Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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El marido domesticado


Brujería, Gonzalo Torné, p.65

Julio se había abrochado la americana y era desconsolador cómo se le ajustaba a la cintura. Sudaba. Le crecían pelillos en el hueco del mentón, ningún afeitado podía rasurarle. Qué pena, qué lástima, todo sería más sencillo si Laura fuese una belleza discreta de la que disfrutar en privado. Pero su atractivo es la bandera de los Pons, sin ella ¿quién iba a fijarse en ti? No te creas único, he conocido a muchos como tú. Antes de perderla la harás sentir inferior, le faltarás al respeto, la chantajearás con vuestros hijos, le regalarás joyas y viajes para mantenerla sujeta y desilusionada en esa órbita donde el matrimonio empieza a parecerse a la prostitución. Te justificarás diciendo que estás obligado para evitar que vuestro mundo colapse. ¿Qué crees que estás salvando? Una convivencia que os sabéis de memoria, discusiones interpretadas mil veces como un hábito del cerebro, tensiones y aburrimiento, desengaños, y la costumbre de confundir la ilusión con la responsabilidad. ¿ Y qué vas a ofrecerle si decide irse aunque sea por unas semanas? ¿Tu grotesca dependencia? Pobre Julio, deberías ser más cuidadoso antes de abrir la puerta de tu casa. Te comprendo pero no te compadezco, representas a la clase de hombre en la que siempre he evitado convertirme: el marido domesticado.


MATRIMONIOS

La mirada inconformista, Manuel Vázquez Montalbán, p. 174
Las repetidas noticias sobre las dificultades que algunos homosexuales españoles encuentran para poder casarse por la Iglesia o por el Estado me entristecen por un doble motivo. Ante todo, porque no entiendo cómo una sociedad democrática puede oponerse a la homologación administrativa de parejas homosexuales. Pero también me entristece que gente tan luchadora, tan humillada y ofendida, tan fuera del juego de la moral convencional como suelen ser los homosexuales, caigan en la trampa del matrimonio. En un momento en el que el matrimonio se muestra como un vínculo afectivamente obsoleto y administrativamente peligroso, parece un empeño prehistórico el querer convertirlo en una reivindicación de la libertad sexual. Se me hace difícil imaginar a muchos de los sensibles, inteligentes y cultos homosexuales que conozco pasando por las horcas caudinas matrimoniales y prestándose a una ceremonia que en realidad solo sirve, y no siempre, para que las empresas te concedan unos días de  vacaciones. Todas las rutinas que dan sentido a la convivencia de una pareja, desde pagar los plazos de la máquina lavaplatos hasta adquirir un nicho en propiedad, están al alcance de un dúo homosexual, incluso la peripecia procelosa de una luna de miel en el Monasterio de Piedra o en Palma de Mallorca. Claro que si estás casado legalmente puedes meter a tu pareja en la Seguridad Social, pero tal como se está poniendo el Estado asistencial, empieza a ser más una amenaza que un factor de seguridad.
Como me resisto a creer que los sensibles, inteligentes y cultos homosexuales que conozco estén interesados realmente en el turbio negocio matrimonial, presumo que su reivindicación es meramente provocativa y que quieren casarse para permitirse la gozada del divorcio. 

MATRIMONIO


Cuando ella era buena, Philip Roth, p. 248
Bueno, el matrimonio no es algo que simplemente tiras por la ventana como un zapato viejo. El matrimonio no es algo en lo que te embarcas irresponsablemente, y tampoco es algo de lo   que sales irresponsablemente. Cuanto más lo pensaba, mejor comprendía que el matrimonio era, quizá, lo más serio que uno podía hacer en la vida. Después de todo, la familia era la base de la sociedad. Quita la familia y, ¿qué queda? Simplemente gente dispersa, eso es todo. La anarquía total. Trata de imaginar el mundo sin familias. No puedes hacerlo. Oh, sí, desde luego que había personas que se precipitaban a hacer intervenir a un abogado de familia. Al primer síntoma de algo que no funciona bien entre ellos, piden el divorcio ... y al diablo con los niños, al diablo con la otra persona. No obstante, si una pareja tiene algo de madurez, se sienta y discute las diferencias, expresa su malestar, y cuando todos han tenido la posibilidad de hacer sus acusaciones -y también de admitir que podrían haber estado equivocados (porque nunca la cosa es tan simple como que uno siempre tiene la razón y el otro siempre está equivocado) entonces, en lugar de salir corriendo hacia Reno, Nevada, dos personas que tienen algo de madurez dejan de comportarse como niños, ponen manos a la obra y realmente deciden ocuparse de su matrimonio. Porque esa es la palabra clave: ocuparse, que uno por supuesto no conoce cuando entra bailando alegremente en el sagrado matrimonio, creyendo que más o menos será una prolongación de los fáciles y buenos tiempos premaritales. N o, el matrimonio es una ocupación, una ocupación difícil, una ocupación terriblemente importante cuando hay un niño de por medio, un niño que te necesita como nadie te ha necesitado en tu vida.

