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viernes, 21 de julio de 2023

Christopher Nolan, un cineasta libresco


En la fantástica “Tenet” (2020), en un momento dado el villano de la trama, encarnado por Kenneth Branagh, cita –sin mencionar explícitamente a T. S. Eliot– los versos «Así es como el mundo acaba / No con una explosión sino con un gemido», que es el final del poema «Los hombres huecos». Y es que Christopher Nolan le gusta mucho filtrar alusiones literarias en sus obras, como en “Interstellar” (2014), que tiene una secuencia en la que aparece la biblioteca de la habitación de su hija; en ella, se pueden apreciar algunos títulos que no están ahí por casualidad, pues están enviando un mensaje cifrado al protagonista astronauta por parte de la niña: «Stay» (quédate). En primer plano, se ven títulos de Martin Amis, Gabriel García Márquez, Mark Helprin, Jean Austen, Eliot, Thomas Pinchon y Jorge Luis Borges. Además, uno de los leitmotivs de la historia era el recitado, en boca de uno de los científicos de la NASA que están preparando la salida del hombre al espacio ante el deterioro imparable de la Tierra, de un poema de Dylan Thomas: «No entres dócilmente en esa buena noche».

Pues bien, cabe decir ahora, a propósito de su nuevo filme, que Nolan ha adaptado el libro “Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer” (editorial Debate, 2023), que publicaron en 2005 Kai Bird y Martin J. Sherwin y que les valió el premio Pulitzer al año siguiente. Y no es para menos a tenor del trabajo de esta pareja de investigadores, el primero un autor especializado en las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y en las relaciones entre Estados Unidos y Oriente Próximo, y el segundo –muerto en 2021– un historiador experto en armas nucleares y profesor universitario. A raíz de haberse pasado treinta años entrevistando a familiares, amigos y colegas de Oppenheimer, o de rebuscar información en archivos del FBI, se fue haciendo esta biografía que es a la vez un análisis del periodo de la Guerra Fría y la conformación política y cultural estadounidense moderna.

Vigilado por ser “rojo”

El libro se abría avanzando uno de los momentos más críticos de la vida de Oppenheimer, cuando, un poco antes de la Navidad de 1953, se dirigía a casa de su abogado, en Washington D.C., tras haber recibido una carta proveniente del presidente de la Comisión de Energía Atómica. En ella, se le comunicaba que, «tras volver a revisar su historial y sus filiaciones políticas, se lo declaraba una amenaza para la seguridad nacional»; de este modo, se le especificaban treinta y cuatro cargos «que iban desde lo absurdo (“consta que en 1940 usted figuraba como contribuyente de los Amigos del Pueblo Chino”) hasta lo político (“desde el otoño de 1949 en adelante mostró una fuerte oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno”)».

Vista así, la trayectoria de Oppenheimer es la de un ascenso meteórico y una caída devastadora. Bird y Sherwin exploraron tal cosa y además consiguieron mostrar la personalidad y el pensamiento de un hombre que, desde que se lanzaron las bombas atómicas en suelo nipón, “albergaba la vaga sensación de que en su camino lo esperaba algo oscuro y ominoso”. Era el tiempo en que se cernía el anticomunismo en los Estados Unidos de la posguerra, lo que derivó, en su caso, en que le pincharan los teléfonos de su casa y de su despacho, o que la prensa publicara infamias con respecto a su pasado. No en vano, como apuntaban los autores, “las actividades izquierdistas que había llevado a cabo en la década de 1930 en Berkeley, combinadas con la oposición que había mostrado en la posguerra ante los planes de las Fuerzas Aéreas, que pretendían lanzar bombas atómicas de forma masiva y estratégica –planes que él calificaba de genocidas–, enfurecieron a muchas figuras poderosas de Washington, entre los que se encontraban J. Edgar Hoover, el director del FBI”.

De héroe a mártir

“Prometeo americano” nos introducía en la vida de Oppenheimer desde su infancia en su natal Nueva York hasta Nuevo México y, cómo, en paralelo, el protagonista vio la forma en que la ciencia evolucionó de forma extraordinaria desde su juventud; primero, veíamos el modo en que se forma como estudiante en Gotinga, Alemania, en el emergente campo de la física cuántica, y a continuación pisando la Universidad de California (Berkeley) mientras el país vivía las consecuencias de la Gran Depresión y se iba notando el advenimiento del fascismo incluso más allá de Europa.

En aquel 1954 que contempló la desesperación de Oppenheimer al verse humillado y señalado en plena época de McCarthy, acababa una vida profesional que lo había llevado a una colosal fama. Y es que «era el Prometeo de Estados Unidos, “el padre de la bomba atómica”, el hombre que había liderado la empresa de arrebatar a la naturaleza el impresionante fuego del sol para dárselo a su país en tiempos de guerra. Después había hablado con sensatez acerca de sus peligros y con esperanza acerca de sus beneficios potenciales». Pero ya su voz estaba silenciada. Así las cosas, Bird y Sherwin estudiaban cómo el científico fue primero alabado y luego defenestrado por la misma prensa, por los mismos políticos.

