Hijo del Imperio
La otra noche soñé con Churchill.
Estaba en el jardín, fumándose un buen puro.
Luego todo cambió y ambos reaparecimos
en un castillo, a solas; un fuego ardía en el hogar.
Retratos de hacendados y príncipes mercantes
nos vigilaban desde el hueco de la escalera.
Hablamos de pintura –la suya y la de otros–
y del fracaso;
de cómo hay que vivir también con él.
Tosía con frecuencia y los ojos se le nublaban
como si fuera a hablar una vez más
del enfermo de Roosevelt, o de Stalin.
Ahora ya sólo veo las pantuflas a cuadros
con su pequeña cremallera a cada lado.
trad. J. D.
Otro poema incluido en la antología de poesía irlandesa de Michael Longley. No conozco bien a Gerald Dawe (1952) y apenas he leído nada suyo, pero me gustó esta visión ligera y hasta compasiva de Churchill; una buena forma de jugar con su condición icónica, de patrón del establishment, hasta desactivarla. La clave, supongo, está en el título, que deja vislumbrar el subtexto político de unos versos que viajan, no por azar, del célebre puro de las fotografías a unas humildes pantuflas. No sé si los escritores, fuera de un puñado de grandes, tienen la última palabra, pero sospecho que si no creyeran tenerla cultivarían bastante menos la pantalla o la página en blanco.