Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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NEUMANN JANOS LAJOS


MANIAC, Benjamín Labatut, p. 51

Cuando el cáncer se extendió a su cerebro y empezó a destruir su mente, el ejército de Estados Unidos lo recluyó en el Centro Médico Militar Walter Reed. Dos guardias armados custodiaban la puerta. Nadie podía verlo sin el permiso explícito del Pentágono. Un coronel de la Fuerza Aérea y ocho aviadores con el más alto nivel de autorización secreta fueron puestos a su disposición a tiempo completo, a pesar de que muchos días no era capaz de hacer otra cosa que gritar como un demente. Era un matemático judío de cincuenta y tres años, un extranjero que había emigrado a Estados Unidos desde Hungría en 1937, y sin embargo, a los pies de su cama, estaban el contraalmirante Lewis Strauss, el presidente de la Comisión de Energía Atómica, el secretario de Defensa, el subsecretario de Defensa, los secretarios de la Fuerza Aérea, el Ejército y la Marina, y los jefas del Estado Mayor Militar, atentos a cada una de sus palabras, añorando un chispazo final del genio que les había prometido un control divino sobre el clima del planeta, el mismo que creó la primera computadora moderna, las bases matemáticas de la mecánica cuántica, la teoría de los juegos y del comportamiento económico y las ecuaciones para la implosión de la bomba atómica, el profeta que anunció la llegada de la inteligencia artificial, las máquinas autorreplicantes, la vida digital y la singularidad tecnológica, agonizando frente a sus ojos, perdido en el delirio, muriendo al igual que cualquier otro hombe.

En la imagen John von Newmann

INTELIGENCIA


En verano, Karl Ove Knausgrad, p. 42

En las sociedades igualitarias la inteligencia es una de las magnitudes más ambivalentes, porque la diferencia que representa la inteligencia es infranqueable, y las diferencias infranqueables son fundamentalmente no igualitarias. De esa forma la inteligencia se asemeja a la belleza, que también es una magnitud problemática para las sociedades igualitarias. La solución ha sido y es fingir que no existe y que no es importante, un juego que empieza en el colegio, donde tanto la inteligencia como la belleza se viven en dualidad: por un lado, se aprende que el exterior no es importante, que lo que cuenta es el interior, y que rodo el mundo tiene el mismo valor, a la vez que esta visión fundamental de valores, en la que todo el mundo está de acuerdo, y que existe en todos los niveles de conocimiento, es, por otra parte, desmentida constantemente porque, por regla general, los guapos reciben más atención y son mejor tratados que los feos, tanto por los profesores como por los demás adultos o los compañeros. La inteligencia también rompe el contrato de igualdad, pero de otra manera, porque mientras que lo bello no es una amenaza, tal vez porque es ineludible y en cierro sentido definitivo, la inteligencia sí lo es, porque rodos sabemos pensar, todos sabemos comprender contextos, y el que a algunos se les dé mejor pensar, el que algunos entiendan más contextos y lo hagan mejor y con más facilidad, puede resultar difícil de aceptar. La amenaza es constante, pero parece más fuerte en los años escolares, ya que esa es una de las pocas fases en las que la capacidad mental y la capacidad de comprender de las personas no solo son sometidas continuamente a prueba, sino que también reciben calificación, de modo que rodas las diferencias entre las personas en este aspecto se ponen de manifiesto. Todos los chicos y las chicas inteligentes que iban a mi colegio intentaron ocultar su inteligencia en alguna ocasión, reducirla, ya que la consecuencia de la inteligencia era que se les excluyera, que no fueran populares, y que en algunos casos incluso fueran acosados. Eso no le ocurría nunca a ninguno de los guapos que iban a mi colegio, al contrario, estaban siempre rodeados de compañeros.


TURING


Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, Emmanuel Carrère, p. 158

Turing empieza por enumerar los argumentos pasados, presentes y futuros que niegan la posibilidad de una inteligencia artificial: las máquinas solo hacen aquello para lo que han sido programadas, están especializadas, no tienen gustos ni caprichos, no pueden sufrir, etcétera. Después de considerar todos estos argumentos insuficientes, Turing sugiere, para poder decidir si una máquina puede pensar como un hombre, que nos atengamos a un criterio único: ¿una máquina es o no capaz de hacerle creer a un hombre que piensa como él?