Con todo, desde luego, lo más jugoso era conocer los antecedentes de lo que sería la bomba atómica, al comienzo de los años cuarenta, con un Oppenheimer como director del laboratorio armamentístico del complejo militar de Los Álamos. El objetivo era un proyecto, denominado Manhattan, que al comienzo, curiosamente, a ojos del físico, podía contribuir a la paz mundial; y lo cierto es que estaba pensado para derrotar al ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Pero entonces Alemania se rindió en abril de 1945 y la bomba empezó a ser concebida para otro destino, que no fue otro que intimidar a soviéticos y japoneses. Hubo una primera prueba, en secreto, en el desierto en julio de aquel año, y la demostración de fuerza del artefacto fue de tales dimensiones, que Oppenheimer dijo a un colega: “Ahora somos todos unos hijos de puta”. Era el comienzo de sus dudas y al fin de su arrepentimiento.

Publicado en La Razón, 20-VII-2023

sábado, 20 de noviembre de 2021

Recomendando un libro sobre "¡Qué bello es vivir!" en el programa de radio de Josep Cuní


Ayer viernes recomendé, en el programa de radio Aquí amb Josep Cuní, de la Cadena SER Catalunya, ¡Qué bello es vivir! El libro del 75 aniversario (editorial Notorious), de cuatro expertos cinematográficos. Se puede escuchar desde el minuto 16:25.

martes, 31 de agosto de 2021

Javier Ortega y el cine en "Qué Leer"


En el último número de Qué Leer, este julio, preparé una página dedicada a hacerme eco de esta novedad de Javier Ortega, que titulé "Una historia cinéfila distinta". Fue con motivo del libro Eso no estaba en mi libro de historia del cine (Almuzara).

martes, 2 de marzo de 2021

Con la venia y palomitas, señoría

Hace escasos meses la editorial Espasa recuperaba dos títulos de Erle Stanley Gardner, creador de un personaje de ficción que alcanzó una inmensa fama, Perry Mason, ahora de actualidad gracias a una serie de HBO; un investigador privado que se movía como pez en el agua en los años treinta en Estados Unidos, en el tiempo crítico de la Gran Depresión, y que protagonizó unas ochenta novelas de gran éxito, más si cabe cuando sus peripecias, sobre todo relacionadas con casos de homicidio, pasaron a una serie de televisión con el actor Raymond Burr.

El espectador relacionará enseguida los capítulos de esta serie con escenas ambientadas en una corte judicial, en lo que es un ejemplo entre un millón de la relación entre el mundo del Derecho y la pequeña pantalla. Un vínculo infinito que también ha desarrollado la gran pantalla, como ahora ha analizado Rafael de Mendizábal (Jaén, 1927) en un libro muy bien ilustrado. Estamos ante un magistrado emérito del Tribunal Constitucional y con un impresionante bagaje dentro de este ámbito –presidente de la Sala Tercera del Tribunal Supremo o creador de la Audiencia Nacional que presidió durante diez años–, un abogado galardonado de forma eminente y autor de varios libros de diferente temática (Averroes, el Tribunal de Cuentas, la descolonización de Guinea Ecuatorial…).

Lo primero que llama la atención de “Cine y Derecho” es su atrayente estructura desde su prólogo, titulado “¡Que pase el acusado!”: Mendizábal afronta una tarea que podría ser ingente, por el número de películas que tratan asuntos de tipo jurídico o con juicios –lo que tanto ha desarrollado el cine norteamericano, creando de ello todo un espectáculo retórico– de por medio. En primer lugar, el autor ofrece un análisis general de su objeto de estudio; luego, explora las características de veintidós películas, todo teniendo en cuenta el contexto histórico sociohistórico de cada cinta, lo que lleva tanto a conocer detalles fílmicos bien interesantes como a recibir una amena lección de abogacía. “El caso Winslow”, “Pena de muerte”, “La costilla de Adán”, “Anatomía de un asesinato”, “Las brujas de Salem”, “JFK, caso abierto” o “Matar a un ruiseñor” surgen en toda su complejidad judicial y fondo humano, como cuando aborda el film adaptado de la novela de Harper Lee, aludiendo Mendizábal a que, a lo largo de su trayectoria, ha conocido a muchos abogados que tenían algo de Atticus: aquel hombre íntegro que, defendiendo a un negro acusado injustamente de violación, dijo: “Si no lo hubiera hecho no podría ir con la cabeza alta”.

