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jueves, marzo 04, 2021

la mano abierta

 


 

Los protagonistas de esta fotografía son dos grandes poetas mayores. Digo mayores y no ancianos, y digo bien. José Ángel Valente estaba a punto de cumplir 71 años y Antonio Gamoneda, a su izquierda en la imagen, 69, edades que ahora nos parecen una extensión de la madurez, pero que en su caso ratificaban una vocación decidida de postrimería, la certeza de encarnar o estar asistiendo a un final de época. Una vocación, además, que se veía subrayada por el acecho de la enfermedad y la muerte. Valente se muestra aquí muy delgado, consumido casi por el cáncer de estómago que acabó con su vida. Gamoneda, siempre vital y enérgico a pesar de sus achaques, le confesaba meses antes, sin embargo, que «mi tensión arterial está ingobernable y esto no es poca cosa para quien tiene las carótidas reducidas a la mitad». Por suerte, esas carótidas siguen sirviendo bien a su dueño, pero la imagen nos recuerda que los poetas suelen aflorar a la conciencia pública en el tramo final de su ejecutoria, con la suerte de la obra ya echada.

 

No conocemos al autor de la foto. Sí el lugar y la fecha en que fue tomada, durante un encuentro de poetas y pensadores («Nostalgia de la ciudad, poesía y filosofía en la sociedad tecnológica») que se celebró en el salón de actos del Círculo de Lectores en Madrid el 7 de abril del año 2000, según nos informa la periodista Amelia Castilla en su nota de El País. Han pasado poco más de veinte años, pero ni el Círculo de Lectores ni su salón de actos (aquel espacio diáfano y legendario de la calle O’Donnell que gobernaba con puño de seda la gran Lola Ferreira) existen ya. Tampoco uno de los protagonistas. La fecha importa: esta fue la última aparición pública de Valente en Madrid antes de su muerte, que le sobrevino poco después, el 18 de julio de ese mismo año.

 

En la imagen es él, Valente, quien tiene la palabra, rubricando con la mano izquierda el aparte confidencial. El terno, impecable, le da un aire de alto magistrado. Gamoneda lo escucha con gesto a la vez atento y abstraído, una mezcla difícil que se materializa en los ojos entornados y la nariz respingona. Destaca el contraste entre corbatas, que el poeta de León corrige con el toque pensativo, casi profesoral, de sus gafas colgantes. Al fondo, en un discreto segundo plano, asoma un juvenil José Luis Pardo, otro de los participantes del coloquio junto con Miguel Morey, Tomás Segovia o Andrés Sánchez Robayna. Quizá Antonio recuerde el asunto de esa charla final, pero no quiero preguntarle. Mejor quedarse con el silencio locuaz de la escena, esa mano izquierda de Valente que «presenta, muestra, invita», como hace la doncella en el poema que dedicó en 1994 al San Jorge y el dragón de Uccello. Como si llevara algo escrito en la palma –un fragmento, nada, dos palabras– que al fin puede compartir con su interlocutor.

 

Esa mano abierta es también un foco de luz que alumbra desde abajo el rostro de los poetas y los reúne ante nosotros, sus lectores, cuando ya estaba claro que no habría otro encuentro. «Siento el crepúsculo en mis manos», consignó por esos años Gamoneda en Arden las pérdidas. Mes y medio después de que les hicieran esta foto, el 25 de mayo del 2000, Valente escribía su último poema, que es también una suerte de brevísimo epitafio que cierra en alto una obra de admirable coherencia: «Cima del canto. / El ruiseñor y tú / ya sois lo mismo».

 

[Publicado en la revista Ínsula, 889-890, enero-febrero 2021, págs. 45-46]

 

 




lunes, noviembre 26, 2012

en reserva





Hay en inglés una curiosa expresión, «running on empty» –cuya traducción literal sería «tirar de vacío» pero que corresponde, en realidad, a nuestro «ir con el depósito en reserva»–, que parece particularmente apropiada a este tiempo nuestro de fuerzas limitadas y prudencias sin fin. Todo intimida de antemano, todo se toma con varios granos de sal y previsible reserva, como si no estuviéramos seguros de poder afrontarlo con garantías. La cascada de noticias que cae sobre nosotros cada día nos inclina la frente y es como una ducha fría preventiva, el almizcle chivato que nos alerta del enemigo y nos aparta del camino antes incluso de adentrarnos en él.

