Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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DE LOS JUDIOS

Aquí estoy, JS Foer, p. 446
-Pero ¿es eso bueno para nosotros? ¿Nos ha beneficiado preferir el patetismo al rigor, preferir escondernos a buscar, la victimización a la voluntad? Nadie puede culpar a Anne Frank por haber muerto, pero sí podríamos culparnos a nosotros mismos por contar su historia como si fuera la nuestra. Nuestras historias son tan fundamentales para nosotros que a menudo nos olvidamos de que las hemos elegido. Que hemos elegido arrancar ciertas páginas de nuestros libros de historia y enroscar otras y meterlas en nuestras mezuzot. Que hemos elegido  convertir la vida en el valor judío definitivo, en lugar de diferenciar entre el valor de distintos tipos de vida o, de forma todavía más radical, admitir que hay cosas más importantes aún que estar vivos.
»Muchas de las cosas que pasan en el judaísmo actual, desde considerar que Larry David sea algo más que muy gracioso, hasta la existencia y persistencia de la Princesa Judía Estadounidense, la exaltación de la torpeza, el temor a la ira, o la tendencia a valorar cada vez más las confesiones en detrimento de los argumentos, son consecuencia directa de nuestra decisión de permitir que el diario de Anne Frank reemplazara la Biblia como nuestra biblia. Porque la Biblia judía, cuyo objetivo es delimitar y transmitir los valores judíos, deja muy claro que la ambición más alta posible no es la vida en sí misma, sino la rectitud.
»Abraham le pide a Dios que no castigue Sodoma apelando a la rectitud de sus ciudadanos. No porque la vida merezca inherentemente la salvación, sino porque la rectitud merece el perdón.
»Dios destruye la Tierra con una inundación y salva sólo a Noé, un hombre "recto entre sus contemporáneos".
»Y luego está el concepto de los Lamed Vovniks, los treinta y seis hombres rectos de cada generación que, con sus méritos evitan la destrucción del mundo entero. La humanidad no se salva porque valga la pena salvarla, sino porque la rectitud de unos pocos justifica la existencia de todos los demás.
»Una de los tropos de mi educación judía, y tal vez también de la vuestra, fue este versículo del Talmud: "El que salva una vida humana salva al mundo entero". Se trata de una idea muy bonita, a partir de la cual vale la pena regir la vida. Pero no deberíamos otorgarle un sentido que no tiene.

»A los judíos actuales nos iría mucho mejor si, en lugar de "no morir” nuestra ambición fuera "vivir con rectitud"; si en lugar de "me hicieron tal y cual': nuestro mantra fuera “yo hice tal y cual”

MEDIDAS PREVENTIVAS

Aquí estoy, JS Foer, p. 408
Una casa de veraneo estaría muy bien, lo suficiente, a lo mejor, para lograr que las cosas funcionaran durante un tiempo o, cuando menos, para aparentar que eran una familia funcional mientras pensaban en la siguiente solución temporal. “La apariencia de felicidad.” Si podían mantener esa apariencia -no ante los demás, sino en su propia percepción de la vida-, a lo mejor la aproximación a la experiencia de la auténtica felicidad sería lo bastante lograda para conseguir que las cosas funcionaran. Podían viajar más. Planificar un viaje, el viaje en sí mismo, la descompresión... Todo eso les concedería algo de tiempo.
Podían ir a terapia de pareja, aunque Jacob había insinuado una extrañísima lealtad al doctor Silvers que habría hecho que visitar a otro terapeuta equivaliera a una transgresión (una transgresión más grave, al parecer, que pedir una dosis de semen fecal de una mujer que no era su esposa); y ante la perspectiva de mostrar todas las cartas, del tiempo y los gastos que supondrían dos visitas semanales que terminarían en un silencio doloroso o en conversaciones interminables, no era capaz de concebir la esperanza necesaria.

Podían haber recurrido exactamente a lo que ella se había pasado toda su vida profesional ofreciendo y no había parado de criticar en su vida privada: una renovación. Había tantas cosas que mejorar en su casa: podían reformar la cocina (por lo menos tendrían que cambiar el mobiliario, aunque también podían poner encimeras y aparatos nuevos e, idealmente, redistribuir el espacio para mejorar el campo visual); renovar el baño principal; cambiar los armarios; abrir la parte trasera de la casa al jardín; añadir un par de claraboyas encima 'de las duchas de la planta de arriba y terminar el sótano. 

