Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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INCIPÌT 1.503. LOS INTIMOS / MARTA SANZ


EL PADRE KARRAS

Llevo muchas noches, incluso una larga temporada, reparando en que cada vez que pienso en algo estoy pensando en lo mismo. El pensamiento se fuerza, pero también sucede. El pensamiento se produce, y decir que «fluye» me parece un alarde de pretenciosa facilidad -qué mierda va a fluir el pensamiento, ojalá-. El pensamiento se va quedando pegado a la carótida y al nervio óptico como el colesterol a las arterias. Hace bola y trombo.

El pensamiento me atraviesa la cabeza con tácticas terroristas y, entonces, lo sorprendo, lo atrapo, lo pillo en falta. Mi pensamiento está construyendo hipótesis y recordando acontecimientos indignos de mí. Pero es más fuerte que yo. Carezco de la energía suficiente para detenerlo. No logro ser la policía de este pensamiento mío que no fluye, pero me graniza por dentro. No logro congelarlo en una imagen y romperlo con el picahielos de Sharon Stone. No es una proyección cinematográfica. No es un torrente. Ni un liquidillo que puede absorberse con algodón hidrófilo. Ese pensamiento obsesivo -digámoslo de una vez- actúa como el espesante o la sustancia pegajosa que algunos insectos segregan para comerse a otros insectos. Petróleo en el que me quedo atrapada. Arena movediza.

Este libro es una cuerda para salir de ese engrudo.


DE LA ESCRITURA


Los íntimos, Marta Sanz, p. 160

Tenemos miedo, sobre todo, de esa acción indescifrable a la que se alude como «escribir bien», porque esta es una disciplina en la que es mejor no desempeñarse con virtuosismo. Así lo cuenta en «Todo es verde», que pertenece al libro La niña del pelo raro, Foster Wallace, un escritor que acabó ahorcándose. Igual que Gerard de Nerval.

En los días malos pienso que nos deberíamos ahorcar todas. Ellos también, por supuesto.

En «Todo es verde» el profesor Ambrose comenta el texto de una alumna: «El profesor Ambrose lo resumió muy bien, aunque con bastante tacto, cuando dijo en clase que por lo general los relatos de la señorita Eberhardt no le convencían porque siempre parecía que estuvieran gritando: "¡Mira, mamá, sin manos!"». La escritura literaria no es como el patinaje artístico. Con la escritura literaria hay que fustigarse y apretarse bien el corsé, clavarse las ballenas en la chicha. Hay que valorar el tiempo, el dinero y el esfuerzo de una clientela que no tiene ni un minuto que perder con las masturbaciones sin manos de las escritoras que atesoran un léxico de más de mil quinientas palabras.

Esto que escribo es una exageración y me alegro. Porque es una exageración no tan exagerada

INCIPIT 1.321. LA LECCION DE ANATOMIA / MARTA SANZ


APRENDER A LEER EL RELOJ

Tardé mucho en aprender a atarme los cordones de los zapatos. Por eso, siempre fui una alumna atenta en clase, consciente de mis limitaciones con las matemáticas y de mi falta de habilidad con la costura. No existe una imagen más siniestra que la de una niña con la aguja y el hilo en la mano, concentrada, acercando los ojos a su retalillo, fingiendo ser otra persona, adoptando el escorzo de una anciana corta de vista. El aprendizaje, el descubrimiento, la maravillada perplejidad, el instinto curioso, las bellas palabras con que nos conducen al dolor  de desasnarnos nos colocan sobre una superficie quebradiza, no por lo que no sabemos, sino por lo que nos cuesta aprenderlo: resulta vergonzante exhibir las limitaciones frente a un  maestro, de quien buscas aquiescencia y a veces, en las situaciones más neuróticas de la niñez, incluso admiración. Tardé mucho en aprender a atarme los cordones de los zapatos y mi madre sudó para enseñarme a manejar los números quebrados y los decimales. Lo he olvidado todo menos mi propio orgullo herido y la desilusión de mi madre por mi torpeza y lentitud.

Por eso, se me hacía un nudo en el estómago al comprobar que se iba acercando el día de aprender a leer la hora en el reloj, antes de que se celebrara mi primera comunión y me regalaran un objeto que para mí sería inútil.



