Te quiero más que a la salvación de mi alma

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Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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ATENAS 433 ANTES DE CRISTO


Historia menor de Grecia, Pedro Olalla, p. 40
Cuando el filósofo llegó a la ciudad, hace ya casi treinta años, Pericles era sólo un muchacho que entraba bajo su tutela intelectual; ahora, a la hora de partir, aquel muchacho es el genio indiscutible de la democracia ateniense, el preclaro estratega que, hace unos días, ha tenido que salir en defensa de su viejo maestro para que quienes exigen que pague con su vida un supuesto delito de impiedad se conformen con una multa de cinco talentos y una ignominiosa condena al exilio. Atenas ha cambiado mucho en las últimas décadas, pero no lo suficiente para que alguien que sostiene que el sol es una masa de rocas inflamadas por el choque y la ruptura del éter no sea acusado de impiedad. 
Anaxágoras deja una ciudad gobernada por el genio político de su discípulo Pericles, una ciudad que ha dado eco y reconocimiento al talento poético de su también discípulo Eurípides, una ciudad que, con el nuevo templo de Atenea, se ha convertido en capital indiscutible del espíritu griego. Pero las cosas, en el fondo, no han cambiado tanto, Atenas ha demostrado seguir siendo una ciudad tradicional, pía, supersticiosa y llena de fantasmas; fantasmas que, junto al templo de la diosa de la sabiduría, son invocados con solemnidad y sin rubor para desacreditar a cualquier disidente o a cualquier adversario político.
En sus últimas horas antes de partir para Lámpsaco, el maestro contempla desde lejos la Roca Sagrada. Con Anaxágoras, los atenienses envían al exilio al primer filósofo establecido en su ciudad, al primer hombre que, apartándose del lenguaje de los rapsodas, hizo circular una obra en prosa, al primero que se detuvo a indagar sobre el cielo y a escribir después un verdadero libro acerca de la naturaleza.

EL PASEANTE


La senda de Aristóteles, Edith Hall, p. 30

Tradicionalmente, la escuela de pensamiento aristotélica se ha denominado «peripatética», un término que procede del verbo peripateo, que en griego antiguo, y en griego moderno también, significa «salgo a caminar, a dar un paseo». Igual que Platón, su maestro, y que Sócrates, el maestro de Platón, a Aristóteles le gustaba reflexionar mientras andaba, y así lo hicieron después de él muchos filósofos importantes, incluido Nietzsche, que en El ocaso de los ídolos insistía en que «solo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras caminamos». Sin embargo, a los griegos antiguos les habría intrigado la figura romántica del sabio celebrada por primera vez en Las ensoñaciones del paseante solitario, de Rousseau (1778). Los griegos preferían andar en compañía, aprovechando el impulso hacia delante que generaban sus enérgicos pasos para unirlo a la causa del progreso intelectual y sincronizando el diálogo con el ritmo de sus pasos. A juzgar por la magnitud de su contribución al pensamiento humano, y la cantidad de influyentes libros que nos legó, Aristóteles debió de andar miles de kilómetros con sus discípulos a través de los escabrosos paisajes griegos durante los sesenta y dos años que vivió en esa tierra.


PLATON


Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 215

Entonces, ¿por qué Platón sigue siendo tan importante? En primer lugar, porque sus diálogos están ambientados en el mundo esotérico de las conversaciones de élite que se mantenían en casas particulares, en general de familias privilegiadas, en una época en que la democracia se situaba a la defensiva. En segundo lugar, porque pintan un retrato fascinante de las figuras intelectuales más destacadas, incluido Protágoras, cuyas palabras, de no ser por Platón, se habrían perdido para siempre. En tercer lugar, porque fue un escritor brillante e innovador con una obra que es rodo un tour de force, aun cuando al lector le interese poco la filosofía. Cabe señalar una vez más vez que, aunque Platón a veces reciclaba ideas ya elaboradas, sus hermosos textos han aportado a nuestra imaginación colectiva algunos de los elementos más exquisitos. Timeo y Critias nos han dejado la Atlántida, la legendaria ciudad perdida de Poseidón, con todos sus fantasmas hundidos en las profundidades, cerca de las Columnas de Hércules. En Fedro nos da la imagen del alma en forma de un auriga que trata de guiar a sus dos caballos alados hacia el pensamiento racional mientras una de las bestias se resiste a todo control. La República nos ofrece la alegoría de la «caverna tenebrosa» para explicarnos lo difícil que le resulta al ser humano entender el mundo que lo rodea. Las limitaciones de la percepción sensorial son tan grandes que podríamos considerarnos prisioneros encadenados en una caverna, capaces de ver solo las sombras que el fuego que tenemos detrás proyecta en una pared vacía, en lugar de percibirnos como los seres que producen esas sombras. Así y todo, el legado más importante de Platón es el razonamiento filosófico que compone en forma de diálogo con final abierto y que obliga a los lectores a reaccionar, a estar de acuerdo o no con Sócrates y a pensar detenidamente por sí mismos. Los textos platónicos demuestran que, en la práctica, el pensamiento y la discusión son un proceso dialéctico: personas en desacuerdo pueden llegar a comprender sus respectivas posturas si dialogan y no se niegan a hablar. El diálogo socrático, tal como lo registra el ateniense Platón, ha ejercido una influencia incalculable, no solo en los métodos de enseñanza, sino también en la teoría y la práctica de la democracia.

