Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 51
La democracia liberal no es el
resultado de una ingeniería política. No responde al diseño teórico de los
científicos sociales. Al contrario, es el fruto de la decantación de los
siglos, por eso es imperfecta, desordenada y a menudo caótica. Necesita reformas
y apuntalamientos continuos, se queda vieja a menudo y requiere intervenciones
de calado. Está viva, como las ciudades y las casas. Sin una atención y una
gestión detallistas, se echa a perder. Hemos heredado las democracias liberales
de nuestros tatarabuelos. Son casas viejas que dan mucho trabajo y guardan
secretos incomprensibles, habitaciones absurdas y algún que otro fantasma.
Nuestra obligación es hacerlas habitables y adaptarlas al presente, no
demolerlas ni vendérselas al gobierno chino.
Las clases medias o los progres
nos sentimos muy cómodos porque vivimos en las mejores habitaciones, las de la
planta principal. No sólo las hemos decorado a nuestro gusto, sino que comprendemos
su historia y nos identificamos con los muebles antiguos que las visten. Somos
los más interesados en mantener el edificio en buenas condiciones porque estamos
muy arraigados en él. En otras plantas, las cosas funcionan de otro modo. En
los áticos de lujo, donde viven los muy ricos, domina el escepticismo. Sus
habitantes sienten que podrían vivir mejor en otro edificio más lujoso. Planean
vender y mudarse. Para quedarse, piden pagar menos contribución y que no les
pongan pegas arquitectónicas para tirar las paredes que les apetezca y ampliar
su espacio vital. Se quedarán en el edificio mientras no encuentren otro mejor
o mientras sientan que su voluntad no se constriñe. Andan también pendientes
del estado financiero de las clases medias, para hacerles una oferta por su
parte de la casa y montar un hotel o alquilar el edificio como oficinas de lujo
a una multinacional.
En los cuartos interiores viven
las masas pobres. Si se vuelven muy numerosas, harán la casa inhabitable.
Conforme más crecen, más resentimiento acumulan contra los de los pisos de arriba.
Se sienten excluidas y maltratadas, hasta el punto de que la casa les resulta
extraña. Formalmente, son tan herederas del inmueble como los demás, pero están
tan hartas de sus apreturas y ninguneos que aspiran a demolerlo, con los ricos
y los de las clases medias dentro, a ser posible. A veces, según soplen los chismes
en el ascensor, pueden tramar alianzas con los ricos para mandar a los progres
a paseo.
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