Publicado en La Razón, 27-II-2021

martes, 11 de agosto de 2020

"The Way Back": baloncesto, alcoholismo y dolor paternofilial


Tengo tantas ganas como algún reparo a la hora de ir a ver The Way Back, pues el cine norteamericano ha afrontado el mundo del deporte desde una épica hiperbólica y poca verosimilitud. Pero yo pondría esta cinta dirigida muy bien por Gavin O'Connor, del que vi hace poco la notable La venganza de Jane, en el pequeño listado de grandes historias en torno al baloncesto, tras por supuesto la mítica Hoosiers. Más que ídolos, y He Got Game.

Como en esta última, en la película protagonizada por Ben Affleck, de este mismo año (si no me equivoco se estrenó en Estados Unidos justo antes de la pandemia), el trasfondo de conflicto y dolor paternofilial es muy acusado, y en todo ello el baloncesto es telón de fondo emocional y redentor. 

Siguiendo ciertos tópicos previsibles, más allá de eso, creo que el director y guionista O'Connor dribla bien tales clichés usándolos en beneficio de una historia dura en que el sufrimiento extremo (el mayor que puede padecer un padre) y el alcoholismo están bien insertados en un relato profundamente americano. Así, conocemos el ambiente católico de un instituto típico y su modo de afrontar la práctica deportiva, la importancia del bar en la cotidianidad de los trabajadores, la vida comunitaria en los suburbios de cualquier ciudad gringa, y ya dentro del mundo de la canasta, la competitividad, el afán de superación y, como no podía ser de otra manera, la evolución de un equipo mediocre hacia uno que se ve ganador.

El tratamiento de aspectos que tienen que ver con el propio juego llegaron a resultarme convincentes, haciendo fidedignas las escenas de acción en la cancha, y el proceso de ir conociendo el profundo drama del protagonista me pareció bien narrado, siempre con ese cuestionamiento ("El baloncesto no es bueno", dice un personaje en un momento dado, omito decir por qué) y la sombra del pasado ("Mi padre no me quería mucho", dice Jack, el entrenador protagonista y antigua estrella del instituto), con la referencia del padre, de aciaga familiaridad, que iba a los partidos para entretenerse y no por amor hacia su hijo, el cual acaba vengándose dejando de jugar y autodestruyéndose.

Al acabar la película, la persona que me acompaña dice que es puro Hollywood, y yo estoy parcialmente de acuerdo, pero la historia acaba de conmoverme profundamente, sin duda porque muchas cosas de ella me tocan muy de cerca. He visto en todo caso la intención de no haber hecho una película épica sin más (se explica bien cómo el equipo va mejorando, gracias a la defensa presionante en toda la cancha, endureciendo el contacto, haciendo de la escasa estatura de los integrantes del equipo una ventaja a la hora de moverse...) y el final gris, abierto, entre esperanzado sin llegar a ser feliz, y tras ser acompañado por una música acertadísima para el tono de la película, de Rob Simonsen (pareciera discípulo de Clint Eastwood en este sentido), consigue lo que ha de perseguir cada historia: que al terminar aún flote en ti, que se quede dentro, incluso a la mañana siguiente, muy temprano, cuando uno, porque no tiene más remedio que hacerlo, se sienta a hablar de ella.

sábado, 25 de abril de 2020

Recomendando un libro sobre la película "Rebeca" en el programa de radio de Josep Cuní


Ayer recomendé, en el programa Aquí amb Josep Cuní, de la Cadena SER, Rebeca. El libro del 80 aniversario (Notorious), de Miguel A. Fidalgo, Alejandro Melero y Joaquín Vallet.

miércoles, 5 de febrero de 2020

"Amanece, que no es poco": Un revolcón a la lógica



En multitud de ocasiones, la deriva surrealista de ciertas obras teatrales o literarias ha impedido que el tiempo conserve sus creaciones, basada en un punto de vista absurdo y disparatado. Ese movimiento que acogía el inconsciente, los sueños, el lenguaje arbitrario, las imágenes fantásticas, el sinsentido, muchas veces es ya una antigualla curiosa, una extravagancia del pasado que se ha mantenido mal a lo largo de las décadas. Pero hay excepciones, claro está, como “Amanece, que no es poco”, que en sí misma constituye una obra de literatura surrealista mediante el guion de su director, José Luis Cuerda, y ella misma caladero de referencias directas o indirectas de corte libresco. 

