Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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LITERATURA ESPAÑOLA

Amor intempestivo, Rafel Reig, p. 43

Orejudo habló en aquella presentación de lo que seguimos hablando todavía. Explicó «la paradoja del éxito: en este país no hay más de diez mil personas a las que les guste leer; por lo tanto, si quieres que tu libro tenga éxito, y que venda más de diez mil ejemplares, necesitas escribir la clase de novela que les guste a quienes no les gusta leer. Ahora bien, ¿qué narices querrán leer aquellos a quienes no les gusta leer? La respuesta, dijo, podría estar en esas «hamburguesas vegetales” que entonces empezaban a ponerse de moda entre los vegetarianos a quienes no les gusta la verdura. ¿Alguien querría comerse un solomillo con aspecto de coliflor? Por supuesto que no. No hay «coliflores cárnicas” por la sencilla razón de que a la mayoría le gusta de verdad la carne; en cambio la hamburguesa vegetal cada vez tiene más público, porque a la mayoría no le gustan las verduras, pero se niega a admitirlo y desearía que le gustaran, como les sucede con la literatura. En esa categoría de «novela vegetal” enmarcó Orejudo el éxito de la llamada «nueva narrativa española”, nuestros predecesores: tenían apariencia de literatura, pero no eran más que tebeos dirigidos a quienes se aburren con la literatura. Tebeos novelados semejantes a las hamburguesas vegetales.


IMAGO MUNDI

Marienbad eléctrico, Vila-Matas, p. 49
Una habitación cerrada es posiblemente, como dice un amigo, el precio que hay que pagar para llegar a ver la luminosidad. Y ha sido mi lugar preferido para encontrar mi vida dentro de los textos que leía. Y así, por ejemplo, hay una escena de Tolstói que he interiorizado y en la que me veo a mí mismo leyendo: es aquella en la que un personaje está en un tren y tiene un libro en sus manos, y una luz en la cabina ilumina su lectura. Para mí, ésta es una imagen de felicidad, y seguramente sólo la literatura puede darla. Pues hay que saber que la literatura permite pensar lo que existe, pero también lo que se anuncia y todavía no es. Y también pensar, por ejemplo, que el mundo es un texto, una gran ficción que DGF lee con pasión todos los días.
El mundo es un pasaje, y éste es nuestra vida, está en los libros. Sólo vivimos realmente a medida que leemos nuestra historia, transcendiéndola. Porque sólo la literatura es verdaderamente transcendente, nos descubre a los otros y hace que nos preguntemos cómo es posible que los signos sobre una tabla de arcilla, los signos de una pluma o de un lápiz puedan crear una persona (un Quijote, un Gregor Samsa, una Beatrice, un Jakob von Gunten, un Falstaff, una Ana Karenina) cuya sustancia excede en su realidad, en su longevidad personificada, la vida misma.
No hay enigma más grande que éste: el del cuarto único. En ese gabinete, por paradójico que parezca, todos acabamos pareciéndonos a Robinson Crusoe. Las olas alrededor, el agua infinita como el aire, el calor de la jungla detrás: Estoy aislado de la humanidad, soy un solitario, alguien desterrado de la sociedad.

DE LA LITERATURA

Canadá, Richard Ford, p. 479-480
Siempre he aconsejado a mis alumnos pensar en la larga vida de Thomas Hardy. Nacido en 1840, muerto en 1928. Pensar en todo lo que vio, en los cambios que se operaron en su vida en tal período de tiempo. Trato de animarles a desarrollar un “concepto de vida”; a enrolar a su imaginación; a considerar su existencia en el planeta no un mero catálogo de  acontecimientos aleatorios que van desenrollándose sin fin, sino una vida, a un tiempo abstracta y finita. Lo que digo es una forma de tener en cuenta esto. .
Les enseño libros que a mí se me antojan secretamente sobre mi vida de joven: El corazón tk las tinieblas, El gran Gatsby, El cielo protector, Las historias de Nick Adams, El alcalde de Casterbridge. Una misión al vacío. Abandono. Una figura, posiblemente misteriosa, pero al final no lo es. (Estos libros ya no se  enseñan en el instituto en Canadá. Quién sabe por qué.) Mi idea es siempre “Cruzar una frontera”; la adaptación, el paso de una forma de vivir que no funciona a otra que sí funciona. También podría referirse a cruzar una línea y no poder volver jamás.

