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14 de enero de 2019

Decálogo del espanto: los sofismas Vox


1. No aceptaré datos de instituciones públicas, obtenidos con un método lo más neutral posible, o provenientes de organismos con autoridad universalmente reconocida. Una fuente sólo es fiable si confirma mi ideología. 

2. Las mujeres no son violadas y asesinadas por ningún motivo relacionado con nuestra educación de género. El hecho de que mueran regularmente a manos de sus parejas masculinas, pero casi nunca viceversa, constituye un enigma estadístico.

3. Mis ideas patriarcales carecen de género, son libres y realistas. El feminismo en cambio se basa en apreciaciones subjetivas, autoritarias e ideológicas. Por esta misma regla, si un extranjero comete algún delito lo señalaré inmediatamente como extranjero, aunque los hombres que agreden a una mujer no deberán ser identificados por su sexo.

4. La bandera de un país es mucho más importante, urgente y defendible que sus recursos públicos, su industria, sus trabajadores o la distribución de su riqueza.

5. Los inmigrantes nos quitan empleo porque aceptan condiciones inaceptables para nuestros trabajadores. Si esas condiciones son legales, no exigiré una mejora de las leyes laborales. Y si son ilegales, tampoco exigiré mejores inspecciones. De hecho, los derechos laborales en mi país me preocupan bastante menos que el control violento de sus fronteras.

6. La inmigración representa una amenaza cada vez mayor, aunque siga descendiendo. Debemos defender a toda costa nuestra cultura occidental. El feminismo, el ecologismo o la diversidad sexual no son en absoluto occidentales.

7. Bajar los impuestos estimula la economía. De quienes luego podremos pagar por los servicios que dejen de ser públicos.

8. Los proyectos de memoria histórica impiden la convivencia, que sólo concibo cuando gobiernan partidos a los que voto yo. No hace ninguna falta repensar el pasado: ya lo narramos nosotros. De ahí que el independentismo sea golpista y el bando nacional, no. Que esté harto de la Guerra Civil, pero vea rojos por todas partes. Que el franquismo esté muy lejos y la Reconquista, menos.

9. La legalidad del aborto induce a las mujeres a abortar por gusto. Si pretenden decidir sobre su maternidad, lo decente es que paguen y se jueguen la vida. Por encima de todo defiendo la familia, siempre y cuando sea como la mía.

10. Lo que hasta ayer me daba cierta vergüenza decir, porque ofendía o humillaba al prójimo, hoy lo llamo incorrección política. Al fin soy libre para ofender y humillar. Adelante, valientes. 


5 de febrero de 2018

Fractura, 1 (Watanabe)


Con la acumulación de idas y venidas, traslados laborales y mudanzas, el señor Watanabe terminó contrayendo el síndrome de la ubicuidad emocional. Cada una de sus emociones, al menos en parte, estaba siempre en algún otro lado: había empezado a sentir en acorde. El desarraigo no se limitaba a lo espacial. La cercanía misma con sus seres queridos se volvió problemática. Por así decirlo, ya no sabía estar con nadie por unanimidad. En cuanto alcanzaba un instante de plenitud, un hemisferio de su persona ya estaba imaginando sus próximos movimientos, repasando itinerarios, planificando quehaceres en lugares remotos. Materializar esos viajes tampoco mitigaba la inquietud: su otra mitad, no menos sincera, añoraba el refugio de su casa y no se quitaba el pijama los domingos.


[de la nueva novela Fractura (Alfaguara). Más información, aquí.]

19 de julio de 2017

Entrar

Miércoles. Medianoche. Silencio colectivo. Un barrio residencial del Londres del Brexit, la islamofobia y el terrorismo súbito. Llaman al timbre de la casa. Una casa a ras de calle, expuesta, de cristales amplios. Al otro lado de la puerta y del mundo, un joven con barba y apariencia perturbada nos dice: Can I come in? Sobresaltados, contestamos que no. Por supuesto que no. Entonces el joven con barba pregunta: Why? No dice nada más. No pierde la calma, ni nos insulta, ni patea la puerta. Simplemente nos pregunta por qué. Seguimos sin tener una buena respuesta después de cerrar con llave por dentro.

