Te quiero más que a la salvación de mi alma

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Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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INCIPIT 1.516. DIBUJOS RECUPERADOS / FRANZ KAFKA


PRÓLOGO

Ala muerte de Kafka, en 1924, su amigo y albacea Max Brod recogió en Praga y otros lugares frecuentados por el escritor todos los legajos, escritos y documentos relativos a la vida y la obra del autor. Kafka había aprobado publicar en vida solamente siete pequeños volúmenes de narraciones; entre ellos, Contemplación (1913) y Un artista del hamhre (1924 ), que llegó a librerías a las pocas semanas de haber fallecido el escritor, quien en su lecho de muerte corrigió parte de las pruebas de imprenta que la editorial berlinesa le había enviado.

Brod editó sin dilación las tres novelas de Kafka El proceso, El castillo y El desaparecido (con el nombre apócrifo de América), y más tarde se hizo cargo de la edición o reedición de casi todos los textos narrativos de este. Pero lo hizo con escasa competencia filológica, extrayendo de los diarios pasajes de factura narrativa y que a menudo tituló de manera arbitraria. A su vez omitió fragmentos -en especial por lo que se refiere a la correspondencia- relativos a personas todavía vivas entonces. Mucho después, a partir del año 1982i un grupo internacional de filólogos procedió a la edición crítica de todos los textos conservados de Kafka bajo el sello alemán Fischeri que debe ser considerada la edición canónica de la obra del autor.


K


No callar, Javier Cercas, p. 568
Al final de El proceso, dos hombres con levita y sombrero de copa, pálidos, y corteses, van a buscar a su casa al protagonista. K. ignora quiénes son, pero -exhausto después de pasarse días y días perdido en un laberinto de covachuelas absurdas y oficinas desoladas, tratando en vano de averiguar cuál es el delito del que se le acusa- los sigue sin protestar. Los dos hombres lo llevan a una cantera y al le clavan un cuchillo en el corazón y, antes de morir, K. ve cómo aquellos dos hombres, mejilla contra mejilla, le miran morir y piensa, «como si la vergüenza debiera sobrevivirlo», que está muriendo igual que un perro. […] El universo de Kafka, lo sabemos, es un universo sin esperanza: imposible resistirse al horror de ver en la muerte pública y atroz de K un emblema o un espejo o una prefiguración de nuestra propia muerte; el universo de Buzzati es, en cambio, un universo esperanzado: imposible resistirse a la ilusión de que la muerte secreta y nobilísima de Drogo sea un emblema o un espejo o una prefiguración de nuestra propia muerte. Aunque seamos incapaces de concebir una vergüenza que nos sobreviva, íntimamente sabemos que Kafka dice la verdad, pero hay algo en nosotros -algo muy parecido al «temblor de rebelión agónica» del que hablaba Marlow- que se resiste a imaginar un mundo sin Buzzati

INCIPIT 1.482. KAFKA NO QUIERE MORIR / LAURENT SEKSIK


Kierling, 4 de junio de 1924

Nos, el doctor Hugo Hoffmann, médico diplomado de la Facultad de Viena, administrador del sanatorio de Kierling, certificamos, en conformidad con el artículo 29 del reglamento interno de dicho sanatorio, la siguiente declaración y damos fe de su autenticidad.

(Nota a la atención de la secretaría: envíese un historial clínico por partida doble al profesor Pick, en Praga, y al doctor Siegfried Liiwy, médico de cabecera y tío del paciente.)

Ayer, 3 de junio de 1924, certificamos el fallecimiento del paciente Franz Kafka, nacido el 3 de julio de 1883 en Praga, de Hermann y Julie Kafka, de profesión doctor en Derecho, residente en el domicilio familiar, empleado en la sede central del Instituto de Seguros de Accidentes Laborales del Reino de Bohemia en Praga, en excedencia de sus funciones.


-KAFKA, Franz, 1883-1926:


Kafka no quiere morir, Laurent Seksik, p. 298

-KAFKA, Franz, 1883-1926: representante prominente del grupo pragués de escritores alemanes (Max Brod, Gustav Meyrink, etc.)».