Ya puestos a ser literales, este correr sobre vacío del inglés parece configurar una imagen bastante reveladora del absurdo en el que vivimos. Como si alguien nos hubiera robado la bicicleta y siguiéramos moviendo las piernas convencidos de que a base de pedalear crearemos la bicicleta. ¿Y quién sabe? Quizá este movimiento regular y un poco histérico sea el comienzo de algo. En realidad no deja de ser lo que siempre han hecho los artistas: crear un mundo a base de nada, partiendo de nada. Es como el «caminar haciendo camino» de Machado o, más en general, como ese blanco preliminar sin el cual no hay lienzo ni página que valga.

Sería frívolo y hasta de mal gusto insinuar que los capos del ultracapitalismo y los grandes poderes financieros están desmantelando sin contemplaciones el estado de derecho para convertirnos a todos en artistas de nuestra propia vida –no les demos, encima, esa capacidad de imaginar horizontes–, pero sospecho que una posible solución al impasse en el que andamos pasa justamente por tomar las riendas de muchos aspectos de nuestra vida que antes dábamos por supuestos o arbitrados en manos de terceros. La solidaridad, por ejemplo. La facultad para crear redes de apoyo y de intercambio que nos empoderen y nos conviertan de nuevo –no en dueños, ¿quién puede o quiere ser dueño de nada?– en conductores de nuestro día a día. No está claro cómo lograrlo en la práctica más allá de vagas proclamas sedativas –ésta incluida–, aunque todos los días nos enteramos de lugares donde se reactivan o se improvisan respuestas, salidas, contrataques. Y son muchos los que han trabajado en secreto y sin esperar nada por debajo del brillo equívoco de la superficie. Decía Antonio Gamoneda hace algunas semanas, en una entrevista, que «desmantelado el Estado del bienestar, hay que superarlo organizando la pobreza». Tanta rotundidad se expone a ser malentendida, pero hay que recordar su procedencia. La frase del poeta es la de alguien que –sospecho– nunca se creyó que esa prosperidad que nos vendían fuera del todo cierta; alguien que nunca dejó de ver el hueso de la pobreza bajo las ropas suntuosas del novorriquismo que devoraba de un lado a otro esta España mediocre, llena de tuertos que se creen reyes y de pícaros que no ven para no ser vistos, que callan esperando que los demás también callen. Quien como Gamoneda nunca esperó gran cosa es difícil que se sienta defraudado. Quien ha vivido siempre en y desde la precariedad es difícil que se haga ilusiones y tiene, igualmente, más capacidad para seguir moviendo las piernas y persistir en su marcha. De alguna manera, ha interiorizado el cansancio y lo concibe como un mal necesario, una tenia de lucidez que afina y afila la conciencia antes de encarar el siguiente obstáculo.

Lo que está claro es que avanzamos con el depósito en reserva y no sabemos cuánto más durará el viaje. Las viejas certezas han desaparecido o están a punto de hacerlo. Volvemos a un nuevo siglo diecinueve cruzado con el animal indócil de la tecnología virtual y el linaje resultante promete tenernos entretenidos mucho tiempo. No hace falta incurrir en predicciones agoreras o apocalípticas para saber que ese breve sueño de prosperidad –que sólo fue eso: un sueño– no tiene intención de regresar. El mundo será un lugar mucho más hosco y difícil. Lo real encontrará la manera de ponernos a prueba una y otra vez y exasperar nuestra incredulidad (lo imposible no es ya algo que debamos pedir, como en aquel viejo lema sesentayochista, sino que está plantado ante nosotros y amenaza con devorarnos). Y habrá que volver de nuevo a los maestros que nunca debimos abandonar, los que sabían que la acción bien entendida empieza por uno mismo, que no puede haber ninguna esperanza de cambio colectivo si antes no obramos ese cambio en nuestro interior. Crear la bicicleta, en fin. Pedalear hasta que algo parecido a un manillar se insinúe ante nosotros. O sacar un conejo de la chistera. Todo lo que tenga que ver un poco con la magia o con la poesía, tanto da, todo lo que nos haga un poco artistas para refundar y recrear nuestra vida con la conciencia puesta en los demás. Como escribió Rilke en otro contexto: Sobreponerse es todo. Ese aprendizaje.

martes, noviembre 22, 2011

anuncio x 3

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Más de medio año después de su publicación, me siguen llegando ecos del paso de Perros en la playa por los ojos y la mente de algunos lectores. Ahora es el turno del escritor gallego Ricardo Martínez Conde, quien firma una breve pero enjundiosa nota crítica sobre el libro en la revista/blog El placer de la lectura. A estas alturas –supongo– será la última que salga, o casi. Bien está. Moitas grazas, Ri
cardo.