El fenómeno de la conciencia solo puede ser observado desde dentro. Sé que poseo una, es más, es gracias a ella que lo sé, pero en lo que a ustedes se refiere, no hay nada que me pruebe que tienen una. En cambio, puedo afirmar que ustedes emiten señales, en especial mímicas y verbales, a través de las cuales, por analogía con las mías, deduzco que piensan y sienten como yo. Ahora bien, supongamos, dice Turing, que en un futuro próximo o remoto, una máquina pueda ser programada para emitir, en respuesta a todos los estímulos que recibe, señales igualmente convincentes; en este caso no se entiende a santo de qué puede negársele la patente de pensamiento.

La prueba que Turing elabora basándose en este criterio consiste en aislar a un examinador humano, un candidato humano y un candidato-máquina en tres habitaciones distintas. El  examinador se comunica con cada candidato a través del teclado de un ordenador (también puede hacerse con un teléfono, si se dispone de un sistema de síntesis vocal) y fustiga a los dos candidatos con preguntas destinadas a establecer quién es el hombre y quién la máquina. El interrogatorio puede versar tanto sobre el sabor de la tarta de arándanos, los recuerdos navideños de la infancia y las preferencias eróticas, como, por el contrario, sobre las operaciones de cálculo que, se presume, el hombre efectúa con menos rapidez y mayor dificultad que la máquina; todo está permitido, tanto las preguntas más Íntimas como las más descabelladas. Es sabido que el koan zen es una técnica clásica de confusión. Por su parte, los dos candidatos se esfuerzan en convencer al examinador de que son humanos, uno en  perfecta buena fe, el otro recurriendo a todas las estratagemas que su programa prevé; por ejemplo, cometiendo deliberadamente errores de cálculo. Al final, el examinador da su veredicto. Si se equivoca, la máquina gana



PREGUNTAS


Los espejismos de la certeza, Siri Hustvedt, p. 264

La tecnología seguirá avanzando. La ingeniería genética cambiará el futuro. Todavía se necesitan cuerpos humanos para la reproducción, pero ya hay interferencias en el proceso. Podría decirse que cualquier persona con un marcapasos o una prótesis es un ciborg. Por otra parte, ¿las dentaduras postizas, las patas de palo y los ojos de cristal no se han visto durante un tiempo como material ciborg? ¿No es el bastón del ciego una prolongación de sí mismo? Cada vez más mujeres que pueden permitírselo están congelando sus óvulos. La investigación biológica sin duda descubrirá nuevas formas de concebir qué somos y cómo crecernos. Existe una disciplina llamada vida artificial húmeda, o vida-A húmeda, que está intentando crear células artificiales a partir de componentes bioquímicos que se autoorganizan y se autorreplican y están hechos de sustancias orgánicas e inorgánicas. Son híbridos, no entidades puramente artificiales. Los autómatas celulares, inventados por primera vez por Von Neumann, se han convertido en un mundo en sí mismos,  simulaciones por ordenador de patrones de células simples que derivan en sistemas complejos cuando se ejecutan el tiempo suficiente. Hay programas de vída artificial blanda, como Tierra, un software que crea programas de evolución espontánea que se reproducen, mutan y evolucionan en la memoria del ordenador. El creador de Tierra, Torn Ray, no cree que su programa simule vida. Él cree que es vida, pero la mayoría de las personas a las que  se lo he consultado no están de acuerdo con él.

Las definiciones son peliagudas. ¿Qué es una simulación de la vida y qué es la vida real? Un virus es una criatura parásita peculiar que está viva y muerta. ¿Qué distingue la emoción real de la simulada? Cuando un actor se siente triste de verdad al meterse en su papel, ¿la emoción simulada se vuelve real? ¿Qué es una mente y qué es un cerebro? ¿Son dos cosas diferentes o una misma? Si la mente no es el cerebro, ¿en qué se diferencian? Y si son diferentes, ¿cómo podrían interactuar? Si creo que me pondré bien porque el médico viene a verme y me da una pastilla, ¿de qué modo ese estado “psicológico” se convierte en un proceso de curación  mediante la liberación de opioides en el cerebro? ¿Existe un modelo teórico para la mente que pueda asimilar las complejidades orgánicas del cerebro cuando aún no se comprenden esas mismas complejidades?

