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27 de diciembre de 2014

Talento para perder (y 6)

Tras emigrar a España, una de las tareas de adaptación al nuevo medio fue familiarizarme con un campeonato casi desconocido para mí. Varios meses de concienzudo estudio de la prensa deportiva y visionado atento de los partidos bastaron para esbozar un panorama. Pero faltaba un detalle crucial: ¿de qué equipo iba a ser? Más aún, ¿iba a poder ser de algún equipo, aparte de Boca? En primer lugar me fijé en el club de mi ciudad adoptiva. Desafortunadamente, el Granada atravesaba el peor momento de su historia y se encontraba hundido en Segunda B. Empecé a acudir a sus partidos, pero eso no resolvía mi problema de integración diaria: para poder incorporarme a los debates de mis compañeros, necesitaba aficionarme a algún equipo de Primera. Era la época del Dream Team de Cruyff y, deslumbrado por su juego, sopesé la posibilidad de hacerme culé. Pero Barcelona quedaba, en todo sentido, muy lejos de Granada. Y en aquella alineación no había un Messi, ni siquiera un Mascherano con el que identificarme. Mi tío madrileño intentó enrolarme en el Atlético. Tuvo éxito con mi hermano y conmigo casi lo consigue. El obstáculo fue su inefable dueño Jesús Gil, con quien me resultaba imposible simpatizar. Poco después, Valdano y Redondo me convertirían en seguidor temporal del Madrid. Club del que su presidente, con la energúmena colaboración de Mourinho, terminaría distanciándome. Incapaz de inclinarme del todo por ninguno de los grandes de la liga, tomé una decisión cromática: me hice hincha del Cádiz, cuya indumentaria consistía en camiseta amarilla y pantalones azules. Esta adhesión andaluza me proporcionó un inmediato alivio y cierta extranjería xeneize. Un par de temporadas más tarde, como no podía ser de otra forma, mi flamante escuadra sufrió dos descensos consecutivos hasta Segunda B. Donde, para mi perplejidad, fue a reunirse fatalmente con mi Granada, que tardaría diecisiete años en regresar a Primera. Ascenso que se hizo esperar demasiado, como suele ocurrir con los equipos que valen la pena.

(este texto es una adaptación abreviada de mi contribución al volumen Con el corazón en la Boca, publicado por Aguilar Argentina y compilado por Sergio Olguín.)

2 de octubre de 2014

Un impostor leal

Veo Garbo, el espía, documental que cuenta la insólita vida del doble agente catalán Joan Pujol, a quien se le atribuye un papel decisivo en el desembarco de Normandía. Aunque el apodo provenga de su facilidad para actuar, quizá su mayor don fue el literario. Para salvar el pellejo durante la Guerra Civil, Garbo había desertado del ejército republicano y se había pasado al bando nacional. En la Segunda Guerra Mundial se ofreció como espía a los ingleses, que lo rechazaron. Entonces probó suerte con los alemanes y, una vez contratado por estos, volvió a ofrecerse a los aliados. Así adquirió una fantasmagórica gloria falsificando informes dirigidos al enemigo. Garbo escribió toneladas de documentos, haciendo pasar por verdaderas las más disparatadas conjeturas. Sin pisar Inglaterra, narró minuciosamente a los nazis sus andanzas por Londres. Llegó a inventarse a veintidós informantes imaginarios, vale decir heterónimos, todos con sus respectivas biografías y correspondencias con la inteligencia alemana, que le pagó a su autor por cada uno de ellos. ¿Cómo fue posible tamaña impostura? Quizá porque los nazis necesitaban leerlo: su fanatismo disfrutaba creyéndole. Por esta labor de espionaje fantástico, Garbo llegó a ser condecorado por ambos bandos. Viendo el documental no dejé de pensar en los impostores de Historia universal de la infamia y en el ensayo de Borges sobre las kenningar, donde distingue entre un traidor y «un hombre desgarrado por sucesivas y contrarias lealtades». Si alguien duda de la capacidad de las palabras para intervenir en la realidad, que se acuerde de Garbo, el Pessoa del espionaje. Y que piense cuántas vidas salvaron sus ficciones, no sus armas.