Cuerda publicó en 2013, en la editorial Pepitas de Calabaza, un libro dedicado a la película –ese mismo año vería la luz otro escrito suyo de título surrealista por completo como “Si amaestras una cabra llevas mucho adelantado”–, y la nota inicial iba encabezada por una cita de William Faulkner: «Sentada junto a la carretera, contemplando el carro que sube la cuesta hacia donde está ella, Lena piensa: “Vengo de Alabama: buena caminata. Todo el camino, desde Alabama, a patita: buena caminata”». Son palabras correspondientes a la novela del autor norteamericano “Luz de agosto”, novela por la que los habitantes del pueblo de la película sienten devoción. De hecho, el emigrante argentino Bruno dice estar escribiendo una novela idéntica a este gran clásico que se publicó en 1932, pero después, ante la vehemencia del personaje interpretado por Sazatornil por descubrir tal atrevimiento, confiesa que ha pensado en hacer otra cosa y que le está saliendo “Ada o el ardor”, de Nabokov, “pero sin querer”. 

Tanta es la impronta faulkneriana, que el guion original del film, reproducido en esa edición mencionada, dice así nada más comenzar: “Montaña. Exterior. Noche. La luz incierta que precede al amanecer dibuja con dificultad los riscos y matojos del monte. Sube niebla del valle”. Un inicio con el protagonismo de la luz puramente literario, paisajístico, lírico. Porque los diálogos están escritos con la poesía de la imaginación más pura y libre, de modo que no extraña encontrarnos una obra de carácter coral llena de referencias culturales del siglo XX –pero también de Góngora–, con las voces de Antonio Machado, Federico García Lorca o César Vallejo que se asoman de un modo u otro en lo que dicen los personajes, casi se diría que pueblerinos y eruditos a partes iguales. 

Asimismo, otra de las alusiones literarias disparatadas tendrán a Dostoievski como protagonista, en concreto cuando Jimmy, el personaje interpretado por Luis Ciges, tiene la intención de hablarle del autor ruso a Aurora, la mujer cuya hija es más vieja que ella, con intención de “hablarle de Dostoievski”, y el resultado de esa seducción literaria le lleva a pasar la noche con ella. Y sin embargo, la etiqueta que fácilmente colocamos a la película sería contradicha por el propio Cuerda, que dijo que lo suyo no era surrealismo, lo creía firmemente, aseguraba, “sino pegarle un revolcón a la lógica, fajarse con ella cuerpo a cuerpo y retorcerle el pescuezo hasta que vomite sus últimos argumentos”.

Publicado en La Razón, 5-II-2020

martes, 19 de marzo de 2019

Mi libro "Que todo en la vida es cine" en el programa "Secuencias" de TVE

Una de las fotos que preparamos para la edición del libro, que iba acompañada de fotografías alegóricas de cada película presentada realizadas por mis hijas

El día 11 de enero, en el programa Secuencias, del Canal 24H de Televisión Española, citaron con mucho agrado mi libro Que todo en la vida es cine. Escritos autobiográficos sobre películas (Polibea, 2016). Fue una grata sorpresa tal detalle después de que se publicara hace ya algunos años. Se puede ver a partir del minuto 28:30.

lunes, 4 de junio de 2018

José María Conget y su edición de B. Jarnés


Recibo entusiasmado, como todo lo concerniente a mi admirado y querido José María Conget, que tantas veces ha aparecido en el presente blog, esta edición suya de un libro de Benjamín Jarnés. Se trata de Cita de ensueños (figuras del cinema), publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza. El autor de El profesor inútil fue un declarado cinéfilo (un gran amante de las películas de Charlot, sobre todo), como su conciudadano Conget, que anota y prologa de maravilla estos artículos que vieron la luz en forma de libro en un año no cualquiera, 1936.

Conget analiza el cine en las ficciones y ensayos de Jarnés, nos descubre qué fue el Grupo de Escritores Cinematográficos Independientes, algunos de cuyos fundadores acabaron exiliándose, y al fin nos sumerge en la idea de "que el cine se aproxima al espectáculo total porque, parafraseando la cita de Frank Capra que coloca Jarnés de epígrafe en el umbral de su libro, nadie antes en la historia de la humanidad había dispuesto de un instrumento capaz de juntar todas las artes", lo cual "es una convicción de Jarnés que circula subterráneamente por las páginas de Cita de ensueños".

martes, 26 de diciembre de 2017

Navidad. San Francisco. Carrie Fisher


Hace un año, en California. Estaba en la terraza de un local de un pueblito, no sé si Tiburón o Sausalito, y fotografié esta estrella surgida de los árboles. Era Navidad, cálida. Durante aquellos días, me gustaba, cada mañana muy temprano, ir a tomarme un café a la cafetería del hotel, mientras hojeaba el San Francisco Chronicle.