DELEUZE


El ritmo perdido, Santiago Auserón, p. 45

La clase era tumultuosa, de difícil acceso, fascinante en cuanto Deleuze entraba por la puerta, con abrigo y sombrero grises, bufanda roja, como un personaje de las novelas de Beckett, a quien citaba a menudo. Deleuze era un ser magnético. Buscando inspiración antes de empezar a hablar, contemplaba la nube que salía de su cigarrillo, de la que iba a caer el discurso a veces como relámpago, a veces como ceniza. En su cerebro se producían conexiones asombrosas, sostenía el discurso hasta el límite de lo pensable. Tras un largo periplo por sendas incógnitas y arriesgadas, acababa sus argumentaciones ralentizando poco a poco la frase, bajando el tono hasta desembocar en una revelación susurrada, efecto dramático al que un aula llena de locos respondía con un silencio electrizado, que culminaba con una exhalación de aire de los pulmones del pensador -ya por aquel entonces bastante tocados-, una especie de interjección prolongada que se deshacía de su función de apoyo coloquial y sonaba como un rugido sordo, como si aún le quedasen arrestos al filósofo para contemplar cara a cara el fuego del mundo. Deleuze aprovechaba entonces nuestro aturdimiento momentáneo para encender otro cigarrillo -la duración del cigarrillo marcaba el tempo de la argumentación- y antes de que le cayese encima una pregunta impertinente retomaba la estrategia de su razonamiento, levantaba otra vez un poco la voz, diciendo: «Aaalooors ... », con cierta ternura femenina, pero con la mirada oblicua de quien te va a anunciar que tienes que ir cambiando de idea. Nunca hubiera podido imaginar que una clase pudiese llegar a ser tan emocionante.


ELEFANTES

La séptima función del lenguaje, L. Binet, p. 260
Para Francisco de Sales, obispo de Ginebra en el XVII y autor de Introducción a la vida devota, el elefante es un modelo de castidad: fiel y atemperado, no conoce más que una sola pareja a la que honra una vez cada tres años a lo largo de cinco días, a cubierto de cualquier mirada, y después va a lavarse profusamente. El bello Hervé, en slip, masculla con su cigarrillo en la boca que reconoce detrás de la fábula del elefante la moral católica en todo su horror y escupiría sobre ella, al menos simbólicamente, de no faltarle la saliva y tener que toser en su lugar. Foucault se anima en su kimono: «¡Exactamente! Lo que es muy interesante es que ya en Plinio encontramos el mismo análisis sobre las costumbres del elefante. Por tanto, si hacemos la genealogía de esta moral, como diría el otro, nos daríamos cuenta de que echa sus auténticas raíces en una época anterior al cristianismo, o al menos en una época en la que su desarrollo aún es ampliamente embrionario». Foucault se está entusiasmando. «Mirad, se habla del cristianismo como si el cristianismo existiera ... Pero cristianismo y paganismo no constituyen unidades bien formadas, individualidades perfectamente claras. No hay que imaginar unos bloques estancos que aparecen de golpe y desaparecen también repentinamente, sin influirse uno al otro, sin interpenetrarse ni metamorfosearse.»
Mathieu Lindon, que permanece de pie con su mango de cafetera en la mano, pregunta: «Pero, bueno, Michel, ¿adónde quieres ir a parar?».

A Foucault se le ilumina la sonrisa: «De hecho, el paganismo no puede ser tratado como una unidad, pero ¡el cristianismo aún menos! Tenemos que revisar nuestros métodos, ¿comprendes?».

MANDARINES

La séptima función del llenguaje, L. Binet, p. 398-299
Simon se vuelve a sumergir en la revista que ha comprado antes de venir y que ha empezado a leer en el metro. Le picó la curiosidad un titular: «Referéndum: los 42 mejores intelectuales». La revista ha pedido a quinientas personalidades «culturales» (Simon arruga el gesto) que nombren, en su opinión, a los tres intelectuales franceses vivos más importantes. El primero: Lévi-Strauss; el segundo: Sartre; el tercero: Foucault. Luego vienen Lacan, Beauvoir, Yourcenar, Braudel...
Simon busca a Derrida en la lista, pero olvida que ha muerto. (Supone que habría estado en ese pódium, pero eso nunca se sabrá.)
BHL está el décimo.
Michaux, Beckett, Aragon, Cioran, Ionesco, Duras ... Sollers, vigesimocuarto. Como también está publicado el detalle de los votos y Sollers, además, forma parte de los votantes, Simon constata que ha votado por Kristeva y que Kristeva ha votado por él. (Mismo intercambio de cortesías con BHL.)
Simon pica una salchicha de cóctel y grita a Bayard: «Por cierto, ¿has tenido noticias de Sollers?».
Bayard sale de la cocina con un trapo en la mano: «Dejó el hospital. Kristeva estuvo a su lado durante toda la convalecencia. Me han dicho que ha vuelto a llevar una vida normal. Según mis informaciones, ha hecho enterrar sus testículos en una isla-cementerio de Venecia. Dice que es un homenaje y que irá por allí dos veces al año hasta su muerte, una vez por cada cojón».
Bayard titubea un poco antes de añadir, suavemente, sin mirar a Simon: «Tiene pinta de que ya se ha recuperado del todo,>.
Althusser, vigesimoquinto: el asesinato de su mujer no parece haber hecho mella en su prestigio, se asombra Simon.
«Huele muy bien, venga, dime, ¿qué es?>> Bayard vuelve a la cocina: <
Deleuze, vigesimosexto, exaequo con Claire Bretécher. Dumézil, Godard, Albert Cohen ...
Bourdieu solo trigesimosexto. Simon ahoga una tos.
El colectivo de Libération también ha votado por Derrida, aunque esté muerto.
Gastan Defferre y Edmonde Charles-Roux han votado a Beauvoir.
Anne Sinclair ha votado a Aron, Foucault y Jean Daniel. Simon piensa que se la follaría muy a gusto.
Algunos no han votado por nadie, arguyendo que no quedaban más intelectuales de envergadura.