-Perdone -dijo ella con voz dubitativa-, pero Franz murió en 1924.

Él le echó una mirada fulminante y exclamó:

- ¿Quién eres tú para poner en duda las afirmaciones de la Enciclopedia literaria de la Academia de Ciencias de la URSS? ¿Crees saber más que un académico soviético? Si pone que Kafka murió en el 26, es que murió en el 26. Lo demás solo es revisionismo burgués. Y en adelante, no me interrumpas, te lo ruego. Prosigo: «Kafka escribió tres tomos de novelas y de relatos; los más notables, algunos de ellos inacabados, solo vieron la luz después de su muerte (bajo la dirección de Max Brod).

A las primeras obras de Kafka pertenece La metamorfosis, cuyo héroe es un hombre infinitamente solitario. Posteriormente, Kafka planteará el problema de la soledad de manera más concreta. Así, en El proceso, la soledad del héroe está determinada por su situación de acusado, en El castillo, por el hecho de que es un extranjero, y, en fin, en la novela América, por el hecho de que es un adolescente sin experiencia abandonado a su suerte en las difíciles condiciones de vida propias de la América contemporánea.

La oposición entre el hombre solitario y el mundo que lo rodea está presentada por Kafka de tal forma que el hombre solitario cede a la presión del medio.

La negación pesimista de la realidad en Kafka aparece sobre todo en el hecho de que la personalidad más capaz perece y de que el entorno pequeñoburgués, limitado y obtuso, triunfa.

Se puede considerar a Kafka como el portavoz de la psicoideología de una clase decadente o, por decirlo con mayor precisión, de un estrato social que entra en colisión contra su propia clase. Es un representante de la intelectualidad pequeñoburguesa

DORA


Kafka no quiere morir, Laurent Seksik, p. 270

-Mi primera pregunta, camarada Dora LaskDiamant, es sobre tu primer compañero -expuso Yuri a modo de introducción-. Me gustaría saber por qué, según tú, Franz Kafka no está traducido al ruso. ¿Por qué Kafka no está traducido al ruso y en cambio lo está en numerosos países? ¿Crees que nuestra lengua quizá no esté a la altura de sus textos, que no pueda captar la sutileza de su pensamiento? ¿Es posible que a toda la Nomenklatura entera se le haya pasado por alto la obra de tu marido? Algunos artículos que están en mi poder hablan de profeta visionario, otros de novelista de la Salvación, otros de novelista de la Gracia, de novelista de la Angustia, de novelista del Absurdo.¡Algunos incluso se atreven a compararlo con Dostoievski! ¡Dime la verdad! ¿En qué lado están sus personajes, en el del Bien o en el de la contrarrevolución? ¿Cómo tratan sus novelas a la clase trabajadora? ¿Calumnia Kafka la Revolución de Octubre o la celebra como debe ser? ¿Evoca al campesinado koljosiano? ¿Es tu Kafka un reaccionario sin patria, un escritor ajeno al proletariado, un kerenskista, un menchevique? ¿Ha ensalzado la grandeza del pueblo soviético y la mansedumbre de su líder? ¿Es el nihilista que asegura ser? ¿Su obra exalta la figura de Stalin, esperanza de todos los pueblos y luminaria de nuestras vidas? ¿O, por el contrario, se pone del lado de esos perros rabiosos trotskistas, del lado de los kulaks y los blancos? ¿Cuál es el sentido oculto de su obra? Nada tiene que quedar en la oscuridad, ya lo sabes. Dime si Kafka mantiene algún nexo con la literatura realista socialista.


EINSTEIN Y KAFKA


Kafka no quiere morir, Laurent Seksik, p. 270

-¿Se lo quieres pedir a Dios?

-Casi ... ¡A Einstein!

Ella se echa a reír, aunque sabe muy bien que, desde Princeton, donde ha encontrado refugio, Einstein tiene fama de responder a todas las solicitudes de petición de asilo que provengan de Alemania. Provee de recomendaciones firmadas de su puño y letra a diestro y siniestro, esos «afidávits » que la administración norteamericana exige para entrar en su suelo o permanecer en él. Se está convirtiendo en el Moisés de los judíos alemanes, al posibilitar que crucen el océano. Pero, ay, la misericordia del secretario de Estado norteamericano, el temible Cordel! Hull, tiene un límite. Y en materia de salvación de judíos, ese límite hace tiempo que ya se superó.