Entonces murió de manera sorpresiva Carrie Fisher, el día 27. Todo el mundo dijo que había desaparecido la princesa Leia, pero para mí había un papel que la reflejaba mucho mejor, ella, que en sus monólogos se mostraba tan cáustica y atrevida: el de la amiga buscahombres de Meg Ryan en Cuando Harry conoció a Sally. Un año ha pasado. Descanse en paz. 

martes, 25 de abril de 2017

Clint Eastwood en Almería


Clint Eastwood es quien es, de alguna manera, gracias a España. Gracias a un cineasta italiano que rodó tres wésterns en Almería que se convertirían en tres clásicos de la gran pantalla pese a su bajo presupuesto y condiciones de rodaje complicadas. Sobre todo ello ha investigado el periodista Francisco Reyero (Sevilla, 1971) hasta confeccionar «Eastwood. Desde que mi nombre me defiende» (editorial Fundación José Manuel Lara), en el que cuenta con detalle y amenidad todas las circunstancias que rodearon el trabajo del director que emprendió lo que acabaría siendo la llamada «Trilogía del dólar», Sergio Leone. Sus títulos en italiano, «Per un pugno di dollari» (1964), «Per qualche dollaro in più» (1965), «Il buono, il brutto, il cattivo» (1966), se traducirían así al español: «Por un puñado de dólares», «La muerte tenía un precio» y «El bueno, el feo y el malo». Nacía el denominado despectivamente por los críticos cinematográficos «spaghetti western», un subgénero que se desarrolló durante las décadas de los sesenta y setenta –gracias precisamente al éxito de Leone– y que encontraba en escenarios europeos (Almería, alrededores de Madrid, Huesca, Burgos, los estudios de Cinecittà en Roma) un paisaje acorde con el Oeste americano lleno de pistoleros y en el que los gastos de producción siempre eran reducidos.

El protagonista de tal trilogía, como cuenta Reyero, tiempo atrás había estado «durmiendo el sueño americano, cerca de los treinta, estaba a la espera de una película que no llegaba, descartado sucesivamente para uno, otro y otro pequeño papel. A veces, interrumpía alguno de los oficios con los que iba tirando. Dejaba por un momento su trabajito de limpiador de piscinas, de guardia forestal, de hombre que luchaba contra el fuego y se iba a buscar un teléfono cercano». Entonces llamaba desde alguna cabina telefónica a su agente para preguntarle lo de siempre: si había algo para él. Y lo habría sobre todo, en aquellos difíciles inicios para Clint Eastwood (San Francisco, 1930), mediante un papel en una serie para televisión titulada «Rawhide», también de estilo wéstern, que contaba las peripecias de un par de ganaderos, y que le reportaría al futuro director, músico, productor y compositor cierta popularidad en Estados Unidos a lo largo de los más de doscientos capítulos en los que participó.

Icono popular

«Montando a caballo y rodando mecánicamente, acumulaba seis temporadas cuando aceptó trabajar a las órdenes de Sergio Leone, un director italiano rodeado de problemas económicos hasta para pagar las dietas. Ese guiño del destino y soportar el caótico rodaje de «Por un puñado de dólares» entre Madrid y Almería, enderezó su carrera». Es más: «Aquel trío de “spaghetti westerns” fue el responsable de su conversión en icono». Y de iconos populares y de todo lo que tiene que ver con la mitología contemporánea y la imagen sabe mucho Reyero, que con este libro sobre Eastwood en España alcanza su particular trilogía norteamericana, después de dos títulos sobre dos hombres de fama universal. Primero, fue «Sinatra: Nunca volveré a ese maldito país» (2015), en el que revisaba las aventuras del cantante y actor por España, destacando en ello sus broncas o sus problemas con compañeros de rodaje como Sofía Loren; después, vendría el reciente «Trump: el león del circo» (2016), en el que el escritor abordaba la figura del por entonces candidato del Partido Republicano a la presidencia del gobierno, y hoy polémico a diario presidente de Estados Unidos, y toda la red de «merchandising» que se fue tejiendo a su alrededor, hasta convertirse en un «populista de mercado», con un pasado como especulador financiero, fraudes y diversas bancarrotas, enfrentado a los medios de comunicación que le son críticos.

Eastwood, afiliado por cierto al Partido Republicano desde 1952, cuando apoyó a Eisenhower, y también afín a las políticas de Nixon (hasta el escándalo Watergate y su gestión de la guerra de Vietnam), a la candidatura de John McCain en las presidenciales de 2008 y en estos meses a la de Trump, no fue sin embargo la primera opción para Leone. «El principal resultado de sus tres aventuras españolas fue que quedó inseparablemente unido a su personaje», escribe Reyero, y ahora parece imposible asociar a tal personaje la imagen de otro actor. Pero en primera instancia, el director de «Érase una vez en América» (su última película, de 1984; con Robert De Niro y James Woods) había pensado en Henry Fonda y Charles Bronson, y al parecer las negociaciones fueron inclinándose hacia la participación de James Coburn. Éste se llegó a comprometer pero luego rechazó el papel, tal vez porque ningún actor de Hollywood estaba reaccionando con interés o por las «irrisorias condiciones económicas». Así las cosas, Leone se decantaría por un Eastwood que permanecía encasillado como ganadero televisivo y que sentía que no iba a perder nada yendo a España, pues si el proyecto fracasaba era improbable que llegara a estrenarse en Estados Unidos.

