Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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LA MALANDANZA


Madrid, Andrés Trapiello, p. 229

MADRID es la ciudad ideal para los que viven de una nómina de la Administración («el pan del Estado es escaso, pero muy blanco”), y también para tres tipos de personas: las de las clases pasivas, los que no necesitan nóminas, y los que no van a tenerla nunca: mi caso.

En poco tiempo aprendí que si quería llevar adelante algunos proyectos (el de La Veleta y el Salón de pasos perdidos, sobre todo), tenía que hacerlos viables con otros que vinieran a financiarlos (palabra que igual les viene grande a los que emprendí entonces). Empecé, como ya he contado, echando mano de la tipografía. Además es uno un gran partidario de los encargos, incluso de hacer de negro (mi experiencia en este último oficio con el pintor José Guerrero fue un voluntariado, pero muy instructivo desde el punto de vista literario: su autor llegó a tener por reales las ficciones que inventé sobre su propia vida).

Los trabajos venales son más fáciles en una ciudad grande como Madrid, en la que puede uno llevar la vida que quiera, sin compromisos y sin que nadie al cabo de un tiempo te eche de menos. Por eso en Madrid se olvida a los muertos mucho antes que en ninguna parte (y porque aquí, como ya se ha dicho también, se muere mucho más que en otras ciudades, aquí se está muriendo la gente de continuo; en los periódicos había una sección que se titulaba  “fallecidos ayer en Madrid”, y no terminaba nunca, y eso que usaban el verbo «fallecer” y no morir, porque les parecía que falleciendo se muere uno menos que muriendo); y los éxitos y los fracasos duran menos también por las mismas razones, cada mes hay en Madrid una «gala”, un reparto de premios, alguien que entra en la Academia, un estreno de teatro, de cine, de ópera, la inauguración de una exposición, una recepción real, una presentación de credenciales o una toma de posesión, lo cual, dicho sea de paso, hace la vida para los que quieren triunfar mucho más enconada que en otras partes, tratando de estar siempre en candelero (políticos, artistas, empresarios), pero también mucho más agradable a los que han fracasado, arropándoles y haciéndoles pasar inadvertidos en una perpetua hibernación o, como el cesante Villaamil, en una tregua desesperanzada.


PALOMA XAMORRO


Madrid, Andrés Trapiello, p. 154

Fue cuando esa amiga me contrató como redactor en un programa de arte moderno de la segunda cadena de Tve, para que le ayudara a librarse de mi compañero de piso, al que había contratado algunos meses antes. Fue una elección difícil, entre dos traiciones.

Este trabajo nuevo era, en relación al arte, todo lo contrario del de la revista: pintores jóvenes, modernos, sexo, drogas y rockapop: La Movida. Irrumpió esta en Madrid como cincuenta años antes la generación del 27, con parecida suficiencia y ganas de pasarlo bien. O sea, que acudíamos en procesión a ver las exposiciones, pero daba igual, porque casi todo el mundo iba ciego y al final era como en la época del feróstico, que entre lo que uno no veía y lo que imaginaba, se iba tirando.

La directora del programa, decepcionada de ver que no acababa uno de traicionarla ni a ella ni al otro, se sugestionó con que mi colega y yo tratábamos de hacerle la juja, sabotear su programa y apoderarnos de la jefatura, cosas ambas ridículas: «¡Yo quiero ser la mejor entrevistadora de España!”, gritaba reiteradamente el día que nos expulsó del paraíso (¡qué sueldos!), dando a entender que nosotros se lo estábamos estorbando. Nos puso de patitas en la calle sin contemplaciones. Hizo bien. Éramos una nulidad, no servíamos para aquello. Tenía por manos un par de mazapanes y unos morros pequeñitos, fruncidos en repulgos y muy graciosos, y al hablar parecía que te lanzara besitos. A mí me entraron ganas de cantarle a todas horas aquello tan madrileño de “quien no vive en calle / de la Paloma, / no sabe lo que es pena / ni lo que es gloria. / Toma piñones, / que me gusta la gracia / con que los comes». Era de corta estatura y muy bonita de cara, como la de una muñeca, con uno de aquellos cardados redondeados depelo frito que se estilaban entonces a lo Angela Davis. Creo que era buena persona, solo que coincidimos en un mal momento. Yo le estaré eternamente reconocido también porque fue ella quien me presentó a Miriam, a quien, por cierto, fichó como subdirectora de La edad de oro poco después de que nos echara a nosotros, claro que la misma ilusión que había puesto en unirnos la puso luego en querer separarla de mí y llevarla al vicio y a la papelina, sin maldad, solo por enredar un poco.