MELANCOLIA

Aquí estoy, JS Foer, p. 56-57
terminarían siendo tan convencionales: se compraron un segundo coche (y un segundo seguro de coche); se apuntaron a un gimnasio con una oferta de clases que ocupaba veinte páginas; dejaron de preparar la declaración de la renta ellos mismos; de vez en cuando hacían que el camarero se llevara una botella de vino después de probarla; se compraron una casa con dos lavamanos contiguos en el baño (Y contrataron un seguro de hogar); multiplicaron por dos sus artículos de aseo personal; mandaron construir un cubículo de teca para los contenedores de basura; cambiaron el horno por otro más bonito; tuvieron un hijo (y contrataron un seguro de vida); se hicieron mandar vitaminas desde California y colchones desde Suecia; compraron prendas orgánicas cuyo precio y amortización, teniendo en cuenta el número de veces que habían sido utilizadas, los obligaban a tener otro hijo. Tuvieron otro hijo. Se preguntaron si una alfombra conservaría su valor, y se informaron acerca de qué era lo mejor de cada cosa  aspiradoras Miele, licuadoras Vitamix, cuchillos Misono, pintura Farrow and Ball), y consumieron cantidades freudianas de sushi, y trabajaron todavía más para poder pagar a la gente más preparada para que cuidara a sus hijos mientras ellos trabajaban. Y tuvieron otro hijo. . .
Sus vidas internas quedaron abrumadas de tanto vivir, no sólo por el tiempo y la energía que requería una familia de cinco miembros, sino también por todos esos músculos que desarrollaron y por los que se fueron debilitando. El autocontrol de Julia con los niños alcanzó proporciones de omnipaciencia, al tiempo que su capacidad de comunicarse con su marido se vio reducida a mensajes de texto con los Poemas del Día. El truco de magia preferido de Jacob, consistente en quitarle el sujetador a Julia sin utilizar las manos, se vio reemplazado por una habilidad tan impresionante como deprimente montando parques infantiles mientras subía por las escaleras. Julia podía cortarle las uñas a un recién nacido con los dientes y dar el pecho mientras hacía una lasaña, arrancar astillas sin pinzas ni dolor, lograr que los niños le suplicaran el peine antipiojos y dormidos con un masaje en la frente, pero se le olvidó cómo tocar a su marido. Jacob les explicaba a los niños la diferencia entre prejuicio y perjuicio, pero ya no sabía cómo hablarle a su mujer.

Los dos alimentaban sus vidas íntimas en privado –Julia diseñaba casas para ella; Jacob trabajaba en su biblia y se compró un segundo teléfono- y entraron en un ciclo destructivo: en paralelo a la incapacidad de Julia a la hora de comunicarse, Jacob estaba cada vez menos seguro de qué cosas le gustaban y tenía más miedo de quedar en ridículo, con lo que la distancia entre la mano de Julia y el cuerpo de Jacob se hizo todavía mayor, algo para lo que éste no disponía del lenguaje necesario. El deseo se convirtió en una amenaza -un enemigo- a su existencia doméstica.

INCIPIT 870. AQUI ESTOY /JS FOER

VOLVER A LA FELICIDAD

Cuando empezó la destrucción de Israel, Isaac Bloch se debatía entre suicidarse y mudarse a una residencia judía. Había vivido en un apartamento con libros hasta el techo y unas alfombras tan gruesas que si se te caía un dado lo perdías para siempre, y luego en un piso de una habitación y media con suelo de hormigón; había vivido en el bosque, bajo las estrellas indiferentes, y oculto bajo las tablas del suelo de un cristiano que, tres cuartos de siglo más tarde y a medio mundo de allí, mandaría plantar un árbol en honor a su propia superioridad moral; había vivido en un hoyo, durante tantos días que nunca más pudo volver a enderezar las rodillas; había vivido rodeado de gitanos, partisanos y polacos casi decentes, y en campamentos de refugiados y desplazados; había vivido en un barco donde había una botella en cuyo interior un agnóstico insomne construyó milagrosamente otro barco; había vivido al otro lado de un océano que nunca terminaría de cruzar, y encima de media docena de tiendas de comestibles que se había matado remodelando, para luego venderlas a cambio de un pequeño beneficio; había vivido junto a una mujer que comprobaba las cerraduras una y otra vez hasta romperlas, y que había muerto a los cuarenta y dos años sin soltar una sola palabra elogiosa por la boca, pero con las células de su madre asesinada todavía dividiéndose en su cerebro; y finalmente, durante el último cuarto de siglo, había vivido en Silver Spring