11 de abril de 2014

El botín (y 2)

La segunda noticia, cómo no, tiene que ver con la banca. Mientras entidades financieras y empresas constructoras presionan al Estado español para que continúe invirtiendo en el lucro privado de las infraestructuras públicas, el banquero más poderoso del país realizó unas declaraciones que no difieren una sola coma de las que haría un ministro o un presidente de Gobierno. Durante su última junta de accionistas, dicho individuo se refirió a una «gran labor en el esfuerzo de corrección del déficit público»; a su «compromiso para seguir avanzando en el equilibrio de las cuentas públicas»; y a la «recuperación de la economía española». No contento con ejercer de portavoz de las cuentas estatales, nuestro intrépido banquero se aventuró también a predecir el porcentaje exacto de crecimiento del PIB nacional, y a certificar de paso la ilegalidad de la independencia de Cataluña, invocando al mismísimo Tribunal Constitucional. Propongo que, en vez de mostrar el documento de identidad, en las próximas elecciones presentemos directamente nuestra libreta de ahorro, para agilizar el trámite. Al fin y al cabo, ya se sabe que el tiempo es oro. Y el oro ya sabemos de quién es.

31 de diciembre de 2012

La película del año


Madrid, 1987: un trepidante ejercicio de ciencia-ficción en el que Alberto Ruiz Gallardón intenta desesperadamente que las leyes civiles retrocedan en el tiempo.

Una pistola en cada mano: un durísimo thriller con el ministro De Guindos presupuestando en plan kamikaze.

Lo imposible: inacción sin tregua de la mano quimérica de Mariano Rajoy.

Los miserables: todo un clásico del capitalismo con la cúpula de Bankia en el esplendor de su arte. 

El caballero oscuro. La leyenda renace: poderosa secuela con Artur Mas metidísimo en el papel de salvador de su tierra. 

Blancanieves: remake de la fábula de la joven e inexperta Sorayita imponiéndose en un Gobierno donde crecen los enanos. 

La ciénaga: pegajoso drama coprotagonizado por Juan Carlos I y su más que turbia prole.

La mujer sin cabeza: con la presunta ministra de empleo Fátima Báñez en el papel estelar.

La suerte en tus manos: un biopic sin piedad sobre Angela Merkel.

Un buen partido: la mejor actuación -y ojalá que la última- de Iñaki Urdangarín.

Bonsái: una mirada intimista sobre nuestras perspectivas de crecimiento tras los recortes.

A Roma con amor: una desenfadada comedia sobre la Conferencia Episcopal donde Su Reverendísima Eminencia Rouco Varela nos sorprende con alguna que otra escena subidita de tono.

29 de agosto de 2011

Cómo expandir el punk

Dos documentales recientes, vistos uno a continuación del otro, ilustran a la perfección dos narrativas opuestas: Barcelona, antes de que el tiempo lo borre, de Mireia Ros, y Joy Division, de Grant Lee. El primero, que promete una sinopsis del complejo y fascinante siglo veinte barcelonés, termina limitándose al repaso lineal, autoindulgente y oligárquico de la familia del guionista. El segundo, que se anuncia como un mero repaso a la formación de un grupo punk, termina proponiendo una sofisticada, ambigua y coral tesis sobre Manchester. Elegir un gran tema es condenarse a reducirlo. Partir de un tema pequeño invita irresistiblemente a ampliarlo. No me gusta Joy Division, pero me encanta la gente a la que le gusta Joy Division.

29 de noviembre de 2010

El huevo o la política

Contemplo esta expresiva imagen del portavoz del Partido Socialista de Cataluña, que acaba de hacerse tortilla en las elecciones. ¿Qué estaba antes: el huevo o la política? ¿La crisis viene del mal gobierno, o el mal gobierno viene de la crisis? Mientras tanto los huevos se estrellan en las cabezas. Y nadie tiene huevos de gobernar con cabeza.

8 de octubre de 2010

El pique con Piqué

Sergio Ramos parece un muchacho de convicciones inamovibles, quizá para compensar que los entrenadores no dejan de moverlo del centro al lateral. En la selección, Ramos es lateral pero da entrevistas centralísimas. A Piqué, que se llama Gerard, un periodista catalán le hizo una pregunta en su lengua materna. Piqué se ofreció de traductor, pero ya era demasiado tarde: había herido el patriotismo de Ramos. Informar en catalán sobre la selección nacional española podría verse como un triunfo más de la Roja, como una forma de integrar al catalanismo dentro de España. Claro que, para eso, habría que ser capaz de abrirse a ambas bandas. Y mi Sergio tiende siempre a la derecha.