Michel Tournier ha respondido: «Aparte de mí, no veo sinceramente a quién más podría citar”. En otros tiempos, Simon se habría echado a reír. Gabriel Matzneffha escrito: El primer nombre de mi lista es el mío: Matzneff. Simon se pregunta si ese tipo de narcisismo regresivo –el deseo de nombrarse a uno mismo- está catalogado en la taxonomía psicoanalítica.

NOTRE-DAME DE LOS TUBOS

La séptima función del lenguaje, L. Binet, p. 247-248
Cuando Baudrillard supo que la estructura metálica del Centro Georges Pompidou, inaugurado en 1977 por Giscard en la explanada Beaubourg e inmediatamente apodado “la refinería” o “el Notre-Dame de los tubos”, corría el riesgo de «hundirse» si sus visitantes superaban los treinta mil, se alegró como un niño, o como el granujilla de la French Theory que es, en un librito titulado El efecto Beaubourg. Implosión y disuasión:
«Que la masa (de visitantes) imantada por la estructura devenga una variable destructora de la estructura misma -siempre y cuando lo hayan querido así sus diseñadores (aunque, ¿quién puede esperar eso?) y, de ese modo, hayan programado la posibilidad de poner fin con un solo golpe la arquitectura y la cultura- convierte al Beaubourg en el objeto más audaz y en el happening más logrado del siglo».
Slimane conoce bien el barrio del Marais y la rue Beaubourg, donde los estudiantes hacen cola desde que  se abre la biblioteca. Lo sabe porque los ha visto al salir del garito nocturno, cansado por los excesos de la noche, y se ha preguntado muchas veces cómo esos mundos paralelos podían llegar a superponerse tanto uno al otro sin tocarse jamás.
Hoy, sin embargo, es él quien se ha puesto a la cola. Fuma con el walkman en las orejas, incrustado en medio de dos estudiantes inmersos en sus respectivos libros. Discretamente, intenta leer los títulos. El estudiante que le antecede lee un libro de Michel de Certeau titulado La invención de lo cotidiano. El otro, el de detrás, lee Del inconveniente de haber nacido, de Cioran.
Slimane escucha Walking on the Moon, de Police. La cola avanza muy lentamente. Les dicen que tienen para una hora.

“¡HUNDID EL BEAUBOURG! Nueva consigna revolucionaria. No vale la pena incendiarlo. No vale la pena criticarlo. ¡Id a él! Es la mejor manera de destruirlo. El éxito del Beaubourg ha dejado de ser un misterio: la gente va allí para eso, se abalanza sobre el edificio, cuya fragilidadrezuma ya catástrofe, con la única intención de hundirlo”

SOLIPSISMO

La chica del pelo raro / DF Wallace, p. 330-331
Pero todos, y Mark lo sabría si se hubiera molestado en preguntarle a J. D. Steelritter, que en los tiempos idílicos de los bares de solteros había investigado los miedos-procedentes-de-engaños-solipsistas, todos tenemos nuestros pequeños engaños solipsistas. Todos nosotros. La verdad está toda allí, registrada e ilustrada con gráficos en blanco y negro -y olvidada, ahora que el miedo a la enfermedad ha reemplazado al miedo de envejecer en soledad-, colocada en carpetas de aluminio polvorientas en un archivo recóndito de la agencia publicitaria J. D. Steelritter, en Collision, adonde se dirigen. Todos tenemos nuestros pequeños engaños solipsistas, nuestras sospechas macabras de ser totalmente singulares: creemos ser los únicos que llenamos la cubitera, que retiramos los platos limpios del lavavajillas, que meamos ocasionalmente en la ducha, los únicos a quienes les tiemblan los párpados en las primeras   citas. Que solo nosotros convertimos la súplica en cortesía. Que solo nosotros oímos el gemido dramático que se esconde tras el bostezo de un perro, el suspiro arcano que suena al abrir una jarra sellada herméticamente, la risotada estrepitosa al freír un huevo, el lamento en re menor al rugir la aspiradora. Que solo nosotros sentimos al anochecer ese pánico que siente el niño novato en el jardín de infancia cuando su madre se marcha y lo deja solo. Que solo nosotros amamos el solo-nosotros. Que solo nosotros necesitamos el solo-nosotros. El solipsismo es lo que nos une, y J.D. lo sabe. Sabe que nos sentimos solos en la multitud; que evitamos  reflexionar sobre qué es lo que ha creado la multitud. Que nunca somos otra cosa que caras en la multitud. De eso se alimenta Steelritter.