Lo que cada vez está más claro es que los elegantes modelos matemáticos reduccionistas tan queridos por los físicos, una gran cantidad de filósofos y los paladines de la TCM, no han generado criaturas artificiales como nosotros.


LOS UNIVERSALES


Máquinas como yo, Ian McEwan, p. 37
Años atrás, siendo estudiante, leí acerca de un «primer contacto», a principios de la década de 1930, entre un explorador llamado Leahy y un grupo de montañeses de Papúa Nueva Guinea. Los miembros de la tribu no sabían discernir si aquellos seres pálidos que habían aparecido de súbito en su tierra eran humanos o espíritus. Volvieron al poblado para discutir el asunto, dejando atrás a un adolescente para que espiara al desconocido. La cuestión se zanjó cuando el chico-espía informó de que uno de los colegas de Leahy se había ido detrás de unos arbustos para defecar. Aquí, en mi cocina, en 1982, no muchos años después, las cosas no eran tan sencillas. El manual de instrucciones me hizo saber que Adán tenía un sistema operativo, y también una naturaleza -o sea, una naturaleza humana-, y una personalidad, la que esperaba que Miranda me ayudara a asignarle. No tenía ninguna certeza de cómo se solapaban estos tres sustratos, o cómo reaccionaban entre sí. Cuando estudiaba antropología, no se pensaba que existiera una naturaleza humana universal. Era una ilusión romántica, un mero producto variable de las condiciones locales. Solo los antropólogos, que estudiaban en profundidad otras culturas, y sabían del bello abanico de la variedad humana, comprendían cabalmente lo absurdo de los universales. La gente que se quedaba atrás, en la comodidad de su casa, no entendía nada, ni siquiera de sus culturas propias. A uno de mis profesores le gustaba citar a Kipling: «¿Y qué saben de Inglaterra quienes solo conocen Inglaterra?”

ANIMALES Y MAQUINAS

Opiniones contundentes, V Nabokov, p. 163
¿Qué nos distingue de los animales?
Ser conscientes de ser conscientes de ser. Dicho con otras palabras, si no sólo sé que soy, sino que también sé que lo sé, pertenezco a la especie humana. Todo lo demás es consecuencia... , la gloria del pensamiento, la poesía, una visión del universo. En ese sentido, el barranco entre el hombre y el mono es inconmensurablemente mayor que el que hay entre la ameba y el mono. La diferencia entre la memoria del mono y la memoria humana es la diferencia que hay  entre el signo & y la Biblioteca del Museo Británico.
Juzgando por el despertar de su propia conciencia de niño, ¿cree usted que la capacidad de emplear la lengua, la sintaxis, de relacionar ideas, es algo que aprendemos de los adultos, como si fuéramos computadoras a las cuales se alimenta, o comenzamos a emplear una aptitud propia, singular, parte de nuestra estructura ... llamémosla imaginación?

La persona más estúpida del mundo es un genio en todo sentido comparada con la computadora más diestra. Cómo aprendemos a imaginar y expresar cosas es un enigma con premisas imposibles de expresar y una solución imposible de imaginar.