10 de noviembre de 2016

El malestar en el sufragio: diez observaciones antes de saltar el muro (I)

1. En perturbadora sincronía, hoy Nueva York ha amanecido repentinamente lluviosa. Sin embargo hasta ayer, martes 8 de noviembre, el tiempo aquí venía siendo soleado y expectante. He pasado las últimas semanas recorriendo el país con una misma inquietante sensación. La de que, dentro de la burbuja cultural (universidades, ferias del libro, encantadora gente interesada en la lectura), todo el mundo rechazaba a Trump y estaba convencido de que perdería. Mientras que, fuera de ese entorno ilustrado, los indicios eran bien distintos. Incluso en ciudadanos teóricamente incompatibles con el nuevo y peligroso presidente de los Estados Unidos. Un par de noches atrás, en un bar hispanohablante de la Séptima Avenida, me quedé conversando con un camarero boliviano. Mi interlocutor paceño llevaba bastantes años trabajando en la ciudad, que es un territorio de aplastante mayoría demócrata. Cuando le saqué el tema de las elecciones, dando por sentada su antipatía hacia un blanco multimillonario que habla de la inmigración como si fuera la peste, el camarero me explicó tranquilamente que votaría por Trump. Me habló de seguridad, economía y libre comercio. Me quedé tan perplejo como en guardia. Aquella insólita penetración del discurso xenófobo no podía ser simple coincidencia. 

2. Al día siguiente, en un café del Midtown, asistí interesado a la pregunta que un camarero mexicano recitaba, una y otra vez, frente a cada cliente que se acercaba: So who’s gonna be the new president of the United States? No me pareció escuchar tantas respuestas entusiastas a favor de Clinton, ni siquiera entre las mujeres. Lo que predominaba era más bien el sarcasmo o la indiferencia. El ejemplo más gráfico fue la respuesta que un cliente negro y de edad avanzada (es decir, alguien que en su infancia sufrió la América segregacionista que en cierta forma reencarna Trump) le dio a mi incansable encuestador: I don’t mind who’s gonna be the president, man. I just don’t fucking mind! No pude evitar preguntarme si aquel hombre hubiera respondido igual ante una nueva candidatura de Obama. Esa misma noche, tomé un taxi hacia el Downtown. Y su conductor ucraniano fue contundente al resumirme sus motivos para preferir al aliado de Putin: Trump is a real guy.

3. Frente al decidido, casi furioso apoyo que muchos simpatizantes mostraban hacia el flamante presidente, los partidarios de Clinton parecían oscilar entre la tibieza y la incredulidad. Lo cual se debía, al menos en parte, a la desilusión que les causó la derrota del valiente Sanders, candidato que hubiera movilizado mucho mejor al electorado progresista. Incluso mientras el recuento de votos avanzaba, cuando los números comenzaron a arrojar resultados alarmantes, los partidarios de Hillary a mi alrededor siguieron reaccionando como si aquello no estuviera sucediendo realmente. Son sólo los primeros datos, me decían. Todavía faltan las ciudades más pobladas. Hay que esperar a los estados clave. Y así hasta la impotencia de la madrugada. Acaso la misma impotencia que les impidió reaccionar de forma resuelta y coordinada contra el fenómeno Trump.

4. El triunfo de Trump es, naturalmente, una pésima noticia en sí misma. Aun así, con independencia del resultado, quizá lo más alarmante de todo sea lo que su figura representa como síntoma colectivo. Aunque al final hubiera perdido las elecciones, los sesenta millones de personas que lo votaron seguirían ahí, con parecidos principios. Y eso, por desgracia, no se va a arreglar ganándole las próximas elecciones. La impactante adhesión lograda a lo largo de este año supone la emergencia de la América terrible del gótico sureño. Ese país de raíz fanática, discriminatoria y patriarcal que imaginábamos perdido en las narraciones de Flannery O’Connor, en las crueles ficciones de Faulkner, Steinbeck, William Goyen o Erskine Caldwell. Aquel mundo no ha desaparecido en absoluto. Más bien parece haber mutado y encontrado al fin su descendencia en las urnas. En cierto modo, tras este resultado, Estados Unidos se verá forzado a hacerse cargo de su autorretrato. A enfrentarse a sus propios demonios, apenas reprimidos hasta ahora por el cordón sanitario de la corrección política.

