Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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DOSTOIEVSKY


Diarios. A ratos perdidos 5 y 6, Rafael Chirbes, p. 189

Para culminar la extraordinaria, certera, a la vez trágica e hilarante visión de Zweig sobre Dostoievski, esta impagable descripción: Un gran francés, horrorizado, llamó al mundo de Dostoievski hospital de neurópatas, y realmente, ¡qué sombría y fantástica debe de aparecer esta esfera vista por primera vez desde fuera! Tabernas llenas de vapores de aguardiente, celdas, cuartuchos en casas de suburbios, callejuelas de burdeles y bodegones, y allí, sobre un fondo oscuro de Rembrandt, una turba de figuras extáticas: el asesino, con la sangre de su víctima todavía en las manos levantadas hacia el cielo; el borracho, en medio de las risas de quienes le escuchan; la muchacha de aspecto amarillo, en la penumbra de la callejuela; el niño epiléptico pidiendo limosna en las esquinas; el septuagenario asesino en la kátorga de Siberia; el jugador, entre los puños de sus compinches; Rogozkin, rondando como una fiera la habitación cerrada de su mujer; el ladrón honrado, agonizando en un lecho inmundo. ¡Qué mundo subterráneo de sentimientos, qué infierno de pasiones! ¡Ah, qué trágica humanidad, qué cielo tan ruso, bajo, gris, eternamente crepuscular, sobre estas figuras, qué tinieblas en el corazón y en el paisaje! Campos de  infortunio, yermos de desesperación, purgatorio sin gracia ni justicia.


INCIPIT 981. LA LUCHA CONTRA EL DEMONIO / STEFAN ZWEIG


Cuanto más difícilmente se libera un hombre, tanto más logra conmover nuestro sentimiento humano. (Conrad Ferdinand Meyer)
En la presente obra, lo mismo que en la anterior trilogía titulada Tres maestros, se exhiben tres retratos de poetas unidos por una íntima afinidad; pero esta afinidad no debe tomarse más que como algo alegórico. No trato de buscar fórmulas para lo espiritual, sino que plasmo espiritualidades. Si en mis libros, con toda intención, coloco siempre unos retratos junto a los otros, lo hago para lograr un efecto pictórico, como lo hace el pintor que, buscando efectos de luz y de contraluz, logra poner de manifiesto, por medio del contraste, cualidades y analogías que de otro modo quedarían ocultas. Siempre me ha parecido la comparación un elemento creador de gran eficacia, y hasta me gusta como método, ya que puede ser usado sin  necesidad de forzarse; así como las fórmulas empobrecen, la comparación enriquece, pues realza los valores, dando una serie de reflejos que, alrededor de las figuras, forman como un marco de profundidad en el espacio. Ese secreto plástico lo sabía ya Plutarco, ese antiguo creador de retratos, quien, en sus Vidas paralelas, presenta siempre un personaje romano a la par que uno griego, para que así, detrás de la personalidad, pueda verse de modo más claro su proyección espiritual, es decir, el tipo.

INCIPIT 977. MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD / ZWEIG


Ningún artista es durante las veinticuatro horas de su jornada diaria ininterrumpidamente artista. Todo lo que de esencial, todo lo que de duradero consigue, se da siempre en los pocos y extraordinarios momentos de inspiración. Y lo mismo ocurre en la Historia, a la que admiramos como la poetisa y la narradora más grande de todos los tiempos, pero que en modo alguno es una creadora constante. También en ese “misterioso taller de Dios”, como respetuosamente llamara Goethe a la Historia, gran parte de lo que ocurre es indiferente y trivial. También aquí, como en todos los ámbitos del arte y de la vida, los momentos sublimes, inolvidables, son raros. La mayoría de las veces, en su calidad de cronista se limita a hilvanar, indolente y tenaz, punto por punto, un hecho tras otro en esa inmensa cadena que se extiende a lo largo de miles de años, pues toda crisis necesita un periodo de preparación y todo auténtico acontecimiento, un desarrollo. Los millones de hombres que conforman un pueblo son necesarios para que nazca un solo genio. Igualmente han de transcurrir millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar de la humanidad.
Pero cuando en el arte nace un genio, perdura a lo largo de los tiempos. A su vez, cada uno de estos momentos estelares marca un rumbo durante décadas y siglos. Así como en la punta de un pararrayos se concentra la electricidad de toda la atmósfera, en esos instantes y en el más corto espacio, se acumula una enorme abundancia de acontecimientos. Lo que por lo general transcurre apaciblemente de modo sucesivo o sincrónico, se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide.