MANDARINES

La séptima función del llenguaje, L. Binet, p. 398-299
Simon se vuelve a sumergir en la revista que ha comprado antes de venir y que ha empezado a leer en el metro. Le picó la curiosidad un titular: «Referéndum: los 42 mejores intelectuales». La revista ha pedido a quinientas personalidades «culturales» (Simon arruga el gesto) que nombren, en su opinión, a los tres intelectuales franceses vivos más importantes. El primero: Lévi-Strauss; el segundo: Sartre; el tercero: Foucault. Luego vienen Lacan, Beauvoir, Yourcenar, Braudel...
Simon busca a Derrida en la lista, pero olvida que ha muerto. (Supone que habría estado en ese pódium, pero eso nunca se sabrá.)
BHL está el décimo.
Michaux, Beckett, Aragon, Cioran, Ionesco, Duras ... Sollers, vigesimocuarto. Como también está publicado el detalle de los votos y Sollers, además, forma parte de los votantes, Simon constata que ha votado por Kristeva y que Kristeva ha votado por él. (Mismo intercambio de cortesías con BHL.)
Simon pica una salchicha de cóctel y grita a Bayard: «Por cierto, ¿has tenido noticias de Sollers?».
Bayard sale de la cocina con un trapo en la mano: «Dejó el hospital. Kristeva estuvo a su lado durante toda la convalecencia. Me han dicho que ha vuelto a llevar una vida normal. Según mis informaciones, ha hecho enterrar sus testículos en una isla-cementerio de Venecia. Dice que es un homenaje y que irá por allí dos veces al año hasta su muerte, una vez por cada cojón».
Bayard titubea un poco antes de añadir, suavemente, sin mirar a Simon: «Tiene pinta de que ya se ha recuperado del todo,>.
Althusser, vigesimoquinto: el asesinato de su mujer no parece haber hecho mella en su prestigio, se asombra Simon.
«Huele muy bien, venga, dime, ¿qué es?>> Bayard vuelve a la cocina: <
Deleuze, vigesimosexto, exaequo con Claire Bretécher. Dumézil, Godard, Albert Cohen ...
Bourdieu solo trigesimosexto. Simon ahoga una tos.
El colectivo de Libération también ha votado por Derrida, aunque esté muerto.
Gastan Defferre y Edmonde Charles-Roux han votado a Beauvoir.
Anne Sinclair ha votado a Aron, Foucault y Jean Daniel. Simon piensa que se la follaría muy a gusto.
Algunos no han votado por nadie, arguyendo que no quedaban más intelectuales de envergadura.

Michel Tournier ha respondido: «Aparte de mí, no veo sinceramente a quién más podría citar”. En otros tiempos, Simon se habría echado a reír. Gabriel Matzneffha escrito: El primer nombre de mi lista es el mío: Matzneff. Simon se pregunta si ese tipo de narcisismo regresivo –el deseo de nombrarse a uno mismo- está catalogado en la taxonomía psicoanalítica.

LACAN CAN

La séptima función del lengauje, L. Binet, p. 151
Lacan canturrea en voz baja una especie de nana judía. Pone cara de no enterarse de nada. En la cocina, Kristeva coge a la china por la cintura. BHL dice a Sollers: «Bien pensado, Philippe, tú eres superior a Sartre: estalinista, maoísta, papista ... Dicen que él se ha equivocado siempre, pero ¡anda que tú!... Cambias de opinión tan rápido que no te da tiempo a equivocarte». Sollers mete un cigarrillo en su boquilla. Lacan balbuce: «Sartre no existe». BHL prosigue: «Yo, en mi próximo libro ...”. Sollers le corta: «Sartre decía que todo anticomunista es un perro ... Yo digo que todo anticatólico es un perro ... Además, está claro, no hay ningún judío válido que no haya estado tentado de convertirse al catolicismo ... ¿No es así? ... Querida, ¿nos traes ya el postre? ... ». Desde la cocina, la voz sofocada de Kristeva responde que ya va.

El editor dice a Sollers que quizá publique a Hélene Cixous. Sollers responde: «Ese pobre Derrida ... No es precisamente Cixous quien va a animarlo ... Ja, ja, ja». BHL, en un nuevo intento de precisión: «Siento mucho afecto por Derrida. Ha sido mi maestro en la École. Como tú, querido Louis. Pero no es un filósofo. Filósofos franceses que estén aún vivos solo conozco a tres: Sartre, Levinas y Althusser». Althusser tampoco se da por aludido ante el pequeño halago. Hélene disimula su irritación. El estadounidense pregunta: “¿Y Pierre BoUrdieu, no es un buen filósofo?». BHL contesta que es de la Normale, en efecto, pero que seguro que no es un filósofo. El editor matiza, en atención al estadounidense, que es un sociólogo que trabaja mucho sobre las desigualdades invisibles, el capital cultural, social, simbólico ... Sollers bosteza ostensiblemente: «Lo que es sobre todo es un perfecto cañazo ... Sus habitus ... ¡Sí, no somos todos iguales, menuda noticia! Pues bien, os diré un secreto ... Schss ... Acercaos ... Eso ha sido así siempre y no cambiará nunca. Increíble, ¿Verdad?