-¿Qué quieres decirle a Einstein?

El físico fue profesor antes de la guerra en la Universidad de Praga, donde Robert estudió quince años más tarde. Esto podría crear un vínculo. Aunque sobre todo quiere evocar a Kafka. En Praga, Einstein frecuentaba la casa de Berta Fanta, aquel salón literario del que Franz hablaba a menudo, donde incluso llegó a hacer alguna lectura. Tal vez los dos genios se cruzaron allí. Tal vez, en la misma velada, Kafka leyó extractos de La condena y Einstein tocó el violín. Pero su intención es contarle a Einstein que él es uno de los especialistas alemanes del tratamiento quirúrgico de la tuberculosis y que puede poner su saber, sus conocimientos y las técnicas operatorias desarrolladas en el hospital de la Charité al servicio de Estados Unidos.


K.


Kafka no quiere morir, Laurent Seksik, p.88

ontempla el cuerpo echado ante él, el rostro donde las sombras dibujan grietas profundas. El alma de Kafka no tardará en abandonar ese cuerpo. O, mejor dicho, no hay ningún alma que retener, ni antes ni después, la vida es una estación inmensa y desolada en la que se cruzan unos seres humanos movidos por esperanzas insensatas, que no hacen más que esperar trenes que no llegarán jamás. Nada acompaña, nada precede, nada prolonga el murmullo de nuestras almas atormentadas, de nuestros amores y nuestras penas, nadie aclarará jamás los misterios de nuestras vidas, nuestro insolente deseo y nuestras hechizadas memorias, nadie escucha nuestras plegarias, nadie puede redimir nuestras faltas. Eres polvo y al polvo volverás.


K.


La lucha contra el cliché, Martin Amis, p. 386

En cuanto obra de arte, el relato breve «El fogonero» está mucho mejor desarrollado que la novela América, de la que es el primer capítulo. Las novelas son -deliberadamente- premiosas. «Son epopeyas de la suspensión y el aplazamiento, y habría sido imposible pulirlas hasta convertirlas en obras de arte.» Es en los relatos breves donde el genio de Kafka brilla de manera más inequívoca: en la modulación; en el ritmo, en la manera indirecta de decir las cosas, en la exquisita y significativa intensidad de sus finales. He aquí, por ejemplo, las últimas líneas de «Un artista del hambre», la historia de un artista circense cuyo número consiste en ayunos de cuarenta días, durante los cuales permanece solo, encerrado en una jaula. Poco a poco el arte de ayunar va pasando de moda; olvidado, el artista del hambre muere tras los barrotes de su jaula sin que nadie se dé cuenta:

«¡Bien, hay que limpiar toda esta porquería”, exclamó el encargado, y enterraron al artista del hambre junto con la paja. Encerraron entonces en la jaula a una joven pantera. Fue un evidente alivio para todos, incluidos los más estólidos, ver al salvaje animal dando vueltas por aquella jaula que había estado tanto tiempo triste y carente de vida. Nada le faltaba[ ... ] ni siquiera parecía añorar la libertad; daba la sensación de que aquel noble cuerpo, tan bien provisto de todo lo que necesitaba que se diría que estaba a punto de reventar, llevaba consigo su libertad allá donde fuera: en los dientes, al parecer; y la profunda alegría que daba a la pantera sentirse viva hacía tan intenso el olor de su aliento, que los espectadores situados más cerca de ella casi no podían tenerse en pie a causa del mareo. Sin embargo, haciendo un esfuerzo deliberado, se agolparon alrededor de la jaula y, una vez allí, ya no se movieron.”


K.


