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19 de julio de 2017
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Miércoles. Medianoche. Silencio colectivo. Un barrio residencial del Londres del Brexit, la islamofobia y el terrorismo súbito. Llaman al timbre de la casa. Una casa a ras de calle, expuesta, de cristales amplios. Al otro lado de la puerta y del mundo, un joven con barba y apariencia perturbada nos dice: Can I come in? Sobresaltados, contestamos que no. Por supuesto que no. Entonces el joven con barba pregunta: Why? No dice nada más. No pierde la calma, ni nos insulta, ni patea la puerta. Simplemente nos pregunta por qué. Seguimos sin tener una buena respuesta después de cerrar con llave por dentro.
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23 de diciembre de 2013
Lo intraducible
Cuando vi al intérprete sudafricano Thamsanqa Jantjie convertir el discurso protocolario de Obama en una amalgama de tics y repeticiones incomprensibles, recordé que unas semanas antes, durante el cierre administrativo que forzaron los republicanos, una taquígrafa del Congreso de los Estados Unidos había tenido un ataque de nervios en plena votación parlamentaria. Diane Reidy, que llevaba años transcribiendo los discursos de sus señorías, se puso súbitamente en pie, se acercó a un micrófono y empezó a increpar a los congresistas, mientras estos trataban de tomar alguna decisión sobre el caos que ellos mismos habían provocado en el país. Casualidad o no, ambos incidentes nos remiten a un conflicto que parece afectar a todos los ciudadanos de las democracias contemporáneas: el cortocircuito en la transmisión entre el poder y la población. La imposibilidad de traducir el lenguaje político a la realidad ciudadana. El malestar en la representatividad. Presa del pánico, el intérprete sudafricano no encontró la manera de trasladarle a su comunidad lo que estaba diciendo el presidente más significativo del mundo. Presa de la ira, la taquígrafa no se sintió capaz de seguir copiando las intervenciones de los congresistas de su país. En ambos casos uno puede conformarse con la teoría de la locura, que suele distraer los casos más incómodos. O bien tomarlos como síntoma, y preguntarse por qué estos episodios tan extraños y similares han ocurrido ahora. Hoy Mandela es señalado como héroe por el mundo que se autodenomina civilizado. Los últimos presidentes norteamericanos, igual que los líderes del resto de potencias, se han llenado la boca de indigestas alabanzas acerca de su legado. Sin embargo, hace apenas cinco años Mandela continuaba figurando en la lista de terroristas vigilados por los Estados Unidos. Este tipo de desfases radicales entre dicho y hecho, entre discurso oficial y acción política, acaban enloqueciendo a cualquier intérprete. Traductor en shock, el ciudadano medio vive tratando de convencerse de que entiende el discurso de sus representantes, de que hablan idiomas compatibles. Hasta que un día, exhausto, empieza a sufrir alucinaciones. O, aún peor, empieza a hacerse el sordo.
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5 de marzo de 2012
Vivitos y discrepando
En el País PP todo es posible: recortar la inversión y continuar el déficit, rebobinar derechos a los años 80, absolver a corruptos y juzgar a sus jueces, apagar la televisión pública o abolir el ministerio de Cultura. Lo penúltimo ha sido la delirante idea de Esperanza Aguirre, a quien el Señor conserve la creatividad, de transformar el 11-M en 12-M. El objetivo, explica esperanzada, es evitar coincidir con las protestas por la reforma laboral. O sea: para que no haya política en la conmemoración de la tragedia, el aniversario se traslada por decisión política. Ni el mayor ingenio bolivariano se habría atrevido a tanto. ¿Quién manipula qué? Como observó Ignacio Escolar, un 11 de marzo puede haber fútbol, toros, misa, cine, periódicos o bares. Pero no, ¡qué deshonra!, iniciativas políticas pacíficas. Ya conocemos el enfrentamiento ideológico entre dos asociaciones de víctimas del terrorismo. Hay quienes se escandalizan ante esta discrepancia. Yo la encuentro saludable y hasta madura. Que todas las víctimas de una desgracia tengan la obligación de opinar lo mismo me parece un chantaje. Una fusión entre la exequia y el pensamiento único. Respetar a los muertos es también ser fieles a la complejidad de sus vidas. Sus pasiones. Sus ideas. Rehumanizarlos. No taparlos con una careta platónica. Los muertos, faltaría más, tuvieron ideología. Cada uno la suya. Igual que quienes hoy los lloran y discrepan. Porque siguen aquí.