EL MATRIMONIO


La única historia, Julian Barnes, p. 49
Aquella noche miré a mis padres y presté atención a todo lo que decían. Intenté imaginar que ellos también habían tenido su historia de amor. En un tiempo lejano. Pero no llegué a ninguna conclusión. Después traté de imaginar que cada uno había vivido su historia de amor, pero por separado, antes del matrimonio o quizá -aún más emocionante- durante el mismo. Pero desistí porque de esto tampoco pude sacar nada en limpio. Me pregunté, en cambio, si, al igual que Joan, yo también simularía, disimularía para desviar la curiosidad. ¿Quién sabe?
Rebobiné y traté de imaginar cómo habría sido la vida de mis padres en los años anteriores a mi nacimiento. Me los represento empezando juntos, lado a lado, codo con codo, felices, confiados, recorriendo un surco de hierba tierna y blanda. Todo es verdor y el entorno es extenso; no parece haber ninguna prisa. Después, a medida que avanza el curso normal, cotidiano de la vida, desprovisto de amenazas, el surco se hace más profundo muy despacio y el verde aparece tachonado de pardo. Un poco más adelante -una década o dos-, el montón de tierra es más alto a ambos lados y no pueden ver por encima. Y ahora no hay escapatoria, no hay vuelta atrás. Solo hay el cielo arriba y muros cada vez más altos de tierra parda que  amenaza con sepultarlos.

HOMBRES Y MUJERES


La única historia, Julian Barnes, p. 82
¿Qué me producía aversión y desconfianza en el hecho de ser adulto? Pues, para decirlo brevemente: la conciencia de poseer derechos, el sentido de superioridad, la presunción de saber más, si no todo, la amplia banalidad de las opiniones adultas, el modo en que las mujeres sacaban la polvera y se empolvaban la nariz, la forma en que los hombres se sentaban en una butaca con las piernas separadas y sus partes prietamente resaltadas contra el  pantalón, la manera en que hablaban de jardines y de jardinería, las gafas que llevaban y el ridículo que hacían, la bebida y el tabaco, el horrible estruendo de la flema cuando tosían, los aromas artificiales que se echaban para ocultar sus olores animales, que los hombres se quedaran calvos y las mujeres se modelaran el pelo con aerosoles de fijador, la idea pestilente de que quizá mantuvieran todavía relaciones sexuales, la dócil obediencia de ambos sexos a las normas sociales, su irascible desaprobación de cualquier cosa satírica o contestataria, su suposición de que el éxito de sus hijos dependería del grado en que imitaran a sus padres, el ruido sofocante que hadan cuando estaban de acuerdo unos con otros, sus comentarios sobre la comida que cocinaban y la comida que comían, su afición a alimentos que a mí me daban asco (en especial las aceitunas, las cebollas en vinagre, los chutneys, los encurtidos picantes, la salsa de rábano picante, las cebolletas, la pasta para sándwich es, los apestosos emparedados de queso con pasta Marmire), su autocomplacencia emocional, su sentido de superioridad racial, la forma en que contaban los peniques, el modo en que se hurgaban en los dientes para desalojar los residuos de comida, lo poco que se interesaban por mí y el excesivo interés que mostraban cuando yo no quería que lo hicieran. No era más que una lista corta de la que Susan, por supuesto, estaba totalmente excluida.
Ah, y otra cosa. Que, sin duda a causa de un miedo atávico a reconocer sus auténticos sentimientos, ironizasen sobre la vida afectiva y convirtieran la relación entre los sexos en una chanza tonta y continua. Que los hombres insinuaran que en realidad las mujeres lo gobernaban todo; que las mujeres insinuasen que los hombres en realidad no comprendían lo que estaba sucediendo. Que los hombres fingieran que eran los más fuertes y que hubiera que mimar, consentir y cuidar a las mujeres; que estas fingiesen que, con independencia del folclore sexual acumulado, eran las únicas que tenían sentido común y práctico. Que los dos sexos admitieran plañideramente que a pesar de todos los defectos del sexo opuesto seguían necesitándose mutuamente. Que no se puede vivir ni con las mujeres ni sin ellas, ni tampoco con los hombres ni sin ellos. Y que ellas y ellos conviviesen en el matrimonio, que, como dijo un ingenioso, era una institución, sí, pero para enfermos mentales. ¿Quién lo dijo primero, un hombre o una mujer?