ESTOICISMO

El intocable. John Banville, p. 323-34
-Los estoicos niegan el concepto de progreso. Puede haber un pequeño adelanto aquí, una mejora allá, como la cosmología en su época, o la odontología en la nuestra, pero a lo largo del  tiempo las cosas, tanto las buenas como las malas, la belleza y la fealdad, la alegría y la tristeza, permanecen constantes y mantienen  una especie de equilibrio. Periódicamente, al cabo de los inconmensurables períodos de tiempo, el mundo se destruye en un holocausto de fuego y entonces todo vuelve a empezar, como antes.  Siempre he encontrado enormemente alentadora esta concepción prenietzscheana del eterno retorno, y no porque espere volver a  vivir mi vida una y otra vez, sino porque eso quita cualquier trascendencia a los acontecimientos al tiempo que les confiere el numinoso significado que se deriva de la inmutabilidad, de la perfección absoluta. ¿Comprende?
Sonreí lo más amablemente que pude. Se quedó boquiabierta  un momento, y sentí un vivo deseo de alargar un dedo y cerrarle la boca de nuevo.

-Y resulta que un buen día leí, no puedo recordar dónde, un informe acerca de una breve conversación entre Josef Mengele y un médico judío a quien había salvado de ser ejecutado para que le ayudara en sus experimentos en Auschwitz. Estaban en la sala de operaciones. Mengele intervenía a una mujer preñada, cuyas piernas había arado a la altura de las rodillas antes de empezar a provocar el nacimiento de su hijo, sin la ayuda de ningún anestésico, por supuesto, pues eran demasiado valiosos para gastarlos con judíos. En los momentos de tregua en que la madre dejaba de chillar, Mengele disertaba acerca del vasto proyecto de la solución  final: el número de afectados, la tecnología, los problemas logísticos, etcétera. ¿Por cuánto tiempo, se atrevió a preguntar el médico judío -debió de ser un hombre valeroso-, por cuánto tiempo continuaría el exterminio? Mengele, no del todo sorprendido, al parecer, ni molesto por la pregunta, sonrió discretamente y, sin levantar la mirada de su trabajo, dijo: Oh, seguirá y seguirá, sin parar ... Y se me ocurrió que el doctor Mengele era también un estoico, como yo. 

DAS MAN

Bailar en la oscuridad, KO Knausgard, p. 251-252
 -Creo que no todos los presentes han oído hablar de Heidegger- dijo Yngve en una pausa inesperada-. Supongo que se podrá hablar de algo que no sea un oscuro filósofo alemán.
-Sí, supongo que sí -dijo Kjartan-. Podemos hablar del tiempo. ¿Y qué vamos a decir entonces? El tiempo está como siempre ha estado. El tiempo es aquello por lo que se hace visible la existencia, de la misma manera que nosotros nos hacemos visibles a través del estado de ánimo en el que nos encontramos, a través de lo que sentimos en cada momento. No se puede imaginar un mundo sin tiempo, o a uno mismo sin sentimientos. Pero ambas cosas automatizan al das Man. Das Man habla del tiempo como si no fuera nada especial, él no lo ve, ni siquiera Johannes -dijo Kjartan sefíalando al abuelo-, y eso que se pasa una hora al día escuchando el parte meteorológico y siempre lo ha hecho y percibe todos los detalles, pero ni siquiera él ve el tiempo, sólo ve lluvia o sol, niebla o aguanieve y no como es en sí mismo, como algo único que aparece ante nosotros, a través de lo que se muestra todo lo demás, en esos momentos de ... de gracia, tal vez. Heidegger si se aproxima a Dios y a lo divino, pero nunca se funde con ello, nunca recorre todo el camino, pero allí está, justo detrás, tal vez incluso como una condición del pensamiento.
Yngve, que habla puesto los ojos en blanco cuando Kjartan empezó .a hablar del tiempo, pinchó un trozo de salmón con el tenedor y lo llevó a su plato.

-¿Habrá también este año las dos cosas, jamón de cordero ahumado y costillas de cerdo? -preguntó.

LA MUERTE DE SOCRATES

Los papeles de Puttermesser, Chynthia Ozick, p. 174
Era una inmensidad tras otra; en todos esos majestuosos salones había bancos y ríos de pálidos y devotos turistas que subían y bajaban por la larga escalera de mármol, pero ella no encontró el banco correcto hasta que Sócrates se lo señaló.

