Te quiero más que a la salvación de mi alma

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Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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RELATOS DEL HIJO


Algún día seré recuerdo, Marcos Giral Torrente, p. 216

A veces sucede que gente con la que coincidimos brevemente y a la que no volveremos a ver nos sorprende con un pensamiento que se nos queda grabado. Desde que en 2010 publiqué un libro acerca de la relación que tuve con  mi padre, se me ha acercado mucha gente a contarme su historia. «¿Sabe? Cada padre es un mundo y al final la huella de casi todos se parece», me dijo una vez un viejo de ojos azules en la feria del libro. «Se lo digo yo, que apenas conocí al mío. Dos veces lo visité en la cárcel de Carabanchel y ya me bastaron.»

El ensayista italiano Massimo Recalcati opone al archiconocido y freudiano complejo de Edipo (el del hijo que busca destituir la autoridad del padre) el que él bautiza como complejo de Telémaco, a saber, el del hijo que persigue lo contrario: restaurar la autoridad paterna. Telémaco -recordemos- es el hijo de Ulises que en la Odisea homérica se consume en la espera del padre desaparecido tras la guerra de Troya, mientras que Edipo, en las dos tragedias de Sófocles, es el hijo del rey de Tebas que, sin conocer su relación filial con ellos, mata a su padre y yace luego con su madre. Recalcati, en su libro titulado precisamente El complejo de Telémaco, se sirve de la figura de Telémaco para analizar la pérdida de autoridad paterna en la  sociedad contemporánea: padres cómplices, padres ausentes, padres superados por el empuje de los tiempos, padres sin ascendente, alejados del rol tradicional. Más allá de ese propósito, que encara -hay que subrayarlo- sin añoranza, su distinción entre Telémaco y Edipo condensa los dos extremos entre los que orbita, diríamos, la relación padre/hijo.


SEMIOTICA



Una Odisea, Daniel Mendelsohn, p. 386

La palabra griega para tumba que utiliza Elpenor cuando le pide a Odisea que le «eleve un túmulo» es sema. Puede significar «sepultura» o «tumba», pero este es su sentido derivado; el significado primario es «signo» o «señal», significado que pervive, por ejemplo, en nuestro término semiótica, que se aplica al estudio de signos y símbolos, a la teoría filosófica del origen del significado. Para los griegos que las construían, las tumbas o semata (plural de serna) que tanto destacan en la Odisea eran un medio de transmitir información sobre sus ocupantes; estaban ahí para narrar historias. En el Canto I, por ejemplo, un personaje lamenta el hecho de que Odisea, por quien nunca llegó a alzarse un túmulo en Troya, no vaya a conocer la «fama» -afirmación que nos indica hasta qué extremo se supone que la tumba «habla» sobre su morador-. De modo similar, en el Canto XI, Elpenor afirma que su sema, ornada con el remo que es símbolo de su oficio en la vida, suministrará información sobre su persona a las generaciones venideras. Y el altar que Odisea recibe orden de dedicar a Poseidón, también descrito en el Canto XI, está concebido igualmente para contar una «historia»: la historia de un enemigo de Poseidón que consigue la paz mediante el procedimiento de presentar al dios entre los hombres que hasta entonces no han podido conocerlo.

Además de señalar las diversas tumbas y monumentos conmemorativos asociados con Odisea durante su largo e insólito recorrido, la palabra sema aparece otra vez en la Odisea, aunque en un contexto no tan lúgubre. Es en el Canto XXIII, cuando el ofendido Odisea, a quien ha confundido la hábil triquiñuela de Penélope, describe con amoroso detalle la cama que él ha construido para ambos, la cama cuyo revelador secreto era que no podía cambiarse de sitio. Al final de su apasionado parlamento, Odisea se refiere al secreto de la cama llamándolo serna, la «señal» entre Penélope y él, el símbolo de su inamovible unión.

Todo lo cual viene a decirnos que, en el mundo de la Odisea, una sema es una historia hecha visible: el monumento, el montículo, el remo, la cama ... todos ellos son señales que, para quienes saben leerlas, relatan las historias con tanta claridad como lo hace el relato en que se incluyen las semata, el cuento que nos cuenta el poeta.