La guerra contra el cliché, Martin Amis, p. 383

La edición de The Complete Short Stories, publicada por Penguin, se inicia, ingeniosamente, con «Dos parábolas a modo de introducción”, ambas de una extensión que apenas supera una página. En la primera, «Ante la Ley», un campesino se acerca a las puertas de la Ley y le pide al formidable portero que le deje entrar. «Ahora no es posible, es la respuesta que reciben sus reiteradas peticiones. Si cruzara la puerta, tendría que enfrentarse a otros porteros, cada uno de ellos más formidable que el anterior. «El tercero es tan terrible”, le dice el primero, «que incluso yo tengo miedo de mirarlo a los ojos.» El campesino se sienta y espera. Pasan los meses. Pasan los años. A punto de morir de viejo, el campesino le pregunta al portero, con su último aliento, cómo es que nadie más se ha presentado ante las puertas de la Ley a pedir que le dejaran entrar. El portero grita a la oreja del moribundo: «Nadie más podía entrar por estas puertas, pues fueron construidas exclusivamente para ti. Ahora voy a cerrarlas.»

En la segunda parábola, «Un mensaje imperial», un emperador a punto de morir te envía un mensaje, «a ti, el más humilde de sus súbditos, esa sombra insignificante que tiembla en la más remota lejanía ante el sol imperial». El mensaje es tan importante, que el emperador ha hecho que se lo repitan al oído, con un susurro, mientras yace en su lecho de muerte. El mensajero, «un hombre fuerte, infatigable», emprende inmediatamente el viaje, para lo cual tiene que cruzar primero las antesalas, abarrotadas de gente. Pero la multitud no para de aumentar y las cámaras parecen inacabables; pasará toda una vida antes de que consiga salir de las habitaciones más retiradas del palacio. «Y si al final alcanzara el portalón exterior -cosa que nunca, nunca, ocurrirá-, encontraría ante sí la capital imperial, el centro del mundo, congestionada hasta reventar...» Así que nunca recibirás ese mensaje. «Pero siéntate junto a la ventana al atardecer y suéñalo para ti.»


K.


No callar, Javier Cercas, p. 106

Que yo sepa, el primero en formular la idea fue, en 1919, T.S. Eliot, en «La tradición y el talento individual». Allí se argumenta que toda obra de arte en verdad nueva no solo supone una ruptura con el pasado, sino que altera el pasado mismo. Que las grandes obras de arte modifican el futuro es obvio; pero ¿pueden también modificar el pasado? ¿Es el pasado modificable? En 1951, Borges retomó e ilustró esa idea provocadora, y en «Kafka y sus precursores» sostiene que todo escritor crea a sus precursores, porque su labor, igual que modifica el futuro, modifica nuestra concepción del pasado; para demostrarlo, Borges aduce una serie de piezas heterogéneas -de Zenón, de Han Yu, de Kierkegaard, de Browning, de Bloy, de Lord Dunsany- que se parecen a Kafka, aunque no todas se parecen entre sí. Esto último es lo esencial: «En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka ( ... ), pero, si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría». Sobra añadir que la lista de obras kafkianas anteriores a Kafka propuesta por Borges no es completa: la historia de un hombre que intenta en vano averiguar de qué delito se le acusa (El proceso) o para qué le han contratado en un castillo al que no puede entrar (El castillo) obliga a leer de un modo distinto la historia del capitán de barco que, en Moby Dick, intenta en vano matar a una ballena blanca, o la de los dos oficiales napoleónicos que, en Los duelistas, se desafían a lo largo de décadas sin que lleguen nunca a saber del todo qué desavenencia los convirtió en enemigos a muerte. Por no apartamos de Melville y Conrad, nosotros ya no podemos leer Bartleby, el escribiente ni El corazón de las tinieblas, sin sentir que ambas son historias kafkianas. Kafka es quien es solo porque su visión del mundo impregna gran parte de lo que escribió después de él, sino también gran parte de lo que se escribió antes.