UNA SEPARACION


Feliz final, Isaac Rosa, p. 304
Porque en toda separación hay algo de profecía autocumplida: desde el momento de la ruptura, los separados se van distanciando, se vuelven extraños, tan ajenos e incompatibles que un día sus hijos se preguntarán cómo fue posible que alguna vez se amasen dos personas tan opuestas, y entenderán y hasta celebrarán que se separasen a tiempo, vista la deriva divergente posterior. En toda ruptura dolorosa, la hostilidad que se desata acaba por justificar la propia ruptura: no solo la hace irreparable, sin posibilidad de vuelta atrás, sino que trampea causas y consecuencias, hasta que esa misma hostilidad se convierte en el más contundente argumento para la separación: mira cómo nos odiamos, lo mejor que pudimos hacer fue separarnos. Cada vez que Teresa y yo nos gritábamos por teléfono, más justificada quedaba mi decisión. Cada vez que ella me enviaba mensajes telefónicos acusándome de ser un egoísta y un monstruo sin sentimientos al que nunca iba a perdonar lo que le había hecho a ella y sobre todo lo que le había hecho a Germán; cada vez que me escribía un largo correo más sereno donde decía desear no haberme conocido nunca y no haber tenido un hijo conmigo, más acertado parecía que nos hubiésemos separado, y también a ella se lo parecería. Su rechazo a acordar una custodia compartida y su rigidez con el tiempo de visitas acabarían por convencer de lo razonable de mi decisión incluso a mi reacia madre, al principio solidaria con Teresa desde su propia cicatriz de mujer divorciada. Que llegásemos hasta el juzgado era la prueba definitiva de que no teníamos futuro juntos, y de que lo más conveniente para Germán, ante la evidencia de unos progenitores tan cargados de rencor, eran una madre y un padre alistados a la legión de divorciados que, concentrados en hacer felices a sus vulnerables hijos, se esfuerzan por demostrar el argumento consolador de que para los hijos siempre es mejor un buen divorcio que un mal matrimonio.

UPDIKE

Conejo es rico, John Updike
Harry lleva en los huesos la conciencia introyectada a lo largo de los años de que las noches de los dias en que Janice se ha peleado con su madre y ha bebido demasiado querrá hacer el amor. En los primeros diez años de su matrimonio, era difícil conseguir que ella se pusiera a tono, babia cantidad de cosas que se negaba a hacer y ni siquiera sabía que se hacían y que eran al parecer las cosas que estaban más presentes en la mente de Conejo, pero ella se desató desde que tuvo la aventura con Charlie Stavros, aproximadamente por la época de la llegada de una nave espacial a la luna, y como el estilo de los tiempos proclamaba que no había actos prohibidos, y además la muerte ya le estaba devorando el cuerpo lo bastante para que ella comprendiese que no era una vasija tan preciosa ni llegaría un superhombre para quien mereciese la pena reservarlo, Harry no tiene quejas. En realidad, las quejas en ese sentido podrían proceder más bien de ella con respecto a él. En algún momento de la primera época de la administración Carter, su interés por ella, que había sido bastante estable, comenzó a tambalearse y acabó convirtiéndose en una auténtica crisis de confianza. Él culpa al dinero: el hecho de tener por fin el suficiente le ha satisfecho enteramente; el dinero mismo, durmiendo en el banco, pierde valor constantemente, y eso también le preocupa, qué hacer con él, así como todo lo demás: los Phils, los muertos, el golf. Se ha apasionado por este deporte desde que se hicieron socios del Flying Eagle, sin que su juego haya mejorado mucho y sin que tampoco haya aumentado su impresión personal de que posee, escondidas en los recovecos de sus músculos, mayor potencia y pureza absoluta que en unos cuantos golpes afortunados de aquellas primeras partidas que jugó antiguamente. Se parece a la vida misma en que no se puede forzar su ejecutoria y en que su principio subyacente se niega a ser permanentemente invocado. Brazos como cuerdas) se dice él mismo a veces, con notable éxito, y luego, si la cosa va mal, Cambia de sitio tu peso" 0: No golpees con miedo, o Conserva el ángulo, refiriéndose al ángulo que forman el palo y los brazos cuando las muñecas están levantadas. A veces piensa que todo el secreto reside en las manos, luego que en los hombros y hasta en las rodillas. En este último caso no puede controlarlas. 

MATRIMONIO

Lo que no está escrito, Rafael Reig, p. 61
El matrimonio es un espejo, siempre le descubre a uno algo de sí mismo que habría preferido no saber. Al vivir con alguien, como al escribir, uno se delata. La historia que contamos también nos cuenta a nosotros nuestra propia historia, lo que no queríamos saber de nosotros mismos.
Los matrimonios no se rompen cuando uno conoce  la verdad del otro y descubre que no es como esperaba; se deshacen cuando uno se conoce por fin a sí mismo y se encuentra con lo que en secreto temía que apareciera.
Para Carmen y Carlos todo sucedió muy deprisa. Entre el encuentro en el autobús y el primer beso en el Hispano pasaron tres días; entre aquel beso con los ojos cerrados y el primer polvo en el chalet de los padres de Carmen, en Alpedrete, una semana; entre aquel polvo y el matrimonio en la calle Pradillo, cuatro meses.
Del autobús al Hispano les llevó la llamada de Carlos; del Hispano a la cama, la curiosidad impaciente; de la cama al juzgado, cierta idea de sí mismos que les separaba de todos los demás y de sus propias vidas, tan incómodas como la ropa de otro.

Carlos tenía entonces treinta años y su padre había muerto cuando él era niño. Dicen que todos los hijos de viuda se parecen, sienten el mismo miedo a la pobreza y esa confianza en su propio esfuerzo que les hace creer que no le deben nada a nadie y les castiga con una rigidez de carácter insoportable para los demás.

