Impón tu suerte, Vila-Matas, p. 246
Ayer, por cierto, releí la odisea
tan singular que narra Bellow en “Algo por lo que recordarme”, relato perfecto,
incluido en la gran antología de sus cuentos. El argumento es algo complejo
pero, a grandes rasgos, trata de un narrador, ya viejo, que recuerda un solo
día de su adolescencia, en el Chicago de la Depresión. En el día que recuerda y
que sabe que no olvidará nunca, una mujer le atrajo hasta su dormitorio, y una
vez allí huyó dejándole desnudo, pues para robarle tiró toda su ropa (incluso
el libro religioso que él estaba leyendo tan religiosamente) por la ventana. Le
tocó entonces volver a su casa, a una hora de distancia, atravesando el helado
Chicago. Su odisea, cuando hubo conseguido que le prestaran unos harapos para
el regreso, incluyó la idea de volver a comprar el libro -sagrado para él- que
le habían robado. Pero, eso sí, para volver a comprarlo tenía que robar a su
madre, que escondía su dinero en otro libro sagrado. Según el crítico Robín
Seymour, esta historia que no pierde de vista el carácter sagrado de las
escrituras que meditan sobre el mundo sitúa en primer plano preguntas que
deberíamos hacernos más a menudo; preguntas tan profanas como religiosas,
preguntas a nuestra conciencia. ¿Cuáles son los días de nuestra vida que no
olvidamos y por qué los recordamos siempre? ¿Cuáles fueron nuestros días de conmoción
y reflexión? ¿Cuántas veces recordamos que la actividad de la lectura puede
tener un carácter profano o religioso, pero en cualquier caso sagrado?