KAFKA SE RÍE DELANTE DEL PRESIDENTE


¿Este es Kafka? Reiner Stach

También soy capaz de reír, Felice, no lo dudes, incluso se me conoce corno gran reidor, aunque a este respecto en otros tiempos era mucho más loco que ahora. Hasta me ha llegado a ocurrir que en el curso de una solemne conversación con nuestro presidente- hace ya dos años que sucedió, pero la cosa se ha hecho legendaria y me sobrevivirá en el instituto-me eché a reír, ¡y de qué manera! Sería excesivamente prolijo trazarte la semblanza de lo importante que es este hombre, pero puedes creerme si te digo que lo es en muy alto grado, y que un empleado corriente del instituto se lo imagina no sobre la tierra sino entre las nubes. Dado que por lo general no tenemos muchas ocasiones de hablar con el káiser, este hombre-lo mismo ocurre en todas las grandes empresas-infunde a dicho empleado la sensación de estar  entrevistándose con el emperador. Por supuesto que también hay en este hombre rasgos suficientemente ridículos, como es el caso de todo aquel que se ve colocado en un punto sobre el que convergen con total claridad las miradas de los demás, y cuya posición no corresponde por entero a sus propios méritos, pero para que una evidencia semejante, para que esa especie de fenómeno natural le lleve a uno a reírse en presencia del gran hombre, es preciso estar dejado de la mano de Dios.


SAINETE EN EL TRIBUNAL


¿Este es Kafka?, Reiner Stach, p. 157

Se contaba, por ejemplo, la siguiente anécdota, que tenía muchas apariencias de verdad. Un viejo funcionario, señor bondadoso y tranquilo, tenía un asunto difícil, que se había complicado sobre todo por las peticiones de los abogados, y lo había estudiado sin interrupción un día y una noche enteros; esos funcionarios son realmente diligentes como nadie. Al llegar la mañana, después de veinticuatro horas de un trabajo probablemente no muy fructuoso, fue a la puerta de entrada, se escondió allí y empezó a lanzar escaleras abajo a todos los abogados que pretendían entrar. Los abogados se congregaron abajo en el descansillo y deliberaron sobre lo que debían hacer; por una parte, no tenían verdadero derecho a ser admitidos, por lo que difícilmente podían emprender jurídicamente acción alguna contra el funcionario, y debían guardarse también, como ya se ha dicho, de indisponerse con el cuerpo de funcionarios. Por otra, sin embargo, todo día no pasado en el tribunal era para ellos un día perdido, de ahí su interés por entrar. Finalmente, se pusieron de acuerdo en fatigar al viejo funcionario. Una y otravez enviaban a un abogado, que subía corriendo la escalera y entonces, ofreciendo la mayor resistencia posible, aunque pasiva, se  dejaba arrojar escaleras abajo, en donde era recogido por sus compañeros. Eso duró alrededor de una hora, momento en que el viejo funcionario, que estaba ya agotado por su trabajo nocturno, se cansó realmente y regresó a su oficina. Los de abajo no querían creérselo al principio y enviaron primero a uno para que mirase tras la puerta y se asegurase de que no había realmente nadie. Sólo entonces entraron, sin atreverse probablemente a refunfuñar siquiera.


LA NECROLÓGICA DE MILENA


¿Este es Kafka? Reiner Stach, p. 289

Anteayer murió en el sanatorio de Kierling en Klosterneuburg, a las afueras de Viena, el doctor Franz Kafka, escritor alemán que vivía en Praga. Pocos aquí lo conocían, porque era un ermitaño, un sabio que temía la vida. Durante años padeció una enfermedad de los pulmones, y aunque recibió tratamiento, también la alentó a conciencia y la nutrió espiritualnente. «Cuando el alma y el corazón no pueden soportar la carga, entonces el pulmón se ocupa de la mitad para que al menos el peso quede repartido en parte», escribió en cierta ocasión en una carta, y así ocurrió con su enfermedad. Ésta le dio una sensibilidad que rayaba lo maravilloso y una claridad mental casi aterradoramente rigurosa; y, por otro lado, este hombre depositó sobre su enfermedad todo el peso de su angustia espiritual. Era tímido, angustiado, sereno y bueno, pero escribió libros terribles y dolorosos. Veía el mundo poblado de demonios invisibles que aniquilaban a las personas indefensas. Era demasiado clarividente, demasiado sabio para  vivir, y demasiado débil para luchar, pero su debilidad era la de las almas nobles y bellas que evitan luchar contra el miedo, los malentendidos, el desamor y la mentira intelectual porque saben de antemano que son impotentes y se someten a la derrota para avergonzar a los vencedores. Conocía a la gente como sólo pueden hacerlo las personas de una inmensa sensibilidad, los solitarios capaces de reconocer a la humanidad entera en un solo destello de la mirada. Conocía el mundo de una manera extraordinariamente profunda, y él mismo era un mundo extraordinariamente profundo. Escribió libros que se encuentran entre los más significativos de la joven literatura alemana. En ellos está contenida la lucha delas generaciones actuales, aunque no tengan nada de dogmático: son tan verdaderos, descarnados Y dolorosos que resultan absolutamente realistas incluso cuando se expresan a través del simbolismo.