MATRIMONIO

Berta Isla, Javier Marías, p. 254
Aunque ésta no hubiera cambiado esencialmente las cosas para nosotros --quizá algo más para mí, que con ingenuidad la viví como una especie de consecución-, hay una heredada y extraña mística del matrimonio a la que casi nadie permanece inmune ni se sustrae enteramente, lo mismo que hay una mística de la maternidad. Sentimientos atávicos, seguramente. La mujer que se ha casado, el hombre que se ha casado, ya no serán nunca idénticos a los que jamás lo habían hecho. Aunque no se crea en ellas, aunque sean sencillas y se les dé apariencia de trámite, las ceremonias producen su efecto, y por eso se inventaron, supongo: para marcar una línea divisoria, establecer un antes y un después, para convertir en serio lo que no lo era, para subrayar y solemnizar. Para dar una noticia y que así ésta sea asumida, sancionada por la comunidad. ¿Acaso no se sabe siempre quién es el nuevo Rey (a menos que no haya heredero y se sucedan disputas dinásticas), y sin embargo no ha habido nunca monarca que haya renunciado, que se haya saltado una ceremonia de coronación? Puede que aquella pregunta mía tuviera más gravedad de la que yo misma le otorgaba al hacerla. 

PATERNIDAD

Aquí estoy, JS Foer, p. 403-404
Esa frase era algo -o, por lo menos, él sentía que era algo- que tenía que decir. Siempre había sabido -o sea, había sentido- que Julia creía poseer una conexión emocional más fuerte con los niños, que por el hecho de ser madre, o mujer, o simplemente por ser como era, tenía un vínculo con ellos que a un padre, a un hombre, o simplemente a Jacob, le era vedado. Lo sugería sutilmente todo el tiempo -Jacob tenía la sensación de que lo sugería sutilmente- y de vez en cuando lo expresaba con todas las letras, aunque siempre camuflado dentro del discurso de todas las cosas especiales que tenía la relación de Jacob con ellos, como por ejemplo lo bien que se lo pasaban juntos.
Por lo general, la percepción de Julia de sus respectivas identidades como padres se podía resumir así: profundidad y diversión. Ella les daba el pecho, y Jacob hacía que se troncharan con sus exagerados ruidos de avión mientras les daba de comer. Julia tenía una necesidad visceral, incontrolable, de ir a echarles un vistazo mientras dormían, y Jacob los despertaba si un partido se iba a la prórroga. Julia usaba palabras como nostalgia, desasosiego o pensativo, y a Jacob le gustaba decir que “no existen las palabrotas, sólo los usos groseros” para así justificar el uso supuestamente no grosero de palabras como inútil o mierdoso, que Julia odiaba en la misma medida en que les encantaban a los niños.

Había otra forma de describir la dicotomía entre profundidad y diversión, que Jacob había pasado horas y horas analizando con el doctor Silvers: pesadez y levedad. Julia le daba peso a todo, abría espacios para expresar todo tipo de emociones íntimas, sugería conversaciones sustanciosas sobre comentarios hechos de pasada y estaba siempre ponderando el valor de la tristeza. Jacob tenía la sensación de que la mayoría de los problemas no eran problemas, y que los que sí lo eran podían resolverse a base de distracciones, comida, actividad física o dejando pasar el tiempo. Julia siempre quería darles a los niños una vida cargada de gravedad: cultura, viajes al extranjero y películas en blanco y negro. Jacob no veía ningún problema -de hecho, veía su parte buena- en actividades más tontas y simples: parques acuáticos, partidos de béisbol y películas de superhéroes malísimas que producían gran placer. Julia consideraba la infancia como el periodo de formación del espíritu; Jacob, en cambio, la consideraba la única oportunidad que ofrecía la vida de sentirse seguro y feliz. Los dos veían las innumerables limitaciones del otro, pero también lo absolutamente necesario que era.