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El poeta Marcos Canteli (cuyo último libro, Es brizna, acaba de ver la luz en la editorial Pre-Textos) ha tenido la gentileza de pedirme colaboración para el último número de la Revista de escritura y poéticas 7de7. Le he enviado una secuencia (incompleta) de poemas muy breves titulada «Monósticos». Es un título algo pedante, lo sé, pero tiene su lógica. Además, se lo robé al poeta inglés Christopher Middleton, así que la culpa –y la autoridad– es toda
suya.

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Anda por las librerías, o a punto de llegar a ellas, un volumen colectivo publicado por Vaso Roto Ediciones para conmemorar el ochenta aniversario de Antonio Gamoneda. Se titula Un árbol de otro mundo e incluye poemas de Eduardo Moga, Amalia Iglesias, Antonio Méndez Rubio, Chantal Maillard, Guad
alupe Grande, Ildefonso Rodríguez, Jesús Aguado, Olvido García Valdés, Hugo Mujica, Miguel Casado, Tomás Sánchez Santiago, José María Castrillón, Juan Carlos Mestre y un largo etcétera. Va también un poema mío, «Collage», un breve texto en prosa que es mi forma de recordar al autor de aquellas Lápidas leonesas («la ciudad fue fundada en la claridad del miedo») que tanto me conmocionaron cuando las leí por vez primera en la vieja edición de Trieste, allá por 1989. Os dejo con la portada del libro y el deseo de que encontréis mucha poesía, pero también afecto y admiración genuina, en sus páginas.


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martes, julio 13, 2010

convergencias 3

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Yo me callo, yo espero
hasta que mi pasión
y mi poesía y mi esperanza
sean como la que anda por la calle;
hasta que pueda ver con los ojos cerrados
el dolor que ya veo con los ojos abiertos.


Antonio Gamoneda, de Exentos I (1959-1960)


Por otra parte, el poeta se ve empujado a decir la verdad. «¿Cómo debe expresarse la verdad?», se pregunta Gwendolyn Brooks. La verdad importa. Acertar importa. El consejo del realista es: abre los ojos y mira. Los defensores de la imaginación aconsejan: cierra los ojos para ver mejor. Hay una verdad que se percibe con los ojos abiertos y otra a la que se accede con los ojos cerrados, y a veces estas dos verdades no se reconocen cuando se cruzan por la calle.

Charles Simic, cap. 23 de Una mosca en la sopa (A Fly in the Soup. Memoirs, 2002)
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sábado, mayo 29, 2010

descripción de una escucha

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© Ramón Prendes


palabras para antonio gamoneda

Cómo llegamos a un escritor, a su trabajo, de algún modo proyecta una sombra sobre nuestra relación con él. Es una clave musical que condiciona todas nuestras lecturas, la forma en que volvemos sobre sus libros y profundizamos en ellos. Cada vez concedo más importancia a ese primer encuentro, a los ecos que despierta y que se prolongan y modulan en el tiempo hasta hacerse uno con el cuerpo del texto. La lectura es un ejercicio temporal y encuentra en el tiempo su pleno sentido; pero es un tiempo que no sólo se despliega en el futuro, en respuesta a la esperanza o la expectativa de sentido que surge del trato con el texto (con la materia del texto), sino que también mira hacia atrás, hacia un pasado que se reactiva cada vez que volvemos a él por medio de las páginas o los libros en que reside, virtual o latente, agazapado entre líneas, capaz de revivir de un salto a poco que lo llamemos.