MARTA SANZ


La lección de anatomía, Marta Sanz, p. 105

La tía Pili, como la tía Maribel, como la abuela Juanita, también venía a visitarnos a Benidorm en su periodo de la magnificencia buena. El día que ahora rememoro está en nuestro piso, disfrutando de las vacaciones de verano. Abajo se oyen los berridos de los muñecos llorones y de las castañuelas que no dejan de repicar en las tiendas de souvenirs, como reclamo para atraer a los turistas. Las tiendas de souvenirs son otra enumeración caótica dentro de Benidorm como enumeración caótica en sí misma: gitanas, instrumentos musicales, flotadores, gafas y tubos de bucear, toallas, figuritas, bañadores, peluches, llaveros, petacas, cassettes, delantales graciosos, cremas para el sol, ensaladeras y bandejas, gorritos, túnicas, alimento para peces, semillas y bulbos. Desde la terraza, observo hipnotizada las mercancías. Los objetos me llaman, me están llamando, y yo utilizo malas y buenas artes para que quienes pasan por mi casa me compren una gitana, una colchoneta o un llorón. Casi nunca lo logro porque, cuando por fin un pariente se enternece, se pone los pantalones y va a bajar a la tienda de souvenirs llevándome de la mano para que yo elija lo que más me guste, mi madre me boicotea.

-Ni se te ocurra comprarle nada. ¿Tú has visto cómo tiene la habitación?


Elle


Monstruas y centauas, Marta Sanz, p. 42

La segunda película a la que me quería referir es Elle (Paul Verhoeven). La protagonista es una mujer violada. La actriz que interpreta el papel es Isabelle Huppert. Tengo mis mitomanías -reduccionistas, injustas, fetichistas: a veces, frente a la revoltosa Vulvita Palpita, me invade la apisonadora cosificadora de mi occipucio masculino- y soy de las que aman a Isabelle Huppert tanto que tiendo a justificar cualquier producción en la que ella participe. Veo Elle con «Sentido del humor». Un sentido del humor que, en nuestras sociedades, desaparece a más velocidad que la selva amazónica. La desaparición se vincula con la falta de pericia para romper el espejo de la literalidad textual -sobre este asunto hablaremos más adelante-. Elle es una mujer violada que no al médico, no denuncia, comparte la experiencia con sus amigos durante una velada como quien comenta otro asunto cotidiano. Elle se niega a ser víctima, porque Elle es una jefa, pertenece a la clase dominante, puede con eso y con más. Está conforme con el mundo en el que vive y valora mucho al hombrecito que da órdenes y cuenta el dinero en el interior de los occipucios-cajeros automáticos. Está bien así. Asume el paradigma de la mujer fuerte -la que no puede ser protegida corno una niña, una discapacitada, una pobre- que querría liderar -Señor, qué verbo- una gran empresa multinacional de videojuegos. Hablo de memoria, pero esa es la reminiscencia que Elle dejó en mí. También me obligó a cuestionarme hasta qué punto negarse a ser victimizada es una forma de suavizar la opresión. Terciopelo azul y el placer de la cincha. Saber estar, con elegancia y la manicura perfecta, en el epicentro del patriarcado.


Misoginias


Monstruas y centauras, Marta Sanz. p. 39

Mi cinefilia y mi feminismo y mi empecinamiento spitzeriano en que leer es haber leído, me llevan a vindicar también cuando voy al cine. Esta relación entre ocio y análisis es un defecto -lo digo por dar la razón a las mayorías, no porque lo crea de verdad-. Me interesan mucho dos películas europeas recientes: una me interesó por una frase, la otra por la concepción global del texto fílmico. En Los casos de Victoria (Justine Triet), la abogada protagonista asevera que considerar víctimas a todas las mujeres es el mayor acto de misoginia que se puede cometer. En la misma dirección ideológica, Agues Poirer' se hace eco de la carta firmada por la escritora Anne-Élisabeth Moutet, Catherine Millet o Catherine Deneuve en respuesta al feminismo estadounidense y sus «paranoias antimasculinas”: «Señalan que las mujeres no son niñas a las que se deba proteger.» Y añaden algo más: «No nos reconocemos en este feminismo que incluye el odio a los hombres y a la sexualidad.» Frente a la «policía del pensamiento» del Me Too, en la Arcadia feminista francesa se «considera que la seducción es un juego inocuo y agradable, que se remonta a los tiempos del "amor cortés medieval". Si la contundencia del «Denuncia a tu cerdo» es cuestionable -incluso lamentable-, ¿no lo es también esa sofisticada malversación del abuso y la desigualdad atemperadas por una tradición chic?, ¿no es un tanto sucia esa negación de la sexualidad atribuida a mujeres que han sido violadas, humilladas, vejadas?, ¿no estarían buscando también esas mujeres una sexualidad libre?, ¿en las manifestaciones de Moutet, Millet, etc., no se parte de una discutible y simplificadora prepotencia cultural en la que solo las mujeres francesas conocerían las verdaderas esencias de la seducción, la sensualidad y la sexualidad?, ¿no hay algo tópico y manoseado en ese estereotipo de la sabiduría erótica y las cigüeñas que vienen de París?, ¿no es el amor cortés el origen de un petrarquismo bubónico que se reconvierte en una ideología romántica del amor que convierte a cada amada en un ser incomprensible, ausente, no humano, rompible como una figurita? No, definitivamente, no me encuentro demasiado cómoda dentro de esta polémica que, sin embargo, ha sido central a lo largo de mi vida y de mis libros. Porque forma parte de-ese lenguaje frente al que me rebelo pero que a la vez hace de mí lo que soy.