DISGUSTOS

Aquí estoy JS Foer, p. 45
No le gustaban las texturas uniformes: las cosas no son así. No le gustaban las alfombras  centradas en las habitaciones. La buena arquitectura tiene que hacerte sentir que estás en una cueva con vistas al horizonte. No le gustaban los techos de doble altura. No le gustaba que hubiera demasiado cristal. La función de una ventana es dejar entrar la luz no enmarcar un paisaje. Un techo tiene que quedar sólo a unos centímetros de las yemas de los dedos de la mano levantada de la persona más alta, puesta de puntillas, que viva en la casa. No le gustaba que todos los cachivaches tuvieran su sitio: las cosas van donde no les corresponde. Un techo de tres metros treinta es demasiado alto. Hace que se sienta uno perdido abandonado. Un techo de tres metros es demasiado alto. Le daba la sensación de que todo estaba fuera de su alcance. Dos setenta es demasiado alto. Siempre es posible conseguir que algo que resulta placentero -seguro, cómodo, diseñado para la vida sea también agradable a la vista. No le gustaba la iluminación empotrada, ni las lámparas que se encienden con interruptores de pared; prefería, por tanto, los candelabros, las luces de araña y el esfuerzo. No le gustaban las funciones ocultas: las neveras paneladas, los tocadores detrás de espejos o las teles que se esconden dentro de armarios. 

GUSTOS

Aquí estoy, JS Foer, p. 44-45
A Julia le gustaba que el ojo se sintiera atraído hacia los lugares a los que el cuerpo no puede ir. Le gustaba cuando algunos ladrillos sobresalían de la pared, y cuando era imposible saber si eso era una muestra de dejadez o de genialidad. Le gustaba la sensación de recogimiento, combinada con un toque expansivo. Le gustaba que la vista no estuviera centrada con la ventana y, al mismo tiempo, recordar que las vistas, por la naturaleza de la propia naturaleza, están centradas. Le gustaban los pomos que uno no quiere soltar. Le gustaban las escaleras que subían y luego bajaban. Le gustaban las sombras proyectadas sobre otras sombras. Le gustaban los banquetes de desayuno. Le gustaban las maderas ligeras (de haya, de arce), no tanto las maderas “masculinas” (de nogal, de caoba) y menos aún el acero, y detestaba el acero inoxidable (por lo menos hasta que estaba completamente cubierto de arañazos), las imitaciones de materiales naturales le parecían intolerables, a menos que su falta de autenticidad fuera manifiesta, que fuera justamente la gracia, en cuyo caso podían ser bastante bonitos. Le gustaban las texturas que los dedos y los pies conocen, aunque el ojo tal vez ignore. Le gustaban las chimeneas centradas en cocinas centradas en la planta principal. Le gustaba que hubiera más librerías de las necesarias. Le gustaban los tragaluces encima de las duchas, pero en ningún otro sitio. Le gustaban las imperfecciones buscadas y no soportaba la indiferencia, aunque también le gustaba recordar que la imperfección buscada no existe. La gente siempre se confunde Y cree que lo que es agradable a la vista lo será también a los otros sentidos.

PATERNIDAD

Aquí estoy, JS Foer, p. 403-404
Esa frase era algo -o, por lo menos, él sentía que era algo- que tenía que decir. Siempre había sabido -o sea, había sentido- que Julia creía poseer una conexión emocional más fuerte con los niños, que por el hecho de ser madre, o mujer, o simplemente por ser como era, tenía un vínculo con ellos que a un padre, a un hombre, o simplemente a Jacob, le era vedado. Lo sugería sutilmente todo el tiempo -Jacob tenía la sensación de que lo sugería sutilmente- y de vez en cuando lo expresaba con todas las letras, aunque siempre camuflado dentro del discurso de todas las cosas especiales que tenía la relación de Jacob con ellos, como por ejemplo lo bien que se lo pasaban juntos.
Por lo general, la percepción de Julia de sus respectivas identidades como padres se podía resumir así: profundidad y diversión. Ella les daba el pecho, y Jacob hacía que se troncharan con sus exagerados ruidos de avión mientras les daba de comer. Julia tenía una necesidad visceral, incontrolable, de ir a echarles un vistazo mientras dormían, y Jacob los despertaba si un partido se iba a la prórroga. Julia usaba palabras como nostalgia, desasosiego o pensativo, y a Jacob le gustaba decir que “no existen las palabrotas, sólo los usos groseros” para así justificar el uso supuestamente no grosero de palabras como inútil o mierdoso, que Julia odiaba en la misma medida en que les encantaban a los niños.