Descubrí la existencia de Antonio Gamoneda a la vez que su poesía, y su poesía fue, durante largo tiempo, el recuerdo de la lectura que dio en la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo una mañana de enero de 1989, con ocasión de un congreso de poesía que fijó en términos bastante definitivos, al menos durante una década, mi retrato de lo que era o decía ser la poesía española contemporánea. Las primeras impresiones suelen ser decisivas, y la primera imagen que me viene a la mente al recordar aquel congreso es un hombre robusto, algo más avejentado de lo que hacía esperar su fecha de nacimiento, que leía con voz severa y cálida fragmentos de un largo poema o libro llamado Descripción de la mentira. Ahora no recuerdo si leyó el libro de principio a fin o si añadió a su lectura fragmentos de Lápidas, publicado sólo dos años antes (habría que ir a las grabaciones de aquel congreso, que existen, para aclararlo). Apenas hizo comentarios. La lectura fue una larga letanía de frases e imágenes resonantes, llenas de un énfasis casi bíblico y dichas, sin embargo, con extraña parsimonia, como si el lector pronunciara un veredicto irrefutable, medido y calculado hasta la extenuación, capaz de repartir con mano certera culpas y responsabilidades. Recuerdo el silencio alerta que se hizo en la sala durante los cincuenta minutos largos que duró su intervención, y también el aplomo, la sobria naturalidad del semblante que nos leía desde la mesa; una sobriedad en la que participaban por igual la pasión y el escepticismo, la tensión del momento y la paciencia del que lleva ya muchas horas de vuelo y concede la importancia justa a su trabajo.

He tenido el privilegio de escuchar a Antonio Gamoneda varias veces a lo largo de estos veinte años, con la ventaja añadida de una familiaridad con su obra que entonces simplemente no tenía. Pero ninguna lectura, con una salvedad que luego señalaré, ha tenido el impacto de aquella primera. Quizá porque, en mi caso, el descubrimiento de la poesía fue simultáneo al descubrimiento de la persona y de la voz. Durante muchas veces, mientras leía y releía (e imitaba torpemente) las páginas de Edad, los poemas sonaban con la voz de su autor, estaban asociados de manera inextricable y hasta obsesiva con la figura de Antonio. Ello no me impidió, desde luego, hacerlos míos en la lectura y disfrutar incluso con su apariencia visual, el modo en que desplegaban sus largos párrafos (esos «bloques textuales» de los que ha hablado alguna vez en conversación con Ildefonso Rodríguez) sobre la página. Pero el eco -el recuerdo- de aquella escucha inicial se prolongaba de manera soterrada y sostenía mi frecuentación íntima de la obra. Un eco en el que insertaban, al sesgo, las nociones y categorías que iban surgiendo de la lectura y que aún ahora, convertido su autor en figura célebre y celebrada, diana involuntaria de periodistas y comentaristas mediáticos, siguen teniendo más vigencia que nunca: rigor, autenticidad, tensión verbal, capacidad para ir a lo hondo y relatar en palabras memorables el drama de la existencia.

Muchos años más tarde, en el verano de 2003, y esta vez en el ámbito de un curso de poesía dirigido por Andrés Sánchez Robayna en la Universidad de verano de El Escorial, pude ser testigo una vez más del poder de convicción de esta poesía, del vigor con que se revela a sus oyentes, plantándose en su conciencia, estableciendo un vínculo que excede la simple comprensión de sus contenidos. Como el alumno universitario que yo era en 1989, también muchos de los asistentes al curso desconocían la poesía de Antonio. Sentado junto a él, pronuncié unas pocas palabras de presentación y le di la palabra. La voz había cambiado sutilmente con los años, se había hecho más grave y espesa, fluía con más lentitud, pero no había perdido la capacidad para hacer el silencio a su alrededor; un silencio atento, erizado como un gato, lleno de tensión y expectativa. Antonio leía y en muchos rostros -los tenía frente a mí, no podía ignorarlos- se iba dibujando una expresión de asombro, de sorpresa contundente, que ni siquiera el aplauso final borró del todo. Creo que muchos tuvimos la impresión de haber vivido un acontecimiento, algo cuyo sentido profundo se nos escapaba sin dejar de interpelarnos. De aquella semana es quizá lo que mejor recuerdo, junto con la lectura también inolvidable de Eugenio Montejo, otro poeta capaz de jugar a voluntad con los silencios.