INCIPIT 1.120. MONSTRUAS Y CENTAURAS / MARTA SANZ


Estas páginas nacen del desconcierto que provoca la saturación informativa. Estoy expuesta a tantas fuentes que ya no sé casi nada. Estas páginas son el resultado de leer unos pocos periódicos -muy pocos- durante los meses de febrero y marzo de 2018. Hay personas que reformulan sus prejuicios a través de las noticias; hay personas que los afianzan; hay personas que, con sus prejuicios, se defienden de noticias que cada vez lo son menos. Así que estas páginas se componen del jugo gástrico con el que he digerido el Me Too, la carta de las intelectuales francesas y la huelga feminista de 2018. Son reflexiones dispersas y posibles vías de trabajo. Balizas. Puntos que se señalan en el mapa del tesoro. Las marcas que deja una goma de borrar cuando se ha escrito mal, a lápiz, una letra. Correcciones y frases.


INCIPIT 1.010. pequeñas mujeres rojas / marta sanz


CON NUESTROS TIRACHINAS (LEA DESPACIO)
Nosotros éramos oriundos y también éramos de otra parte. Somos los niños perdidos y las mujeres muertas. Dios no existe -darnos fe de ello- y nosotros aquí andamos siempre sonrientes.
Sabemos un montón de cosas. Sabemos que los recuerdos de Paula no pertenecen a este lugar. ¿Por qué llega entonces a este pueblucho para ocuparse de las tareas sucias, desenterrar los huesos muertos -hablarnos metafóricamente-, reavivar los odios de una fogata en la que nos quemarnos para regenerarnos de noche y al siguiente día volver a arder?, ¿por qué viene Paula a profundizar, desde un átomo, en la fosa, ensanchándola para después desinfectarla con cal viva como una jardinera que solo cultiva crisantemos o una limpiadora por horas?, ¿por qué quiere ponerles nombre a los despojos?, ¿quiere Paula purgar sus incógnitas culpas como los que cebaban al cerdo de San Antón y después lo embuchaban sin lavarse las manos?, ¿está aburrida?, ¿cuál es el país de Paula?, ¿y su pecado?, ¿qué ftliación la lleva a estropearse las uñas contra el terrizo y a llenarse de arenilla los bronquios mientras intenta limpiar la quijada de un hombre, probablemente bueno, que habitó durante un instante esta tierra y después se la comió para siempre?

CONSUMO Y TERAPIA

Zombies y neandertales, Marta Sanz (Granta 7)
Cuando la resistencia mutó en resiliencia, los músculos quedaron reducidos a fibra laxa. Dejaron de estar recorridos por el nervio. Llegó la risa floja y el emoji de la mierda. La resistencia se tradujo como palabra vintage: algo rupestre y ligado a la cerrazón mental. Como  si resistirse fuera no dejarse poner la salvadora inyección -el nene aprieta el culito-, o tener el ojo malo y practicar una negatividad tan común en todos los que no quieren abrirse en la consulta del psicólogo. Los que dicen “no estoy triste, estoy cabreado”. Los que se revuelven “bueno sí, estoy triste y cabreado”. La resistencia se asimiló a reacción, a reaccionarismo, a desánimo y a enfermedad. La resistencia es la resistencia a una felicidad que se asimila con la fascinación por el consumo. Ser feliz es desear y que el deseo se cumpla. El deseo siempre ha de ser específico. No valen los genéricos y las farmacéuticas lo saben: quiero un sujetador de La Perla, un móvil Huawei, un gin-tonic de Bombay Saphire ... Resistirse al discurso dominante, no estar nervioso., no quemar la tarjeta de crédito, no ser un adicto es estar deprimido. Y, sin embargo, hay psiquiatras -Rendueles, Mariano Hernández Monsalveque mantienen que sus pacientes no necesitan terapia. Que necesitan un comité de empresa. Una cartilla de la seguridad social. Los cupones para comprar arroz. Horas de sueño.

