Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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INCIPIT 888. AHORA ME RINDO / ALVARO ENRIGUE


Al principio las cosas aparecen. La escritura es un gesto desafiante al que ya nos acostumbrarnos: donde no había nada, alguien pone algo y los demás lo vemos. Por ejemplo la pradera: un territorio interminable de pastos .Uros. No hay árboles: los mata el viento, la molicie del verano, las nieves turbulentas del invierno. En el centro del llano, hay que poner a unos misioneros españoles y un templo, luego unos colonos, un pueblo de cuatro cruces. Alguien pensó que ese pueblo era algo y le puso un nombre: Janos. Tal vez porque tenía dos caras. Una miraba al imperio español desde uno de sus bordes, el lugar donde empezaba a borrarse. La otra miraba al desierto y sus órganos: Apachería.
En algún momento el sitio resultó estratégico: tenía pozos artesianos. Mandaron unos soldados, construyeron un presidio amedrentar a los habitantes originales del terreno y darles sensación de seguridad productiva a los colonos que ya han dejado de ser españoles y ahora eran criollos, negros, keralombardos, chinos, irlandeses. Llegaban pocas migrantes, se casaban con indias, sus hijos ya eran otra cosa: ·chiles, altuenses, mexicanos, sabrá Dios. Luego otro sintió que debería medrar con el trabajo de los ganaderos, los comerciantes, el panadero y la maestra y puso una alcaldía que aunque estaba centro parecía que había quedado afuera solo porque Janos era tan chico que no tenía periferia.

DON JM MORELOS


Ahora me rindo, Alvaro Enrigues, p. 86
Unas horas después, tras alguna mesa redonda seguramente sin concurrencia, regresamos Miquel y yo en taxi al modestísimo hotel madrileño que la editorial había podido pagarnos. No era tarde, pero ya estaba cansado, por lo que se quedó dormido al poco de que arrancara el coche. Abrió los ojos cuando pasábamos frente al Palacio Real, iluminado a todo trapo. Me preguntó qué era aquello y se lo dije. Antes de volverse a dormir anotó con una sabiduría que habría sido imposible en sus vigilias de niño: Está muy bien que haya rey si eres el rey.
Tapé mi plumín y me lo metí en la bolsa interior del saco, pensando que en la parte de afuera de mi hijo había una ambición, pero que en la de adentro había un republicano, que si quería estudiar en Europa podíamos ahorrar, que si traicionaba ese instinto iba a terminar jodiéndole otros. Me deshice en disculpas frente al cónsul antes de salir casi corriendo de su oficina y del edificio que la albergaba y de la cuadra en que está asentado. Ya en el metro, me senté en una de las bancas de madera de la sala de espera y le escribí a Miquel un largo mensaje de texto que, decía que en 1815 a don José María Morelos le habían metido carbón ardiente por el culo para que jurara lealtad al rey, que al terminar con los alaridos dijo que no, así que le hicieron una incisión en los huevos, le sacaron lo que haya adentro y le pusieron dos piedras de sal y se los cerraron de nuevo. Como permaneció impávido, lo mandaron fusilar, pero al día siguiente. En la madrugada de su sacrificio, pidió, sin quejarse del escozor salvaje que habrá sentido en los testículos, un puro para fumárselo después del desayuno y antes de que lo ejecutaran de rodillas y por la espalda. Él mismo se ató la venda de los ojos. Esa resistencia de apache, le escribí a Miquel, no puede pasar en vano entre nosotros.

CHIRICAHUAS


Ahora me rindo, Alvaro Enrigue, p. 78
John G. Bourke, del tercero de caballería destacado en Fort Craig, Nuevo México, no era un hijo de puta. Nacido en Filadelfia, descendiente de migrantes irlandeses, se escapó de casa a los dieciséis años para enlistarse en el ejército del Norte durante la Guerra de Secesión estadounidense porque detestaba la esclavitud.
Terminada la guerra civil, pidió ser destacado en el suroeste de los Estados U nidos: la antigüedad y las culturas originarias le interesaban seriamente. Llegó a capitán bajo el mando del general George Crook en la década de los setenta del siglo XIX. Cubría para el tercero de caballería, entre otras cosas, la función de agregado de prensa. Escribía muy bien. Bourke estuvo presente en la campaña de la Sierra Madre al final de la cual Gerónimo entregó su falsa rendición en el Cañón de los Embudos. Era, además de un militar competente y un diarista compulsivo, un etnólogo aficionado, a ratos brillante. Escribió un volumen falto de humor, pero no de genio, sobre la caca y el pipí llamado Ritos escatológicos de todas las naciones. En estos días, traduzco algunos capítulos de sus notas sobre la campaña de 1883 bajo el mando de George Crook, publicadas por la Universidad de Nebraska en un volumen llamado An Apache Campaign in the Sierra Madre.
Dice de los chiricahuas, por ejemplo: «Probablemente un artista podría objetar que muchos de ellos eran de talla reducida, sin embargo los buscadores resistirían cualquier requerimiento  crítico para la anatomía desde cualquier otro punto de vista. Eran de pecho amplio y fornido, con los hombros perfectamente rectos y las extremidades bien proporcionadas, poderosas y  musculares, sin dejar de ser ligeras. Tenían las manos y los pies pequeños, delgados y nervudos; la cabeza bien formada y el semblante iluminado con una expresión agradable y amistosa, que habría sido más constante sin el aspecto salvaje de las mechas desgreñadas y gitanas que no se les meten en la cara gracias a una banda gruesa y lisa de tela roja con que se las aprietan. Sus ojos son brillantes, claros y directos, expresan en general bienestar y buen humor.»

NIÑOS APACHES


Ahora me rindo, Alvaro Enrigue,. p. 53
Los niños recibían otro tratamiento. Apenas los capturaban, solían desnudarlos, atarlos a una estaca cubiertos de grasa de burro y dejarlos al sol, para que se volvieran morenos. Los dejaban largo tiempo sin comer, como si los estuvieran limpiando por dentro -el proceso de adaptación no era grato-. Cuando ya estaban prietos y al borde de la muerte por inanición, se los asignaban a alguna abuela, que los acostumbraba lentamente a su nueva dieta y les enseñaba a comunicarse en apache. Les endurecían el carácter sometiéndolos a pruebas brutales y al escarnio de los demás niños si no podían imponerse. Cuando consideraban que ya estaban más o menos adaptados, los entregaban a una familia en la que los trataban exactamente igual que al resto de los hijos naturales de los padres.
Es cierto que el crecimiento de un niño apache era infinitamente más duro que el de un criollo o un gringo porque el entrenamiento militar de los guerreros comenzaba desde los seis o siete años, pero también es cierto que todos los mexicanos y estadounidenses que convivieron un periodo con los chiricahuas coinciden en apuntar, en todos los testimonios que dejaron, que lo más notable que tenían los apaches como cultura era la cantidad de tiempo y atención que les prodigaban a sus hijos. El jefe Nana, aterrador fuera de la comunidad chiricahua, era recordado por los niños apaches que años después entrevistó E ve Ball como un viejo dulcísimo y un payaso memorable, que se demoraba contándoles historias mientras sus padres estaban ocupados.
Una infancia apache tiene que haber sido, con todo, estupenda: los niños cautivos solían esconderse en la montaña cuando llegaban los soldados mexicanos o gringos, para evitar que los rescataran. En las ocasiones en que los descubrían y devolvían a sus padres, era común que huyeran de nuevo al monte a reencontrarse con su nación electa.

WIKIPEDIA

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