1 de julio de 2016

Los muros y los bárbaros

Frente al ágora ateniense, junto a los muros de defensa velozmente erigidos por temor a la próxima barbarie, entre las ruinas calientes de la primera democracia europea, un amigo susurra: «Los griegos siempre hemos pensado que los otros países eran bárbaros, hasta que salimos a otros países y nos enteramos de que para ellos los bárbaros somos nosotros». Bajo su zapatilla, una pequeña piedra se desprende y rueda cuesta abajo.

21 de enero de 2015

Escucha bifurcada (y 2)

Creo que la escritura procede, en buena medida, de una perplejidad ante la lengua materna. Es como si mi oreja derecha escuchase un lugar del idioma, la oreja izquierda otro y mi boca tratase de conciliar las percepciones de ambas. Al principio de mi escolarización en España, este ejercicio me demandaba un esfuerzo considerable. Pero, al cabo de algún tiempo, empezó a convertirse en un mecanismo espontáneo e incluso involuntario. Hoy ya no soy capaz de pensar en castellano sin sospechar de mi propio léxico, sin someter simultáneamente todo lo que digo a una escucha bifurcada.

19 de enero de 2015

Escucha bifurcada (1)

De niños mi hermano y yo teníamos la impresión de vivir en un cuento de Cortázar, donde alguna puerta conduce a otra realidad. En casa, entre las cuatro paredes de la familia, estábamos en Argentina. Pero, en cuanto se abría la puerta, salíamos a jugar a España. La frontera entre ambos países era apenas un picaporte. Hoy escribo con esa misma sensación. Y cada vez me intriga más quedarme observando debajo del marco, como en los terremotos.

27 de diciembre de 2014

Talento para perder (y 6)

Tras emigrar a España, una de las tareas de adaptación al nuevo medio fue familiarizarme con un campeonato casi desconocido para mí. Varios meses de concienzudo estudio de la prensa deportiva y visionado atento de los partidos bastaron para esbozar un panorama. Pero faltaba un detalle crucial: ¿de qué equipo iba a ser? Más aún, ¿iba a poder ser de algún equipo, aparte de Boca? En primer lugar me fijé en el club de mi ciudad adoptiva. Desafortunadamente, el Granada atravesaba el peor momento de su historia y se encontraba hundido en Segunda B. Empecé a acudir a sus partidos, pero eso no resolvía mi problema de integración diaria: para poder incorporarme a los debates de mis compañeros, necesitaba aficionarme a algún equipo de Primera. Era la época del Dream Team de Cruyff y, deslumbrado por su juego, sopesé la posibilidad de hacerme culé. Pero Barcelona quedaba, en todo sentido, muy lejos de Granada. Y en aquella alineación no había un Messi, ni siquiera un Mascherano con el que identificarme. Mi tío madrileño intentó enrolarme en el Atlético. Tuvo éxito con mi hermano y conmigo casi lo consigue. El obstáculo fue su inefable dueño Jesús Gil, con quien me resultaba imposible simpatizar. Poco después, Valdano y Redondo me convertirían en seguidor temporal del Madrid. Club del que su presidente, con la energúmena colaboración de Mourinho, terminaría distanciándome. Incapaz de inclinarme del todo por ninguno de los grandes de la liga, tomé una decisión cromática: me hice hincha del Cádiz, cuya indumentaria consistía en camiseta amarilla y pantalones azules. Esta adhesión andaluza me proporcionó un inmediato alivio y cierta extranjería xeneize. Un par de temporadas más tarde, como no podía ser de otra forma, mi flamante escuadra sufrió dos descensos consecutivos hasta Segunda B. Donde, para mi perplejidad, fue a reunirse fatalmente con mi Granada, que tardaría diecisiete años en regresar a Primera. Ascenso que se hizo esperar demasiado, como suele ocurrir con los equipos que valen la pena.