ENVEJECER

EXtinción, DF Wallace, p. 265-266
Antaño voluptuosa hasta un extremo casi rubensiano, el tipo de envejecimiento o ajamiento de Hope se ha establecido siguiendo un proceso de “encogimiento” o desecación: la piel se le endureció y adquirió un aspecto correoso en algunos puntos, el oscurecimiento de su piel se volvió permanente y sus dientes, tendones del cuello y articulaciones de las extremidades se volvieron protuberantes de una forma en que nunca antes lo habían sido. En resumen, su semblante general había adquirido un aspecto lupino o depredador, y el que antaño había sido el célebre •centelleo• de sus ojos se había convertido en simple avidez. (Nada de todo esto es, por supuesto, de ninguna forma sorprendente o antinatural: el aire y el tiempo se habían limitado a hacerle a mi mujer lo que también le •hacían• al pan y la ropa tendida a secar. Ciertamente, todos tenemos que hacernos a la idea de nuestra problemática actuarial, por así decirlo, de la cual el «nido vacío» es un mojón realmente nítido en el camino.) La realidad natural pero a pesar de todo terrible -aunque nunca se habla de ello en ninguna unión viable, con el paso del tiempo- es que, en aquel punto de nuestro matrimonio, Hope ya carecía de sexo de jacto o en un sentido práctico, como se suele decir ya era vino pasado o avinagrado, y de alguna forma esto se veía agravado o acentuado, por culpa de su escrupulosa devoción al cuidado de sí misma y a los desiderata juveniles, al igual que tantas de las integrantes desecadas o bien hinchadas de su círculo de amistades y de las esposas y divorciadas de los clubes de Lectura y de Horticultura que habitualmente se congregaban alrededor de la piscina del Club Raritan durante la temporada de verano estaban obsesionadas por lo mismo: las clases de Ejercicio y los regímenes calóricos, los emolientes y los tonificantes, el yoga, los suplementos alimentarios, el bronceado o (aunque casi nunca se mencionaban) los «pasos por el quirófano» o procedimientos quirúrgicos: todo ese voluntarioso aferrarse a la misma vivacidad núbil o de virgo intacta del cual sus hijas sin saberlo constituían una burla mientras iban floreciendo en los últimos años. (De hecho, pese a su brío y a su esprit fort naturales, a menudo resultaba demasiado fácil  notar el dolor en los ojos de Hope y en su boca fruncida o •agarrotada• cuando contemplaba o se encontraba dentro del ámbito del reciente, cada vez más maduro y atractivo círculo de edad de nuestra Audrey, una tristeza ajada que luego se transfería o proyectaba con facilidad pasmosa en forma de ira contra mí simplemente por tener ojos en la cara con los que ver las cosas y resultar naturalmente afectado por ellas.) A uno le resulta, de hecho, dificil considerar una coincidencia el que todas aquellas chicas e hijas florecientes fueran, casi sin excepción, mandadas a universidades de otros estados, ya que con cada año que pasaba la mera imagen física de aquellas chicas se convertía en una reprimenda viviente a sus madres.

SECRETOS DE UN MATRIMONIO

Extinción, DF Wallace, p. 254
-Pero roncar no es el verdadero problema, ¿verdad, Randall?
-Pero si yo no he sugerido ni por un momento que fuera el verdadero problema.
-Después de todo, con fiebre del heno o sin ella, muchos hombres roncan.
-Y si yo fuera uno de ellos (queriendo decir alguien que “roncaba” incluso durante las estaciones en que la fiebre del heno no era un factor), las aceptarla (refiriéndome a las acusaciones de Hope) sin dudarlo.
-¿Por qué es tan importante para usted el hecho de roncar o no?
-De lo que se trata precisamente es de que no es importante en absoluto para mí. Eso es lo que digo precisamente. Si yo estuviera, de hecho, “roncando”, no tendría problema en admitirlo, asumir mi responsabilidad y dar cualesquiera pasos razonables a fin de resolver el supuesto problema.
-Me temo que sigo sin entenderlo. ¿Cómo puede usted estar seguro de si ronca o no? Si está usted roncando, por definición es que está usted dormido.
-Pero [intentando responder]...
-O sea, ¿cómo podemos saberlo?
-Pero [sintiéndome cada vez más frustrado llegado aquel punto] de eso precisamente se trata, y es que ya he intentado explicarlo aquí no sé cuántas veces ya: es precisamente cuando de hecho todavía no me he dormido cuando ella me acusa.
-¿Por qué se está irritando tanto? ¿Le va a usted la vida en esta cuestión de si ronca?

-Si me estoy “irritando”, como dice usted, es tal vez porque me siento fastidiado, impaciente o frustrado por esta clase de conversación. De lo que se trata precisamente es de que enfáticamente no me va la vida en el supuesto problema de los “ronquidos”. Se trata precisamente de que si yo efectivamente «roncara” lo admitiría sin problemas y me limitaría a ponerme de lado o incluso me ofrecería para ir a dormir a la cama de Audrey y no pensaría más en el asunto salvo por cierto arrepentimiento natural por haber trastornado o “comprometido” el descanso de Hope. Pero es que de hecho yo sé que hay que estar dormido para roncar, y también sé cuándo estoy realmente dormido y cuándo no, y que en lo que sí me va la vida es en negarme a aplacar la cólera de alguien que no solo está siendo irracional sino ciegamente testaruda y obtusa al acusarme de algo de lo que no puedo ser culpable si no estoy dormido cuando de hecho todavía no me he dormido, debido en gran parte a lo tenso y agotado que me deja para empezar todo este absurdo conflicto.