CARTA DE UNA DESCONOCIDA

CARTA DE UNA DESCONOCIDA
Stefan Zweig nació en Viena en 1881 y se suicidó junto a su esposa en 1944 en la ciudad de Persépolis. Lo hizo asqueado por lo que estaba ocurriendo en Europa y sintiendo que el mundo de ayer, el que él representaba se había acabado.

Escribió Carta de una desconocida en 1922, con su estilo habitual, conciso, claro, sin oropeles, para una historia delicada, triste y muy detallada. En 1948 se rodó una película,  Letter from an Unknown Woman,  con Rebeca y Louis Jourdan, dirigida por  Max Ophüls, de quien  Truffaut, en palabras que parecen versar sobre Zweig- dijo que era sutil, cuando le suponían torpe; profundo, cuando le creían superficial, y puro, cuando le motejaban de obsceno.

INCIPIT 381. ARDIENTE SECRETO / STEPHAN ZWEIG

EL PARTENAIRE

La locomotora emitió un grito ronco. Había alcanzado el Semmering. Durante un minuto los negros vagones descansaron en la luz plateada de las alturas, arrojaron unas cuantas personas, se tragaron otras, unas voces enojadas cruzaron de un lado a otro, después la máquina enronquecida volvió a gritar allí delante y, traqueteando, arrastró la oscura cadena hacia abajo, en dirección a la entrada del túnel. Nítido, extenso y con fondos claros, barridos por el viento húmedo, volvió a aparecer el paisaje. Uno de los recién llegados, un joven que inspiraba simpatía por lo correcto de su indumentaria y la elasticidad natural de sus andares, se adelantó a los demás para tomar un coche de punto que le llevara hasta el hotel. Sin prisa, los caballos trotaron por el camino en cuesta. La primavera se dejaba sentir en el aire. En el cielo revoloteaban esas nubes blancas, revoltosas, que sólo se dan en los meses de mayo y junio, esos compinches blancos, aún jóvenes y revolantes, que, juguetones, corren por la pista azul, para en un instante ocultarse tras las altas montañas; que se abrazan y huyen, que tan pronto se arrugan como si fueran pañuelos de bolsillo

INCIPIT 362. NOVELA DE AJEDREZ / STEPHEN ZWEIG

A bordo del transatlántico que había de zarpar a medianoche de Nueva York rumbo a Buenos Aires reinaban la animación y el ajetreo propios del último momento. Los acompañantes que habían subido escoltaban entre apretujones a sus amigos; los repartidores de telegramas, con sus gorras ladeadas, recorrían los salones voceando nombres; al trajín de flores y maletas se añadía el de los niños que subían y bajaban por las escalerillas curioseando, mientras la orquesta amenizaba imperturbable e! show en cubierta. Yo estaba conversando con un amigo en la cubierta de paseo, un poco al abrigo de todo aquel jaleo, cuando a nuestro lado relumbraron dos o tres veces los destellos de un flash: al parecer, los reporteros habían aprovechado los últimos instantes previos a la partida para entrevistar y fotografiar a algún personaje importante. Mi amigo echó una ojeada y sonrió:
-Tienen ustedes a bordo a un personaje bien curioso: Czentovic. -y como debió de deducir por mi expresión que no sabía de qué me estaba hablando, añadió: -Mirko Czentovic, el campeón del Mundo de ajedrez. 

UN LIBRO

De Novela de ajedrez de Stephen Zweig, p. 57

¡ Un LIBRO! Hacía cuatro meses que no tenía un libro en las manos y ahora, la sola idea de un libro con palabras alineadas, renglones, páginas y hojas, la sola idea de un libro en el que leer, perseguir y capturar pensamientos nuevos, frescos, diferentes de los míos, pensamientos para distraerse y para atesorarlos en mi cerebro, esa sola idea era capaz de embriagarme y también de serenarme. Mis ojos quedaron suspendidos de aquel bulto que formaba el libro en el bolsillo, corno hipnotizados, con una mirada tan ardiente corno si quisiera perforar el tejido. Finalmente no pude controlar mi avidez; involuntariamente me fui acercando. Sólo con pensar que podía tocar un libro con las manos, aunque fuera a través de la ropa del bolsillo, ya me ardían los dedos hasta la raíz de las uñas. Casi sin darme cuenta fui acercándome cada vez más. Por fortuna, el guardián no se dio cuenta de mi comportamiento, sin duda bastante extraño; quizás le parecía natural que una persona que había tenido que estar de pie durante dos horas quisiera apoyarse un poco en la pared. Ahora había llegado ya al lado mismo del capote y eché las manos a la espalda para poder palparlo sin llamar la atención. A través de la ropa conseguí percibir, en efecto, una cosa cuadrada, una cosa flexible y que crujía levemente: ¡un libro! y una idea me atravesó el cerebro como un relámpago: ¡Róbalo! ¡Tal vez lo consigas y puedas esconderlo en la celda y después leer, leer, leer