Y al tiempo que les enseño estos libros les hablo de mi larga vida, si no de los hechos, sí al menos de algunas de las lecciones aprendidas: que conocerme ahora a los sesenta y seis años es no poder imaginarme con quince años (lo cual es muy cierto en el caso de ellos); que no hay que buscar con demasiado denuedo sentidos opuestos u ocultos -ni siquiera en los libros que leen-, sino mirar todo lo de frente que puedan a las cosas que pueden ver a la luz del día. En el proceso de articular para uno mismo las cosas que uno ve, siempre se encontrará sentido y se aprenderá a aceptar el mundo.
(En la imagen Tess de Polansky)

"REALIDAD"

De El buen relato de JMCoetzee, p.174-175
 (En las primeras páginas de la primera novela que tenemos en inglés, Robinson Crusoe se pregunta por qué no podemos estar satisfechos con el mero hecho de deslizarnos  cómodamente por la vida, por qué tenemos que salir al mundo y arriesgarnos, por qué tenemos el impulso de convertirnos en «instrumentos de nuestra propia destrucción». La respuesta es igual de antigua que la misma novela y tal vez que el mismo acto de narrar: porque así se ponen las historias en marcha.)
La respuesta más profunda a mi pregunta de por qué tiene ''Austerlitz” su visión, la respuesta en la que se basa todo el libro de Sebald, es que lo reprimido regresa. Mi siguiente pregunta, entonces, es: ¿y si lo reprimido no siempre regresa? ¿Y si, por cada joven Dafydd/Jacques a quien se le desploman bajo los pies las historias que lo sostenían, hay otro Dafydd/Jacques que nunca se angustia por quién es en realidad, sino que se limita a deslizarse cómodamente por la vida, envuelto en las versiones de su biografía que le han contado?
No tiene sentido afirmar que los incontables ejemplos que conocemos de material reprimido que regresa para atormentarnos demuestran que lo reprimido regresa siempre, puesto que por pura lógica no nos enteramos de los casos en que lo reprimido no regresa.

Es difícil, tal vez imposible, escribir una novela que se pueda reconocer como novela usando la vida de alguien que de principio a fin se siente cómodamente arropado por ficciones. Solo construimos novelas sacando esas ficciones a la luz. La novela como género parece tener un interés fundamental en afirmar que las cosas no son lo que parecen, que nuestras vidas aparentes no son nuestras vidas reales. Y el psicoanálisis, diría yo, tiene un interés parecido.

PALINDROMIA


De El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, p.308-309
Mis padres no sólo no faltaban a ningún congreso sino que formaban parte del comité organizador, dice NoeI León. La Asociación estaba dividida en secciones territoriales, y mis padres se ocupaban de Cataluña y Aragón. El congreso más antiguo del que conservo recuerdos es uno que organizaron precisamente ellos en Sagás. En realidad, Sagás fue sólo la sede oficial del congreso. Allí tuvo lugar el acto de inauguración, pero el resto del congreso se desarrolló en Berga, porque Sagás era tan pequeño que ni siquiera tenía un hostal en el que pudieran hospedarse los veinticinco o treinta congresistas. Los congresos se celebraban siempre en fin de semana. Para las reuniones servía cualquier saloncito con tal de que hubiera una mesa, unas sillas de tijera, una pizarra grande y un trípode en el que colocar un panel con el escudo de la Asociación (que incluía la inevitable leyenda: «Sé verla al revés»). El sábado por la mañana había ponencias, coloquios y presentación de publicaciones. El acto central, el de la propuesta y autentificación de nuevos palindromos, ocupaba buena parte de la tarde. A lo largo de esas dos o tres horas, los congresistas iban, uno detrás de otro, sometiendo a la consideración del comité (comúnmente llamado la Mesa) los palíndromos creados durante la temporada. Se levantaba un señor y escribía en la pizarra unas cuantas frases del tipo: «Óigole ese elogio», «Amo la pacífica paloma”, “Yo dono rosas, oro no doy», etcétera. Entonces los miembros de la mesa consultaban listados y repertorios, y, una vez comprobada la originalidad de los palíndromos, certificaban oficialmente su autoría, lo que garantizaba su inclusión en la furura Gran Enciclopedia Palindrómica.

