Antes de que
en los años ochenta surgiera la voz narrativa de Paul Auster, una de las más
atractivas y coherentes que hemos conocido en los últimos treinta años, otra
voz habló en el mismo hombre: concisa y densa, estaba hecha de versos, y éstos
formaron poemarios breves que crecieron en los setenta: «Radios», «Exhumación»,
«Escritura moral», «Desapariciones», «Efigies», «Fragmentos del frío» y
«Aceptando las consecuencias». Títulos que ignorarán incluso la mayoría de los
incondicionales de Auster –y son legión– pero que serían instrumentales para
que naciera «La trilogía de Nueva York» (1985-86). Muy significativamente, esta
«Poesía completa» acaba cronológicamente con un escrito que podríamos
considerar poemas en prosa, datados en 1979: «Espacios blancos».
He aquí la transición del poeta al prosista. Hace quince años, el prologuista en esta edición, Jordi Doce, ya había ofrecido en castellano el libro austeriano de poemas y ensayos de 1970-1979 «Groundwork» con el nombre de «Pista de despegue». Ahora, en la introducción, detalla que aquel término puede interpretarse como «cimiento, trabajo preliminar o, incluso, trabajo de “preparación”. A primera vista, el título no puede ser más explícito: el poema, o el ensayo, como preludio y cimiento de lo que más adelante dará en relato y prosa de ficción». Incluso el propio Auster ha declarado que la escritura poética le llevó a la narrativa. Unos poemas, sin embargo, que no pueden ser más distintos que sus tramas novelescas, claras y fluidas pese a estar encuadradas en complejas estructuras: poesía oscura, según él mismo, muy influida por los simbolistas franceses desde que de joven empezó a traducir a Baudelaire, Rimbaud y Verlaine.
Doce realiza
un paralelismo entre la mirada del fotógrafo Auggie Wren, de la película
«Smoke», y la mirada poética de Auster. Una escena, la de este personaje que
fotografía cada día la misma esquina de una calle de Nueva York, que sintetiza
las inquietudes literarias de Auster, ya sean poéticas o narrativas: «los
problemas del azar y la identidad, la disolución del yo en el discurso, la
distancia entre mundo y lenguaje». De ahí que el inicio de cada poema sea una
invitación enigmática, unas palabras casi tomadas por azar, como dice tan
acertadamente su traductor, que arrastran al resto hacia un desarrollo
poemático muy personal, complicado en su sintaxis y metáforas: la otra cara de
aquel que abandonó la poesía y la dramaturgia cuando sintió, como ha contado,
una «revelación» y se adentró en la narrativa.
Publicado en
La Razón, 4-X-2012