Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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PALOMA XAMORRO


Madrid, Andrés Trapiello, p. 154

Fue cuando esa amiga me contrató como redactor en un programa de arte moderno de la segunda cadena de Tve, para que le ayudara a librarse de mi compañero de piso, al que había contratado algunos meses antes. Fue una elección difícil, entre dos traiciones.

Este trabajo nuevo era, en relación al arte, todo lo contrario del de la revista: pintores jóvenes, modernos, sexo, drogas y rockapop: La Movida. Irrumpió esta en Madrid como cincuenta años antes la generación del 27, con parecida suficiencia y ganas de pasarlo bien. O sea, que acudíamos en procesión a ver las exposiciones, pero daba igual, porque casi todo el mundo iba ciego y al final era como en la época del feróstico, que entre lo que uno no veía y lo que imaginaba, se iba tirando.

La directora del programa, decepcionada de ver que no acababa uno de traicionarla ni a ella ni al otro, se sugestionó con que mi colega y yo tratábamos de hacerle la juja, sabotear su programa y apoderarnos de la jefatura, cosas ambas ridículas: «¡Yo quiero ser la mejor entrevistadora de España!”, gritaba reiteradamente el día que nos expulsó del paraíso (¡qué sueldos!), dando a entender que nosotros se lo estábamos estorbando. Nos puso de patitas en la calle sin contemplaciones. Hizo bien. Éramos una nulidad, no servíamos para aquello. Tenía por manos un par de mazapanes y unos morros pequeñitos, fruncidos en repulgos y muy graciosos, y al hablar parecía que te lanzara besitos. A mí me entraron ganas de cantarle a todas horas aquello tan madrileño de “quien no vive en calle / de la Paloma, / no sabe lo que es pena / ni lo que es gloria. / Toma piñones, / que me gusta la gracia / con que los comes». Era de corta estatura y muy bonita de cara, como la de una muñeca, con uno de aquellos cardados redondeados depelo frito que se estilaban entonces a lo Angela Davis. Creo que era buena persona, solo que coincidimos en un mal momento. Yo le estaré eternamente reconocido también porque fue ella quien me presentó a Miriam, a quien, por cierto, fichó como subdirectora de La edad de oro poco después de que nos echara a nosotros, claro que la misma ilusión que había puesto en unirnos la puso luego en querer separarla de mí y llevarla al vicio y a la papelina, sin maldad, solo por enredar un poco.


STUDIO 54 BCN

Diccionario enciclopédico de la vieja escualea, Javier Pérez Andújar, p.136
A Barcelona también se la cargaron las clases biempensantes cuando la ciudad, en tiempos de Anarcoma, las tentó en una sangre misteriosa que llegaba de todas partes. Ya hace décadas que Barcelona es una ciudad que no existe y por eso le han puesto al fin un alcalde que tampoco existe. Como mucho, Barcelona se ha quedado en el nombre de un equipo de fútbol; eso sí, que ha llegado a ser el mejor del mundo, según dicen los que saben de eso (cada vez que empieza la liga me propongo seguir algún equipo para ver si esta vez me gusta el fútbol, lo he probado hasta con el Calvo Sotelo, que jugó mucho tiempo en segunda). Barcelona llegó a tener en el Paral·lel, la más creativa de sus calles, una delegación oficial de Studio 54; pero su lugar lo acabaría ocupando una sala de la SGAE de cuando Teddy Bautista, acto que se celebró a bombo y platillo con presencia de nuestras autoridades. En ese sentido creo que no existe Barcelona. Pasando de la fiebre del sábado noche al chico en la burbuja de plástico, la ciudad ha recorrido el camino inverso al de John Travolta. A eso también se le dice ir para atrás. El chico que vive dentro de una burbuja de plástico, a estas alturas, ya somos todos, excepto los de la PAH, que, unos a la fuerza y otros por solidaridad, están siempre en la calle (y bien que hacen). El Sónar, que se celebró hace unos días, es otra burbuja de plástico (quizá sea necesario aislarse así para poder seguir viviendo). Con el Sónar pasa como con los pisos en Barcelona, que mayoritariamente se lo puede pagar un público extranjero. De este modo, coinciden dos tipos diferentes de burbuja, aunque, ya lo observó Paracelso, macrocosmos y microcosmos se reflejan el uno en el otro. Barcelona es un Zara. Unas escaleras mecánicas con careta de ciudad. Una marca, un nombre escrito en miles de bolsas, un sello que puede encontrarse de la misma manera en cualquier parte del mundo, y un trasfondo de miseria, de niños que cosen en talleres o de niños que van sin comer al colegio (esta última noticia me recordó la vieja canción de los Asfalto, la de Días de escuela, cuando decía «la leche en polvo y el queso americano», pero ellos se referían a los colegios del franquismo ).

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