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11 de febrero de 2013
Fausto en la caverna
Fáusticamente, escribió Eugenio Trías en su Prefacio a Goethe: «Enemigo y amigo a la vez, el Tiempo fija un límite a la acción, obliga a la determinación, establece un dique a la omnipotencia del deseo: fija un pacto que permite el pasaje de lo posible a lo real». Durante sus últimos años, Goethe experimentó una atracción más romántica que su propia juventud. Con la monstruosidad que le era propia, Goethe no vivió su ancianidad como vida realizada, sino como tentación de eternidad. Amó, escribió y planeó con desmesura. A lo largo de su obra, observa Trías, «magnificó la acción. Y sin embargo, ¿no se hallan todos sus personajes aguijoneados por la duda?». Como todo gran lector, Trías tanteó un autorretrato en aquello que leía. A ese efecto, ciertos clásicos son espejos abismales. En sus Conversaciones con Goethe, Eckermann compuso un duelo de vampiros donde el discípulo se somete al maestro para sorber su sangre, mientras el anciano se deja exprimir sabiendo que necesitará la fuerza del joven para concluir sus trabajos. Desde extremos opuestos de la vida, ambos son Fausto y se defienden del tiempo. La descripción necrófila del cadáver de Goethe es digna de una novela gótica. Enamorado, triste y victorioso, el discípulo Eckermann ha sobrevivido al cuerpo del maestro, a costa de cargar con su fantasma. Enfermo hacía tiempo, Trías falleció ayer. Parece inconcebible que se muera la gente a la que leemos, igual que nos asombra subrayar pensamientos póstumos. Sus ideas continúan resonando en nuestras cabezas mortales. Como un juego de ecos que cambian de caverna, pero jamás se extinguen.
13 de marzo de 2012
La persecución
Jorge Volpi ha escrito novelas líricas, como Oscuro bosque oscuro, y novelas de investigación, como El fin de la locura. Su nueva novela reúne ambos ciclos, conjugando discurso intelectual y apetito de lenguaje. Aquí la terapia junguiana asoma entre fraseos musicales. Inevitablemente erótica y tanática, La tejedora de sombras narra el experimento íntimo al que los psicoanalistas Christiana Morgan y Henry Murray se entregaron durante media vida. Tan próximo al romanticismo como a la patología, su obsesivo ritual podría resumirse en esta anotación del diario de la protagonista: «Mi mente está llena de preguntas y quiero preguntártelas todas a ti». La novela de Volpi está enmarcada por una cita de Moby Dick y otra de Frankenstein. Ambos clásicos comparten más de lo que parece. La persecución de una idea fija. El conocimiento puesto al servicio del peligro. Y, sobre todo, la fascinación por un monstruo ingobernable. Sólo que en Melville ese monstruo es natural, mientras en Shelley es construido. La suma de ambos monstruos, uno instintivo y otro elaborado, uno sumergido que irrumpe y otro previsto que se rebela, se parece quizá demasiado al deseo.
2 de noviembre de 2010
El monstruo Eso
Con ocasión de la noche de brujas, nos preguntaron a varios escritores cuáles eran nuestros monstruos literarios preferidos. Ganaron el mestizo Frankenstein, el ávido Drácula y el sincero doctor Jekyll, quien equivale a medio autorretrato de cualquier persona decente. No estoy seguro de si hablar de monstruos literarios será una paradoja o una redundancia. En cualquier caso, mi monstruo predilecto no tiene nombre, ni cara, ni atributos específicos. Es una fuerza invisible y podríamos quizá denominarla Eso. Protagoniza casi toda la poesía y también muchas narraciones, como "Casa tomada" de Cortázar. Eso: lo desconocido o postergado. Eso: lo silenciado que vuelve, empuja y reclama su lugar en nuestra casa.
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