MUERTE Y LITERATURA

De Subterráneos, de Vicente Luis Mora, p.96-97
-,Cómo lo ha sabido?
-Me llamo Bartolo Gasperia. Soy crítico literario.
Me lo quedé mirando, como interrogándole y qué más? Respondió.
-Crítico de los de verdad, de los que les gusta leer, un especialista, alguien que disfruta y que se documenta en todas partes. La arquitectura, como el resto del arte, me interesa. Una vez me llegó del periódico un ejemplar de la revista, para reseñar, y me gustó, Me suscribí, y desde entonces. Yo le conocía por lo de Maximiliano Pardo, estuvo usted brillante en ese caso,
-Gracias,
-… y, se lo diré, antes incluso de leer el artículo había pensado en usted, porque el que le voy a plantear es similar.,.
-Dios mío.
-Bueno, parecido, no se preocupe, pero me decidí cuando leí el artículo. Usted sabe de arquitectura, y lee libros actuales. Es mi hombre, porque seguramente conoce la literatura situacionista.
Sí, la conocía. ‘Todo arquitecto (y, sobre todo, cualquier lector de Astrágalo), la conoce, Fundada en Francia en torno a los sesenta, la Internacional Situacionista surgió como un movimiento de pensamiento aglutinado en torno a una publicación periódica y
a sus dos figuras, Debord y Vaneighem; un movimiento que tuvo y sigue teniendo cierta relevancia. Partiendo del marxismo, establecieron doctrinas bastante radicales sobre la sociedad, la cultura, la manipulación de masas y el arte, algunas de cuyas tesis eran lindantes con la arquitectura.
—Así es, la conozco.
De acuerdo. Pues entonces, no me demoraré más.
Apoyó la cabeza en el brazo de un sillón y desde ese momento, hablando claro, sereno, rápido y para nadie, me recordó realmente a los profesores de universidad.
El asunto es fácil. No es criminal, pero sí, en cierta medida, detectivesco. No lo investigaría como un caso perteneciente a la Policía Nacional, ni mucho menos, Acaso, de Patrimonio Nacional.
Dejó un eficaz y largo silencio de énfasis.
—Señor Guerra, su colaboración en este caso, si le llamamos así, será voluntaria; y gratuita, desde luego, también lo es para mí. Aludo a su vocación de intelectual. A usted le gusta leer, y yo le ofrezco descubrir un texto, que está escondido, O no. No me estoy explicando. Lo que ocurre es que quiero que entienda primero los términos. No hay dinero, no hay criminales, no hay muertes, es sólo literatura. Esto, en fin, lo más importante.

LA ORDEN DE LA NOVELA

De La Orden del Finnegans, de Vila-Matas et al., p. 21
De hecho, la historia de la novela ha sido desde sus inicios la historia de una rebelión constante y extrema contra las leyes o costumbres inventadas por la propia novela. Las creaciones nada ortodoxas de Laurence Sterne, Gustave Flaubert, Anna Mut, Carlo Emilio Gadda, Witold Gombrowicz, Samuel Beckett, Georges Perec, Natalie Sarraute, Liz Themerson y William Gaddis, entre tantos otros, crearon leyes atractivas y nuevas para la narrativa, leyes que nacieron ya, sin embargo, proyectadas hacia su inevitable muerte, hacia esa destrucción a la que hasta las propias leyes —orgullosas pero flexibles— supieron desde el primer momento que era a lo único a lo que debían aspirar.