EL ÚNICO ENEMIG


¿Este es Kafka?, Reiner Stach, p. 44

Una característica llamativa de la vida social de Kafka era que caía bien a todo el mundo: tanto a hombres como a mujeres, a alemanes y checos, a judíos y cristianos. Kafka no sólo era apreciado entre colegas y superiores que lo conocían desde hacía mucho tiempo, sino también entre los desconocidos con los que coincidía a la mesa de hoteles y sanatorios, y entre los muchos conocidos de sus amigos. Kafka era amigable, solícito y encantador en el trato cotidiano con las personas, escuchaba con interés y, a la vez, era absolutamente discreto. Además, sus ingeniosos comentarios autoparódicos evitaban que nadie lo tuviera por un competidor en el campo intelectual o en el erótico. Se mantenía alejado de las polémicas periodísticas, y ni siquiera en los diarios y cartas de contemporáneos que lo trataron y han llegado hasta nosotros se encuentra una sola palabra mala sobre él.

Con una notable excepción. «Cuanto más tiempo estoy alejado de él, Kafka se me hace tanto más antipático, con su viscosa maldad». Así se expresó el médico y escritor Ernst Weiss en una carta a su amante, la actriz Rabel Sanzara. Weiss era uno de los pocos-amigos de Kafka que no  procedía del círculo de Max Brod y que en cierto sentido competía con él. En opinión de Weiss, la única solución razonable para resolver los problemas en la vida de Kafka habría sido desentenderse de las múltiples obligaciones y ataduras que tenía en Praga y empezar una nueva existencia literaria en Berlín.


INCIPIT 1215. ¿ESTE ES KAFKA? / REINER STACH


A algunos les da miedo. Otros, que no lo han leído pero han oído hablar de él, simplemente temen que les dé mie­ do. Y a algunos más los pone tristes aunque no sepan decir por qué. Otros muchos sienten el soplo de la depresión y por eso dejan a un lado con cautela sus libritos. Hay mu­ chas reservas, y el rumor de que en el fondo estaba loco encuentra todavía hoy suficiente alimento, incluso en sus tex­ tos más perfectos. Ciertamente no es tarea de la literatura apresurarse a proporcionar soluciones tranquilizadoras a los problemas que suscita, ni aportar la prueba de que todo tiene su parte positiva. De hecho, sabemos que no es ver­ dad, y no nos gustan los autores que nos toman por ingenuos. Pero cuando la literatura aborda el fracaso real del que ninguno de nosotros puede librarse, reflejándolo una y otra vez, con evidente voluptuosidad, en fracasos imaginarios y, además, lo imbrica en un discurso-implacable y que no conduce a ninguna parte-sobre el fracaso en general, entonces nos preguntamos si el autor no habrá dado rienda suelta a una obsesión absolutamente privada, y también por qué tenemos que escucharlo y observarlo con tanta atención como la que sin duda reclama.

A muchos los impacienta  o inquieta,  pues encripta sustextos y parece alegrarse de conducir al lector por cami­ nos tortuosos, a través de los aparentes laberintos forma­ dos por dédalos de pensamientos de los que no hay escapatoria. Un tal Gregor Samsa, que se transforma en insecto, y un Josef K., a quien detienen sin ningún motivo, son sus invenciones  más  célebres.  Lo que les sucede a estos


KAFKA NO PUEDE MENTIR


¿Este es Kafka?; Reiner Stach, p. 32

Durante toda su vida a Kafka le resultó sumamente difícil decir conscientemente una mentira. Al comparar sus diarios con las cartas que escribía en las mismas fechas queda claro que podía no mencionar ciertas cosas o-según fuera el corresponsal-presentarlas bajo otra luz, pero apenas es posible encontrar ningún ejemplo de mentiras explícitas, ni siquiera de mentiras piadosas.