UN MARIDO

Vernon Subutex 1, Virginie Despentes, p.68-69
-Las parejas de larga duración no siempre son fáciles. Para que funcionen hay que esforzarse constantemente. Yo quiero que funcione con Marie-Ange. Y ella también. No hemos tenido una cría para luego separarnos. Un hijo es una responsabilidad. Pero hay que adaptarse. Por ejemplo, una vez que tu mujer se convierte en madre, cambia. Cuando ha pasado la exaltación hormonal del embarazo, te encuentras frente a una desconocida. Ahora entiendo por qué a tantos tíos los echan cuando llega el primer chiquillo: las mujeres no tienen piedad, hasta entonces solo pensaban en complacerte, pero en cuanto tienen al crío ya no te necesitan para nada. Te relegan al papel de figurante. No sabes hacer nada, no es tu lugar, lárgate. De todas formas, te aguantan por la pasta, y ni se te ocurra decirlo -entonces se pasan el día tocándonos los huevos con el feminismo, en cuanto el niño está en la cuna, saben que tendrán tanto la custodia como la pensión. Y que vas a pagarla, cabrón. Yo, cuando Marie-Ange empezó a marcar el territorio y a querer controlar el acceso a la habitación de la cría, no se lo permití. Tú tranquila, sabía cómo cambiar un pañal y a qué temperatura tiene que estar el biberón. Ahí es donde se juega la. guerra de sexos, y si no estás alerta, te ponen contra las cuerdas. Los hijos, ese es el auténtico terreno. Con Clara, supe desde el primer segundo que sería un buen padre. Coges a esa cosita en brazos y su vulnerabilidad te hace polvo, te conviertes en otro hombre. Me impuse. Todos los días estoy delante de la verja de su colegio, irá a bachillerato y yo seguiré ahí. Marie-Ange quiere otro. Quiere un niño. No tenemos prisa. Soy un ser humano, joder, no un depósito de esperma. Al principio, el sexo entre nosotros -no voy a entrar en detalles pero era . .. tremendo, de verdad. Y yo fui un gilipollas: como la hacía gozar, estaba seguro de que era mía. Que una tía que tiene sangre de baronesa me comiera la polla era lo más, tío. Tendrías que ver a su familia -ninguno me quería hasta que llegó la cría, pero ahora que ven que todo el mundo se divorcia, menos nosotros, he ganado puntos de respeto. Tuve que esforzarme muy mucho para conseguirlos. Sus viejos nunca han currado. ¿Puedes creértelo? Todavía hay gente que vive de rentas. Sin currar. El padre ha gestionado la fortuna familiar, Y la madre lo ha ayudado. Tacaños, como todos los ricos, cuentan hasta el último céntimo. Y tendrías que oírlos hablar de los que cobran el salario mínimo. . . Y mira que yo soy liberal y pragmático, ya me conoces, pocas fantasías bolcheviques tengo yo. 

DE LA VIDA CONYUGAL

Amor, etcétera, Jlian Barnes, p. 66-67
El momento del deseo se vuelve más ... frágil, creo. Estás viendo un programa de televisión, medio pensando en ir a la cama, y luego cambias de canal, ves alguna basura y al cabo de veinte minutos los dos estamos bostezando y el momento ha pasado. O uno de los dos quiere leer y el otro no, y uno de los dos espera tumbado en la penumbra a que el otro apague la luz, y entonces la espera, la esperanza, se convierte en un ligero rencor, y el momento pasa, y eso es todo. O transcurren unos días -más de lo habitual, de todos modos-, y descubres que el tiempo obra simultáneamente en dos sentidos. Por un lado echas de menos el sexo y por el otro empiezas a olvidarlo. Cuando éramos niños pensábamos que los monjes y las monjas tenían que estar secretamente cachondos todo el rato. Ahora pienso: Apuesto a que a la mayoría de ellos les trae sin cuidado, y apuesto a que el rijo desaparece solo.
No me entiendas mal. Me gusta el sexo; y también a Olíver. Y todavía me gusta el sexo con él. Él sabe lo que me gusta y lo que quiero. El orgasmo no es un problema. Los dos sabemos la mejor manera de alcanzarlo. Podría decirse que eso casi formaba parte del problema. Si es que hay alguno. Es decir, casi siempre hacemos el amor de la misma forma: el mismo lapso, la misma duración (qué horrible palabra) de los preámbulos, la misma postura o posturas. Y lo hacemos así porque es como mejor funciona; es como sabemos por experiencia que nos gusta más. Así que se transforma en una tiranía, en una obligación o algo por el estilo. En cualquier caso, es imposible cambiar. La regla con respecto al sexo conyugal, si te interesa saberla -y quizá no te interese-, es que al cabo de unos años no puedes hacer nada que no hayas hecho antes. Sí, ya sé, he leído todos esos artículos y consultorios sobre la manera de añadir picante a tu vida sexual, de hacer que él te compre ropa interior especial, y que a veces basta con una cena romántica los dos solos con velas, y dedicar un remanso de paz a estar juntos, y me río porque la vida no es así. Mi vida, por lo menos. ¿Remanso de paz? Siempre hay un montón de ropa para la colada.

Nuestra vida sexual es ... amistosa. ¿Entiendes lo que quiero decir? Sí, ya veo que lo enciendes. Quizá demasiado bien. Somos compañeros. En el sexo disfrutamos de la mutua compañía. Hacemos todo lo posible por el otro, procuramos su bienestar durante el acto. Nuestra vida sexual es ... amistosa. Seguro que hay cosas peores. Mucho peores.