Estas dos lecturas han marcado profundamente mi relación con la poesía y la persona de Antonio Gamoneda, hasta el punto de que no puedo leer un texto suyo sin escucharlo en su voz. Resulta curioso porque, como ya he dicho, está conciencia aural ha convivido sin problemas con una apreciación igualmente intensa de su presencia visual, el modo en que aparece impreso. Es una lectura doble, que discurre simultáneamente en dos canales, el ojo y el oído, y que a veces quisiera, en su entusiasmo, poder sopesar las palabras en la mano para cobrar conciencia cabal de su peso, su materialidad llena de aristas y grumos. Es algo que pude comprobar una y otra vez mientras trabajaba en la edición de La campana de la nieve, disco que recoge tres de las lecturas que Antonio ha dado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y en el que se percibe perfectamente la distancia entre el lector de 1986 -recién aparecido Lápidas-, con la voz encendida y hasta un punto insolente, y el de 2006, más viejo y decantado, también más vulnerable.

No sé si Antonio tiene la costumbre de decirse en voz alta los poemas mientras los compone, como dicen que hacía Sylvia Plath en el tramo final de su vida. Quizá no sea buena estrategia, ya que fiarlo todo al efecto sonoro puede conducir a una poesía efectista o retorizada, muy lejos de la cuajada inmediatez de su escritura, de su fraseo tirante y circular. Y el propio Antonio ha alertado sobre los peligros de las cantinelas tradicionales, de los ritmos fáciles que se heredan acríticamente y que impiden concebir o liberar un pensamiento poético genuino. Pero sin duda sabe (porque ese «placer sin esperanza» del que habla en Arden las pérdidas es fundamentalmente de índole musical) que esa dimensión sonora está ahí, en todo lo que escribe, y que el poema, antes que nada, es algo que se dice, algo hecho por y para la voz y que necesita de nuestra escucha para ser plenamente. Por fortuna, puede decirse que ese espacio de escucha y de receptividad ha crecido hasta extremos que hace veinte años, en aquel lejano mes de enero de 1989, parecían inconcebibles. No es culpa suya si yo sigo oyendo, como un eco de fondo, como la clave musical que explica y justifica el conjunto, al poeta casi secreto que nos leyó entonces.



[Escribí este breve texto hace cosa de un año (junio del 2009) para un libro de homenaje a A. G. coordinado por el poeta leonés Rafael Saravia, El río de los amigos, que Calambur Editorial publicó pocos meses más tarde. Lo bueno de escribir al margen de la actualidad es que luego los textos no pierden un ápice de su carácter marginal; son tan (im)procedentes ahora como cuando fueron escritos. Me gustó evocar, sobre todo, aquella primera lectura de enero de 1989, que fue también el mes en que publiqué mi primer poema, de vergonzante recuerdo. Sobra decir que toda mi secreta vanidad de poeta incipiente quedó hecho trizas al escuchar en riguroso directo Descripción de la mentira...]
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sábado, diciembre 09, 2006

antonio gamoneda

Ha pasado una semana desde la concesión del Premio Cervantes a Antonio Gamoneda, y las voces de los maledicentes se han apagado tan rápido como surgieron. Tal vez vuelvan a prender el próximo mes de abril, cuando Antonio vuelva a Madrid para dar su discurso. Fuegos fatuos que nada pueden contra la hoguera verdadera de la palabra poética. Si hay un premio merecido, ése es el que se le acaba de conceder a Antonio Gamoneda. No hay discusión. Y los que hemos visto a lo largo de los últimos casi veinte años (en mi caso, unos diecisiete) cómo esta obra ha ido creciendo en la estimación de los lectores y los críticos, no podemos sino congratularnos.

He vuelto a colgar la portada del número de octubre de Quimera, para recordar el dossier que se le dedicó entonces y en el que se incluye una versión muy editada del coloquio que unos cuantos poetas mantuvimos con Antonio el pasado mes de julio. El número ya no está en librerías, pero, si estáis interesados en conseguir un ejemplar, podéis escribir a quimerarevista@gmail.com para adquirir uno.

Más cosas. El Círculo de Bellas Artes de Madrid ha creado un página donde pueden escucharse en formato QuickTime una selección de las lecturas y conferencias que han hospedado este último trimestre. Entre ellas, la lectura conjunta de Jorge Riechmann y Antonio Gamoneda que tuvo lugar a mediados del pasado mes de octubre. Si quéreis escuchar la voz del maestro, pinchad aquí.

Por último, cuelgo el breve artículo sobre Gamoneda que vio la luz hace una semana en el periódico asturiano La Voz de Asturias, y que es una versión muy abreviada y corregida del texto que abría el dossier de Quimera. Una pequeña trampa a la que me vi obligado por la urgencia y la falta de tiempo. Creo, con todo, que estas pocas líneas resumen bastante bien mis sentimientos acerca de la obra de Antonio. Una vez más, enhorabuena.