Siete semanas en España

El plan sería trasladarse unos días a Roma y luego siete semanas a España, «cuyas localizaciones iban a representar la frontera norteamericana con México». Desde el comienzo, no obstante, surgirían contratiempos de todo tipo, y el rodaje, totalmente caótico, de «Por un puñado de dólares», que se llevó a término entre la primavera y el verano de 1964, «estuvo salpicado por continuos problemas, impagos y amagos de abandono, pero apenas unos meses después la película se estrenó sigilosamente en Italia y desde el primer momento se convirtió en un gran éxito». La apuesta de Leone había sido arriesgada: con un presupuesto ínfimo, con la necesidad de pedir permiso al Gobierno franquista para rodar en España, sin protagonista al comienzo de la filmación... y además teniendo en mente una fuente de inspiración diametralmente opuesta al carácter fílmico occidental: «Yojimbo», la cinta de Kurosawa sobre un samurái que Leone transformaría «en un pistolero vengativo, silencioso y sanador».

En cuanto a Eastwood, la experiencia española también estaría marcada por lo sentimental. Llevaba ocho años casado con una mujer que había conocido en la Universidad de California, donde él era instructor de natación, pero entonces tendría un «affaire» con una mujer que se quedaría embarazada de él, aunque de eso el actor se enteraría más adelante (tiene siete hijos de cinco mujeres diferentes). La que sería su primera hija nacería en junio de 1964, cuando el actor californiano estaba en una España gris y atrasada, en la que para un extranjero destacaban «sus gentes: las envejecidas mujeres de luto de las pedanías del poniente andaluz, los jóvenes soldados norteños del cuartel de San Marcial reclutados para hacer escenarios y para participar como extras, [...] los taxistas que ayudaban a los directores a localizar por trochas y veredas, los figurantes pluriempleados, los secundarios valiosamente feos que trabajaban de malos en varios títulos al mismo tiempo, los técnicos de efectos especiales por lo castizo, los chivatos, los deudores, los sinvergüenzas, los pelados». Todo un paisajismo humano autóctono mezclado con «las hordas de peliculeros italianos que hicieron de su idioma el oficial de Almería». A lo que se añadía la mirada de un actor que se convertiría en uno de los hombres del cine más completos y brillantes de la historia, que vio, como dijo en una entrevista de 1985, «todos aquellos españoles, caras gitanas...», y «aquel ambiente tan enigmático, extraño...».

Publicado en La Razón, 16-IV-2017

lunes, 27 de febrero de 2017

Elogio infinito de "La La Land"

Creo que excepto el equipo técnico y artístico de La La Land. La ciudad de las estrellas,

no hay nadie en el planeta que haya visto tantas veces esta película, y escuchado su banda sonora, como yo.
Y seguiré haciéndolo, tal es mi admiración y mi conmoción por su guion, su música, su fotografía, sus actuaciones...

lunes, 16 de enero de 2017

Entrevista en Aragón Radio, programa "La Cadiera", por mi libro "Que todo en la vida es cine"

Cine del parque Disneyland, California

Ayer, en el programa La Cadiera, de Aragón Radio, me entrevistaron muy amablemente con motivo de mi libro Que todo en la vida es cine. Escritos autobiográficos sobre películas (editorial Polibea). A partir de ello compusieron un espacio participativo en el que los oyentes llamaban para compartir las frases cinematográficas que les habían marcado. Se puede escuchar AQUÍ a partir del minuto 36.

sábado, 12 de noviembre de 2016

"Que todo en la vida es cine. Escritos autobiográficos sobre películas" en el blog de José Ángel Cilleruelo

Una de las pruebas para ilustrar Las tortugas también vuelan

José Ángel Cilleruelo, uno de los lectores por los que tengo reverencia, habla en su blog, El Visir de Abisinia, precisamente destacando su enfoque desde lo biográfico, de mi reciente Que todo en la vida es cine. Escritos autobiográficos sobre películas. Quedo infinitamente agradecido por esa entrada bloguera, como siempre en el poeta y narrador barcelonés, compuesta de cien palabras.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Una entrevista sobre mi libro "Que todo en la vida es cine" en el blog de Rubén Loza Aguerrebere