(este texto es una adaptación abreviada de mi contribución al volumen Con el corazón en la Boca, publicado por Aguilar Argentina y compilado por Sergio Olguín.)

26 de diciembre de 2014

Talento para perder (5)

Cuando mis padres me anunciaron que nos íbamos del país, lo primero que hice fue elegir los libros que me llevaría y ponerme a grabar goles de Boca. En una nueva ironía xeneize, mi equipo al fin había empezado a ganar y ahora resultaba que tenía que irme. Apenas me había dado tiempo a disfrutar de dos copas sudamericanas y de la fugaz dupla Latorre-Batistuta. Mi deseo era mostrarle mi equipo argentino a mi primo español, seguidor del Real Madrid y admirador de la Quinta del Buitre. En cuanto aterrizamos en España con mis padres y mi hermano (a quien había convertido a la fe xeneize), me apresuré a extraer mi equipaje de goles. Le había ponderado mucho aquellas imágenes a mi primo, glosándolas con todo lujo de adornos y exageraciones. Nos sentamos en el sofá emocionados, dispuestos a contemplar la mayor belleza futbolística de Latinoamérica. No podría describir mi espanto al comprobar que el formato en que había grabado todas aquellas cintas era absolutamente incompatible con el formato español. Lo único que apareció en la pantalla fueron rayas grises, figuras fantasmales y voces deformadas. Como de otro mundo.

22 de diciembre de 2014

Talento para perder (1)

El campeonato que acaba de ganar Racing Club de Avellaneda en mi país natal me trae recuerdos más o menos heredados, como todos los recuerdos. La memoria es una suerte de pelota delicada que rebota de cabeza en cabeza; hasta que alguien la patea lejos. Mi abuelo Mario era hincha de Racing y, durante los pocos años en que ambos coincidimos en la cancha de la vida, no dejó de insistirme para que siguiera su ejemplo. Cada vez que le confesaba que prefería a Boca, mi abuelo me contestaba riendo: ¡Pero si esos son unos pataduras! Mi padre, por su parte, apenas le prestaba atención al fútbol, si bien solía declararse vagamente de Racing en homenaje a su propio padre. De acuerdo con su irrevocable marxismo, mi otro abuelo Jacinto consideraba el fútbol un opio para el pueblo. De vez en cuando salíamos con una pelota, pero para él se trataba más de una gimnasia que de una pasión y, hasta donde puedo recordar, jamás manifestó inclinación por ningún equipo. Hoy la postergada palabrita patadura me habla de una extranjería triple. La que está implícita en la identificación con un equipo diferente al de la propia familia. La del abismo que se abre entre el léxico de las distintas generaciones. Y la de la expatriación a otra tierra donde nadie jamás ha dicho patadura. En España se usa más bien paquete o, según aprendería a decir en mi adolescencia andaluza, manta. ¡Pero si esos tíos son unos mantas! De pronto semejante expresión me suena tan lejana y generacional como aquella de mi abuelo Mario, quien tanto habría celebrado este triunfo que se ha hecho esperar, como suele ocurrir con los equipos que valen la pena.

22 de mayo de 2014

Barbarismos

(Celebrando la publicación del nuevo libro Barbarismos. Más información, aquí.)


autoestima. Montaña rusa de un solo pasajero.

bandera. Trapo de bajo coste y alto precio.

corazón. Músculo peculiar que, en vez de levantar peso, lo acumula.

democracia. Ruina griega. || 2. ~ parlamentaria: oxímoron.

escuchar. Extraer música del ruido. || 2. Acción y efecto de prepararse para interrumpir.

ficción. Acontecimiento que aspira a suceder.  || 2. Versión menos evidente de lo real.

goleador. Individuo que celebra lo que merecieron otros.

