Embarcamos en una concha marina para
surcar las olas.
La mitología de nuestro viaje incluyó
suciedad, tiburones, un zepelín y cables.
Comimos siempre lo mismo durante
diecisiete días seguidos (panqueques).
Aprendimos a decir sí, por favor en cuatro idiomas diferentes.
Nuestros gorros forrados en piel no servían
de nada en el dulce aire de septiembre.
El misterio de nuestra estirpe era un
sarape sobre nuestras espaldas.
En la pradera, los lugareños intentaron
tomarnos por lo que éramos.
Aprendimos qué eran el esturión, las
lavadoras, el tedio y el falso bronceado.
Nos apuntamos al club de La fruta del mes para ampliar
horizontes.
El dominio de nuestro follaje implicaba
un mar interminable de cortar
césped.
Asistimos a ferias de dulces con un grado
sospechoso de fervor.
Sobrecargamos a nuestros hijos con
violines, malos peinados y diplomas.
Nuestros nombres cambiaron para hacerse más
fáciles de recordar.
El monasterio de nuestra herencia fue
reconvertido en prácticos aperitivos.
Vendimos frigoríficos a gente que ya
tenía frigoríficos.
Vivíamos en la gloria suburbana de
nuestros adosados sobre plano.
Nuestros hijos cambiaron para hacerse más
gordos y mezquinos.
La memoria de nuestra verborrea era como un escalope al viento.
La memoria de nuestra verborrea era como un escalope al viento.
Guardábamos el dinero cerca, y nuestros
sentimientos más cerca aún.
En caso de emergencia, siempre había un
bate de béisbol a mano.
traducción J.D. / el original, aquí