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14 de septiembre de 2011
Sky 0
Este año volví a Nueva York. Sólo la había visitado una vez, meses antes de la caída de las torres, a las que había subido como un turista más. La mayor diferencia visual no la encontré en la Zona Cero. Estaba en el cielo mismo, que es parte arquitectónica de esa ciudad. Cada vez que pasaba un avión, sin poder evitarlo, me inquietaba. Y miraba hacia arriba. «Tu nombre es otro, cielo», escribió Juan Ramón en esas calles, hace casi cien años.
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11 de septiembre de 2011
Catástrofe y representación
Viajábamos a la playa. El bus iba repleto de gente con auriculares. La pantalla emitía una película de acción. De repente una voz empezó a declamar. «Aviones estrellados contra las Torres.» Ella y yo nos volvimos. «Nube gris sobre Manhattan.» Un hombre sostenía un transistor con la vista extraviada. «Cancelados los vuelos.» Nadie giraba la cabeza. «Los Estados Unidos han quedado aislados.» Los pasajeros seguían atentos a la pantalla. «Una de las torres se desploma.» Ella y yo comprendimos: era un montaje, como el de Orson Welles. «El puente de Brooklyn se colapsa.» Todos permanecían sentados: hace diez años había pocos teléfonos móviles. «El Air Force One evacuando al presidente.» Ella y yo sonreímos. «Todas las embajadas norteamericanas están siendo desalojadas.» Qué buena farsa, dijo ella. «Wall Street clausurado.» Buenísima, dije yo. «Las bolsas se desploman.» El hombre del transistor asentía. «Y ahora cae la otra torre.» Solté una carcajada. «El Pentágono atacado.» Suspiramos de alivio. En la pantalla, borrachas, dos rubias celebraban algo en la barra de un bar.
12 de enero de 2011
El tercer puño
ETA no ha dicho que se disuelve: anuncia un reciclaje. No se desarma: sugiere que no usará las armas que sigue teniendo. Ni siquiera lamenta haber asesinado a mil personas. Me parece insuficiente para dialogar. Pero, si ETA entregase las armas, ¿por qué no aceptar una verificación internacional? ¿Qué patriotismo mal entendido obligaría a rechazar esas colaboraciones? En un mundo globalizado, ¿por qué un Estado democrático se sentiría usurpado si otras democracias participasen en el fin de una banda terrorista? Observo el vídeo del comunicado. La filmación y el decorado parecen más antiguos de lo que son: un déjà vu histórico. Hay tres encapuchados. Habla el del medio. «La solución llegará», recita, «a través de un proceso democrático que tenga la voluntad del pueblo vasco como máxima referencia». Si la voluntad popular vasca es expresable democráticamente, ¿en nombre de qué ejecutaban el proceso armado? El encapuchado de la derecha está inquieto. «ETA no cejará en su esfuerzo y lucha», concluye el del medio, «por impulsar y llevar a término el proceso democrático». Entonando sus vivas, los tres encapuchados alzan un puño. Cuando los otros dos lo bajan, el de la izquierda lo deja levantado.
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16 de noviembre de 2010
Réquiem de Atocha
Mientras desciende la escalera mecánica, quieto y en movimiento, contemplo desde arriba la estación de Atocha. Su multitud en tránsito. Su vegetación interior. Todo parece en orden, o en armónico desorden. Hay algo de la música de las esferas en este ir y venir. La vida es un trajín de direcciones. Pero toda esta gente, todo lo que llamamos realidad, podría desintegrarse en un instante. No consigo pisar esta estación sin pensar en el atentado. Ha quedado algo en el aire. Un eco expandiéndose. Una inminencia retrospectiva. Como si cada mañana la catástrofe estuviera a punto de suceder. Más que un recuerdo, es un rebobinado. La escalera llega a la planta baja. Pongo un pie en este suelo.
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