humor. Facultad de parodiar las propias convicciones, o sea, de pensar. || 2. Flujo interno de la tragedia. || 3. ~ negro: ejercicio mediante el cual un humorista comprueba si sigue vivo.

imperfección. Belleza que permite ser intervenida. || 2. Perfección mejorada por el escepticismo.

joder. Verbo transitivo de admirable polivalencia.

kitsch. Mal gusto de buen gusto.

leer. Acción de viajar hasta donde uno se encuentra. || 2. Acción y efecto de vivir dos veces.

maternidad. Momento de plenitud de una trabajadora antes de ser despedida.

noticia. Ocultación de otra noticia. || 2. Lo que en este mismo momento está dejando de importar.

ñu. Especie rumiante protegida con el noble fin de que no se extingan los crucigramas.

orilla. Mitad de un lugar. || 2. Comienzo del puente.

pornografía. Modalidad ansiosa de autoconocimiento. || 2. Deseo trágico de ver algo siempre ligeramente distinto de lo que estamos viendo.

querer. Extraño afecto hacia alguien que no es uno mismo.

reconciliación. Tregua acordada entre dos cónyuges con el objeto de perfeccionar su ruptura. || 2. ~ nacional: desmemoria pactada entre dos bandos que se recuerdan perfectamente.

santo. Individuo tocado por un don divino para elegir a sus biógrafos.

traducción. Único modo humano de leer y escribir al mismo tiempo. || 2. Texto original que se inspira en otro. || 3. Amor retribuido palabra por palabra.

urna. Recipiente que acoge los restos de un individuo. || 2. En las jornadas electorales, ídem.

viejo. Joven tomado por sorpresa.

WC. Oficina con un solo empleado.

xenófobo. Individuo al que le repugnan sus propios ancestros.

yo. Conjetura filosófica.

zoofilia. Doctrina que predica el amor entre semejantes.

7 de febrero de 2014

Gramática y excremento

Se desnudan y se cubren con sus propios excrementos. Eso contaban hace un año en la frontera de Melilla. «Se quitan la ropa», relataba la Guardia Civil, «y se untan con sus heces para repelernos»Ayer se ahogaron diez intentando llegar a Ceuta. Se desnudan. Se enmierdan. Y se ahogan. Digo diez en lugar de «una decena», como suelen formular burocráticamente los medios, porque los inmigrantes no son objetos inanimados ni una categoría intercambiable, sino individuos tan irrepetibles como los redactores que los enumeran. Diez personas, entonces, y no una decena de inmigrantes. La gramática pública duda más de la cuenta con ciertas muertes. Como si no supiéramos muy bien qué género y qué número atribuirles. Como si no fuésemos capaces de conjugar nuestras normas con determinadas realidades. Uno de los principales diarios españoles publicó el titular: «Una decena de inmigrantes muertos…», identificando a los fallecidos como inmigrantes antes que personas, y provocando una concordancia imposible entre decena y muertos. Otro diario tituló, con más justicia, «Ocho personas mueren…». Pero esa misma noticia empezaba diciendo «ocho personas de origen subsahariano han fallecido ahogados…», como si alguien hubiera sustituido a última hora inmigrantes por personas, olvidando corregir el adjetivo muertos. Mientras tanto, una importante agencia informaba: «los fallecidos han muerto ahogados…», cometiendo una extraña redundancia, como si temiera no tomarse el asunto lo bastante en serio. La gramática es otra manifestación de la ley. Y la ley, ya se sabe, no predica lo mismo para todos los sujetos. Diez personas mueren y diez millones miran. Algunos dan la vida por tener esos derechos que se están asfixiando al otro lado de las vallas. Si estas vallas no son el colmo de la lucha de clases, una metáfora barata y brutal de las asimetrías de la ley, me pregunto qué mierda entendemos por ley y por metáfora y por clase. Diez personas muertas. Eso. Ayer, desnudas y untadas con sus propios excrementos. Hoy, ahogadas ante nuestros propios ojos. Sólo en apariencia, los excrementos son suyos y los ojos son nuestros.