Claridad sin descanso

Hablar de Antonio Gamoneda es hablar de poesía en su sentido más alto y riguroso. No de otro modo cabe definir la intensidad creciente con que Gamoneda ha ido afilando su escritura, reiterando preguntas que no esperan respuesta y buscando un lenguaje capaz de dar testimonio de los bordes mismos de la existencia. Así el valor de esta escritura: saber que somos palabras, lenguaje, una espiral de signos que al girar dibuja nuestro rostro inestable; y saber, a la vez, que estamos limitados (definidos) por la nada, que nuestra vida es un trayecto hacia la muerte y no se comprende sin ella.

Entre estos dos polos irreconciliables se mueve una poesía que no ha querido negar lo evidente. Si en las primeras páginas de Esta luz, su poesía completa, Gamoneda afirma: "Acaso entre tu mirada / y mi voz los muertos vibran", en uno de los exentos finales se esconde la lógica mortal de una imagen que tiene mucho de estación de término: "Las serpientes se desnudan en la luz y las madres silban en el oído de los agonizantes."

Esa lógica mortal nos aboca una y otra vez a preguntas cuya pureza se ha ido haciendo más insoportable con el tiempo. Pero en su reiteración, y en el vigor con que el poeta las hace suyas, está la clave que atraviesa el conjunto y nos deslumbra con su claridad sin descanso, por evocar una de sus imágenes más memorables.

Ahora los premios acercan esta claridad a nuevos lectores. Les envidio su suerte, ese deslumbramiento primero con que las palabras de Gamoneda quedan selladas a nuestra existencia. Porque, más allá del homenaje merecido, sólo eso importa: la convivencia íntima con la palabra y sus fuegos. Vayan desde aquí mi agradecimiento y mi enhorabuena al poeta, al maestro, al amigo.

La Voz de Asturias, 2 de diciembre de 2006.

domingo, octubre 15, 2006

convocatoria doble

Dos convocatorias, las dos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

El miércoles día 18 de octubre a las ocho de la tarde, en la Sala Valle-Inclán, dentro del ciclo Poesía española contemporánea, tendrá lugar una lectura de poemas de Antonio Gamoneda (1931) y Jorge Riechmann (1962). Creo que sobran los comentarios. Una espléndida ocasión para arropar y escuchar en público a dos grandes poetas.

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Y el jueves 19, a la misma hora y en la sala María Zambrano, dentro del ciclo paralelo Poesía en traducción, tenemos prevista una conferencia de Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) que versará sobre su trabajo de traducción de la poesía del escritor suizo francófono Philippe Jaccottet (Moudon, 1925), en la foto.

Rafael-José Díaz nos hablará de su acercamiento como poeta y traductor a Philippe Jaccottet y leerá algunas traducciones escogidas.

Como todos conocéis sobradamente la poesía de Antonio Gamoneda y Jorge Riechmann, me tomo la libertad de copiar un breve poema de Philippe Jacottett en la hermosa traducción de Rafael.

Espero veros en ambos actos. Por cierto, si queréis más información sobre uno cualquiera de estos ciclos, podéis pinchar aquí.


¿Tantos años
y realmente un saber tan precario,
corazón claudicante?

¿Ni siquiera un desgastado óbolo con que pagar
al barquero, si se acerca?

—He hecho provisión de hierba y de agua rápida,
me he conservado muy ligero
para que la barca no se sumerja tanto.

De Pensamientos bajo las nubes (1983), en Philippe Jaccottet, Antología esencial, ed. Rafael-José Díaz, Igitur, Montblanc, 2002.

Copyright: Rafael-José Díaz

domingo, octubre 08, 2006

gamoneda en quimera (II)


Cuelgo, por fin, la portada del último número de Quimera, donde aparece el dossier dedicado a Antonio Gamoneda que os anuncié y comenté por extenso en una entrada anterior. Ha quedado espléndido, gracias, entre otros motivos, a las memorables fotografías de Alejandra Debescobi. El concepto gráfico del dossier y del número está muy bien resuelto.