MALOS TRATOS

Los caprichos de la suerte, Pío Baroja, p. 89
Gloria había contado a Escalante con todo detalle cómo se había desarrollado su odisea conyugal. En los primeros tiempos, mientras el marido sentía entusiasmo por ella, la vida pareció normal. Cuando se anunció la llegada del hijo, el marido empezó a recobrar su libertad para andar detrás de otras mujeres. Llegado el hijo, no produjo entusiasmo en el hombre. Pareció que al principio retomaba el entusiasmo por su mujer, pero pronto comenzaron las disidencias entre los cónyuges, llegados a una situación lamentable. El marido comenzó a salir de noche solo, a volver a casa en las altas horas de la madrugada, borracho, y a la menor queja de la mujer, a la más suave réplica, se lanzaba a pegarla como pudiera hacerlo un gañán o un chulo de las afueras.

Una noche ella, cansada de verse vapuleada, furiosa y harta de su papel de víctima, se lanzó sobre él, le agarró del pelo, que tenía abundante y llevaba largo, y sujetándole por él con la mano izquierda, con la derecha le descargó cuatro o cinco puñetazos en la cara. En vista de que con aquello no había conseguido gran cosa, pues sin duda el marido era un peso fuerte y la mujer un peso pluma, cogió del tocador una botella de agua de colonia y con el frasco golpeó la frente del marido hasta que saltó la sangre. Entonces él sacó el pañuelo del bolsillo apaciblemente, se secó la sangre y se quedó tan tranquilo. Al ver esto, Gloria se echó a llorar. Sin embargo, obtuvo un éxito, porque desde ese día ya no la pegó ni se pegaron

MAS BUENAS IDEAS

Instrumental, James Rhodes, 254
No os hagáis preguntas sobre el pasado del otro. Bajo ninguna circunstancia preguntéis por exparejas, por cuántos amantes ha tenido la otra persona, si ha practicado sexo anal con alguien, si se lo tragaban, si han estado en no sé qué país  hotel  Restaurante con otra persona, etcétera, etcétera. No analicéis la relación entre vosotros, no examinéis dónde estáis o hacia dónde vais. Esto no procura ni una sola ventaja.
Adelántate a lo que necesita la otra persona, haz cosas que la hagan sentir bien, aunque te parezcan una estupidez, algo indulgente o que está mal. Reserva diez minutos al final de cada día para comprobar cómo está el otro. Cinco minutos para que cada persona hable, sin ser interrumpida, de su jornada, que comente algunas cosas que le inspiran gratitud, detalles que ha tenido el otro y que le han conmovido, cosas que le hacen ilusión, que le preocupan. Y terminad siempre con un «te quiero » y un beso. Siempre.

Todo esto es especialmente importante si tenéis hijos. Estos deben saber absolutamente, sin cuestionárselo, que papá y mamá son lo más importante; la vuestra es la relación fundamental y merece la mayor de las atenciones. Quered a vuestros hijos, mimadlos hasta decir basta, estad disponibles para ellos y dadles todo lo que vuestros padres no os dieron. Pero nunca, jamás, interrumpáis una conversación porque han entrado en la habitación pidiendo un puto helado

DEL MATRIMONIO

Extinción, DFWallace, p. 243
Así pues, tal como yo había planeado originalmente manifestar durante los últimos nueve hoyos o en el Hoyo 19, no es que yo afirmara, como hacen algunos maridos, que nunca roncaba, o que no quisiera ponerme de un lado o del otro en la cama, ni dar pasos razonables para ayudar a Hope a estar cómoda siempre que algo muy, muy de vez en cuando me hacía carraspear, toser, gargajear o respirar de cualquier forma obstruida mientras dormía. En cambio, la fuente verdadera, más irritante o paradójica del actual conflicto matrimonial era que yo, en realidad, ni siquiera estaba dormido cuando mi mujer se ponía a chillar de repente que estaba roncando y trastornándola casi todas las noches desde que nuestra Audrey se marchó de casa. Sucedía casi siempre después de una hora más o menos de que nos retiráramos a la cama (después de leer en la cama durante más o menos media hora, lo cual constituía una especie de ritual o costumbre matrimonial), momento en el cual yo seguía tumbado de espaldas con los brazos colocados sobre el pecho y los ojos cerrados o bien mirando relajadamente los ángulos de las paredes y el techo y las luces que se distendían en el exterior a través de las ventanas, y seguía siendo consciente de cada sonido pero me iba relajando lentamente y apaciguándome y descendiendo de forma gradual hacia el momento de quedarme dormido, pero de hecho todavía no me había dormido. Cuando ella se ponía a gritar.

