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domingo, abril 15, 2012

con ted hughes



  douglas white | elephant totem song

  
No me gusta saltarme una regla no escrita de esta bitácora según la cual tiene que haber algo de variación en las entradas, pero esta vez, dadas las circunstancias, creo que voy a darme el gusto de colgar dos traducciones seguidas. Si ayer fue Dorothea Tanning, hoy le toca el turno a Ted Hughes y un poema, «Crow’s Elephant Totem Song», que traduje en su día para Cuervo (Hiperión, 1999) y que ahora reaparece ligeramente revisado (los años no pasan en balde) como lectura oblicua y hasta melancólica de lo real.



canción totémica del elefante, por cuervo

Hace mucho tiempo
Dios creó a un elefante
Y era tierno y delicado
Nada estrafalario
Nada melancólico

En la maleza las Hienas cantaban: Eres hermoso…
Exhibían sus muecas y hocicos calcinados
Como muñones descompuestos
Envidiamos tu gracia
Al bailar entre los espinos
Oh llévanos contigo al Reino de la Paz
Oh mirada inmortal de inocencia y bondad
Líbranos de los hornos y la furia
De nuestros rostros renegridos
Estos infiernos nos consumen
Nuestros dientes son rejas
La muerte un constante enemigo
Grande como la tierra
Fuerte como la tierra.

Y las Hienas corrieron a esconderse en la cola del Elefante
Como en un paraguas de goma
Y él caminaba alegre por el mundo
Pero no era Dios no ni estaba en su poder
Corregir a los condenados
Cegados por la ira la locura
Encendieron sus bocas le abrieron las entrañas
Lo partieron en múltiples infiernos
Para gritar sus muchas partes
Devoradas, hinchadas
En una procesión de risas infernales.

En la Resurrección
El Elefante corrigió sus piezas
Ensambló patas como planchas
Y un cuerpo a prueba de colmillos
Huesos blindados, un cerebro irreconocible
Y ojos de anciano, sabios y traviesos.

Y ahora el Elefante, ingrávido y enorme,
Cruza la claridad anaranjada y la penumbra azul del más allá
Como un sexto sentido andante
Y en dirección opuesta y paralela
Al pie de un horizonte deshojado que tiembla como un horno
Van las hienas, insomnes,
Galopan entre azotes
Doblan sus banderas de parias
Contra vientres hinchados de risa putrefacta
De ronchas negras y derrames
Y cantan: «Nuestra es la tierra
Encantada, y bella
Es la infecta boca del leopardo
Y las tumbas de la fiebre
Pues eso es cuanto tenemos…»
Y vomitan su risa.

Y el Elefante canta en lo más hondo de la selva
Sobre un astro de paz indolora y eterna
Pero ningún astrónomo sabe dónde encontrarla.



El original, aquí.

jueves, febrero 23, 2012

ayuda de bly



Biblia de Holkham
Noé liberando una paloma y una corneja, c. 1320-30




Dónde debemos buscar ayuda

La paloma regresa; no halló descanso en ningún sitio;
voló toda la noche sobre los mares encrespados;
bajo los aleros del Arca
la paloma engrandecerá el lecho del tigre;
dad paz a la paloma.
La golondrina de cola bifurcada deja el alféizar al amanecer;
volverán a la tarde golondrinas azules.
Al tercer día el cuervo alzará el vuelo;
el cuervo, el cuervo, el cuervo del color de la araña,
el cuervo hallará nuevo fango donde caminar.




El original, aquí.



En otra ocasión he hablado de Robert Bly (1926), el autor de uno de los mejores primeros libros de la poesía norteamericana, Silence in the Snowy Fields (1962; Silencio en los campos nevados): una curiosa mezcla de sencillez expresiva, sensibilidad oriental y esa claridad misteriosa que surge de no decirlo todo, de manejar con sabiduría las elipsis y los silencios.

Quizá no tan conocido es un ensayo de revelador título (Un desvío equivocado) que publicó al año siguiente, en 1963, y en el que atacaba la herencia de Eliot y Pound, el carácter alusivo y hasta hermético de cierta vanguardia angloamericana, para propugnar un regreso a una escritura más directa y explícita en la que las emociones no quedaran aplastadas bajo el peso de la erudición, no se perdieran en los laberintos de la ambigüedad, la cita culta y las referencias esotéricas. Aunque partía de un malentendido más o menos grosero (¿es que no hay emoción y energía a flor de piel en La tierra baldía o Cuatro Cuartetos?), la idea original no era mala, pero Bly se hizo un lío al invocar en su ayuda el ejemplo de poetas tan distintos como Rilke, Machado, Vallejo, Neruda, Juan Ramón o Tranströmer. A sus ojos (u oídos) de joven poeta americano, todos aquellos escritores venían de un mismo lugar, eran asimilables a una misma tradición que se contraponía a la suya propia y resultaban, por tanto, indistinguibles. En realidad, lo mismo nos pasa a nosotros cuando metemos en el mismo saco (o les asignamos un dorsal en el mismo equipo) a todos los poetas de habla inglesa. Cosas de los malentendidos entre culturas. Nos vemos desde orillas contrarias de un mismo mar y así nos cuesta distinguir las caras de los que importan.