MARTA SANZ

Zombis y neandertales, Marta Sanz (Granta 7)
Me resisto a que miren desde la cámara de mi ordenador. Me resisto a que detecten mis intereses políticos por las páginas que he visitado a lo largo del último mes. Me resisto a que en la pantalla de mi ordenador se abran mágicamente anuncios de librerías porque saben -sí, sí que lo saben- que escribo. Me resisto a que me hagan la vida más fácil complicándomela a cada paso. Con la banca electrónica, con cuentas que se activan o desactivan mediante un selfie sonriente, con plataformas que me permiten expresar opiniones que mejor estarían encerradas en la jaula de mi corazón. Hay avances magníficos, pero no todo es maravilloso. Habrá que buscar un equilibrio entre la robótica, las delicadas operaciones de cerebro y los despidos masivos de trabajadores de la automoción. Soy una resistente o una especie que se extingue. Me gustan las películas de Ken Loa ch. Creo que los reaccionarios son los que comen fideos precocinados, los ciberadictos, los solitarios hikikomori, los que han dejado de leer en papel. Soy una resistente: yo quiero trabajar y que me paguen. Empuño mis herramientas. No quiero estar a la sopa boba. No quiero tener tiempo para jugar al pádel ni para ser una it girl.  Tampoco quiero escribir con punzones en tablillas de cera ni que me quiten las muelas sin anestesiarme primero. No nos confundamos. No soy Escarlata O'Horror. Ni una neandertal. 

INCIPIT 459. LA LECCION DE ANATOMIA / MARTA SANZ

EL DIA DEL PARTO DE MI MADRE

El día que mi madre me habló de la experiencia de su parto decidí que nunca tendría hijos. Fue mucho más gráfica la descripción de su parto que la apología de mi nacimiento, aunque ella insistiese en que yo era la niña más hechita de cuantos bebés había tenido la oportunidad de ver de cerca. Mi madre, cuando narra, tiende a ser minuciosa; en cuanto a mí, siempre he sabido escuchar y soy mucho más impresionable de lo que a simple vista pudiera parecer. No recuerdo exactamente la edad a la que se lo pregunté y ella me respondió. Me acuerdo, eso sí, de que yo ya tenía clara la idea del cómo: los huevos, las semillas, el quererse mucho, el no tomarse la pastilla -a propósito-, los besitos, las flores abiertas y la lubricación natural, las cáscaras rotas, los niños-pez y los espermatozoides nadadores. Tampoco recuerdo si el relato fue la respuesta a mi curiosidad o si mi madre tomó la iniciativa. Sin embargo, sí puedo fijar el instante en el que formulé en voz alta el primer mandamiento de mi declaración de principios: a los once años y delante de mis amigas, juré solemnemente que nunca sufriría un parto y, por ende, nunca sería una madre. 

¡¡¡DISCURRE¡¡¡

De La lección de anatomía de Marta Sanz, p.97-98
Cuando acaban los cursos, por mi obcecación y por una disciplina que mis maestras no entienden, considerando las disipaciones de mi hogar, ocupo siempre el pupitre que originalmente le correspondía a María Beneyto. Mientras ella ha sido desplazada al que está detrás de mí. Recuerdo la frase preferida de las profesoras para definir el buen rendimiento de una niña:
-Es muy aplicada.
Era lo mejor que podían decir de ti. La curiosidad, la inquietud, la rebeldía, la imaginación no constituían valores y sin embargo, yo aprendí mucho a lo largo de esos años y a menudo me pregunto si esa educación no fue la mejor que podía haber recibido. Qué hubiera sido de mí si hubiese asistido a un colegio caro, creativo y liberal; tal vez, me habría enganchado a la heroína y ahora sería diseñadora de joyas, regentaría una casa rural y la mala  conciencia me impediría hacer lo que deseo, es decir, lo que racionalmente he decidido y que ramo choca con lo que se supone ·que debo desear. Conozco  muchos de estos casos, pero ahora aún permanezco sentada en el pupitre del colegio, mientras María se resigna a estar en el banco inmediatamente posterior al mío, consciente de que, después de las clases, cuando vamos a ver a su ría, ella es más lenta aunque también más minuciosa. María es una niña aplicada, pero le cuesta acabar las tareas porque le falta el otro ingrediente fundamental para el aprendizaje:
-¡María! ¡Discurre! Es que no discurres nada. Discurre, María, discurre, que no es tan complicado ...

Discurrir es buscar caminos. Hay que aplicarse, hay que repetir, hay que memorizar y que mimetizarse, hay que destacarse sin subvertir el orden establecido, pero también hay que  discurrir. Las señoritas nos daban buenos consejos quizá sin darse cuenta.

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