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16 de septiembre de 2015

Comer del arte

Aterrizo por primera vez en Houston, Texas. El nombre del aeropuerto, George Bush, luce su mal augurio. Salgo al aire caliente y pegajoso. El taxista jamás ha oído hablar de mi hostal. Frunce el ceño cuando le muestro la dirección. Tiene que ser realmente muy pequeño, murmura, muy pequeño. Hostal Atenas. La Antigua Grecia perdida en un rincón de las llanuras texanas. Tras algunos esfuerzos, lo encontramos. En la recepción hay una pila de toallas acaso limpias y un microondas en marcha. Huele a ventilador con polvo. Me atiende un recepcionista inverosímilmente flaco. Se llama Juan y no habla español. Me pregunta si mañana necesitaré volver al aeropuerto. Cuando le digo que sí, el recepcionista se ofrece a llevarme en su propio coche. Le pregunto cuánto me costaría eso. Al principio intenta cobrarme más que un taxi oficial. Se lo hago notar con disgusto y entonces Juan, desplegando una sonrisa irresistible, me explica que es músico. Me entrega una tarjeta de cartulina verde: dice Professional Drummer y tiene un correo electrónico de yahoo. Le pregunto qué tipo de música toca. Toda, toda, contesta Juan, africana, blues, jazz, rock, española. Whatever you like. Menciono que mis padres eran músicos. Inexplicablemente, él adivina que mi madre tocaba el violín. La música es lo más grande, dice Juan, yo llevo diecisiete años alimentando a mis hijos gracias a ella. Al final convenimos un buen precio.

13 de junio de 2014

Autopsia de un yate

Nadie quiere comprar el yate del rey. El yate real se llamaba Fortuna: como una moraleja medieval, como la caprichosa suerte, como un paquete de tabaco al que le cambian de repente la legislación. Fortuna costó 19 millones de euros y se lo regalaron al monarca saliente veinticinco empresarios, con la ayuda piadosa del Gobierno balear. La cuenta sale a poco menos de millón por barba, aunque a este generoso grupo de empresarios me lo figuro escrupulosamente afeitado, como ha hecho el rey entrante para parecer el joven aspirante que no es. Veinticinco tipos sin barba pagaron un millón por puro amor a la monarquía parlamentaria, por apego ferviente a la corona, y no, ¡válgame Azaña!, por devolver favores o pedirlos. Al rey le regalaron Fortuna en el año 2001: en plena odisea del ladrillo, en éxtasis matrimonial del duque de Palma, en vísperas de la caída de las más altas torres, en la gloria del reino codeándose con el emperador George Bush II antes del bombardeo de tierras y mares. Fortuna supera los 100 kilómetros por hora. Puede huir del naufragio a gran velocidad. Fortuna mide 41 metros de eslora y admite la visita de cualquiera que acredite solvencia. No hay más que presentar una cuenta bancaria que no pinche, un bote salvavidas capaz de deslizarse a algún paraíso fiscal. El yate tiene apenas mil horas de navegación y sigue reluciente como un parlamento nuevo. Si hacemos cuentas, cada hora de mar le ha costado alrededor de 19 mil euros. Más o menos lo mismo que vale llenar el tanque del Fortuna o el sueldo anual de un investigador español. Según explica el capitán a los posibles compradores, la joya de la corona es un artilugio llamado estabilizador. Costó un millón de euros y lo instalaron el año pasado, en época de recortes, mareas y zozobras. Gracias al estabilizador de Fortuna, «estando el barco en medio de una tormenta, pones un vaso de agua en la mesa del salón y no se mueve». Tampoco la corona es un objeto que caiga fácilmente en tiempos de tormenta. Un rey entra y otro sale, uno viene y otro va, como las mismas olas, por el bien de la estabilidad. Para ahogarse en un vaso de agua ya están las aspirinas o los ciudadanos. Mientras las instituciones se devalúan, el precio del yate Fortuna sigue bajando: costó 19 millones, se puso en venta a 10, ahora se ofrece a 8, y parece que el precio es negociable. Si esperamos otro rato a que baje la marea, a lo mejor entre usted, yo y otros veintitrés vasallos nos lo compramos a precio de baratija. Es decir, a su precio real.

12 de julio de 2013

Anatomía del Señor Respuesta (1)

Inquieto por la decadencia de España sin él, el ex estadista Aznar insiste últimamente en recordarnos su cara y sus caretas. Bien nos consta que Bush, en aquel rancho donde los zapatos eran más altos que las mesas, lo llamaba Anser. Tampoco era mal nombre, porque Anser suena a answer, y hoy Aznar viene teniendo respuesta para todo: la crisis, el paro, las relaciones internacionales, la reforma fiscal. Hasta para la burbuja inmobiliaria que, con fervoroso patriotismo, él mismo se encargó de inflar. El señor Respuesta, como todos los ex salvadores, resulta prodigiosamente eficaz cuando gobierna de manera imaginaria. No hay nada como aprender del desastre propio. Más impropio, no obstante, le ha quedado el bigote, sumido en tiempos de recorte. El bigote del señor Aznar ha dejado de pertenecerle, como si se lo hubieran privatizado o tuviese problemas de déficit. El cabello, eso sí, continúa en su puesto. Firme, inalterable. Pelo en forma de dogma. La ideología empieza en la cabeza, y sin duda el señor Respuesta piensa con el pelo. Observando sus imágenes recientes, da la impresión de que le cae holgado el traje, a lo Camps. Como si la ex presidencia le quedara grande. Incluso la corbata le queda un poco más larga. Como si le pesase. Como si de esa corbata pendieran las armas de destrucción masiva, el 11-M, su despedida en falso, la medalla del Congreso de Estados Unidos, la ley del suelo, la trama Gürtel y demás complementos de moda. No sabemos por qué hay serias contradicciones entre las declaraciones tributarias de la FAES y las facturas de las empresas Gürtel que contrató la propia fundación. Lo que sí sabemos es que la firma patrimonial de Aznar ingresó por sus actividades privadas casi un millón de euros en apenas dos años. Al parecer, el anterior Gobierno financió con dinero público los viajes del Señor Respuesta al extranjero, sin especificar si fueron por compromisos privados y remunerados. Quizá se trató de pequeños estímulos para un joven emprendedor, de esos que tanto abundan en esta España que nos han dejado las corbatas, los oráculos y los tecnócratas.

20 de diciembre de 2010

All you need is Nixon

Acaban de cumplirse 30 años del asesinato de Lennon y, como ritual beatlemaníaco, me siento a ver The U.S. vs. John Lennon. El documental indaga en las ideas políticas de Lennon, su activismo con lucidez publicitaria y sus comprometedoras amistades en la izquierda radical, incluidos los Panteras Negras. Paralelamente a este retrato individual (como en el extraordinario documental Inside Deep Throat), se destapan las censuras y persecuciones del gobierno de Nixon. En los extras hay una comparativa entre Nixon y Bush, entre el clima del país durante la guerra de Vietnam y tras el 11-S. Generalizando su enfoque, el documental podría titularse Seguridad vs. Individuo. El material audiovisual no tiene desperdicio. Me quedo con la foto de una manifestación donde se ve a una chica, con gafas psicodélicas y pin pacifista, sosteniendo una pancarta: «PROTEST IS PATRIOTIC». No me sorprendería que alguna empresa nixoniana hubiera fabricado el merchandising.