MUERTE EN GRECIA


Una Odisea, Daniel Mendelshon, p. 381

La angustia omnipresente que domina la apertura de la Odisea, la incertidumbre aparentemente insoluble que aflige al hijo, y a la esposa, y que preside el hogar del héroe ausente, queda simbolizada en un motivo memorable, aunque macabro: una tumba vacía, un cuerpo desaparecido. Según avanza el poema, son varios los personajes que lamentan el hecho (según ellos lo valoran) de que Odisea, de quien se supone que ha muerto en el mar, no esté enterrado. El padre, marido, rey ausente no tiene tumba, ni túmulo -montecillo artificial con que los griegos de la Edad del Bronce marcaban la presencia de un cuerpo muerto-; sin inscripción que indicara quién era ni cuáles habían sido sus hechos. «Si hubiera sucumbido entre sus compañeros, en Troya -se lamenta Telémaco en el Canto I-, los griegos le habrían levantado un túmulo ... Pero las tempestades se lo han llevado sin Gloria.» Que los muertos quedaran sin sepultar era una posibilidad que generaba en los griegos un especial horror, ya evidente en los primeros versos de la Ilíada, en cuyo proemio se expresa con revulsión la idea de que algunos de los héroes muertos en Troya han servido de «comida de perros y toda clase de aves». Una pronunciada angustia cultural ante los cuerpos insepultos resulta evidente en otros muchos mitos griegos. Es crucial, por ejemplo, en la historia de la hija de Edipo, Antígona, mito que teatraliza Sófocles en su tragedia del mismo nombre, escrita trescientos años después de la gestación de los poemas homéricos: la joven princesa Antígona arriesga su propia vida al enfrentarse a la cruel ley que prohíbe el enterramiento de su hermano, traidor al Estado. Lo interesante es que la obra parece reivindicar la postura de Antígona, porque su antagonista, el rey que ha promulgado la norma, acaba cediendo y es él mismo quien entierra al joven. La idea de que todo el mundo merece un entierro decente, incluso los malvados y los criminales, se remonta a la propia Odisea. En el Canto III se nos cuenta que los asesinos de Agamenón no solo fueron enterrados juntos en una tumba común, sino que también se les aplicaron los ritos fúnebres, tras haberles dado muerte, en venganza, el hijo del general.


VIAJE A ITACA


Una Odisea. Daniel Mendelsohn, p. 270

En su versión final, que publicó en 1911, cerca ya de cumplir los cincuenta años, abstrae el tema del personaje; el nombre de Odiseo ya no aparece en el poema, que ahora se refiere indirectamente a elementos de la Odisea, dando la impresión de estar hablándole directamente al héroe:

Cuando emprendas el regreso a Ítaca,

desea que el camino sea largo,

lleno de aventuras, de conocimientos.

El poema de Tennyson, con sus meditaciones en primera persona, obtiene su fuerza dramática permitiéndonos que sigamos los pensamientos del héroe según van desarrollándose, partiendo de una desencantada visión de su entorno para llegar a la impetuosa decisión de echarse de nuevo al mar. La incorpórea alocución a Odiseo, en segunda persona, que efectúa Cavafis y que no se sabe de qué fuente procede, sitúa al héroe en el mismo plano que al lector ( ese «tú» lo sentimos todos como dirigido a «nosotros»), creando la insólita impresión de que todos podríamos ser Odiseo: héroes de nuestro propio viaje. La segunda estrofa insiste en la admonición: «Desea que el camino sea largo», para enseguida catalogar las riquezas que solo el viaje puede proporcionarnos: puertos que nunca hemos visto, fabulosas riquezas de  mercados lejanos, ámbar y ébano y coral, y perfumes exóticos y, lo mejor de todo, encuentros con los sabios:

que visites muchas ciudades egipcias

y aprendas cada vez más de sus sabios.

Por supuesto que no debemos olvidar nuestro destino, sea cual sea, nos advierte el anónimo narrador; pero queda claro que el significado de la vida se desprende de nuestro caminar por ella y de lo que obtenemos caminando:

Ten siempre en tu mente a Ítaca.

Alcanzarla es tu destino.

Pero no apresures tu viaje en modo alguno.

