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Dice Eduardo Scala que no existe, pero sus trabajos le desmienten. Hace unos días me llegó a la oficina, impreso en papel de seda, inserto con elegancia entre dos cartulinas blancas, este hermoso regalo: mi nombre convertido en estrella o copo de nieve, con sus letras distribuidas armónicamente sobre el lado superior de la página. Sé que cometo un delito de lesa egolatría, pero no me resisto a compartir este nombrestrella con vosotros. Al fin y al cabo, no todos los días nos dan la posibilidad de convertir nuestra firma en mandala o poema visual. De paso, os invito a leer, aunque sea en el tamaño minúsculo que permite la red, su admirable intervención Llum de Llull, que acaba de publicarse en el último número de la revista Minerva.
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