INCIPIT 1.130. MADRID / ANDRES TRAPIELLO


PRÓLOGO

MADRID es una ciudad estrepitosa y bizarra (por decirlo con dos italianismos) y, si se le pilla el punto, fascinante. No hace falta haber nacido en Madrid, ni vivir aquí, para darse cuenta. Claro que si dijera lo contrario tampoco se molestaría nadie, porque la mayoría de los madrileños que yo he conocido no son narcisistas, y las madrileñas menos aún; presumidos, quizás algo más que en otras partes, pero narcisistas no me lo han parecido. Además, casi nadie es de Madrid, y cuando te encuentras con alguien que nació en la famosa «Villa del oso y el madroño» tampoco te cobra una perra por ello: «haber nacido en Madrid no da derecho a nada” y “en Madrid todo es de todos». Lo primero lo dijo Giménez Caballero, que escribió un libro que se titula Madrid nuestro, y lo segundo, Tomás Borrás, uno de los personajes de La tertulia del Café de Pombo. A menudo oímos: “No sé cómo podéis vivir en Madrid». Y llevan razón. Yo tampoco me lo explico. Pero si puedo, nunca me iré de esta casa ni de este barrio; cada día los encuentra uno, cómo decirlo, más cercanos, sin que por ello vea que se lo estemos quitando a nadie. Esta ciudad nos sienta a todos como ropa de niño pobre, “Corta y larga». Lo que tiene de urbe lo tiene también de “Campesino y lugareño», como se encargan de recordar una vez al año los rebaños de merinas que atraviesan la cañada que pasa por la Puerta de Alcalá. “Huele a tomillo y espliego», decía Meléndez Valdés, y Madrid (pueblo grande y revuelto, decía también Galdós) es más rumboso que rico, y más de viejo que de nuevo. Para los que nos gusta lo nuevo tanto como lo viejo, es una ventaja, aunque sin salir de España hay lo menos media docena de ciudades que la superan en todo o en parte, y saliendo, muchas más.

Alguien quería saber el nombre que les dan algunos aborígenes a los que han ido a trabajar a Cataluña o al País Vasco desde otras regiones españolas: charnegos, maquetas ... ¿Y en Madrid a los que aquí nos hemos aclimatado? Madrileños


LA GRAN VIA DE MADRID

Madrid, 1921: un dietario, Josep Pla, p. 139
Había las carretas de bueyes, el chulo de capa, sombrero hongo y bastón, que representaba una especie de sainete que duraba todo el año -el sainete del que salió despues, desaparecido ya, convertido en tarjeta postal, la zarzuela de la pasada generación-. Todo este mundo era cromático, clavelero y soleado.
Todo ese mundo va ahora desvaneciéndose, y codornices que canten el “¡Pas-pallás!”. las hay tan pocas que se hace difícil oír su canto. Ya no hay cesantes, ni sainetes, ni zarzuelas, y las capas han ido muy de bajada. Hay una especie de elegía de la zarzuela, personas enamoradas del tipismo que la quieren resucitar sin parar mientes en que el espectáculo es anterior al bidet y el cuarto de baño. Como la mayoría de las ciudades importantes, Madrid se transforma. La apertura de la Gran Vía ha hecho grandes estragos en el tipismo madrileño. El primer tramo, Peñalver, que va de la calle de Alcalá a la Red de San Luis, está terminado. No es,  precisamente, un prodigio. Es una enorme confitería arquitectónica, de estilo cataclismático. El segundo, en curso de construcción, que llegará hasta la plaza del Callao, parece de un estilo más esquemático, más sobrio, más sencillo, con una tendencia al gusto americano. El tercero, que llegará hasta la plaza de España, ya está empezado, y como este tramo desciende sobre un plano inclinado, todos los indicios apuntan a que en su camino las características americanas -más bien sudamericanas- serán aún más acentuadas. En este Madrid que está naciendo resulta ya difícil encontrar aquellos aristócratas de patillas más o menos pintadas de la época de Cánovas.

Madrid va tomando aspecto de ciudad moderna. La gente tiene otro aire. La cursilería pálida y casuística de las señoritas de silla y huevo de Recoletos, el sainete de estampa localista, han dejado de ser. Las construcciones modernas son aparentemente de un gran confort medio. La   gente no se conformaría hoy con menos que el cuarto de baño. Los deportes están a la orden del día. Las relaciones entre hombres y mujeres son más libres, más aireadas, más alejadas de los juegos florales sexuales. Claro es que aquí, como en todas las ciudades meridionales, hay que dar a la modernidad la parte que le toca de mimetismo externo y superficial. Pero lo cierto es que en Madrid todo quiere ser moderno y americano.

DE LOS MADRILEÑOS

Madrid 1921: un dietario, Josep Pla
Madrid, mayo: Resplandeciente
Siempre que paseo por Madrid -por el centro se entiende- me sorprende ese aire que tiene la gente –inencontrable en ninguna otra ciudad de Europa- de estar encantada de la. vida. Todo se nos aparece bajo un aspecto resplandeciente, brillante. Una de las características más curiosas de Madrid es la tersura que llegan a tener ciertas cosas, ciertos objetos. Es el país de los zapatos mejor lustrados del mundo, de las cabezas más perfectamente engominadas, de los cueros más relucientes, de los metales más rutilantes, de las uñas más grotescamente manicuradas, de los parqués más encerados, de los ojos más espontáneamente iluminados. El casco blanco de los guardias parece de porcelana; hay maquillajes hechos con una perfección diabólica los tricornios de la Guardia Civil tienen un lustre de tinta, como los cilindros untados de una rotativa. El alcaloide visual de la España popular, ¿no será siempre este tricornio entre un gitano de charol, una gitana de pelo planchado, unas esposas resplandecientes y una nube de polvo del camino salpicada de corpúsculos como puntas de diamante? En Madrid todo tiene una tersura casi deshumanizada: el cielo el aire, la electricidad. Debe de ser por eso por lo que los pantalones de ciertos burócratas, como la sotana de ciertos clérigos, tiene aquí un brillo tan riguroso que os transporta fácilmente al mundo mineral.

Después, claro está, si dejáis el centro y os adentráis en los suburbios, las cosas ya no son tan resplandecientes. Suelen ser más bien opacas.

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