Prueba de foto (descartada) para ilustrar la película Magnolia

El escritor uruguayo Rubén Loza Aguerrebere ha tenido la amabilidad de interesarse por Que todo en la vida es cine. Escritos autobiográficos sobre películas, que acaba de publicarse, y me hizo esta entrevista para su blog. En ella, me animó a reflexionar sobre la presencia del cine en mi obra o a pensar en alguna secuencia que me parece especialmente memorable.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Publicación de “Que todo en la vida es cine. Escritos autobiográficos sobre películas”


Hoy estoy radiante de felicidad al ver cómo Que todo en la vida es cine. Escritos autobiográficos sobre películas (editorial Polibea, número 11 de la colección La Espada en el Ágata) aparece editado de forma inmejorablemente hermosa. Tengo que agradecer a su director, también responsable del diseño, Juan José Martín Ramos, que haya cuidado con tanta laboriosidad de un libro que, además, tiene el lujo de contar con un prólogo de Gonzalo Navajas, catedrático de Literatura y Cine en la Universidad de California, Irvine, e ir ilustrado de un modo íntimamente emocionante para mí.

Haciendo clic en el título de la obra se puede ir a la página del libro, con el boletín de compra y más datos y comentarios del libro. Parte de esa información la adjunto también aquí:


EL ALMA PROPIA ANTE LA GRAN PANTALLA

Toni Montesinos hace que la mirada interior y el ensayo literario se fundan aquí a partir de la visión y recuerdo de unas cuantas películas. Todo acompañado de fotografías creativas y originalísimas de Alma y Nora Montesinos inspiradas en cada film.

Se trata de un conjunto de textos que, abarcando diez años de cine (de 1995 a 2005), muestran cómo las historias de celuloide penetran en nuestra forma de ver el mundo. Cine, pues, como biografía paralela de uno mismo; ensayos como excusa para verse fílmico, para escarbar en la memoria, dichosa o dolorosamente, a partir de obras tan diversas como Balas sobre Broadway, Pleasantville, El fin del romance, Magnolia, El mismo amor, la misma lluvia, Family Man, Hable con ella, La gran aventura de Mortadelo y Filemón, Largo domingo de noviazgo, Las tortugas también vuelan y Orgullo y prejuicio.

«La aportación más significativa y definitoria de los ensayos de Montesinos es su metodología, que no sigue el formato y orientación convencionales en las reseñas habituales sobre cine. Más allá de una referencia concisa a la línea argumental de la película con el fin de ubicarla para el lector, el autor recrea o construye imaginativamente el contexto espacial, temporal y emotivo en el que la visualizó: presenta al mismo tiempo el análisis de la película y la experiencia personal del acto de verla. De ese modo, además de ofrecernos un estudio crítico y evaluativo, Toni Montesinos nos presenta lo que esa película significó emotiva e intelectualmente para él y el impacto que tuvo en su vida.» Del prólogo de Gonzalo Navajas

domingo, 18 de septiembre de 2016

Visitando el “Café Society” de Woody Allen


Estoy seguro de que los interesados en la filmografía de Woody Allen calificarán esta película de menor dentro de su trayectoria, y lo es, como Magia a la luz de la luna, por citar una reciente también de época (a ella le dediqué un artículo en la revista Versión Original). Lo es, en efecto, pero a la vez es uno de esos filmes que “mejoran” después de que ya has abandonado la sala, hayan pasado unos días, se haya tenido tiempo de que el formidable encanto que destila, por su maravillosa ambientación, por la ternura y humanidad de los personajes, se vaya posando en el recuerdo.

Creo, sentado ante la gran pantalla, que la voz en off sobra, como si fuera redundante frente a lo que estamos viendo, de la misma manera que está forzada la escena de la prostituta que acude al hotel del protagonista cuando este acaba de instalarse en Hollywood; es un diálogo ingenioso que no tiene en apariencia relación con el resto de la cinta, pero que a la vez es un buen recurso para explicar la crueldad de la ciudad, qué tiene que hacer la gente para ganarse un espacio mientras persigue su sueño. Queda muy manido todo lo relativo al pariente gánster, las referencias a la familia judía, es típico el tópico de chico de Nueva York que prueba fortuna en Los Ángeles, pero todo se disipa ante las magníficas interpretaciones, contenidas, de Jesse Eisenberg, que hace de sobrino de Steve Carrell, que interpreta a un agente y productor acaudalado de Hollywood, y hasta de la joven que es objeto de enamoramiento doble, encarnada por Kristen Stewart.