Al menos alzaba su dedo en el aire. Las luces del techo de esa sala -era la de la pintura neoclásica francesa del siglo XVIII- parecían tenues y gastadas. La sala no era de las más visitadas y estaba casi vacía; ¿a quién le importa la pintura neoclásica francesa? El banco de Puttermesser estaba ubicado frente a Sócrates en su lecho de muerte. Aun a la distancia, Puttermesser podía verlo estirar su musculoso brazo derecho en busca del cuenco de cicuta. Sócrates era fornido, saludable, como si estuviese en la flor de la vida. Parte de la toga colgaba del otro brazo; y apuntaba hacia arriba con el dedo índice. Se dirigía a sus discípulos, a una multitud de atribulados discípulos de todas las edades que exhibían distintas poses de  desconsuelo, como estatuas griegas envueltas en sus togas. Un niño de pelo emulado, un angustiado anciano de barba gris, una figura inclinada con un gorro clerical, un hombre con un manto rojo aferrado a la pierna de Sócrates, un hombre que lloraba contra una pared. El propio Sócrates estaba desnudo desde el ombligo para arriba. Tenía pequeñas tetillas  coloradas, una cara rubicunda, con una nariz redonda y chata, y una barba pelirroja. Se parecía bastante a Papa Noel, si uno puede imaginárselo con pelo debajo de las axilas.

NIETZSCHE

De El día que Nietzsche lloró de Irvin D. Yalom. p. 287
NOTAS DEL DOCTOR BREUER
Observar una relación no es fácil cuando uno mismo forma parte de ella. Aun así, noto varias tendencias destacables.
Yo tenía una actitud crítica hacia Nietzsche, pero ya no la tengo. Por el contrario, ahora atesoro cada palabra que dice y, día tras día, me convenzo más de que puede ayudarme.

Antes pensaba que era yo quien podía ayudarlo a él. Ahora ya no lo creo. Tengo poco que ofrecerle. Es él quien lo tiene todo para ofrecérmelo a mí. Antes competía con él e ideaba trampas de ajedrez para él Ahora ya no lo hago. Su perspicacia es extraordinaria. Su intelecto alcanza alturas insospechadas. Lo miro como un polluelo mira a un halcón. ¿Lo reverencio demasiado? ¿Quiero que se eleve sobre mí? Quizás por eso no quiero oírle hablar. Quizá lo que no quiero es conocer su dolor,  su falibilidad. Antes pensaba en idear formas de «manejarlo». ¡Pero ya no es así! A menudo siento arrebatos de cariño hacia él Eso es un cambio. Con frecuencia comparo nuestra situación con la de Robert amaestrando a un gatito: «Apártate, déjale beber la leche. Más adelante podrás tocarlo». Hoy, a mitad de nuestra charla, otra imagen fugaz ha pasado por mi mente: dos gatitos atigrados, con las cabezas juntas, bebiendo leche del mismo cuenco.

KEPLER

De Grifo de Charles Baxter, p. 65-66
En 1618, a la edad de setenta años, Katherine Kepler, la madre de Johannes Kepler, fue juzgada por brujería. Las actas indican que estaba tan desquiciada, que era tan ofensiva con todo el mundo que hoy en día seguirían considerándola una bruja si siguiera viva. Uno de los biógrafos de Kepler, Angus Armitage, comenta que tenía «un carácter malévolo,, y un interés en «cuestiones peregrinas, difíciles de nombrar. El juicio duró, con las pausas correspondientes, tres años; en 1621, cuando la pusieron en libertad, su personalidad se había desmadejado por completo. Murió al año siguiente.
A la edad de seis años, el hijo de Kepler, Frederick, murió de viruelas. Unos meses después, la mujer de Kepler, Barbara, murió de tifus. Otros dos niños de la pareja, Henry y Susanna, habían muerto en la tierna infancia.
Al igual que muchos hombres de su época, Kepler dedicó buena parte de su vida adulta a cultivar los favores de la nobleza. Solía estar sin un penique, por lo que a menudo no le quedaba más remedio, como demuestra su correspondencia, que mendigar dádivas. Fue víctima de la persecución religiosa, aunque en ese sentido salió mejor parado que otros.
Después de casarse por segunda vez, otros tres de sus hijos m11rieron en los primeros años de vida, una estadística que en teoría implica menos carga emocional de lo que cabría imaginar, dados los niveles de mortandad infantil de la época.
En 1619, a pesar de los hechos citados, Kepler publicó De Harmonice Mundi, un texto en el que se propuso establecer las correspondencias entre las leyes de la armonía y la disposición de los planetas en movimiento. Dicho brevemente, Kepler sostenía que ciertos intervalos, tales como la octava, las sextas mayores y menores, y las terceras mayores y menores, eran placenteros, en tanto que otros intervalos no lo eran. La historia indicaba que la humanidad había mostrado desde siempre disgusto por ciertos intervalos. Con la impresión de que ese conjunto de gustos universales apuntaba a leyes inmutables de la naturaleza, Kepler trató de plasmar  geométricamente los intervalos placenteros, para a continuación trasladar ese dibujo geométrico al orden de los planetas. La velocidad de los planetas, no tanto su ubicación en términos estrictos, gobernaba la armonía de las esferas. Esta velocidad imprimía a cada planeta una nota, lo que Armitage denominó un «término en una relación condicionada matemáticamente».

De hecho, cada planeta ejecutaba una breve escala musical, que Kepler transcribió al pentagrama. La longitud de la escala dependía de la excentricidad de la órbita; y las notas que lo limitaban, por lo general parecían formar una concordia (salvo en el caso de Venus y la Tierra, cuyas órbitas eran prácticamente circulares, por lo que formaban escalas de espectro muy estrecho)[ ... ] en la Creación[... ] prevalecía una concordia absoluta y los luceros de la mañana cantaban a la vez. 

