Está ya en las librerías el número 19 de la revista Minerva
del Círculo de Bellas Artes, correspondiente a este primer cuatrimestre del
2012. Y no sólo en las librerías, porque hoy mismo se ha colgado íntegramente
en la página web del CBA. Un número tan bien surtido que es casi un prodigio (puedo decirlo, que conste, porque yo no la coordino),
con páginas dedicadas al trabajo de artistas magrebíes contemporáneos, una
entrevista con el poeta francés Bernard Noël (de quien se ofrecen poemas
inéditos) a cargo de Miguel Casado y Olvido García Valdés, otra (un rescate de
hace años) con Olivier Messiaen y una tercera con la gran Cristina García
Rodero, una conversación entre Miquel Barceló y Alberto Anaut… Sin olvidar un
breve artículo de Nacho Vegas sobre Bob Dylan y el lúcido ensayo que el
crítico japonés Shigeiko Hasumi dedica a John Ford.
Por la parte que me toca, he tenido la fortuna de poder
coordinar un pequeño dossier dedicado a William Butler Yeats con motivo de la
exposición que la Embajada de Irlanda organizó en el CBA la pasada primavera,
coincidiendo con el Día del Libro. Y qué mejor para dar consistencia a esas
páginas que una colaboración de Seamus Heaney: un viejo ensayo de finales de
los años ochenta en el que habla del vínculo de Yeats con el lugar, en concreto
con la torre normanda que compró en 1916 y que figura con tanta fuerza en su
poesía de madurez (hasta el punto de dar título a uno de sus mejores libros, La torre, publicado en 1928).
Todos recordamos aún la espléndida edición de la Poesía
reunida de Yeats que Antonio Rivero
Taravillo publicó hace cosa de año y medio en Pre-Textos. Pero la poesía, que
es lo más importante, no lo es todo, y quedan aún por difundir buena parte de
los dramas teatrales que dio a la escena a lo largo de su vida. El último de
ellos, y quizá uno de los más terribles, es Purgatorio, escrito en 1938, poco antes de su muerte. Es
asombroso, en verdad, que Yeats, casi a punto de cumplir los setenta,
escribiera una obra tan intensa y fulgurante como este breve drama de un acto,
en verso, cruzado por la idea del eterno retorno y un fatalismo pesimista que
no puedo evitar relacionar con aquellos famosos versos de «El segundo
advenimiento»: «los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores
/ están llenos de brío apasionado».
Me he dado el gusto, sí, de poder traducir ambos textos para
la revista: un privilegio y un homenaje. Os invito a leerlos en pantalla y, si
os gustan, a comprar la revista. Pero, en realidad, os invito a leer todas y
cada una de las páginas de este número de Minerva. Hay joyas ocultas a cada paso.