Había otra forma de describir la dicotomía entre profundidad y diversión, que Jacob había pasado horas y horas analizando con el doctor Silvers: pesadez y levedad. Julia le daba peso a todo, abría espacios para expresar todo tipo de emociones íntimas, sugería conversaciones sustanciosas sobre comentarios hechos de pasada y estaba siempre ponderando el valor de la tristeza. Jacob tenía la sensación de que la mayoría de los problemas no eran problemas, y que los que sí lo eran podían resolverse a base de distracciones, comida, actividad física o dejando pasar el tiempo. Julia siempre quería darles a los niños una vida cargada de gravedad: cultura, viajes al extranjero y películas en blanco y negro. Jacob no veía ningún problema -de hecho, veía su parte buena- en actividades más tontas y simples: parques acuáticos, partidos de béisbol y películas de superhéroes malísimas que producían gran placer. Julia consideraba la infancia como el periodo de formación del espíritu; Jacob, en cambio, la consideraba la única oportunidad que ofrecía la vida de sentirse seguro y feliz. Los dos veían las innumerables limitaciones del otro, pero también lo absolutamente necesario que era.

TZIMTZUM

Aquí estoy, JS Foer, p. 404
Pues hay una cosa que no entiendo –añadió Sam, contemplando la luna temprana que seguían con el coche-. Si Dios estaba en todas partes, ¿dónde puso el mundo cuando lo creó?
Jacob y Julia intercambiaron otra mirada, ésta de asombro. Julia se volvió hacia Sam, que seguía mirando por la ventana, sus pupilas yendo y viniendo como el carro de una máquina de escribir.  
-Eres increíble -le dijo.
-Vale -dijo Sam-, pero ¿dónde lo puso?

Esa noche, Jacob investigó un poco y descubrió que la pregunta de Sam había ocupado a los pensadores durante miles de años, y que la respuesta predominante era la idea cabalística del Tzimtzum. Resumiendo, Dios estaba en todas partess y, como Sam había supuesto, cuando había querido crear el mundo, no había encontrado dónde ponerlo. Por eso se había empequeñecido a sí mismo. Algunos lo consideraban un acto de contracción, otros de ocultación. La Creación exigía borrarse uno mismo. Para Jacob, se trataba de un gesto de humildad extrema, de la generosidad más pura. 

GATITO

Tan lejos, tan cerca, Jonathan Safram Foer, p. 255-256
Expliqué: «Dado que las radiaciones de calor viajaron en línea recta desde la explosión, los científicos pudieron determinar la dirección hacia el hipocentro desde un número de puntos distintos con solo observar las sombras dibujadas por los objetos que había en medio. Las sombras indicaban la altura del estallido de la bomba, y el diámetro de la bola de fuego en el momento en que alcanzaba el punto máximo de carbonización. ¿No es fascinante?».
Jimmy Snyder levantó la mano. Le di la palabra. «¿Por qué eres tan raro?». Le pregunté si se trataba de una pregunta retórica. El señor Keegan lo envió al despacho del director Bundy. Algunos chicos se rieron. Yo sabía que se reían en el mal sentido, es decir, de mí, pero intenté mantener la confianza.
«Otro rasgo interesante relacionado con la explosión fue la relación entre el grado de calor y el color, ya que, obviamente los colores oscuros absorben la luz. Por ejemplo, aquella mañana dos grandes maestros disputaban una partida de ajedrez con un tablero de tamaño natural en uno de los grandes parques de la ciudad. La bomba lo destruyó todo: los espectadores en sus asientos, la gente que filmaba la partida, las cámaras negras, los marcadores de tiempo, incluso a los grandes maestros. Solo quedaron las piezas blancas en los cuadrados blancos.»
Mientras salía de clase, Jirnmy dijo: «Hey, Oskar, ¿quién es Buckminster?”. Se lo dije: «Richard Buckminster Fuller fue un filósofo, científico e inventor, famoso por diseñar la bóveda  geodésica. Creo que murió en 1983». «Me refiero a tu Buckminster», dijo Jimmy.