CRISIS

De El mundo de ayer, de Stefen Zweig, p. 396
Los cordones de zapato costaban más que antes un par de zapatos, no, qué digo, más que una zapatería de lujo con dos mil pares de zapatos; reparar una ventana rota costaba más que antes toda la casa; un libro, más que antes una imprenta con todas sus máquinas. Con cien dólares se podían comprar hileras de casas de seis pisos en la Kurfürstendamm; las fábricas no costaban más, al cambio del momento, que antes una carretilla. Unos adolescentes que habían encontrado una caja de jabón olvidada en el puerto se pasearon durante meses en automóvil y vivieron como reyes con sólo vender cada día una pastilla, mientras que sus padres, antes gente rica, andaban por las calles pidiendo limosna. Había repartidores que fundaban bancos y especulaban con todas las monedas extranjeras. Por encima de todos sobresalía la figura gigantesca del más grande de los aprovechados: Stinnes. A base de ampliar su crédito beneficiándose de la caída del marco, compraba todo cuanto se podía comprar: minas de carbón y barcos, fábricas y paquetes de acciones, castillos y fincas rústicas, y todo ello, en realidad, con nada, pues cada importe, cada deuda, se convertía en cero, Pronto fue suya la cuarta parte de Alemania y el pueblo alemán, que siempre se embriaga con el éxito ostentoso, perversamente lo aclamó como genio. Miles de parados deambulaban ociosos por las calles y levantaban el puño contra los estraperlistas y los extranjeros en sus automóviles de lujo que compraban una calle entera como si fuera una caja de cerillas; todo aquel que sabía leer y escribir traficaba, especulaba y ganaba dinero, a pesar de la sensación secreta de que todos se engañaban y eran engañados por una mano oculta que con premeditación ponía en escena aquel caos con el fin de liberar al Estado de sus deberes y obligaciones. Creo conocer bastan bien la historia, pero, que yo sepa, nunca se había producido una época de locura de proporciones tan enormes. Se habían alterado todos los valores, y no sólo los materiales; la gente se mofaba de los decretos del Estado, no respetaba la ética ni la moral, Berlín se convirtió en la Babel del mundo.

INCIPIT 266. 24 HORAS EN LA VIDA DE UNA MUJER / STEFAN ZWEIG


En la pequeña pensión de la Riviera, donde entonces, diez años antes de la guerra, me hospedaba, estalló en nuestra mesa una violenta discusión que, exacerbando súbitamente los ánimos, amenazó con degenerar en furiosa reyerta
La mayoría de los hombres Poseen escasa imagínación, Todo lo que no les afecta de una manera inmediata y no hiere directamente sus sentidos, cual dura y afilada cuña, apenas logra excitarle5 mas si un día, ante sus ojos y en una proximidad palpable, acontece algo insignific estallan inmediatamen te en una pasión desmesurada Entonces, en cierto modo, su apatía se trueca en vehemencia frenética y extemporánea
Así ocurrió esta vez entre el grupo de personas enteramente burguesas que se sentaban a nuestra mesa, donde, de ordinario, flos entrega05 a un pacífico small talk y a pequeñas chanzas insustan ciales, para dispersar05 una VeZ terminada la co mida: el matrimonio alemán volvía a sus excur siones y a sus fotografí5 el sosegado danés a su aburrida pesca, la distingujd dama inglesa a sus libros, el matrimonio italiano a sus escapadas a Mon

INCIPIT 76. NOVELA DE AJEDREZ / STEFAN ZWEIG

A bordo del transatlántico que había de zarpar a media noche de Nueva York rumbo a Buenos Aires reinaban la animación y el ajetreo propios del último momento. Los acompañanates que habían subido escoltaban entre apretujones a sus amigo; los repartidores de telegramas, con sus gorras ladeadas, recorrían los salones voceando nombres; al trajín de flores y maletas se añadía el de los niños que subían y bajaban las escalerillas curiosenado, mientras la orquesta amenizaba imperturbable el show en cubierta. Yo estaba conversando con un amigo en la cubierta de paseo, un poco al abrigo de todo aquel jaleo, cuando a nuestro lado relumbraron dos o tres veces los destellos de un flash: al parecer los reporteros habían aprovechado los últimos instantes previos a la partida para entrevistar y fitografira a algún personaje importante. Mi amigo echó una ojeada y sonrió:

-Tienen ustedes a bordo a un personaje bien curioso: Czentovic- Y como debió de deducir por mi expresión que no sabía de qué me estaba hablando, añadió: -Mirjo Czentovic, el campeón del mundo de ajedrez. Ha recorrido de punta a punta los Es-

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