De Matar a un ruiseñor de Harper Lee, p. 256
-Una cosa más, caballeros, antes
de terminar. Thomas Jefferson dijo en una ocasión que todos los hombres son
creados iguales, una frase que a los yanquis y aliado femenino de la rama ejecutiva en Washington les gusta lanzarnos.
En este año de gracia de 1935, ciertas personas tienden a utilizar esta frase
fuera de contexto, para aplicarla a todas las situaciones. El ejemplo más ridículo
que se me ocurre es que las personas que dirigen la educación pública apoyan de
la misma manera a los estúpidos y a los vagos que a los trabajadores; como
todos los hombres son creados iguales, nos dirán solemnemente, los niños que se
quedan atrás sufren terribles complejos de inferioridad. Sabemos que todos los
hombres no son creados iguales en el sentido que ciertas personas quieren
hacernos creer: algunas personas son más inteligentes que otras, algunas
personas tienen más oportunidades porque nacieron con ellas, algunos hombres
ganan más dinero que otros, algunas mujeres hacen mejores pasteles que otras;
algunas personas nacen con talentos que sobrepasan a los que posee la mayoría.
Pero hay algo en este país ante
lo que todos los hombres son creados iguales, una institución humana que hace
que un pobre sea igual que un Rockefeller, que el estúpido sea igual que un
Einstein y el ignorante igual que cualquier director universitario. Esa
institución, caballeros, es un tribunal. Puede ser el Tribunal Supremo de los
Estados Unidos o el tribunal más humilde que haya en la tierra, o este
honorable tribunal del que hoy forman parte. Nuestros tribunales tienen sus
fallos, como los tiene cualquier institución humana, pero en este país nuestros
tribunales son los más grandes niveladores, y en nuestros tribunales todos los
hombres son creados iguales.
No soy ningún idealista al creer
firmemente en la integridad de nuestros tribunales y en el sistema del jurado;
no es un ideal, es una realidad práctica. Caballeros, un tribunal no es mejor
que cada uno de ustedes, que se sienta delante de mí en este jurado. La
integridad de un tribunal es la de su jurado, y la integridad de un jurado es
la de los hombres que lo componen. Confío en que ustedes, caballeros, repasarán
con imparcialidad las declaraciones que han oído, tomarán una decisión y
devolverán al acusado a su familia. En el nombre de Dios, cumplan con su obligación.