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No se cumplen aniversarios todos los días. Y menos como este: la entrada número quinientos de esta bitácora después de casi cinco años de existencia (la página se abrió a mediados de agosto de 2006, aunque la verdad es que hasta el otoño de 2007 no empezó a cobrar un ritmo más vivo). A lo largo de este tiempo ha habido un poco de todo, pero quizá lo que más destacaría ha sido la complicidad y el afecto de los lectores, la falta de violencias o groserías en los comentarios, la sensación de que entre todos hemos sabido mantener un tono de cordialidad, de respeto mutuo que no siempre es fácil conservar en la red. Quinientas entradas y casi doscientos seguidores después (todo esto da un poco de pudor reseñarlo), debo confesar que pocas cosas me han dado más satisfacciones literarias estos últimos tiempos que la apertura y mantenimiento de esta página. El mérito es de todos, pero el agradecimiento es sólo mío.
Para celebrarlo como es debido, y consciente de que muchos de vosotros estimáis sobre todo las traducciones de poesía inglesa y norteamericana que voy publicando de forma regular, he decidido colgar hoy un poema de inspiración numérica de la gran May Swenson (1913-1989). Un poema célebre (lo he leído en distintas antologías y se encuentra fácilmente en la red), quizá porque tiene cierto carácter naif y adelanta algunas de las técnicas de los cursos de escritura creativa para leer imaginativamente los códigos que cartografían la realidad. Conocí la obra de Swenson gracias a Siete poetas norteamericanas actuales, aquella modélica antología bilingüe que Rosa Lentini y Susan Schreibman publicaron en Pamiela en 1991 (todavía se puede adquirir en librerías de viejo y, por lo que veo, hasta en la página de la editorial). Swenson abría la antología y sus poemas, siempre variados formalmente y siempre densos y llenos de pertinencia, se me quedaron grabados en la memoria. Fue contemporánea de Elizabeth Bishop, con quien coincidió algunas veces en Nueva York y en la colonia de artistas de Yaddo, y dice mucho de la valía de Swenson que lograra concitar el afecto y el respeto literario de la autora de Norte y Sur, notoriamente implacable y cáustica, de quien guardo una lista de lacónicas ironías sobre la obra de Neruda, René Char, Pound u Octavio Paz, entre otros.
De familia de origen escandinavo, poeta y dramaturga, traductora de Tomas Tranströmer y alabada por Harold Bloom (esto me parece lo más difícil de todo), Swenson escribió al final de su vida varios libros para niños, algo que se echa de ver, me parece, en este poema, «Ideogramas cardinales», que es una colección de imágenes sugeridas por los diez primeros números naturales (más el 0, que muchos matemáticos no consideran parte del conjunto de números naturales). Un texto breve y delicioso, sencillo y ágil, que se cierra retomando su comienzo y añadiendo una extraña (y sugerente) línea de fuga.
El original, por cierto, aquí.
Ideogramas cardinales
0
Una boca. Puede soplar o respirar,
ser embudo, u Hola.
1
Brizna de hierba o corte.
2
Interrogación sentada. Y un altivo
cuello de pájaro.
3
Mitón exiguo para mano de dos dedos.
4
Cabaña de tres ángulos
sobre un solo pilote. A veces construida
de modo que el tejado se queda boquiabierto.
5
Un policía. Educado.
Con gorra de visera.
6
0 que se despliega,
cinta de ambigua extensión
donde está escrito el misterio
de todo cuanto se enrosca.
7
Un peldaño,
desprendido de su escalera.
8
Diagrama del universo:
reloj de arena cósmico.
(Adviértase su forma enigmática,
su ausencia de válvulas de origen,
cómo el fin se solapa con el comienzo.)
Desatado como un cordón
y blandido a modo de látigo,
puede servir de modelo del tiempo.
9
Anteojo para el ojo derecho.
En Inglaterra o si eres Alicia
la patilla queda a la izquierda.
10
Brizna de hierba o corte
escoltado por una boca.
¿Abierta? Abierta. ¿Cerrada? Cerrada.
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