Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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SEBALD FRACTAL


La trilogía de la guerra, Agustín Fernández Mallo, p. 452
“¿Conoces a un escritor llamado W. G. Sebald?”, asentí de nuevo, y le dije: «Pero Sebald no es antiguo, cuando murió, en el año 2001, era relativamente joven”. “Bueno, sí, es cierto, pero en las fotos, con ese bigote y ese semblante tan serio, guarda el aspecto de los hombres antiguos, pero bueno, eso da lo mismo, el caso es que entonces conocerás uno de sus más famosos libros, Los anillos de Saturno, ése en el que el autor hace en solitario una caminata a pie por la costa del condado de Suffolk, Gran Bretaña, costa que está prácticamente ahí enfrente, al otro lado del Canal-asentí con la cabeza, y continuó-: pues como habrás leído, Sebald camina   narrándonos lo que en su viaje a pie va viendo y lo que los hechos históricos locales que salen a su paso le van sugiriendo, todo ello acompañado con fotos que él mismo hace al caminar, pero lo que nos cuenta no es tan sencillo como pueda parecer, su narración se enreda de tal manera en cada punto de la costa que pareciera que nunca fuera a poder dar un paso más aunque siempre termina por continuar su camino. Pues bien, lo cierto es que yo siempre había pensado que ese libro de Sebald es un fractal en sí mismo, es decir, que lo que el escritor hace es, precisamente, recorrer la misma costa que Mandelbrot ya antes había tipificado corno el primer fractal, pero además, y ahí está lo importante del libro de Sebald, él nos lo narra todo fractalrnente, repito, nos lo narra todo fractalmente, su estilo, la forma de presentar los hechos y contar la Historia es en Sebald también un fractal, porque no procede corno el típico caminante historiador que cuenta lineales batallitas, ni como el típico escritor que desgrana puntuales detalles y meros recuerdos más o menos sentimentales, sino que trata la Historia y su caminata fractalmente, enreda todo ello fractalmente, y esto, como te digo,  era algo que yo siempre había pensado acerca de ese libro, pero fue en mi viaje a pie por esta costa de Normandía cuando todo cambió para mí, donde los astros se conjugaron a tal punto que puedo afirmar que el responsable de mi modelo matemático fractal de crecimiento tumoral, comprobado hoy experimentalmente en multitud de laboratorios de todo el mundo, no fue el matemático Mandelbrot sino el mismísimo Sebald, corno lo oyes, fue Sebald quien a través de su libro Los anillos de Saturno me proporcionó la luminosa idea, por eso te digo que mucho cuidado con el viaje que has emprendido, pues, como los fractales, la línea de esta costa también es infinita, ¿te has parado a pensar en el infinito que hay contenido en cada jeep y en cada tanque abandonado que seguro habrás visto, y en cada búnker abandonado que verás, y en cada uno de esos tiovivos y norias que ahora proliferan, o el infinito que hay en cada papelera de cada uno de los paseos marítimos, en cada canto rodado, en cada salchicha normanda, en cada grano de arena y en cada guijarro, en cada vaca que pasta en los prados adyacentes o en cada brizna de hierba de una cuneta?

DE SEBALD

De El mal de Montano de E.V-M., p.188-189
Sebald es un gran lector de Borges, de quien siempre alaba que supiera comprender muy temprano el error que supuso expulsar a la metafísica de la filosofía. Porque de hecho, dice Sebald, hay cosas que no nos podemos explicar fácilmente, y porque, más allá de lo social, forma parte de nuestra condición humana, antes más que ahora, mantener cierta relación con los que nos antecedieron. Recordar a los muertos es algo que nos distingue de la animalidad. Soy un espía y constante lector de Sebald, de sus largas caminatas a lo Robert Walser, de su exploración del mundo de los muertos, de sus incursiones fantásticas en el espacio de los excéntricos. Comentando el caso raro de los polacos de la estación periférica, dijo Sebald: “No son casualidades, sino que en alguna parte hay una relación que de cuando en cuando centellea por entre un tejido ajado.”

