Te quiero más que a la salvación de mi alma

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Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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NABOKOV


El peligro de estar cuerda, Rosa Montero, p. 226

La hambruna de una realidad firme y tangible está tan extendida que muchas personas, aun sabiendo que están leyendo ficción, tienden a creer que lo que sucede en una novela es lo que le ha pasado al escritor. Ya he dicho que mi libro La hija del caníbal está protagonizado por una mujer, Lucía, que es muy corta de estatura, hasta el punto de tener que vestirse en la sección de niños de los grandes almacenes. Pues bien, más de una vez he ido a un acto público a hablar de esa novela y alguno de los asistentes ha exclamado con decepcionada sorpresa: «¡Pero si no eres bajita!». Esta identificación de los avatares narrativos con la biografía del autor suele incrementarse, me parece, cuando la obra está escrita por una mujer, pero a los hombres también les sucede. Hay un memorable prólogo que Vladimir Nabokov hizo a una nueva edición de su novela Lolita dos o tres años después de la primera publicación. El escritor explicaba que, en ese tiempo, había recibido innumerables cartas insultantes en las que se le recriminaba que hubiera abusado sexualmente de una niña. Nabokov contaba todo esto muy indignado, pero lo más desternillante es que lo que le sacaba de verdad de sus casillas no era que lo confundieran con un pederasta, sino que alguien hubiera podido creer que esa sofisticadísima y magistral construcción literaria fuera simplemente el diario de un tarado. Por cierto, aprovecharé la oportunidad para decir que no, que Lolita no es una obra a favor de la pedofilia, al contrario; en las páginas finales, el autor te revuelca y te destroza por no haber sido más crítico con el personaje. De hecho, recientes estudios biográficos sostienen que Nabokov sufrió abusos en la infancia, y que de ahí proviene su interés por el tema. Sea como fuere, es una novela maravillosa.


ALCOHOL


El peligro de estar cuerda, Rosa Montero, p. 150

El alcohol es la plaga mayor de los escritores, en especial durante el siglo XX. De los nueve premios nobel de literatura norteamericanos nacidos en Estados Unidos, cinco fueron desesperados alcohólicos: Sinclair Lewis, Eugene O'Neill, William Faulkner, Ernest Hemingway y John Steinbeck. A los que hay que añadir decenas de autores más, entre ellos Jack London, Dashiell Hammett, Dorothy Parker, Djuna Barnes, Tennessee Williams, Carson McCullers, John Cheever, Raymond Carver, Robert Lowell, Edgar Allan Poe, Charles Bukowski, Jack Kerouac, Patricia Highsmith, Stephen King, Malcolm Lowry ... Los estadounidenses se han dado una maña increíble para matarse a tragos, pero no son los únicos, desde luego; ahí están también Dylan Thomas, Jean Rhys, Marguerite Duras, Oscar Wilde, Ian Fleming, Françoise Sagan ... Y no estamos hablando de tomarse algún día unas copas de más, sino de verdaderas hecatombes personales, delirium tremens, destrucciones masivas de la vida. El noruego Knut Hamsun, que ganó el Nobel en 1920, acudió a la ceremonia de entrega tan atrozmente bebido que golpeó con los nudillos el corsé de la autora sueca Selma Lagerli: if (también premio nobel) y, tras soltar un eructo, gritó: «¡Lo sabía, sabía que sonaba igual que una campana!». El maravilloso poeta británico Dylan Thomas, que murió con treinta y nueve años a causa de la bebida, le dijo a su mujer muy cerca del final: «Me he tomado dieciocho güisquis seguidos. Creo que es un buen récord». A los treinta y siete años, Faulkner desayunaba dos aspirinas y medio vaso de ginebra para detener el temblor de manos y poder ducharse y afeitarse. Cogía borracheras que le duraban una semana, a lo largo de las cuales vagaba desnudo por los pasillos de los hoteles o desaparecía. En una de esas ausencias alcohólicas se desmayó en calzoncillos sobre una tubería de agua caliente y se quedó ahí hasta que el conserje derribó la puerta. Para entonces tenía en la espalda una quemadura de tercer grado.


Nietzsche


El peligro de estar cuerda, Rosa Montero, p. 88

El capítulo siguiente a esta afirmación se titula «Por qué soy tan sabio». El capítulo siguiente a esta afirmación se titula «Por qué soy tan sabio». Nietzsche  pasó los últimos once años de su vida prisionero del delirio y murió con tan solo cincuenta y cinco.

Es posible, por cierto, que la demencia de Nietzsche fuera causada por la sífilis. He quedado espantada al comprobar cuántos locos célebres pudieron perder la cabeza y la vida justamente por esta terrible enfermedad, adquirida por ellos o congénita. Y así, se habla de que fue el origen de la atroz insania de Guy de Maupassant, y desde luego causó el desequilibrio mental y la muerte de Theo, el hermano de Vincent van Gogh, y al parecer también enloqueció a Théodore Géricault, el pintor de la maravillosa La balsa de la Medusa, y dejó hemipléjico y afásico a Baudelaire, y al compositor Gaetano Donizetti le deshizo la cabeza de tal modo que se pasó varios años aislado y encerrado antes de fallecer a los cincuenta. En cuanto a Robert Schumann, se supone que sufría un trastorno quizá bipolar o quizá del espectro de la esquizofrenia. A los veintidós años diseñó un dispositivo mediante el cual se ataba los dedos de la mano derecha y dejaba tan solo libre el anular para intentar así ejercitarlo más; el invento le provocó una invalidez permanente de esa mano y acabó con su carrera de pianista (puede que esa idea desquiciada nos hiciera ganar un gran compositor), así que parece que sus chifladuras venían desde temprano; pero, en cualquier caso, cuando murió a los cuarenta y seis años en el asilo de enfermos mentales de Bonn también tenía sífilis.pasó los últimos once años de su vida prisionero del delirio y murió con tan solo cincuenta y cinco.