LA ESCRITURA TIMIDA

De Mis dos mundos, de Sergio Chejfec, p.121-122
Entonces, por un lado no encontraba motivos para no ponerme a escribir en el Café do Lago, pero por el otro es verdad que desde hacía tiempo había empezado a sentir una especie de precaución, o inseguridad, cuando en alguno de los pocos bares que tengo cerca de mi casa, después de ciertos preparativos, me disponía a abrir mi cuaderno. Me sentía amenazado, o muy observado. En realidad eran todas ideas mías, nadie se fijaba en mí ni en nadie. Hasta que una tarde, hará cosa de dos o tres años, después de concentrarme en la idea de la amenaza porque no podía sobreponerme a ella, mientras los demás clientes del café leían o escribían despreocupados, sin duda una buena cantidad de ellos eran también escritores, advertí que en realidad ocurría otra cosa, aunque parecida: lo que yo tenía era vergüenza. Me avergonzaba escribir, un sentimiento que todavía se mantiene. Y como todo lo vergonzante, si uno lo quiere poner en práctica no tiene más opción que hacerlo a escondidas.
Durante mucho tiempo consideré la escritura como una labor privada, que sin embargo debe hacerse pública en algún momento porque de lo contrario sería muy difícil que subsista, en particular y en general. Pero la vergüenza no sólo derivaba de dedicarme a algo privado ante la vista de todos, sino también de hacer algo improductivo, una cosa medianamente inútil y bastante banal. Sentía que hablarían de mí como alguien de personalidad veleidosa, capaz de perder su tiempo sin preocuparse de nada, alejado de cualquier interés relevante. Y como yo me conocía demasiado bien, no podía sino darles la razón por adelantado. Por lo tanto mi principal preocupación no pasaba por superar mis defectos y mis insensatas ilusiones de escritura, sino por no ser descubierto. A eso se reducía la vida, podía decir, mientras me acercaba a un cumpleaños crucial: a no ser descubierto. Cada quien tiene su mentira vital, sin la cual la existencia diaria y acostumbrada se desmoronaría; la mía consistía en los simulacros, de la literatura en este caso.
De tanto adoptar una actitud de escritor, había terminado siéndolo; y ahora, en una especie de pánico retrospectivo me aterrorizaba que me descubrieran, justamente cuando podía considerar despejados casi todos los peligros. Y el temor se reflejaba en lo más básico, como siempre, la faena manual y la circunstancia anónima. Ya no temía no ser publicado, ni vivir alejado del éxito o del reconocimiento, ya sabía que esas cosas estarían siempre a mi alcance, para bien o para mal; temía que alguien, pasando al lado de mi cuaderno abierto, me desenmascarara como un simple y deliberado impostor. Las hojas de mi cuaderno no contendrían frases, ni siquiera palabras, sólo dibujos que buscaban simular caligrafías, o páginas repetidas con la palabra “qué”, sobre todo “cómo”, o con sílabas desconectadas que nunca hacían sentido.

LA INSPIRACION Y EL ESTILO COMO REVELACION EN EL LIBRO "CARTOGRAFIA PERSONAL" DE JUAN BENET

LA INSPIRACION Y EL ESTILO COMO REVELACION EN LA CARTOGRAFIA PERSONAL DE JUAN BENET

Extractos:

"Inspiración y estilo vienen a ser dos cosas prácticamente compenetrables e identificables. La inspiración dicta, Este dictado se siente como algo ineluctable. algo revelado. Tal como viene hay que ponerlo en el papel. Para que esa inspiración sea verdaderamente válida, hay que reconcoer que dicta en un estilo determinado que además, predetermina el estilo venidero; eso es muy evidente en las composiciones líricas, que por lo general siempre tienen un verso inspirado. Pero la inspiración dicta poco, y hay que completar ese dictado escaso con un relleno que ya no es tan inspirado, hay que darle redondez y componer." (p.69)
"En cambio el poeta es como el ser natural (un animal, una planta) que usa la naturaleza envolviéndola sin tratar de inteligirla. El poeta utiliza la lengua totalmente y la entiende más que el lingüista. Cuando viene una revolución del lenguaje la hace el poeta. Por eso la única actividad culta es la suya. Lo demás son probablemente aprovechamientos epifenoménicos de la cultura." [GLUP] (p.101)
"La creación literaria en primer lugar es un qué, derivado de una compulsión, un acto casi fisiológico; pero ese qué, para desarrollarse y tomar forma, necesita un cómo, que probablemente la tradición cultural da como negativo o como positivo, tanto inscribiéndole en las normas propias, como ordenándole: "esas normas no son válidas, invéntate otras". Pero eso es el segundo tiempo de la creación literaria; el primero nace de la experiencia propia y de la insatisfacción que produce una vida que está necesitada de creación, y a la que sólo esa creación peude dar sentido." (p.148)
"... desde el momento que carezco de inspiración para escribir, nada puede decidirme a ahecrlo, Pero no podemos intentar explicarlo. Siempre me pareció que preocuparse por las causas de estos fenómenos y tratar de psicoanalizarlas es superfluo. A pesar de todo el fenómeno se produce. Cualquier día, cuando Ud, va paseando por la calle, por ejemplo, o cuando está leyendo algo, o en cualquier otra situación..." (p.196)
"Así son las cosas. Uno las programa y las dice, y cree seguirlas, pero los libros también tienen su autonomía y dictan sus leyes" (p.255)
"Sí, en un momento dado, esa obra dicta su equilibrio. Aquí necesito un diálogo, aquí acorto, aquí alargo" (p.256)

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