Leo en La part manquante, de mi admirado Christian Bobin: «La lectura interviene muy tarde en la vida: hacia los seis, siete años, después del fin de nuestra eternidad». Menos mal que, al menos, los libros llegan a tiempo para educarnos en nuestra finitud.
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4 de marzo de 2011
11 de diciembre de 2010
El demasiado mundo
Quienes dicen que el mundo es un pañuelo no se han sonado nunca la nariz. O la tienen más grande que Pinocho. El mundo es inabarcable y nosotros, diminutos. Tener el mundo a golpe de pantalla no lo reduce en absoluto: lo amplía. Ves cómo cada cosa se descompone en millones. Ves cómo tú no puedes ser millones. Somos nosotros, no las ventanas, los minimizados. Le cambiaría a Bloom la ansiedad de la influencia, que no deja de ser amable y prestigiosa, por la ansiedad de la información, que se ha vuelto hostil y frustrante. En el poemario Alicia volátil, Sofía Rhei se desdobla en decenas de posibles Alicias que nunca serán suficientes. En uno de sus poemas, leo: «Reducida a elegir,/ soy testigo de mis propios crímenes,/ de las mutilaciones de todo lo que no tuvo la oportunidad./ Sólo en la duda lo infinito sigue siendo posible». La preciosa edición, publicada por Cangrejo Pistolero, incluye unas gafas para leer en 3-D. La cuarta dimensión es la ansiedad de que tú leas lo que yo leo.
11 de noviembre de 2010
Help, Aleph
Después de navegar demasiado por internet, poseído por la inercia de buscar para saber qué busco, incapaz de apagar el aparato, tecleo ayuda en el buscador. El primer resultado es «ayuda psicológica»: terapia en línea. El segundo resultado es la entrada de wikipedia que define la palabra ayuda. El tercer resultado es una ayuda para configurar el ADSL. El cuarto resultado es la ayuda del propio google. ¿Por qué lo llamamos navegación cuando queremos decir naufragio?
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