No sabía por qué lo preguntaba, porque solo un par de semans antes había llevado a Buckminster al colegio y lo había tirado desde el tejado para demostrar que los gatos alcanzan la velocidad terminal adoptando forma de paracaídas, y que la verdad es que tienen más posibilidades de sobrevivir si caen de un vigésimo piso que desde un octavo porque tardan unos ocho pisos en darse cuenta de lo que está sucediendo, relajarse y corregir la postura. «Buckminster es mi gatito», dije.

EL HUNDIMIENTO

Todo está iluminado, Jonathan Safran Foer, p. 220-221
¡Has oído hablar de la biblioteca de la Universidad de Indiana¡ “No”, dije, pero seguía pensando enla columna. «¡Se va hundiendo alrededor de dos centímetros al año, porque cuando la construyeron no tuvieron en cuenta el peso de todos los libros! ¡En ese momento no caí en ello, pero ahora me hace pensar en la Catedral sumergida, de Debussy, una de las piezas de música más hermosas nunca compuestas l ¡Hace años y años que no la escucho! ¡Quieres sentir algo!» «Vale», dije, porque aunque no lo conocía me parecía como si lo conociera. «¡Abre la mano!», me dijo, y eso hice. Buscó en su bolsillo y sacó un sujetapapeles. Lo apretó contra mi mano y dijo: «¡Cierra el puño!». Obedecí. «¡Y ahora extiende la mano!» Extendí la mano. «¡Ahora abre la mano¡» El sujetapapeles voló hasta la cama.

Fue solo entonces cuando observé que la llave se inclinaba hacia la cama. Dado que era relativamente pesada, el efecto era pequeño. La cuerda tiraba de un modo increíblemente amable desde la parte de atrás de mi cuello, mientras que la llave flotaba a muy poca distancia del pecho. Pensé en todo el metal enterrado en Central Park. ¿Tiraba hacia la cama, aunque fuera un poco? El señor Black cerró la mano en torno a la llave flotante y dijo: «¡No he salido del apartamento en veinticuatro años !». «¿Qué quiere decir con eso?» «¡Por triste que parezca, hijo, quiero decir exactamente lo que he dicho! ¡Hace veinticuatro años que no salgo de este piso! ¡Mis pies no han tocado el suelo! » «¿Por qué no?» «¡No he tenido razón para hacerlo!» «¿Y qué pasa con las cosas que necesita?» «¡Qué cosas necesita alguien como yo!» «Comida. Libros. Cosas.» «¡El teléfono me conecta con todo! ¡Llamo para pedir comida y me la traen! ¡Llamo a la librería pidiendo libros, al videoclub pidiendo películas! ¡Bolígrafos, artículos de limpieza, medicinas! ¡Por teléfono compro incluso ropa! ¡Mira esto!», dijo él mostrándome su músculo, que iba hacia abajo en lugar de hacia arriba. «¡Fui campeón de los pesos mosca durante nueve días!» «¿Qué nueve días?», pregunté. «¡No me crees!», dijo él. «Claro que sí.» «¡El mundo es muy grande -dijo-, pero también lo es el interior de este apartamento! ¡También lo es esto!», dijo, señalándose la cabeza. «Pero, con lo mucho que viajaba, vivió muchas experiencias. ¿No echa de menos el mundo?» «¡Lo echo muchísimo de menos!»

