MANIAC, Benjamín Labatut, p. 51
Cuando el cáncer se extendió a su
cerebro y empezó a destruir su mente, el ejército de Estados Unidos lo recluyó
en el Centro Médico Militar Walter Reed. Dos guardias armados custodiaban la
puerta. Nadie podía verlo sin el permiso explícito del Pentágono. Un coronel de
la Fuerza Aérea y ocho aviadores con el más alto nivel de autorización secreta
fueron puestos a su disposición a tiempo completo, a pesar de que muchos días
no era capaz de hacer otra cosa que gritar como un demente. Era un matemático
judío de cincuenta y tres años, un extranjero que había emigrado a Estados
Unidos desde Hungría en 1937, y sin embargo, a los pies de su cama, estaban el
contraalmirante Lewis Strauss, el presidente de la Comisión de Energía Atómica,
el secretario de Defensa, el subsecretario de Defensa, los secretarios de la
Fuerza Aérea, el Ejército y la Marina, y los jefas del Estado Mayor Militar,
atentos a cada una de sus palabras, añorando un chispazo final del genio que
les había prometido un control divino sobre el clima del planeta, el mismo que
creó la primera computadora moderna, las bases matemáticas de la mecánica cuántica,
la teoría de los juegos y del comportamiento económico y las ecuaciones para la
implosión de la bomba atómica, el profeta que anunció la llegada de la
inteligencia artificial, las máquinas autorreplicantes, la vida digital y la
singularidad tecnológica, agonizando frente a sus ojos, perdido en el delirio,
muriendo al igual que cualquier otro hombe.
En la imagen John von Newmann