Convendremos todos en que hoy ningún escritor tiene ya concocimientos suficientes para escribir estas cosas ¿qué ha pasado en el sistema literario español? Porque, ya no es que no las pueden escribir, es que no las entienden ni aunque las lean ocho veces. PROLOGO DE JUAN BENET A “LAS PALMERAS SALVAJES” DE FAULKNER
En cierto modo, cabe hablar de una obra de estructura sintética, en el sentido en que la intención de la representación hay que buscarla en ciertas relaciones no evidentes que entre sí guardan las partes de la composición, tanto como en los datos de la percepción suministrada por aquella; si la relación entre naturaleza y representación se ha complicado de tal suerte no es porque ésta o cualquier obra literaria trate de investigar una cosa que está más allá de la realidad, sino porque adopta el mismo método sibilino de ésta para manifestarse mediante ocultaciones.
Ambas narraciones no pueden ser, en un sentido lato, más distantes […] Y sin embargo… ambas historias no pueden ser más afines, enlazadas por su oposición para formar la balanza y por un sinnúmero de sugerencias por medio de las cuales Faulkner parece decir que, en una y otra historia, la realidad deducida es la misma.
Tal vez el espectáculo de la literatura romántica sea el que más le sorprende, la transposición de una naturaleza fija a unas palabras fijas. Y “Las palmeras salvajes” no sólo es una novela antirromántica –pensada con toda malicia contra los ideales más bien legendarios que alimentaran tan buen número de títulos de su generación- sino un testimonio de la rebelión, llevada a cabo palabra tras palabra, contra el significado literario de las más altisonantes. Para un escritor la revisión de los valores léxicos, sintácticos y estilísticos, supone la no aceptación de un patrimonio común. Y si la metáfora invierte los términos de la comparación –sacrificando el énfasis de la dicción- es porque para el escritor de fuste las referencias a lo leído no lograrán nunca imponerse a las de la experiencia.
Hablé antes de una naturaleza sintética de la obra literaria en la que –por comparación con el juicio- el predicado no se halla incluido en el sujeto. Si para hacer comprensible la denominación se establece la relación entre la naturaleza como sujeto y la obra literaria como predicado, es preciso retrotraerse a aquellas letras de índole analítica para comprender hasta qué punto el conocimiento de la realidad suministrado por la literatura es tanto más preciso cuanto más se independiza del sentido de la proposición de las categorías habituales del sujeto. Con todo, no me atrevería yo a sugerir que el escritor ha de partir del a priori como una base para la formulación de una proposición sintética original. Si la naturaleza evidencia unos datos del conocimiento y la literatura se limita a ponerlos de manifiesto en letras de imprenta, es obvio que –sin abandonar el campo de la analítica- su mejor logro quedaría limitado al registro del innumerable corpus de determinaciones implícitas en la capacidad de variación del sujeto dentro de sus modalidades. Incluso el campo de variación del hombre puede dar lugar a lo que la lógica no admite (por estudiar una realidad invariable en el tiempo), esto es, la analítica a posteriori, la inclusión del predicado en las categorías del sujeto a partir del momento en que la experiencia obliga a aceptarlo así. Antes de ese momento la naturaleza no suministra el dato, pero –una vez descubierto por el escritor- lo sustenta: “la grave profundidad amarilla”.
Una vez que le dato del conocimiento puede ser elaborado por el escritor –con un sustento a posteriori por parte de la naturaleza- se pone en marcha una nueva disciplina humanística –espoleada por el apetito de invención- que, a no dudar, creará sus prototypon; cuando éstos, por el progreso de la cultura naturans más que por la extensión de la naturaleza naturata, reciben su sanción por parte del propio legado literario, quedan establecidos unos modelos a seguir –por la seguridad de las significaciones, por la fijeza de las palabras, por la constancia de las relaciones entre sujetos y predicados- que aprovecharán toda clase de literaturas románticas y de ideal para alimentarse a sí mismas con sus propios recursos, y para –sobre el cañamazo de la naturaleza –hacer prevalecer un cuadro que ella no sanciona. […] Y en su consecuencia, la naturaleza -convencida por el nuevo discurso- canjea sus valores convencionales y acepta apoyar el nuevo dato del conocimiento, una vez asumido el a posteriori sin espera a la experiencia.
Ya se ha dicho, es preciso remontarse a las letras úngelas isabelinas (porque las republicanas fueron solemnes, pero muy respetuosas con el léxico) para encontrar una potencia metafórica comparable a la de WF, una tal audacia en el uso de la palabra –por su desprecio a la utilización convencional y discriminativa, por su repudio de los léxicos específicos-, una tal singularidad en la composición. […] es lo cierto que el cúmulo de desmanes que imaginación del hombre ha combinado, ha hecho avanzar bastante poco el conocimiento de la naturaleza por la vía literaria. Ante un logos amilanado, la naturaleza s extraña e interroga; y se sentirá sobrecogida cuando –como en este caso- la incongruencia desemboca en el rigor, tras comprender que –saltando por encima del sistema de representación para recoger los datos evidentes y sustentados- es posible desentrañar las modalidades de su ser cuando –no haciendo renuncia completa a ellas- se suspenden las reglas para esclarecer lo que ocultan. En efecto, “el atónito y ultrajado instante” no conviene a las reglas del discurso, pero la naturaleza reconoce que el instante es así, sólo así.
JUAN BENET, AGOSTO 1970.