Kafka se permitió una notable excepción a la regla la mañana del2 3 de septiembre de 1912. Absorto en la escritura de su relato «La condena» la noche anterior no había pe­ gado ojo, y tanto el agotamiento como la exaltación narcisista después de aquel logro-que él reconoció enseguida como un hito creativo-le impidieron salir hacia la oficina  a la hora habitual, en torno a las ocho menos cuarto de la mañana. En lugar de eso le mandó una nota a su superior Eugen Pfohl, explicándole que a causa de una fiebre y              un «pequeño desmayo» no podría acudir a la oficina hasta el mediodía, pero que a esa hora estaría allí «seguro»(  véase el facsímil, escrito en el dorso de una tarjeta de visita). No obstante, Kafka se quedó en casa todo el día y a la mañana siguiente tuvo que soportar las preguntas de sus colegas preocupados y hacer un poco de teatro.

Kafka sólo podía apaciguar sus escrúpulos con respecto

a las mentiras cuando éstas no eran claramente en su pro­ pio interés. Así, en otoño de 1917 ocultó a sus padres el brote de la infección de tuberculosis, y para mantener en pie el engaño se vio obligado a proporcionar otra explicación para el descanso de tres meses que le concedieron  sus superiores. Kafka aseguró que le habían concedido esa pausa a causa de su «nerviosismo». Que sus padres lo creyeran durante meses hasta que se enteraron de la verdad pare­ ce bastante sorprendente, porque durante la guerra, en la que el funcionario Kafka no fue llamado a filas, se le negaron hasta las vacaciones establecidas de dos semanas. Una baja médica a causa de «nerviosismo» era completamente impensable.


LA PEONZA


¿Este es Kafka? Reiner Stach, p.24

 

Un filósofo solía frecuentar los lugares donde jugaban niños. Y cuando veía a un muchacho que tenía una peonza, enseguida se ponía al acecho. Apenas empezaba a girar la peonza, el filósofo la perseguía decidido a atraparla. El que los niños metieran bulla y trataran de mantenerlo alejado del juguete no le importaba, pues si lo apresaba mientras aún daba vueltas, se sentía feliz, aunque sólo por un instante, luego la tiraba al suelo y se marchaba. Creía él que el conocimiento de cualquier minucia, esto es, incluso de una peonza que giraba sobre sí misma, por decir algo,  bastaba para conocer lo general. Por eso no se ocupaba de los grandes problemas, le parecía poco  económico;  si  se conocía  realmente la minucia más nimia, entonces se conocía todo, de ahí que se interesara única y exclusivamente por la peonza que daba vueltas sobre sí misma. Y cada vez que se realizaban preparativos para hacerla girar, él confiaba en conseguir su propósito, y cuando la peonza ya giraba, la esperanza se tornaba certeza, al tiempo que corría jadeando en su busca, pero luego,  al tener el estúpido trozo de madera en la mano, sentía un malestar, y el griterío de los niños, que no había oído hasta entonces y ahora, de pronto, se le clavaba en los oídos, lo ahuyentaba y se alejaba tambaleándose como una peonza impulsada por una torpe correa.

El texto data probablemente de noviembre o principios de diciembre de 1920. El título se lo puso Max Brod, quien publicó esta pieza en prosa del legado de Kafka sin título en el manuscrito.