La verdadera cuestión, en otras palabras, es que era Hope (que era famosa por quedarse dormida en el momento en que acababa de cerrar su livre de chevet de turno, lo colocaba en su mesita de noche y apagaba la luz de la lamparilla de aplique de acero pulimentado que había sobre su cama) quien estaba, de hecho, dormida y soñando que era yo quien estaba dormido y roncando

LECCIONES DE SEXO

Blonde, una novela sobre MM, JC Oates, p. 177-178
-Quizá la noche de bodas deberías beber de más --decía Elsie-. No digo que te emborraches, pero sí que te achispes un poco con champán. Por lo general el hombre se pone encima de la mujer y ella está preparada para recibirlo, o debería estarlo. No duele.
Norma Jeane se estremeció. Miraba a Elsie de reojo con gestodesconfiado.
-¿No duele?
-No siempre.
-Ay, tía Elsie. Todo el mundo dice que duele.
-Bueno, a veces --concedió Elsie. Al principio.
-Pero la mujer sangra, ¿no es cierto?
-Si es virgen, tal vez.
-Entonces ha de doler. Elsie suspiró .
-Supongo que eres virgen, ¿no? -Norma Jane asintió con solemnidad y Elsie, violenta, explicó-: Bueno. Tu marido te prepara. Ahí abajo. Entonces te mojas y estás listas. ¿Nunca te ha pasado?
-¿Qué cosa? -preguntó Norma Jeane con voz temblorosa.
-Si has deseado hacer el amor.
Norma Jeane sopesó la cuestión.
-Casi siempre me gusta que me besen y me encanta que me abracen. Como a una muñeca. Aunque entonces la muñeca soy yo.
-Rió como solía hacerlo, con voz aflautada, asustada, chillona-. Si  cierro los ojos, ni siquiera sé quién lo hace. Cuál de ellos es.
-¡Qué cosas dices, Norma Jeane!
-¿Por qué? Sólo son besos y abrazos. ¿Qué importancia tiene quién sea el chico?
Elsie meneó la cabeza, un tanto escandalizada. ¿Qué importancia tenía? Que la condenaran si lo sabía. Pensaba en que Warren la habría matado si hubiera besado a otro hombre, y ¡qué decir si hubiera tenido una aventura! Claro que él le había sido infiel muchas veces y ella había sufrido y se había puesto furiosa, le había dicho lo que pensaba de él, loca de celos, llorando, y él lo había negado todo aunque era evidente que disfrutaba con la reacción de su esposa. Era parte del juego, parte del matrimonio, ¿no? Al menos en la juventud.

-Debes ser fiel a un solo hombre -declaró Elsie con falsa indignación-. «En la enfermedad y en la salud, hasta que la muerte os separe.» Son cosas de la religión, supongo. Quieren asegurarse de que si tienes hijos, éstos sean de tu marido y no de otro. Te casarás con una ceremonia cristiana. Yo me ocuparé de ello.

MATRIMONIO DE MM

Blonde: una novela sobre MM, JC Oates, p.224
 -Encima quiere tener hijos -prosiguió Bucky, indignado-. En plena guerra. Ha estallado la Segunda Guerra Mundial, el mundo se está yendo a hacer puñetas y mi mujer quiere tener hijos. ¡Señor!
-No seas blasfemo, Bucky -protestó débilmente la señora Glazer-. Ya sabes cuánto me fastidia.
-Yo sí que estoy fastidiado -replicó Bucky-. Cuando vuelvo a casa, Norma Jeane se comporta como si se hubiera pasado el día entero limpiando y haciendo la cena para mí, esperándome. Como si no existiera sin mí. Como si yo fuera Dios o algo por el estilo. -Dejó de pasearse, respirando con díficultad. La señora Glazer le había servido gelatina de cerezas en un plato y él empezó a comer con voracidad. Con la boca llena, añadió-: Yo no quiero ser Dios. No soy más que Bucky Glazer.
El señor Glazer, que había permanecido callado hasta ahora, declaró con contundencia:
-Mira, hijo, vives con esa chica. Os casasteis por la Iglesia «hasta que la muerte os separe». ¿Acaso crees que el matrimonio es un tiovivo?, ¿que puedes dar unas cuantas vueltas y luego apearte para jugar con los demás chicos? No, señor. Es para toda la vida. Mientras comía la gelatina de cereza, Bucky emitió un sonido semejante al que haría un animal herido.

Quizá en tu generación, viejo. Pero no en la mía.

BUENOS TRATOS

El secreto de la modelo extraviada, Eduardo Mendoza, p. 116
La amable anfitriona quiso agasajarme con un vaso de sus reputados vinos, pero decliné el ofrecimiento, alegando que no estaba acostumbrado a las bebidas alcohólicas y su consumo, siquiera moderado, podía provocarme, en presencia de una mujer tan atractiva, una reacción torpe e incontinente, como por ejemplo echarme a dormir entre regüeldos. Apreció mi delicadeza y, sentándose a la mesa, confesó haber tenido en el pasado una mala experiencia con un hombre bebedor, y recordó con angustia las escenas violentas y las terribles palizas que, de resultas de la embriaguez, ella se había visto obligada a propinarle. Por suerte, aquella dramática vivencia ya pertenecía al pasado. Ahora, agregó dirigiéndome una sonrisa seductora, estaba libre de compromisos y ataduras, había decidido dejar atrás el atolondramiento y el desenfreno de la juventud y se había prometido a sí misma y a la Virgen de Valvanera, patrona de La Rioja, asentarse junto a un hombre no necesariamente apolíneo, pero sí dotado de virtudes cívicas y hogareñas, al que ella, a su vez, trataría a cuerpo de rey.
En la imagen Brando y Vivian Leigh

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