Como siempre en Allen, cada una de sus películas nos transmite una idea principal evidente, un mensaje claro, como si al director se le ocurriera una idea general de algo de la vida cotidiana y después quisiera buscar una trama para ejemplificarlo, pero Café Society carece de ello, o tal vez simplemente es una historia que refleja cómo uno puede equivocarse, o el destino puede equivocarse con uno, y darte una buena vida pero sin la persona que habrías creído idónea para ti. Y es entonces cuando esta sensación de amor imposible, de oportunidad perdida, queda congelada en el último momento, con un final perfecto, suave y sencillo y melancólico.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Nostalgia de "Un ruso en Nueva York"


Hace dos días trasnocho para ver en directo el España-Argentina de baloncesto en directo, de los Juegos de Río, y en el descanso cambio de canal. Aparece enfrente una película queridísima, especial pero creo que poco recordada, maravillosamente melancólica y humorística a partes iguales. Un ruso en Nueva York, estrenada en 1984, surge en mi recuerdo, viéndola de joven y emocionándome con ese saxofonista que se escapa del control soviético en una visita a Manhattan y que interpreta Robin Williams, que hacía posible ver a cualquier personaje como el único que lo podía haber encarnado. Ya lloré la muerte del cómico hace justamente dos años, en este mismo blog, y hace dos noches de alguna manera lloro por verlo sólo vivo en la ficción, en esas escenas fabulosas que reflejan la dureza y el asombro de verse libre en el país de las oportunidades. Intentando tocar el saxo ante la queja de sus vecinos en el precario apartamento donde vive; compartiendo bañera, desnudos, con la espléndida María Conchita Alonso; bromeando con el hecho de que para sobrevivir en Nueva York hay que poner cara de pocos amigos para intimidar al resto de transeúntes. Cada escena de esta película de Paul Mazursky rezuma nostalgia, pureza, amor, trascendencia, solidaridad. Al cabo de un rato, dejo a Williams, siguiendo vivo en la pantalla, y pensando en él, dolorido por haberlo recordado en una de sus mejores actuaciones para mí, vuelvo al baloncesto, quedándome por momentos congelado viendo, en aquella lejana vida, esta lejana película.

miércoles, 10 de agosto de 2016

"Money Monster": la bolsa de la muerte

Es como una obra de teatro. Tres personajes fundamentalmente en una situación asfixiante, amenazadora. Lo soporta todo un muy notable guión, y las interpretaciones realmente buenas de George Clooney y el joven Jack O'Connell, éste lo mejor del film sin duda. Money Monster es el espejo puesto en Wall Street, una muestra realista de la frivolidad del dinero que sube y baja en la bolsa y es objeto de espectáculo televisivo. También es una crítica a la potencia e influencia de los medios de comunicación, y a los potentados que hay detrás de empresas que cotizan en bolsa y son capaces de todo tipo de especulaciones con tal de complacer una codicia infinita. En suma, una recomendable película, con dirección de una Jodie Foster valiente pero que falla en cómo concibe al personaje de Julia Roberts, la directora impasible del show que presenta Clooney que ni siquiera en momentos de estrés máximo, como el hecho de que una bomba pueda estallar delante de sus narices, cambia su rictus y apenas transmite el dramatismo que una situación así despertaría.

martes, 2 de agosto de 2016

“La correspondencia”: Quevedo mal entendido

El amor más allá de la muerte es uno de los temas más bonitos, poéticos, románticos y creativos que pueden existir, y tratado con hondura y delicadeza, sin duda es de los más sugerentes y misteriosos, tanto desde el plano privado y modesto como artístico y filosófico. Yo, siempre atraído por él, desarrollé ese tipo de amor en mi novela Hildur, escrita a principios de siglo y que tuvo una nueva edición meses atrás.

El soneto de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte” planea siempre por ese tipo de historias, y movido por todo ello voy al cine a ver La correspondencia, de Giuseppe Tornatore. La primera escena ya me da mala espina, con jadeos en la oscuridad y enseguida dos amantes como despidiéndose en unos gestos teatrales, poco creíbles y cursis, entre un muy mayor Jeremy Irons y la bella Olga Kurylenko.

Todo será inverosímil, pero no porque la película se mueva en el género fantástico, en cómo desde la muerte el viejo científico que interpreta Irons se manifiesta, sino porque el guion abusa de los mensajitos de móvil, de las referencias a esa relación amorosa de seis años como la panacea y a la habilidad mágica de dicho científico por ser siempre oportuno, certero y un adelantado a su tiempo íntimo con su joven novia: incluso desde la muerte.

El vestuario de la actriz (cuya actuación es lo único remarcable), que parece que le han dado ropa de una mujer vieja de hace treinta años, las raras escenas en que ella hace de extra en películas de acción, las alusiones a asuntos astronómicos tan difíciles como supuestamente románticos, y un metraje que avanza sin que haya cambios ostensibles en una trama asentada en esa relación órfica mediante el maldito teléfono inteligente y los viajes de ella, hacen del conjunto algo olvidable incluso teniendo la música de Morricone. No puedo, sin embargo, desvelar cómo acabó todo. No correspondí al film, y abandoné la sala antes de que acabara.