Diccionario enciclopédico de la vieja escuela, Javier Pérez Andújar, p. 28-29
Aullido. He visto a las viejas de
la generación de mi madre robadas por los bancos y las cajas de ahorros,
engañadas, saqueadas, desplumadas, timadas por directores de sucursales de
traje moderno que se llevaban comisiones a cambio de sus abusos salvajes, y que
después de su jornada de fraude volvían en un coche caro y nuevo al piso de
siempre, al piso reformateado del barrio donde seguía siendo todo igual que la
vida,
hombres jóvenes que empezaron a
hacerse viejos a golpes de estafa, esclavos de hipotecas que enfermaron de
miedo y de impotencia y que con la quimio a cuestas iban a todas las
manifestaciones, a concentraciones, a la puerta de la Bolsa o de su entidad
bancaria, a donde hiciera falta, a gritar que ellos estaban más vivos que el
sistema, a poner pegatinas en las cristaleras de las cajas llamándoles ladrones
a quienes les habían robado,
que, con la hoja del paro en el
bolsillo, una mañana pillaron el periódico gratuito en una calle de la Vemeda y
al abrirlo sentados junto a las esculturas de Acín encontraron al consejero de
economía Andreu Mas-Colell diciendo que no había que meterle d dedo en el ojo a
quienes traficaron con preferentes firmadas tan sólo con un dedo, destrucción
política de la condición humana, los representantes del pueblo representando a
los enemigos del pueblo,
carne de cañón, manobres que
hablaban con sólo media lengua aprendida explicando por las mesas de los
ayuntamientos, por los despachos sindicales o de abogados especializados o de quienes
puedan escucharles gratis, que no sólo les retiraron la prestación de
desempleo, sino que encima les obligaron a devolverla porque habían viajado a
Marruecos a ver a su madre que cayó enferma y no avisaron de que salían de
España (aunque quizá lo mejor sea irse de aquí para siempre),
familias enteras ardiendo en las
barracas de los solares del Poblenou, y comunidades de más de trescientas
personas que encontraron su único sitio en un descampado y luego quisieron echarlos
a la nada porque al fin se podía decir que son nada, que nadie es nada comparado
con un presupuesto, sesión de prestidigitación en la callejuela de las ratas,
lo nunca visto: el show del programa oculto y la oposición invisible
los vecinos más pobres de los
barrios más pobres, de Torre Baro, de Vallbona, de Ciutat Meridiana, sacados a
rastras de sus casas por hombres como ellos que llevaban durante sus horas de
trabajo uniforme de policía, observados por un cerrajero tembloroso también
como ellos, gritando de desesperación, pero no bajo la mirada de quienes nunca
son como ellos ni como nadie, porque éstos desprecian mirar la vida; y por la
noche había chavales adictos, recogidos, sentados en las urgencias de los
hospitales, que no esperaban al médico sino a que pasaran la noche y el frío,
que sin saber adónde llevar los
muebles se pusieron a andar por la acera, su nueva espaciosa vivienda, y les
dijo el alcalde Trías que pronto iba a inaugurarse un Centro de Alojamiento
Familiar, campo urbano de refugiados de esta guerra con mercados negros y
mutilados económicos mendigando de rodillas comida a las puertas de los
supermercados; padres y madres separados que volvieron a vivir en las casas de
sus padres y madres y que cuando les tocaba llevarse con ellos a los hijos
tenían que pedir dinero prestado para comprarles la merienda
(En la foto inauguración del puente de San Adrián, en el Besós)