Mejor que se prolongue muchos años,

que seas ya viejo cuando eches el ancla en la isla,

rico por lo que ganaste en el camino,

sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Aquí sentimos en la nuca el aliento del personaje de Tennyson: Cavafis, al igual que su antecesor británico, comprende que, como ocurre con tantas cosas que anhelamos quizá durante demasiado tiempo, el lugar que deseábamos ver puede no ser del todo como esperamos que sea:

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te habrá engañado.

Con lo sabio que te has vuelto, con tu mucha experiencia,

ya habrás comprendido qué significan las ítacas.


INCIPIT 1.229. UNA ODISEA / DANIEL MENDHELSOHN


A última hora de una tarde de enero, hace unos años, cuando estaba a punto de iniciarse el semestre universitario de primavera durante el cual yo iba a dirigir un seminario sobre la Odisea, mi padre, investigador científico retirado, que a la sazón tenía ochenta y un años, me preguntó, por motivos que entonces creí comprender, si podía él asistir al curso; y le dije que sí. Y, en consecuencia, una vez a la semana, durante las dieciséis semanas siguientes, recorrió el trayecto entre la casa de las afueras de Long Island donde yo me crie, una modesta vivienda de dos niveles en la que él seguía viviendo con mi madre, hasta el campus ribereño del pequeño instituto universitario en que doy mis clases, que se llama Bard. Todos los viernes por la mañana, a las diez y diez, mi padre se sentaba junto a los alumnos matriculados en el curso, chicos de diecisiete o dieciocho años que no tenían ni la cuarta parte de su edad, y participaba en el análisis de este antiguo poema, una epopeya que trata de largos viajes y largos matrimonios, y también de lo que significa estar lejos de casa.

Era pleno invierno al empezar el semestre, y mi padre -cuando no estaba intentando convencerme de que el protagonista del poema, Odiseo, no era un auténtico héroe (porque, decía él, «es un embustero y ha engañado a su mujer»)- vivía muy preocupado con la meteorología


REDES DE MUJERES


Odiseicas, Carmen Estrada, p. 245

Virginia Woolf llama la atención en Una habitación propia sobre lo poco frecuente que es en la literatura el que se presente a dos mujeres como amigas y no solo como madres o hijas, y que se las muestre por algo distinto a su relación con los hombres.

Siguiendo la misma idea, el llamado test de Bechdel, popularizado a partir de la tira cómica de Alison Bechdel The rule en 1985, permite calificar a las películas -aunque podría aplicarse igualmente a las obras literarias de ficción- como aceptables desde el punto de vista feminista si se cumplen tres condiciones: que aparezcan al menos dos personajes femeninos, que se comuniquen entre sí y que la conversación se refiera a algo distinto a un hombre .

Si bien es cierto que en ningún episodio de la Odisea hay mujeres individualizadas que se relacionen entre sí de manera directa, más allá de los vínculos que se establecen entre ama y esclavas, y que en toda la obra las mujeres participan en función de los desplazamientos del protagonista masculino, Odiseo, sí que aparecen conexiones específicamente femeninas desde la distancia.

Una de ellas, muy interesante por su contenido y sus circunstancias, atraviesa incluso la frontera que divide a vivos y muertos. Odiseo lleva casi doce años fuera de Ítaca: diez de guerra y dos de viajes fallidos que no le permitieron regresar. No sabe nada de su familia. Las primeras noticias sobre su mujer las recibe en el Hades, donde encuentra al espíritu de su madre, Anticlea, que ha muerto durante su ausencia. Por ella sabe que Penélope continúa esperándolo en el palacio, que aún no se ha casado con nadie y que llora por él. Tras informarle sobre el resto de la familia y las circunstancias de su propia muerte, Anticlea le habla con cierto detalle de la condición de los mortales una vez que perecen, y añade: “¡Ay, hijo mío, el de más funesto destino entre los hombres! [ ... ] esta es la condición de los hombres cuando mueren. No sujetan ya carne ni huesos sus tendones, pues los consumió la fuerza del incandescente fuego en cuanto su ánimo abandonó los blancos huesos,  mientras que su espíritu anda revoloteando por aquí y por allá semejante a un sueño. Así que dirígete rápidamente hacia la luz del día para que, ya que sabes todo esto, al volver se lo cuentes también a tu mujer”. Es curioso que no pide que se lo cuente a su nieto Telémaco, el heredero, o a su marido Laertes, más próximo a la muerte a causa de su avanzada edad,· sino a su nuera, a la mujer.


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