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miércoles, febrero 16, 2011

w. h. auden / la divisoria

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Ese que asciende hasta la encrucijada,
A mano izquierda de la divisoria,
Por la senda mojada entre los herbazales,
Ve a sus pies lavaderos desmantelados, restos
De raíles antiguos que conducen al bosque,
Una industria ya en coma pero que alienta aún
Penosamente; en Cashwell, una bomba achacosa
Sigue extrayendo agua; permaneció diez años
En minas inundadas hasta cumplir con éste,
Su cometido último, de mala gana.
Y luego, aquí y allá, si bien son muchos los que yacen
Bajo la magra tierra, ciertos actos, tomados
De recientes inviernos, son reseñables; hubo dos, por ejemplo,
Que limpiaron a mano un conducto dañado, aferrándose
Contra viento y marea al montacargas; uno murió
Durante una tormenta, los páramos intransitables,
No en su pueblo, aunque luego, cubierto de madera,
Fue abriéndose camino por galerías olvidadas
Hasta unirse a la tierra en su valle postrero.

Regresa a casa, forastero, ufano de tu joven descendencia,
Vuelve sobre tus pasos, perplejo y fracasado:
Esta región exenta no comulga con nada,
No será el contenido accesorio de nadie
Perdido sin objeto entre rostros distantes.
Los faros de tu coche sorprenderán acaso las paredes de un cuarto
Pero no el sueño del durmiente; oirás tal vez al viento
Exiliado arreciar desde el mar ignorante
Y lastimarse en las ventanas o la corteza de los olmos
Donde la savia fluye sin asombro, pues ya es primavera;
Pero no es este el caso. Cerca de ti, más altas que la hierba,
Unas orejas se enderezan antes de decidirse, husmeando el peligro.

Agosto 1927


No suelo colgar traducciones o trabajos ya publicados en libro, pero hago una excepción en este caso. Por dos razones: porque he devuelto al poema, uno de los primeros y más memorables de Auden, el título («La divisoria») que habría debido tener originalmente, y de paso he retraducido tres versos; y porque, un poco por azar, encontré hace unos días la imagen ideal para ilustrarlo. El diablo está en los detalles, dicen los ingleses, y creo que ahora, con estas mínimas correcciones, el poema adquiere más nitidez, más precisión. Podéis leer el original inglés aquí.

Por cierto, que si uno quiere comparar el modo en que dos poetas amigos, Auden y Spender, tratan un mismo paisaje, una misma atmósfera, sólo tiene que leer «Torres de alta tensión» –uno de los mejores y más emblemáticos del primer Spender–, del que colgué una versión hace poco más de año y medio. Creo que las semejanzas son tantas como las diferencias, y que se percibe hasta qué punto el temperamento de Spender era más lírico y menos discursivo que el de Auden. A ochenta y tantos años de distancia, los rasgos epocales pasan a un segundo plano y se percibe, más rotunda que nunca, la personalidad de cada cual.
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viernes, julio 10, 2009

stephen spender / poema



Torres de alta tensión

La piedra era el secreto de estos cerros, y granjas
hechas con esa piedra,
y caminos en ruinas
que daban a parroquias imprevistas y ocultas.

Ahora, en estas colinas, se levanta el cemento
que teje cable negro;
pilares, limpias torres
desnudas como enormes muchachas sin secretos.

El oropel del valle con su aire sombrío
y el castaño verde
de raíz familiar
quedan atrás, burlados como el lecho reseco

  de un arroyo.

Pero arriba, tan lejos como la vista alcanza,
como azotes de furia
y el peligro de un rayo
discurre la veloz perspectiva del porvenir.

Tan cargado de auspicios, con su viaje contraen
nuestra tierra esmeralda:
soñando con ciudades
donde las nubes suelen posar sus níveos cuellos.


1933


El paso del tiempo no ha sido piadoso con Stephen Spender (1909-1995). Encumbrado tempranamente junto a Auden como uno de los poetas canónicos de los thirties, su perfil comenzó a desdibujarse no bien pasó la década y Auden se instaló en Estados Unidos. Spender se hizo más conocido por sus memorias, sus labores editoriales al frente de la revista Horizon y sus múltiples trabajos como divulgador cultural, embajador del PEN Club y profesor en universidades norteamericanas. Él mismo dejó un relato meridiano de sus dudas y limitaciones como poeta en sus diarios, en los que además da la impresión de haber vivido siempre a la sombra de Auden, como una especie de secretario tácito o perpetuo de su amigo. Parece claro que Auden se creía superior a él. Lo que sorprende es que Spender aceptara esa superioridad sin rebelarse, sin asomo de rencor. El equilibrio de fuerzas de su relación no se modificó jamás desde su primer encuentro en Oxford, cuando Auden respondió a la pregunta de Spender sobre si debía dedicarse a la prosa: «No, debes escribir poesía; no queremos perderte para la poesía». «¿De verdad crees que tengo talento para la poesía?», volvió a preguntar un azorado Spender. «Por supuesto −respondió Auden con frialdad oracular−, eres infinitamente capaz de sentirte humillado. El arte nace de la humillación.»

No parece que el tiempo haya dado la razón a Auden. Spender es ahora más conocido por sus libros en prosa, en especial sus memorias y el volumen de diarios que publicó a mediados de los años ochenta y que nos ofrece el retrato de un hombre sensato y afectuoso, ansioso por gustar y conocedor de sus limitaciones; un hombre consciente de que su lugar privilegiado en el mundo literario de la posguerra inglesa era en realidad un espejismo, un engaño que no compensaba su falta de fertilidad poética. Sin embargo, dejó un puñado de poemas muy notables, como se suele decir, y tuvo la deferencia de seleccionar bien su trabajo: sus Collected Poems son un volumen ligero y manejable que sigue leyéndose con gusto. Quienes le reprochan que no escribiera grandes poemas u obras ambiciosas no suelen tener en cuenta el alto nivel de toda su producción; no tiene, o al menos no dejó pasar, un solo poema vergonzante o malo.

«Torres de alta tensión» pertenece a su primera etapa y comparte con Auden la fascinación por los emblemas más visibles de la modernidad tecnológica. Una modernidad que invade el campo y crea curiosos contrastes, que Spender describe con imágenes de corte bucólico sabiamente alteradas para la ocasión.

El original, aquí.

lunes, noviembre 03, 2008

un poema de stephen spender


A MI HIJA

Su mano entera apresando mi dedo con su brillo
Mi hija, caminando ahora junto a mí.
Ya siempre sentiré un anillo de luz
Envolver invisible este hueso: cuando ella haya crecido
Tan lejos de este día como sus ojos que ahora están lejos.

Trad J.D.