MENTE-CEREBRO

Ante todo no hagas daño, Henry Marsch, p. 155
Como neurocirujano en activo, la eterna cuestión filosófica del «problema mente-cerebro» siempre me ha parecido confusa y, en última instancia, una pérdida de tiempo. Nunca he considerado un problema -sólo una fuente de sobrecogimiento y profundo asombro- que mi conciencia, mi identidad, el yo que se me antoja libre como el viento, el que trataba de leer un libro pero que lo que hacía era observar las nubes a través de las altas ventanas, el yo que escribe ahora estas líneas, consista en realidad en el parloteo de cien billones de neuronas. El autor del libro parecía igual de asombrado ante el «problema mente-cerebro», pero cuando empecé a leer su lista de teorías -funcionalismo, epifenomenalismo, materialismo emergente, interaccionismo dualista ... ¿o era dualismo interaccionista?-, no tardé en quedarme dormido, mientras esperaba a que la enfermera acudiera a despertarme para decirme que era hora de volver al quirófano y empezar a operar el cerebro de aquel anciano paciente.

PROUSTIANA

De El abrigo de Proust de Lorenza Foschini, p.54 
Hay cosas en la vida que escapan a la razón y que nos empujan a actuar movidos por algún tipo de fuerza superior: “El hecho de que la inteligencia” escribe Proust en Aibertine desaparecida, “no sea el instrumento más sutil ni más poderoso, más apropiado para captar la verdad, no es sino una razón de más para comenzar por la inteligencia y no por la intuición del inconsciente, no por una fe concebida en los presentimientos. Es la vida que, poco a poco, caso por caso, nos permite comprender que lo más  importante para nuestro corazón o para nuestro espíritu no lo llegamos a conocer por el razonamiento sino gracias a otras fuerzas. Y entonces la  inteligencia misma, al darse cuenta de la superioridad de estas, abdica por razonamiento y acepta colaborar con ellas y servirlas».

NABOKOVIANA

De Rey, Dama, Valet, de VN, p. 194
En una dependencia del juzgado la policía había montado una exposición de delicuencia. Un burgués respetable, que, de pronto, sin que nadie supiera por qué, había descuartizado al hijo de su vecino, resultó tener en su apartamento una mujer artificial. Andaba, se retorcía las manos, hacía pis, y ahora estaba expuesta en aquel museo policial. Inducido por nerviosismo profesional, el Inventor quería examinarla de cerca Un gendarme retirado a quien Dreyer sobornó para que la hiciese funcionar les llevó a verla. Pudieron comprobar que la pobre mujer estaba hecha de manera bastante tosca, y la misteriosa sustancia de que tanto habían hablado los periódicos no era, a fin de cuentas, gracias a Dios, otra cosa que gutapercha. Su capacidad de movimiento también había sido exagerada. Un mecanismo de relojería le permitía cerrar los ojos de cristal y abrirse de piernas. Se podían llenar con agua caliente. El vello que tenía era de verdad, como también loeran los rizos castaños que le caían sobre los hombros. No era, después de todo, nada nuevo, ni pasaba de ser una vulgar muñeca.

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

De El rival de Prometeo, p. 75
TESIS SOBRE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA (EXTRACTO)
Walter Benjamín
SE DICE QUE HUBO UN AUTÓMATA en tal forma construido que habría replicado a cada jugada de un ajedrecista con una contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco con atuendo turco y teniendo en la boca un narguilé se sentaba ante ei tablero colocado sobre una espaciosa mesa. Con un sistema de espejos se provocaba la ilusión de que esta mesa era por todos lados transparente. Pero, en verdad, allí dentro había sentado un enano corcovado que era un maestro en el juego del ajedrez y guiaba por medio de unos hilos la mano del muñeco. Puede imaginarse un equivalente de este aparato en filosofía. Siempre debe ganar el muñeco llamado «materialismo histórico», pudiendo enfrentarse sin más con cualquiera si toma a la teología a su servicio, la cual, hoy día, es pequeña y fea, y no debe dejarse ver en absoluto.

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