios». Eso afecta «a la forma por la que opta otro tipo de lector, que no quiere comprar ese libro sino alquilarlo». No puedo evitar acordarme de Antonio Soler. Quien, hace ya una década, la primera vez que un libro mío fue descatalogado y convertido en pulpa, al verme tan horrorizado como si me hubieran asesinado a un pariente, me consoló afirmando: «Nosotros no vendemos nuestros libros. Los alquilamos. Por eso en realidad nadie puede destruirlos». Hay quien acierta hasta cuando exagera (¿verdad, hermano Soler?).

10 de marzo de 2011

Las fundas

Soy uno de esos esnobs despreciables que adoran Apple. Pero también otro de esos usuarios que se pasaron al Mac simplemente porque comprobaron que funciona mejor. Sostenían los ilustrados que lo bueno debía ser bello, y viceversa. En un hipotético Siglo de las Luces 2.0, Apple equivaldría a Kant. Y Microsoft, a un Barroco decadente. Ahora bien: el imparable negocio de complementos, adminículos y demás cachivaches adyacentes me empieza a tocar las manzanas. Además de auspiciar un sistema operativo superior, Apple lidera la metamorfosis del medio en el fin. Del instrumento en su consumo en sí. Como el mercado tecnológico siga por este camino, pronto habrá alcanzado su pesadilla ideal: producir contenidos tecnológicos para rellenar su propio envoltorio. Una gama de aparatos a juego con las fundas.

21 de enero de 2011

Aventuras del Word

Hace tiempo, trabajando en un artículo sobre el ultraconservador jefe de gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, comprobé que si escribía macrista, el Word rectificaba: machista. Hoy, trabajando en la voz de un personaje femenino, he descubierto que cuando ella trata de decir putísima, de inmediato el programa la corrige: purísima. La corrección política también es automática.

28 de noviembre de 2010

Ortografía, truhana

No me parece mal que, un par de veces por siglo, el software de nuestra preciosa lengua se actualice ligeramente. Mucho más (y peor) se actualizan otros sistemas operativos. Me gusta que el idioma haga gimnasia. Pero de pronto digo en voz alta la palabra truhán y, honestamente, no escucho un monosílabo. Tampoco al pronunciar guión. Devoción ortográfica, socórreme en mis tiempos de flaqueza. Amén. Y, por supuesto, amen.