DE LA MENTIRA

El argumento, ya digo, es insostenible, aunque cueste más trabajo refutarlo que el anterior. De entrada porque plantea por lo menos dos problemas; dos problemas relacionados entre sí. El primero es descomunal, pero su formulación cabe en una pregunta mínima: ¿es moralmente lícito mentir? A lo largo de la historia, los pensadores se han dividido respecto a esta cuestión en dos tipos básicos: relativistas y absolutistas. Contra lo que cabría suponer, porque el  pensamiento tiende de manera indefectible al absoluto, los mayoritarios son los relativistas, aquellos que, como Platón (que en La República hablaba de una “gennaion pseudos”: una noble mentira) o  como Voltaire (que en una carta de 1736 le escribía a su amigo Nicolas-Claude Thieriot: “Una mentira es un vicio sólo cuando hace el mal; es una gran virtud cuando hace el bien”, razonan que la mentira no siempre es mala y a veces es necesaria, o que la bondad o la maldad de una mentira dependen de la bondad o la maldad de las consecuencias que provoca: si el resultado de la mentira es bueno, la mentira es buena; si el resultado es malo, la mentira es mala. Por el contrario, los absolutistas argumentan que la mentira es en sí misma mala, con independencia de sus resultados, porque constituye una falta de respeto al otro y, en el fondo, una forma de violencia, o un crimen, como dice Montaigne. Pero incluso el propio Montaigne, que odiaba a muerte la mentira y consideraba la verdad como «la primera y fundamental parte de la virtud”, defiende en un ensayo titulado “Un rasgo de ciertos  embajadores”, tal vez recordando las nobles mentiras platónicas, las “mensonges officieux”, mentiras oficiosas o altruistas, formuladas para el beneficio de otros.
En realidad, hasta donde alcanzo sólo Immanuel Kant llevó a su límite lógico el principio absolutista de veracidad y, en una polémica mantenida en 1797 con Benjamín Constant, arguyó que la prohibición de mentir no admite excepciones. Kant puso un ejemplo célebre: supongamos que un amigo se refugia en mi casa porque lo persigue un asesino; supongamos que el asesino llama a la puerta y me pregunta si mi amigo está en casa o no; en esa situación, afirma Kant, mi obligación moral no es mentir sino, como en cualquier otra situación, decir la verdad: mi obligación no es decirle al asesino que mi amigo no está en casa, para tratar de evitar que entre y lo mate, sino decirle que está en casa, aun a riesgo de que entre y lo mate. 

CONSECUENCIAS DE LA GUERRA

De El balcón en invierno de Luis Landero, p.129-130
Siempre me ha intrigado, como un rasgo significativo y misterioso de la psicología humana, que la vida de diario encuentre un cauce para seguir fluyendo como si tal cosa durante las guerras, que los niños sigan jugando, los músicos haciendo música, los bailarines danzando, los escritores (que acaso ni siquiera hacen mención en sus libros al momento histórico que viven) escribiendo, las muchachas poniéndose guapas, los novios bailando incansablemente a media luz ... Es inquietante, y reveladora de los fondos turbios de nuestra alma, la facilidad que a veces tenemos para convivir con el horror y para reajustar o acomodar a las circunstancias, de un día para otro, nuestra tabla usual de valores.
En estos casos, siempre me acuerdo de la siguiente historia. Dos jóvenes filósofos alemanes se encuentran un día de finales de julio de 1914. ¿ye has enterado ya de lo sucedido?, pregunta Falkenfeld, trémulo de ansiedad. Sí, claro, Sarajevo, dice Herbert Marcuse, que es quien cuenta el suceso. No, no, dice Falkenfeld, escandalizado, que mañana se suspende el seminario de Rickert. ¿Qué pasa, que está enfermo? No, es por la amenaza de la guerra. Y precisamente mañana me tocaba a mí exponer el trabajo sobre Kant. Falkenfeld fue llamado a filas. Me va bien, como siempre, le escribe a Marcuse desde las trincheras, solo que el ruido de los cañones me ha dejado casi sordo. Más abajo dice: Sigo opinando que la tercera antinomia de Kant es más importante que toda esta guerra mundial. Más abajo especula sobre la posibilidad de que una granada francesa hiera su cuerpo empírico, y acaba diciendo: iViva la filosofla  trascendental! A Falkenfeld lo mataron en  el frente poco tiempo después.

Cuando conocí esta historia, pensé de inmediato en mi padre, que regresó de la guerra derrotado no por la armas sino por las letras, por la visión alucinada de una  realidad desconocida y ni siquiera imaginada o soñada hasta entonces por él. Descubrió el ancho mundo, y con él el progreso, los prodigios de la modernidad, las complejidades y el brillo de la vida urbana, la invitación a la aventura de los barcos que zarpan hacia los confines oceánicos, y la ilustración y el saber, claro está: el hombre que sabía hablar en francés o en inglés, el que sabía tocar el acordeón o la guitarra, el que sabía hacer versos, el que sabía expresarse con una elocuencia que te embelesaba y persuadía ya de antemano, el que sabía escribir a máquina con todos los dedos a la velocidad del rayo, el que sabía ser ingenioso, el que sabía pintar, el que sabía juegos de manos, el que sabía de mecánica, de medicina, de leyes, de política ...