Por lo demás, el propio Bly tampoco se ha librado de cultivar la alusión mítica y de hacer poemas con su punto de hermetismo. Un ejemplo es esta miniatura de su primera época que, como él mismo ha explicado en su libro A Little Book on the Human Shadow, «se refiere a la historia de Noé, aunque tomé las imágenes de una versión anterior compuesta por los babilonios, en la que tomaron parte tres pájaros». Uno de esos pájaros era una corneja, que Bly convierte en cuervo, un cuervo negro al que le complace mancharse, que desconfía de las ideas de pureza y de blancura encarnadas en el símbolo de la paloma y prefiere, como el cuervo de Ted Hughes años después, graznar y revolcarse en el fango. Para Bly, este poema tiene una lectura psicoanalítica evidente: «El poema llegó dos o tres años después de la universidad, y parece decir que si algo podía ayudarme a salir de mi sufrimiento, ese algo vendría del lado oscuro de mi personalidad…» Más allá de su circunstancia personal, me gusta pensar, en efecto, que es una invitación a asumir que somos luz y sombra, día y noche, un saco andante de contradicciones que no conviene reprimir en exceso: aceptar el barro puede ser, extrañamente, una forma superior de limpieza.
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miércoles, abril 06, 2011

ted hughes / dos leyendas

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© Leonard Baskin


I

Negro era el sin ojo
Negra la lengua dentro
Negro era el corazón
Negro el hígado, negros los pulmones
Incapaces de llenarse de luz
Negra la sangre en su túnel sonoro
Negras las entrañas encerradas en el horno
Negros también los músculos
Luchando por salir a la luz
Negros los nervios, negro el cerebro
Con sus sepultadas visiones
Negra también el alma, el inmenso tartamudeo
Del grito que, hinchándose, era incapaz
De pronunciar su sol.


II

Negra es la húmeda cabeza de la nutria, levantada.
Negra es la roca, hundiéndose en espuma.
Negra es la hiel que yace en el lecho de sangre.

Negra es la Tierra a una pulgada del suelo,
Un huevo de negrura
Donde el sol y la luna alternan su inclemencia

Para incubar un cuervo, un arco iris negro
Inclinado en el vacío
Sobre el vacío

Pero volando




Trece años después de su primera salida en público, parece que hay visos de reeditar mi traducción de Cuervo, de Ted Hughes. Quién sabe. Por el momento, me entretengo revisando el texto que di entonces a la imprenta y me consuelo pensando, con Valéry, que los poemas (y las traducciones no son una excepción) nunca se terminan, sólo se abandonan.


Comienzo por el comienzo, pues: el díptico que abre el libro y que sigue impresionándome como el primer día con su alianza de primitivismo y guiños expresionistas. Todo muy negro, como podéis ver, el negro del germen primero, del caos original. Con Hughes no hay engaño ni medias tintas: esto es lo que ve y así nos lo hace saber desde el instante en que ponemos pie en su libro.


El original, aquí.

miércoles, agosto 30, 2006

el cuervo de carver

Si hay un animal que ha comparecido habitualmente en mis poemas, sobre todo en los que escribí en Inglaterra, ese es el cuervo. Supongo que el hecho de haber traducido Cuervo, de Ted Hughes, y de estar en contacto permanente (durante cinco años, al menos) con el paisaje donde Hughes había nacido, me hicieron particularmente sensible a su presencia: una especie de correlato animal del áspero y negro paisaje de los páramos del norte, un manojo de plumas desabridas cuyos chillidos crecían con la oscuridad de la tarde. Así que me ha hecho gracia encontrarme con este poema de Carver en el que, además de fijar un instante con la sutileza de un poeta japonés, rinde homenaje a sus predecesores con una sencillez admirable. Lo dejo aquí, confundido con la tinta negra de esta página.


Raymond Carver

MI CUERVO

Un cuervo se posó en el árbol que hay frente a mi ventana.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway.
Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca.
Tampoco era uno de los cuervos de Homero, impregnados
de sangre coagulada tras la batalla. Era sólo un cuervo.
Que jamás encajó en parte alguna
ni hizo nada digno de mención.
Se quedó ahí en esa rama durante unos minutos.
Luego alzó el vuelo maravillosamente
y salió de mi vida.

Versión de Jaime Priede