Mostrando entradas con la etiqueta carl rakosi. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta carl rakosi. Mostrar todas las entradas

jueves, junio 26, 2008

carl rakosi, 3 poemas

Es curioso que Ezra Pound, tan dado (al menos en una etapa de su vida) al exabrupto antisemita, tuviera tantos herederos y discípulos judíos: no sólo Carl Rakosi (1903-2004) sino también, en claves muy distintas entre sí, Charles Reznikoff y Louis Zukofsky. Los tres se dieron a conocer en 1932 gracias a la publicación de An Objectivist Anthology. Rakosi fue tal vez el objetivista más joven, pero acabó siendo el más longevo. Murió centenario, habiendo escrito sus mejores poemas después de jubilarse. Como George Oppen, dejó de escribir una larga temporada a causa de su incapacidad para conciliar activismo político y poesía (fue un marxista entusiasta en los años del New Deal). Durante cerca de treinta años se desempeñó en San Luis y Minneapolis como trabajador social y psicólogo infantil. Estos poemas aparecieron en distintos meses de 2003 en The London Review of Books, y el último, en concreto, es un apunte lleno de lucidez y buen humor sobre su ambivalencia hacia el legado de Pound.

TRES POEMAS

Viajando por el código genético

Mi corazón está buscando
el Elíseo

algún país sencillo
ausente de los mapas

con sólo tres
abogados
y ninguna embajada

y sin embargo se ha extraviado
en una tierra extraña
poblada por genomas

más ancianos que Dios

un punto infinitesimal
en el mapa del hombre.


Aceite de humores

Estoy leyendo
una antigua farmacopea:

«El centeno posee la virtud
de reducir humores

pero causa
melancolía.»

Bueno, me digo, yo conozco
un remedio apropiado.

Es un jardín, y en él
hay una joven y encantadora dama

detenida en el tiempo.
Con gracia, se levanta

el borde de la falda
y al mismo tiempo

espanta a los gorriones
con un simple gesto de las manos.

¡Voilá! Eso es todo…

O prueba algún aceite de la sagacidad.


Confesión, 1931

Y ahora los jóvenes seguidores
de Pound cierran filas,
yo entre ellos,
y desean hacerse oír.

Como el populista que soy
deseo proceder
con sobria dignidad:
«Mis convecinos y amigos, etcétera»,

pero tengo un baile de marineros
en mi cabeza,
haciendo sonar sus tacones
y buscando salir

pero con delicadeza,
como si una mariposa
hubiera salido volando
del idioma inglés.


Versión de J. D.