Os recuerdo asimismo (en especial a los que vivís en Madrid y alrededores) que el próximo miércoles 18 de octubre, en la Sala Valle-Inclán del Círculo de Bellas Artes de Madrid, a las ocho de la tarde, y dentro del ciclo «Poesía española contemporánea», tendrá lugar una lectura conjunta de Antonio Gamoneda y Jorge Riechmann. Será una estupenda ocasión para escucharles de nuevo. Y para reencontrarnos de nuevo en esa torre de observación privilegiada que son los pisos superiores del Círculo. Poesía en las alturas, literalmente.

jueves, septiembre 28, 2006

antonio gamoneda en quimera


He estado un poco desaparecido últimamente, pero el trabajo constante en dos traducciones que no admiten demora me ha tenido «amarrado al duro banco». Algo diré sobre ellas cuando llegue el momento; ahora baste decir que, pese al esfuerzo, son dos textos extraordinarios y con los que me estoy divirtiendo mucho.

Se acerca octubre y quería tan sólo anunciaros la publicación de un hermoso dossier dedicado a Antonio Gamoneda en el nuevo número de la revista Quimera, que imagino estará en librerías a finales de la semana que viene. El dossier lo hemos coordinado (con mucha ilusión y no poco trabajo, desde luego) Marta Agudo y yo mismo, pero contando siempre con la ayuda de algunos buenos amigos y de la joven redacción de la revista, que se ha encargado de la parte gráfica y la maquetación final. Algo tienen que ver estas páginas, como es lógico, con la entrega del premio Reina Sofía, que, si no me equivoco, tendrá lugar a finales de noviembre, pero nuestra idea era confeccionar un trabajo que pudiera leerse con independencia de apoyos coyunturales. Además de cuatro estupendos ensayos (de Miguel Casado, Eduardo Moga, José Luis Gómez Toré y Juan Andrés García Román), hemos incluido un extenso coloquio con el propio Antonio en el que se dicen cosas muy lúcidas y jugosas. De este coloquio quiero destacar, sobre todo, aparte de las intervenciones de Antonio, los «asedios» de Tomás Sánchez Santiago y José María Castrillón, que, gracias a un trabajo de lectura y relectura realmente notable, lograron abrir nuevas puertas en la conversación. Por imperativos editoriales, la versión final del coloquio es una versión abreviadísima de la trascripción original. Algún día, si hay interés y paciencia, recuperaremos esa primera versión, más dilatada y distendida, más charla que interrogatorio, en la que se palpa el buen ambiente que reinó en nuestro encuentro.

Ah, el dossier se titula «Antonio Gamoneda. Claridad sin descanso». Me tomo la libertad de copiar algunos (pocos) fragmentos del texto de introducción, para daros una idea más completa de estas páginas. Lo dicho: haceros con el número de octubre de Quimera, y no os olvidéis del de septiembre, con un estupendo dossier sobre Sebald:

Uno de los propósitos (si no el principal) que ha guiado la confección de este dossier era [examinar] sus afinidades y semejanzas con escritores en otras lenguas, asunto sobre el que hay escrito bastante menos. [...] Se ha aspirado a mostrar el camino con un largo ensayo de Eduardo Moga en el que se examina, desde la estilística, los puntos de confluencia entre Saint-John Perse y Gamoneda, y otro más breve de Juan Andrés García Román, quien profundiza en sus concomitancias con Paul Celan e Ingeborg Bachmann en su labor de búsqueda de la «verdad», de un lenguaje capaz de expresar la naturaleza radicalmente subjetiva del sufrimiento.

De todo esto y de otros asuntos se habla en el extenso coloquio que abre el dossier, en el que, además de proponer un itinerario de inquietudes e interrogantes, quisimos huir del rígido formato binario de ciertas entrevistas. Contamos para ello con poetas y críticos (José María Castrillón, Tomás Sánchez Santiago, Jaime Priede y J. A. García Román) largamente familiarizados con esta obra [...].

Se ha tratado, por último, no sólo de contar con dos críticos de la solvencia de Eduardo Moga y Miguel Casado (quien es, además, el crítico por excelencia de nuestro poeta) sino también de abrir la puerta a una nueva generación de ensayistas en las personas de José Luis Gómez Toré y Juan Andrés García Román. Sólo nos queda esperar que el resultado final esté a la altura de las expectativas del lector, pero, sobre todo, que sea digno de la intensidad radical y deslumbrante (sólo luz) de esta poesía.