17 de diciembre de 2013

Idiomas que quisiéramos hablar



LAS COSAS QUE NO HACEMOS 

Me gusta que no hagamos las cosas que no hacemos. Me gustan nuestros planes al despertar, cuando el día se sube a nuestra cama como un gato de luz, y que no realizamos porque nos levantamos tarde por haberlos imaginado tanto. Me gusta la cosquilla que insinúan en nuestros músculos los ejercicios que enumeramos sin practicar, los gimnasios a los que nunca vamos, los hábitos saludables que invocamos como si, deseándolos, su resplandor alcanzase nuestros cuerpos. Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegamos a pisar, fascinados frente a un café con leche. Me gustan los restaurantes a los que no acudimos, las luces de sus velas, el sabor por venir de sus platos. Me gusta cómo queda nuestra casa cuando la describimos con reformas, sus sorprendentes muebles, su ausencia de paredes, sus colores atrevidos. Me gustan las lenguas que quisiéramos hablar y soñamos con aprender el año próximo, mientras nos sonreímos bajo la ducha. Escucho de tus labios esos dulces idiomas hipotéticos, sus palabras me llenan de razones. Me gustan todos los propósitos, declarados o secretos, que incumplimos juntos. Eso es lo que prefiero de compartir la vida. La maravilla abierta en otra parte. Las cosas que no hacemos. 

(Celebrando la edición argentina de Hacerse el muerto. Más sobre el libro, aquí. Otros cuentometrajes argentinos: El fusilado y Un suicida risueño.)

29 de julio de 2013

Patria madre

Mi madre nació en la Argentina y murió en España. Por eso su patria es de frontera: está justo en el mar. Ahí andan todavía sus cenizas nadadoras.

29 de mayo de 2013

Lugar

Después de una jornada de trabajo en una ciudad extranjera, en vez de regresar a mi provisional refugio, en lugar de volver a mi lugar, me sorprendo haciendo algo sigilosamente anómalo: me dirijo a otro hotel cercano al hotel donde me alojo, ceno con demora y me quedo leyendo en el lobby hasta muy tarde. Como mi comportamiento resulta absurdamente natural, nadie hace preguntas. Me dan las buenas noches y hasta me ofrecen té. Por un instante siento una desdibujada euforia que se parece al extravío, un extravío que se parece a la levedad. Intuyo entonces cierta lógica en este minúsculo desplazamiento. Como en una cadena migratoria, acabo de convertir mi anterior hotel en mi casa, y el siguiente hotel en un hotel. Quizá la hostelería sea eso: una mudanza de la perspectiva. La edificación de una distancia con respecto al hogar. Hay una especie de patria en la huida. Al final de esa huida, ahí, cruzando la frontera de sí mismo, alguien desnudo se da la bienvenida.

24 de mayo de 2013

El aguijón

Relacionarse con otros idiomas tiene cuando menos dos grandes utilidades. Una es comunicativa: entenderse con otros, multiplicar nuestra conversación con la realidad. La otra es introspectiva: cuestionar el habla materna. Desde una gramática lejana, es posible visualizar la potencial extranjería de la identidad propia. Asisto en Londres a una charla del traductor inglés de Ismail Kadare. Escuchándolo aprendo que la lengua albanesa tiene dos verbos distintos para morir. Uno se emplea para los animales en general. El otro se reserva exclusivamente para los seres humanos y las abejas. Me pregunto qué metáfora revolotea en semejante asociación. El aguijón, aquello que le otorga identidad a la abeja, es también su parte más mortal. La abeja sólo puede penetrar una vez el otro lado. Agónica, se realiza extinguiéndose. Debe de ser extraño ese último instante de su vuelo, cuando lo natural, lo más nativo en ella, se convierte en máxima distancia. La muerte es un idioma puntiagudo. Cuando aprende a hablarlo, su hablante queda en silencio.

