Madrid, Andrés Trapiello, p. 154
Fue cuando esa amiga me contrató
como redactor en un programa de arte moderno de la segunda cadena de Tve, para
que le ayudara a librarse de mi compañero de piso, al que había contratado
algunos meses antes. Fue una elección difícil, entre dos traiciones.
Este trabajo nuevo era, en
relación al arte, todo lo contrario del de la revista: pintores jóvenes,
modernos, sexo, drogas y rockapop: La Movida. Irrumpió esta en Madrid como
cincuenta años antes la generación del 27, con parecida suficiencia y ganas de
pasarlo bien. O sea, que acudíamos en procesión a ver las exposiciones, pero
daba igual, porque casi todo el mundo iba ciego y al final era como en la época
del feróstico, que entre lo que uno no veía y lo que imaginaba, se iba tirando.
La directora del programa,
decepcionada de ver que no acababa uno de traicionarla ni a ella ni al otro, se
sugestionó con que mi colega y yo tratábamos de hacerle la juja, sabotear su
programa y apoderarnos de la jefatura, cosas ambas ridículas: «¡Yo quiero ser
la mejor entrevistadora de España!”, gritaba reiteradamente el día que nos
expulsó del paraíso (¡qué sueldos!), dando a entender que nosotros se lo
estábamos estorbando. Nos puso de patitas en la calle sin contemplaciones. Hizo
bien. Éramos una nulidad, no servíamos para aquello. Tenía por manos un par de
mazapanes y unos morros pequeñitos, fruncidos en repulgos y muy graciosos, y al
hablar parecía que te lanzara besitos. A mí me entraron ganas de cantarle a
todas horas aquello tan madrileño de “quien no vive en calle / de la Paloma, /
no sabe lo que es pena / ni lo que es gloria. / Toma piñones, / que me gusta la
gracia / con que los comes». Era de corta estatura y muy bonita de cara, como
la de una muñeca, con uno de aquellos cardados redondeados depelo frito que se
estilaban entonces a lo Angela Davis. Creo que era buena persona, solo que
coincidimos en un mal momento. Yo le estaré eternamente reconocido también
porque fue ella quien me presentó a Miriam, a quien, por cierto, fichó como
subdirectora de La edad de oro poco después de que nos echara a nosotros, claro
que la misma ilusión que había puesto en unirnos la puso luego en querer
separarla de mí y llevarla al vicio y a la papelina, sin maldad, solo por enredar
un poco.