Bartebly y compañía, Vila-Matas, p. 122
51) Siempre fue una vieja
aspiración de Osear Wílde, expresada en El crítico como artista, «no hacer
absolutamente nada, que es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la
más intelectual».
En París, en los dos últimos años
de su vida, gracias nada menos que a sentirse aniquilado moralmente, pudo hacer
realidad su vieja aspiración de no hacer nada. Porque, en los dos últimos años
de su vida, Wílde no escribió, decidió dejar de hacerlo para siempre, conocer
otros placeres, conocer la sabía alegría de no hacer nada, dedicarse a la
extrema vagancia y al ajenjo. El hombre que había dicho que «el trabajo es la
maldición de las clases bebedoras» huyó de la literatura como de la peste y se dedicó
a pasear, beber y, en muchas ocasiones, a la contemplación dura y pura.
«Para Platón y Aristóteles -había
escrito-, la inactividad total siempre fue la más noble forma de la energía. Para
las personas de la más alta cultura, la contemplación siempre ha sido la única
ocupación adecuada al hombre.»
También había dicho que «el
elegido vive para no hacer nada», y así fue como vivió sus dos últimos años de
vida. A veces recibía la visita de su fiel amigo Frank Harris -su futuro
biógrafo-, que, asombrado ante la actitud de absoluta vagancia de Wilde, solía
comentarle siempre lo mismo:
- Ya veo que sigues sin dar golpe
...
Una tarde, Wilde le contestó:
-Es que la laboriosidad es el
germen de toda fealdad, pero no he dejado de tener ideas y, es más, si quieres te
vendo una.