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domingo, diciembre 04, 2011

el guardián del fin de los desiertos

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Entre los meses de abril y diciembre del año pasado (ese 2010 que comienza a parecerme remotísimo, como de otro siglo) tuvo lugar en Almería, la ciudad en la que pasó sus últimos años, un ciclo de conferencias quincenales dedicado a José Ángel Valente. Sus organizadores, Antonio Lafarque y José Andújar Almansa, le dieron un título sugerente y atinado: Desde la ciudad celeste, y tuvieron el acierto de convocar a un elenco plural de poetas y críticos para que habláramos de las distintas facetas creativas e intelectuales del autor de Fragmentos de un libro futuro. Yo tuve la fortuna de participar en ese ciclo con una conferencia sobre la tarea crítica de Valente (La búsqueda de lo propio) que di el 20 de mayo, con un aire y una luz ya de lo más veraniegos, aunque –por desgracia– sin tiempo para acercarme al mar y hacerle los honores como es debido.

Las actas del ciclo acaban de ver la luz en la Editorial Pre-T
extos con el título casi cirlotiano de El guardián del fin de los desiertos. Perspectivas sobre Valente. Las voy leyendo con admiración y curiosidad. Para empezar, me compensan de no haber podido asistir en persona a las conferencias (y no solo las conferencias: espero escuchar algún día la grabación de la lectura de poemas de Valente que realizó Juan Carlos Mestre). Pero, además, permiten adivinar por dónde se moverá en el futuro inmediato la lectura de esta obra, las inquietudes y vetas interpretativas que empiezan a cobrar vigencia. Se incluyen en este volumen textos, entre otros, de Antonio Gamoneda, Andrés Sánchez Robayna, Fernando García Lara, José Guirao, Miguel Gallego Roca, Carlos Peinado Elliot, Marcela Romano, José Andújar o Lorenzo Oliván. Como añaden sus editores, «estas páginas de reconocimiento crítico representan una tentativa de reflexión sobre los principales cauces expresivos transitados por Valente: la poesía, la prosa de creación, concebida como ‘poesía extramuros’, el ensayo, abismado en las diversas disciplinas artísticas y las infinitas curiosidades intelectuales… En realidad no existen géneros, sino deslumbrantes prismas de creación y pensamiento, a lo que vino a sumarse, como un modo de ensanchar y renovar el personal mundo literario, la necesidad íntima de las traducciones, la música de otros convertida en respiración propia».

En mi caso, hablé no sólo del Valente crítico literario, sino también del articulista político que dio testimonio, en tiempo real, de las derivas y dejaciones de una transición mucho menos exportable de lo que nos han vendido. Como detallo en el texto mismo de mi conferencia, «su posición, que en la época pudo parecer incómoda, intransigente o poco realista –pues señalaba la falta de legitimidad de un régimen que, quiérase o no, surgía de la muda o piel reseca del anterior, y censuraba de paso el cúmulo de renuncias y cesiones que la oposición franquista hubo de realizar para entrar en el juego parlamentario (que era el suyo de facto)–, se ha revelado con el tiempo lúcida y premonitoria. Su denuncia de la política como representación y simulacro, como gestión de máscaras que ocultan el rostro rapaz o directamente carroñero de los poderes económicos, y su definición del ejercicio político partidista como labor cada vez más exclusiva de un funcionarizado cuyo empeño principal es la obtención y tenencia a toda costa del poder –ideas que recorren algunos de sus escritos de los años ochenta–, han adquirido una pertinencia innegable».

No sé qué habría pensado Valente del movimiento 15-M –y conjeturarlo sería un atrevimiento imperdonable–, pero sí tengo claro que muchas de las páginas que escribió el poeta durante finales de los años setenta y comienzos de los años ochenta resultan premonitorias y deberían ser lectura recomendada para entender –más allá o más acá de los espantajos economicistas– de dónde vienen estos lodos que ya trepan sin descanso por nuestra espalda. Tampoco sé cómo se propagó la imagen –falsa, amén de absurda– de un Valente ensoberbecido, despreocupado de las cuestiones políticas y subido a una atalaya de alta y exquisita poesía (la misma tergiversación, por cierto, que envuelve la imagen de Juan Ramón Jiménez, a quien debemos, sin embargo, uno de los mejores intentos de reflejar objetivamente –con un afán de coleccionista que no deja de recordarme a Benjamin– los desmanes y desastres de nuestra guerra civil: su libro Guerra en España). Lo cierto es que no conozco ningún poeta español del pasado siglo más feroz y lúcidamente político que Valente: basta leer toda su poesía hasta mediados de los años setenta, y todos sus artículos no estrictamente literarios a partir de esa fecha, para comprender que nunca dejó de pensar en términos políticos, o mejor, que todo –empezando por la palabra poética– estaba sometido en él a la tensión y la expectativa del espacio comunitario. Pero más fácil o menos cansado que leer es dejarse llevar por la rutina y ahogar la obra entre rumores, prejuicios y lemas mediáticos. Por fortuna, libros como El guardián del fin de los desiertos (gracias, Antonio y José) ayudan a orear el ambiente y repensar lo que importa. Sólo lo que tiene vigencia es discutible, así que ahí seguiremos, discutiendo una obra sin la cual todos seríamos un mucho más pobres.
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