K


Cuentos completos, Piglia, p 277

La historia de las relaciones entre Kafka y Max Brod es conocida: en el momento de morir, Kafka le ordena a su amigo que queme todos sus manuscritos, es decir, que destruya El castillo, El proceso, etc., como si nunca hubieran sido escritos. Gesto ambiguo, habría que decir que ese mandato es el último gran relato kafkiano. Max Brod se ve sumergido en el mismo sentimiento de culpa y de postergación típico en los textos que debe destruir. Está obligado a elegir: ¿traiciona a su amigo o traicionar a la literatura? Fidelidad contradictoria, doble ley que lo sitúa -como vemos- en el espacio clásico de Kafka. Sin embargo no es aventurado pensar que la gran duda (y en esto también tiene algo de razón Kostia), la gran tentación de Max Brod no fue publicar los textos o quemarlos. En el juego de esta doble obediencia puedo pensar que la respuesta del enigma estaba en la orden misma: si Kafka hubiera deseado realmente destruir sus manuscritos, él mismo los habría quemado. Tampoco es aventurado pensar que otra duda asedió en algún momento a Max Brod. La duda fue (debió de ser) esta: «Nadie -salvo yo, salvo Kafka que ha muerto- conoce la existencia de estos escritos. Entonces: ¿publicarlos con el nombre de Kafka o firmarlos y hacerlos aparecer como míos? Estos textos ya no son de nadie: no son de su autor, que no los quiso. No son de nadie.” ¿La inmortalidad, la fama o el simple papel de albacea, del suave y humilde ayudante que dedica su vida a la mayor gloria de un escritor entrañable pero desconocido? Reverso de Eróstrato (que fascinó a Kafka), la elección de Max Brod lo ennoblece pero a la vez -por una extraña paradoja, otra vez, típica de Kafka- lo aniquila. ¿No hubiera complacido mejor (¿no podemos pensar que eso deseaba?) al genio distante y perverso de Franz Kafka un Max Brod que usurpa la fama del difunto y que en el momento de morir revela a alguien (a otro albacea servicial, a otro Max Brod) la propiedad secreta de esos textos?


K.



Noche y oceáno, Raquel Taranilla, p. 358
Kafka. (enterrado en: el nuevo cementerio judío de Praga, bajo una lápida en forma de obelisco; al parecer, no mucho después del entierro, su amigo Max Brod tomó una fotografía del sepulcro, que no sería escalofriante si no fuera porque, a su muerte, Brod sería enterrado precisamente en frente de Kafka, de suerte que su cámara de fotos había  adivinado el futuro -el lugar que ocuparía y su panorama eterno)

K.


Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 357
El casco de seguridad lo llevan los obreros y, aunque con no poca frecuencia he mantenido lo contrario, lejos estoy yo de poderme contar entre ellos, por mucho divertimento que haya hallado en el pasado al citar estas palabras de Mao: «La línea divisoria entre intelectuales revolucionarios e intelectuales no revolucionarios o contrarrevolucionarios es si están o no dispuestos a integrarse con los trabajadores y campesinos y, de hecho, lo hacen”. Aquello que yo estoy dispuesta a hacer no se lo puedo decir porque escapa a mi entendimiento. Pero, a cambio, permítanme contarles que el casco de seguridad es un objeto que realmente me fascina desde que supe que es un invento de Franz Kafka,por el que el escritor recibió una medalla de oro en el Congreso Americano de Seguridad Laboral de 1912 (celebrado en Milwaukee por la Asociación de Ingenieros Eléctricos del Hierro y del Acero). Por lo visto, al enterarse de la distinción, un Kafka muy agradecido dijo ante sus compañeros en la compañía de seguros en la que trabajaba:
“Ni se imaginan el trabajo que me dan mis cuatro distritos. Los trabajadores se caen de los andamios y de las máquinas si van bebidos, los tablones se vuelcan, los muros se derrumban, los escalones resbalan, todo lo que se levanta acaba cayendo. Y todas esas chicas de las fábricas de vajilla que constantemente lanzan cacharros de loza por el hueco de las escaleras me dan dolor de cabeza.”
He aquí un problema perturbador (el accidente laboral) y su solución (el casco), de donde surge, como a pedir de boca, la pregunta a todas luces improcedente de si hay algo aparente y prejuiciosamente menos kafkiano que un casco de seguridad. Quizá solo en la mano de Kafka esté la posibilidad de hacer cosas radicalmente inkafkianas.

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