HIROSHIMA MON AMOUR

Tan fuerte, tan cerca, Jonatham Safram Foer
Felicidad, felicidad
ENTREVISTADOR: ¿Podría describir lo que sucedió aquella mañana?
TOMOYASU: Salí de casa con mi hija, Masako, que iba a trabajar. Yo iba a ver a un amigo. La alarma nos indicó un ataque aéreo. Le dije a Masako que volvía a casa. Ella dijo: «Me voy a la oficina». Hice cosas en casa y esperé a que dejara de sonar la alarma.
Hice la cama. Ordené el armario. Limpié los crístales de las ventanas con un paño húmedo. Hubo un resplandor. Lo primero que pensé fue que era el flash de una cámara. Ahora suena ridículo. Me cegó. Mi mente se quedó en blanco. A mi alrededor el cristal de las ventanas temblaba. Era como cuando mi madre me hacía callar.
Cuando recobré la conciencia me di cuenta de que no estaba de pie. Había sido lanzada a otra habitación. Aún tenía el trapo en la mano, pero ya no estaba mojado. Mi único pensamiento era encontrar a mi hija. Miré por la ventana y vi a un vecino casi desnudo. La piel se le caía del cuerpo. Le colgaba de las puntas de los dedos. Le pregunté qué había sucedido. Estaba demasiado agotado para contestar. Miraba en todas direcciones, supongo que buscando a su familia. Pensé: Debo irme. Debo ir a buscar a Masako.
Me puse los zapatos y me llevé la capucha antiaérea. Me dirigí a la estación de tren. Había mucha gente caminando en dirección contraria, huyendo de la ciudad. Olía a algo parecido a calamar a la plancha. Debía de estar en estado de shock, porque la gente me parecía calamares que llegaban hasta la orilla.
Vi a una chica que se dirigía hada mí. La piel se le fundía. Como si fuera cera. Murmuraba: «Madre. Agua. Madre. Agua». Pensé que podía ser Masako. Pero no lo era. No le di agua. Ahora lamento no haberlo hecho. Pero intentaba encontrar a Masako.
Corrí sin parar hasta llegar a la estación de Hiroshima. Estaba llena de gente. Algunos muertos. Muchos tirados en el suelo. Llamaban a gritos a sus madres y pedían agua. Fui al puente de Tokiwa. Para llegar a la oficina donde trabajaba mi hija tenía que cruzar el puente.
ENTREVISTADOR: ¿Vio la nube en forma de seta?
TOMOYASU: No, no la vi.
ENTREVISTADOR: ¿No vio la nube en forma de seta?
TOMOYASU: No la vi. Intentaba encontrar a Masako.
ENTREVISTADOR: ¿Pero la nube se extendió sobre la ciudad?

TOMOYASU: Intentaba encontrarla. Me dijeron que no podría cruzar el puente. Pensé que podía haber vuelto a casa, de manera que di media vuelta. Estaba en el sepulcro de Nikitsu cuando del cielo empezó a caer la lluvia negra. Me pregunté de qué se trataba.
En la kimagen fotograma de Hiroshima mon amour

EL DESIERTO Y NY

Tan lejos, tan cerca, JS Foer, p. 121.122
El único animal
Leí el primer capítulo de Una breve historia del tiempo cuando papá todavía estaba vivo, y para mí supuso un mal rollo increíble comprender lo relativamente insignificante que es la vida y que, comparada con el universo y con el tiempo, mi existencia no importaba lo más mínimo. Aquella noche, cuando papá me acostaba y hablábamos del libro, le pedí si podía encontrar una solución a ese problema. «¿Qué problema?» “El problema de lo relativamente insignificantes que somos.» «Bueno --dijo él-, ¿qué pasaría si un avión te dejara caer en medio del desierto del Sáhara y tú cogieras un grano de arena con unas tenazas y lo desplazaras un milímetro?» «Supongo que moriría deshidratado.» «No, quiero decir en ese momento, cuando cambiaras de lugar aquel único grano de arena. ¿Qué implicaría? » «No sé --dije-, ¿qué?» «Piénsalo», dijo él. Lo pensé. «Supongo que habría movido un grano de arena.» «Lo que  significaría que habrías cambiado el Sáhara.»«¿Y qué?»«¿Y qué? El Sáhara es un desierto inmenso, que ha existido durante millones de años. ¡Y tú lo has cambiado!» «¡Es verdad!», dije, incorporándome en la cama. «i He cambiado el Sáhara!»«¿ Y eso qué significa?», dijo él. «¿Qué? Dímelo.» «Bueno, no me refiero a pintar la Mona Lisa o a curar el cáncer. Solo hablo de desplazar un milímetro un grano de arena.» «¿Sí?» «Si no lo hubieras hecho, la historia de la humanidad habría seguido un camino ... » «Ajá.» «Pero lo hiciste, así que ... » Me levanté sobre la cama, señalando las falsas estrellas, y grité: «¡He cambiado el curso de la historia!». “Exacto.» «¡He cambiado el universo!» «Así es.» «¡Soy Dios!» «Eres ateo.» «¡No existo!» Me desplomé en la cama, entre sus brazos, y nos reímos juntos.

Fue más o menos así como decidí que encontraría a todas las personas de Nueva York apellidadas Black. Aunque se tratara de algo relativamente insignificante, al menos era algo, y necesitaba hacer algo, como lo que he oído de los tiburones, que se mueren si no nadan.

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