EL COMUNISMO COMO VOLUNTAD Y REPRESENTACION

De La fiesta de la insignificancia de Milan Kundera, p.109-110
-La gran idea de Schopenhauer, camaradas, es la de que el mundo no es más que representación y voluntad. Eso significa que, tras el mundo tal como lo vemos, no hay nada objetivo, ninguna «Ding an sich» y que, para hacer que exista esa representación, para hacerla real, debe haber una voluntad; una enorme voluntad que la impondrá.
Zhdánov protesta tímidamente:
-ilósif, el mundo como representación! Toda la vida nos has obligado a afirmar que era una mentira de la filosofía idealista de la clase burguesa.
-¿Cuál es, camarada Zhdánov –contestó Stalin-, la primera propiedad de una voluntad?
Zhdánov calla y Stalin responde:
-Su libertad. Puede afirmar lo que quiera. Dejémoslo. La verdadera pregunta es ésta: hay tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta; eso crea inevitablemente el caos; ¿cómo poner orden a ese caos? La respuesta es clara: imponiendo a todo el mundo una única representación. Y sólo se puede imponer gracias a una única voluntad, una única, inmensa voluntad, una voluntad por encima de todas las demás voluntades. Esto es lo que he hecho mientras las fuerzas me lo han permitido. iY os aseguro que, bajo el dominio de una gran voluntad, la gente termina por creer cualquier cosa! iOh, camaradas, cualquier cosa!
Y Stalin rió, con felicidad en la voz.
Al acordarse de la historia de las perdices, mira con malicia a sus colaboradores y, en particular, a Jrushchov, bajito y rechoncho, que en aquel instante tiene las mejillas enrojecidas y que se atreve, una vez más, a mostrarse valiente:

-No obstante, camarada Stalin, aunque entonces se creyeran cualquier cosa que proviniera de ti, hoy ya han dejado de creerte del todo. 

SOBRE EL NIHILISMO Y EL DINERO

De Un hombre enamorado de KO Knausgard, p.111-112
Dostoievski se ha convertido en un escritor de adolescentes, y la cuestión del nihilismo en una cuestión de adolescentes. No resulta fácil saber cómo llegó a ser así, pero el resultado es en todo caso que todo ese vasto planteamiento de problemas ha sido inhabilitado, a la vez que toda la fuerza crítica se está llevando a la izquierda, donde se disuelve en ideas sobre justicia e igualdad, que, a su vez, son las mismas que legitiman y dirigen el desarrollo de esta sociedad y esta vida abismal que llevamos hoy en ella. La diferencia entre el nihilismo del siglo XIX y el nuestro es la misma que hay entre el vacío y la igualdad. En 1949, el autor alemán Ernst Jünger escribió que en el futuro nos acercaríamos al estado mundial. Ahora, cuando la democracia liberal es casi autocrática como modelo social, parece que el hombre tenía razón. Todas somos demócratas, todos somos liberales, y las diferencias entre estados, culturas y personas se están deconstruyendo por todas partes. Y ese movimiento, ¿qué es en su motivación sino nihilista? El mundo nihilista es en su esencia un mundo que se reduce cada vez más, lo que necesariamente coincide con el movimiento hacia el punto cero», escribió Ernst Jünger. Un ejemplo de una reducción de esta clase se encuentra donde Dios es concebido como “el bien", o en la inclinación a buscar un denominador común para todas las complicadas tendencias que existen en el mundo, o en la inclinación a la especialización, que es otra forma de reducción, o en esa voluntad que convierte todo en números, la belleza, así como el bosque, así como el arte, así como los cuerpos. Porque ¿qué es el dinero sino una magnitud que equipara las cosas más distintas para que se puedan vender? O como escribe Jünger: .. Poco a poco todos los ámbitos se incluirán en este denominador común, incluso una residencia tan aparrada de la causalidad como es el sueño. En nuestro siglo, hasta nuestros sueños son iguales, incluso los sueños son algo que vendemos. Del mismo valor, sólo que es otra manera de decir indiferente.

Allí está nuestra noche.