Es posible, por cierto, que la demencia de El capítulo siguiente a esta afirmación se titula «Por qué soy tan sabio». Nietzsche  pasó los últimos once años de su vida prisionero del delirio y murió con tan solo cincuenta y cinco.

Es posible, por cierto, que la demencia de Nietzsche fuera causada por la sífilis. He quedado espantada al comprobar cuántos locos célebres pudieron perder la cabeza y la vida justamente por esta terrible enfermedad, adquirida por ellos o congénita. Y así, se habla de que fue el origen de la atroz insania de Guy de Maupassant, y desde luego causó el desequilibrio mental y la muerte de Theo, el hermano de Vincent van Gogh, y al parecer también enloqueció a Théodore Géricault, el pintor de la maravillosa La balsa de la Medusa, y dejó hemipléjico y afásico a Baudelaire, y al compositor Gaetano Donizetti le deshizo la cabeza de tal modo que se pasó varios años aislado y encerrado antes de fallecer a los cincuenta. En cuanto a Robert Schumann, se supone que sufría un trastorno quizá bipolar o quizá del espectro de la esquizofrenia. A los veintidós años diseñó un dispositivo mediante el cual se ataba los dedos de la mano derecha y dejaba tan solo libre el anular para intentar así ejercitarlo más; el invento le provocó una invalidez permanente de esa mano y acabó con su carrera de pianista (puede que esa idea desquiciada nos hiciera ganar un gran compositor), así que parece que sus chifladuras venían desde temprano; pero, en cualquier caso, cuando murió a los cuarenta y seis años en el asilo de enfermos mentales de Bonn también tenía sífilis.fuera causada por la sífilis. He quedado espantada al comprobar cuántos locos célebres pudieron perder la cabeza y la vida justamente por esta terrible enfermedad, adquirida por ellos o congénita. Y así, se habla de que fue el origen de la atroz insania de Guy de Maupassant, y desde luego causó el desequilibrio mental y la muerte de Theo, el hermano de Vincent van Gogh, y al parecer también enloqueció a Théodore Géricault, el pintor de la maravillosa La balsa de la Medusa, y dejó hemipléjico y afásico a Baudelaire, y al compositor Gaetano Donizetti le deshizo la cabeza de tal modo que se pasó varios años aislado y encerrado antes de fallecer a los cincuenta. En cuanto a Robert Schumann, se supone que sufría un trastorno quizá bipolar o quizá del espectro de la esquizofrenia. A los veintidós años diseñó un dispositivo mediante el cual se ataba los dedos de la mano derecha y dejaba tan solo libre el anular para intentar así ejercitarlo más; el invento le provocó una invalidez permanente de esa mano y acabó con su carrera de pianista (puede que esa idea desquiciada nos hiciera ganar un gran compositor), así que parece que sus chifladuras venían desde temprano; pero, en cualquier caso, cuando murió a los cuarenta y seis años en el asilo de enfermos mentales de Bonn también tenía sífilis.


MANIAS


El peligro de estar cuerda, Rosa Montero, p. 14

Volviendo a la abundancia de manías entre los creadores, y por mencionar a modo de aperitivo tan solo unas cuantas, diré que Kafka, además de masticar cada bocado treinta y dos veces, hacía gimnasia desnudo con la ventana abierta y un frío pelón; Sócrates llevaba siempre la misma ropa, caminaba descalzo y bailaba solo; Proust se metió un día en la cama y no volvió a salir (y lo mismo hicieron, entre muchos otros, Valle-Inclán y el uruguayo Juan Carlos Onetti); Agatha Christie escribía en la bañera; Rousseau era masoquista y exhibicionista; Freud tenía miedo a los trenes; Hitchcock, a los huevos; Napoleón, a los gatos; y la joven escritora colombiana Amalia Andrade, de quien he recogido los tres últimos ejemplos de fobias, temía en la niñez que le crecieran árboles dentro del cuerpo por haberse tragado una semilla (lo encuentro bastante parecido a lamer cobre). Rudyard Kipling solo podía escribir con tinta muy negra, hasta el punto de que el negro azulado ya le parecía «una aberración». Schiller metía manzanas echadas a perder en el cajón de su mesa, porque para escribir necesitaba oler la podredumbre. En su vejez, Isak Dinesen comía únicamente ostras y uvas blancas con algún espárrago; Stefan Zweig era un obsesivo coleccionista de autógrafos y enviaba tres o cuatro cartas al día a sus personalidades favoritas para pedirles la firma ... Por no hablar de Dalí, que siempre fue el rey de las extravagancias.


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