Estoy aquí en el Café Acinel, al anochecer, junto a los pasajeros de los ferrys, trabajando una vez más en este diccionario de escritores de diarios íntimos y tratando de relacionado con El mal de Montano, intentando recomponer el tejido ajado de esas relaciones entre los dos textos distintos, intentando que de nuevo algo centellee y nos recuerde que hubo en otros tiempos un tejido joven y perfecto, de hilo sereno y lenguaje lógico en el que carecían de sentido las casualidades porque todo era nítidamente casual. Pasa otra gaviota y esta vez no la sigo, me quedo dentro del mundo de Sebald, que me trae a la memoria otra casualidad, también posiblemente nada casual, que me dejó pensativo en febrero de este año en la isla de Faial, la noche en la que acabamos dejando el Café Sport y saliendo a la calle tras haber brindado por los muertos de las islas, por esa leyenda que dice que las alminhas se refugian en el fondo de los pozos y los patios y su voz es el canto de los grillos. Le gustaría a Sebald conocer esta leyenda de las Azores. Sigo sus paseos por el mundo de las ruinas, de lo muerto. Y también sus contactos con una estimulante tendencia de la novela contemporánea, una tendencia que va abriendo un territorio a caballo entre el ensayo, la ficción y lo autobiográfico: ese camino por el que circulan obras como Danubio de Claudio  Magris, por ejemplo, o como El arte de la fuga de Sergio Pitol.

FRASE DE LA SEMANA

Desde entonces me pregunto siempre cuáles son las invisibles relaciones que determinan nuestra vida, y qué hilos las unen.
WG S.

NABOKOVIANA

“Planicies curiosamente blancas, como refregadas, alternan con jardines y pequeñas espesuras de arbustos. Se miran las comarcas de abajo, en las que el pie no se posa nunca, porque en algunas, incluso en la mayoría de las comarcas no hay nada que valga la pena buscar. ¡Qué grande y qué desconocida es para nosotros la tierra¡” Robert Walter, creo yo, había nacido para ese viaje silencioso por el aire. Siempre, en todos sus trabajos en prosa, quiere remontarse sobre la pesada vida terrestre, desaparecer suavemente y sin ruido hacia un reino más libre. El suplemento cultural del viaje en globo sobre una Alemania dormida en la oscuridad es sólo un ejemplo, uno por cierto, al que se une para mí un recuerdo de Nabokov de uno de sus libros infantiles más preciados. El negro de trapo y su amigos, de los que forma parte también una especie de enano o liliputienses, corren numerosas aventuras en una novela gráfica por entregas, se van muy lejos de casa y llegan a caer en manos de caníbales. Y entonces hay una escena en la que “de infinitas tiras de seda amarilla, construyen un globo, y otro más diminuto, para el pulgarcito”. “En la enorme altura -escribe Nabokov- que alcanzó el globo, los astronautas, para sentir menos el frío, se acurrucan muy juntos mientras, apartado, el pequeño solitario, al que yo envidiaba a pesar de su terrible destino, se va alejando, sólo, hacia un abismo de estrellas y nieve.
Final de El paseante solitario, de WG Sebald

INCIPIT 130. EL PASEANTE SOLITARIO . EN RECUERDO DE ROBERT WALSER / WG SEBALD

Las huellas que Robert Walser dejó en su vida fueron tan leves que casi se han disipado. Al menos desde su regreso a Suiza en la primavera de 1913, y en realidad, claramente, desde el principio, solo estuvo unido al mundo de la forma más fugaz. En ninguna parte pudo establecerse, nunca tuvo la más mínima posesión. No tuvo casa jamás, ni una vivienda duradera, ni un solo mueble ... De lo que necesita un escritor para ejercer su oficio no tenía casi nada que pudiera llamar propio. Libros no poseía, según creo; ni siquiera los que él mismo había escrito. Los

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