EL MUNDO ES UN CONSTRUCTO LINGUISTICO

De La muerte del padre de Karl Ove Knausgard, p.252-253
Y así ocurría con todo lo demás. Si veía un insecto que no había visto nunca, sabía que alguien habría tenido que verlo antes y lo habría catalogado. Si veía un objeto luminoso en el cielo,  sabía que era un raro fenómeno meteorológico o un tipo de avión, tal vez  un globo  meteorológico, y que si era importante, al día siguiente los periódicos escribirían sobre ello. Si había olvidado un suceso de mi infancia, estaba seguro de que se trataba de una represión, si me ponía realmente furioso por algo, seguro que se debía a una proyección, y si siempre intentaba agradar a las personas c:on las que me topaba, era debido a mi padre y a mi relación con él. No hay nadie que no entienda su propio mundo. Alguien que entiende poco, un niño pequeño, por ejemplo, simplemente se mueve en un mundo menos amplio que el que entiende mucho. Pero lo de entender mucho siempre ha estado relacionado con el entendimiento de los límites de la comprensión, el reconocimiento de que el mundo fuera de esos limites, de todo lo que uno no entiende, no sólo existe, sino que además siempre es más grande que el mundo de dentro. A veces pensaba que lo que había sucedido, al menos para mí, era que el mundo infantil, en el que todo era conocido, y donde para lo no conocido uno se apoyaba en otros, en los que sabían, en realidad jamás había dejado de existir, simplemente se había ido extendiendo en el transcurso de todos esos años. Cuando a los diecinueve me  encontré con el alegato de que el mundo está construido lingüísticamente, lo rechacé con lo que yo llamaba el sentido común, porque era absurdo, ¿esa pluma que yo sostenía era lenguaje? ¿La ventana en la que se reflejaba el sol? ¿El patio de abajo por el que cruzaban los estudiantes vestidos de otoño? ¿Las orejas del profesor? ¿Sus manos? ¿El suave olor a tierra y hojas secas de la ropa de la mujer que acababa de entrar por la puerta y se había sentado a mi lado? ¿El ruido de la perforadora de los obreros de la carretera que habían levantado una  tienda de campaña un poco más allá de la iglesia de Johannes? ¿El zumbido del generador? ¿Y el estruendo de la ciudad debajo de mí se suponía que era un estruendo lingüístico? Tosía, ¿se trataba de una tos lingüística? No, no, era una idea ridícula. El mundo era el mundo, lo que tocaba y con lo que me topaba, respiraba, escupía, comía, bebía, sangraba y vomitaba. Hasta muchos años después no empecé a mirarlo con otros ojos. En un libro que leí sobre arte y anatomía se citaba a Nietzsche, que decía que también la física es sólo una interpretación y una adaptación del mundo, no una explicación del mismo», y también ponía "hemos dado al mundo una medida mediante categorías, que rigen para un mundo completamente fingido~.
¿Un mundo fingido?

Sí, el mundo como superestructura, el mundo como espíritu, ingrávido y abstracto, de la misma materia de la que se tejen los pensamientos, y en consecuencia algo por lo que se pueden mover y que pueden atravesar sin impedimentos. Un mundo que tras trescientos años de ciencias naturales queda sin misterios. Todo está explicado, todo está conceptuado, todo está dentro del horizonte humano del entendimiento, desde Jo más grande, el universo, cuya luz más antigua que se puede observar, el límite extremo del universo, viene de su nacimiento hace quince mil millones de años, hasta lo más pequeño, los protones, neutrones y mesones del núcleo atómico

ESCUELA FILOSOFICA DE TLON

De Kassel no invita a la lógica de Enrique Vila-Matas, p. 75-76
Fue entonces cuando, para sentirme más en Alemania, comencé a simular -sólo ante mí, por supuesto que sentía cierta nostalgia de las estrelladas noches del país al que había ido a parar, de los profundos azules del muy tenso cielo germano, de la suavemente curvada hoz de la luna aria y del oscuro susurro de los pinos de todos los bosques del gran terruño.
La luna no es aria, me corregí inmediatamente. Y luego me dije que se habían embrollado demasiadas cosas en mi cabeza y estaba haciendo su aparición, de la forma más alarmante, todo el cansancio del día.
Empezaba a estar realmente agotado y a ese paso podían acabar apareciendo embrollos aún mayores en mi mente. En Barcelona me había levantado tempranísimo para subir al avión de Frankfurt, y a lo largo del día había ido acumulando la fatiga del viaje aéreo y del largo  incidente croata y otras penalidades. Además, no quería molestar más a Boston, a la que parecían haber obligado a llevar a cabo aquellos elementales actos de bienvenida y de cortesía conmigo, pero a la que, tal como ella misma  me había ido medio insinuando, esperaban cuanto antes en la oficina central, donde había dejado pendientes multitud de asuntos de trabajo.

Era la hora, pues, de comenzar a despedirme de ella y dedicarme a montar la «cabaña para pensar» en mi cuarto del Hessenland. Ya pronto atardecería y, además, creía sentir cómo la fatiga avanzaba en mi propio cuerpo. De ahí que sólo pudiera ser falso aquel brillo de luz  veraniega en la cristalera de los almacenes, aquel brillo que había entrevisto hacía un momento y que, poseído ya por la inminente aparición de la angustia, me había recordado a los filósofos de la escuela de Tlon que declararon que, por si los mortales aún todavía no lo sabíamos, era conveniente que supiéramos que ya había transcurrido todo el tiempo del mundo y nuestra vida apenas era el recuerdo o reflejo crepuscular, sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable.

SOBRE LA QUEJA Y EL RENCOR

De Masa y poder de Ellas Canettl

Lo más estúpido son las quejas. Siempre hay alguien por quien sentimos rencor. Siempre hay uno u otro que se nos acerca demasiado. Siempre éste o aquél  ha sido injusto con nosotros. ¿Por qué todo esto? ¿Qué significado tiene y por qué no estamos dispuestos a aceptarlo? Esta mezquina absurdidad nos ronda en la cabeza, mezquina porque nos concierne sólo a nosotros mismos, de hecho a la parte más ínfima de nuestra propia persona, la frontera siempre artificial. Con estas quejas se va llenando la vida como si fueran palabras cargadas de sabiduría. Proliferan como sabandijas, se multiplican más rápidamente que los piojos. Con ellas nos quedamos dormidos y con ellas nos despertamos; la "vida práctica" de los hombres no está hecha de otra cosa.

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