29 de octubre de 2012

Orgasmo de frontera

Por no sentirme tan acomplejada ante los conocimientos científicos de Ezequiel, le he enumerado los distintos verbos que existen en español para nombrar un orgasmo. En Cuba, por ejemplo, le dicen venirse. Ese infinitivo me gusta porque sugiere un acercamiento a alguien. Es un verbo para dos. Y bastante unisex. En España le dicen correrse. Que supone más bien lo contrario. Despegarse al final, alejarse del otro. Es un infinitivo para machos. En Argentina le dicen acabar. Suena como una orden. Parece una maniobra militar. Tengo una amiga peruana que lo llama llegar. Dicho así, se vuelve casi una utopía (y muchas veces lo es). Como si estuvieras lejos o te hiciera falta más tiempo. Su marido dice darla. Interesante. Suena a ofrenda. O, siendo pesimista, a un favor que te hacen: ahí tienes. Siendo así, tampoco me extraña que mi amiga no llegue. En Guatemala se usa irse. Eso ya es un abandono declarado. Sólo les faltaría añadir: después de pagar. En otros países dicen terminar. Frustrante. Suena a que se abre la puerta, te interrumpen y te quedas a medias. En cambio aquí, quizá porque somos de frontera, le decimos cruzar.

(De la nueva novela Hablar solos. Ediciones en Colombia y Chile.)

29 de junio de 2012

Traducirnos

Amor y traducción se parecen en su gramática. Querer a alguien implica transformar sus palabras en las propias. Esforzarnos en entender a la otra persona e, inevitablemente, malinterpretarla. Construir un precario lenguaje en común. Para traducir un texto hace falta desearlo, codiciar su sentido, cierta necesidad de poseer su voz. El amante se mira en la persona amada buscando semejanzas en las diferencias. Quien traduce se acerca a una presencia extraña en cuya identidad, de alguna forma, se ha reconocido. Traductores y amantes desarrollan una susceptibilidad casi maníaca. Dudan de cada palabra, cada gesto, cada insinuación que surge enfrente. Sospechan celosamente de cuanto escuchan: ¿qué habrá querido decirme en realidad? En ese diálogo que alterna costumbre y fascinación, conocimiento previo y aprendizaje en marcha, ambas partes salen modificadas. Tanto amando como traduciendo, la intención del otro se topa con el límite de mi experiencia. Para que esto funcione, hará falta que admitamos los obstáculos: no vamos a poder leernos literalmente. Voy a manipularte con mi mejor voluntad. Lo que no se negocia es la emoción.

(fragmento del artículo publicado en la Revista Ñ, 22-06-2012)

15 de junio de 2012

Metafísica lunfarda


No seas atorrante, tiempo interno,
envejecé conmigo y no chamuyes
retrasos en la edad imaginaria.
¿Vos te das cuenta de lo que lastima
engrupir al adverbio todavía?
Rimá nomás, estilo.
Eso no va a salvarte del desorden.


10 de mayo de 2012

Heráclito en la selva

Aterrizo en Manaos para la Bienal do Livro del Amazonas. La vida de hotel tiende a convertirse en una sucesión de retracciones. Al principio nos cuesta pisar la calle. Más tarde apenas logramos ir más allá del bar. Y finalmente, en una especie de consumación larvaria, no salimos de nuestra habitación. Por eso en mi día libre, para exiliarme del hotel, hago una excursión a la selva. Pero la barbarie de la civilización va conmigo: mientras subimos a bordo, no imagino ninguna tribu sino a Klaus Kinski en Fitzcarraldo, de Herzog. De pronto algo disipa mi ensimismamiento: el Encuentro de las Aguas. En un golpe de inverosimilitud que dura kilómetros, el río Amazonas y el río Negro chocan y discurren juntos, sin confundirse en absoluto. Sus diferencias de temperatura, densidad y velocidad los mantienen enfrentados como dos países limítrofes. Así que el célebre encuentro es, en realidad, un borde. No hay mezcla ni intercambio: sólo otra frontera. Me quedo contemplando esta refutación del mestizaje que escenifica la naturaleza. Pienso en los peces que se asoman al límite de ambos ríos. Y me acuerdo de Erri de Luca, que observó que los peces nunca cierran los ojos.