Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MATRIMONIOS

De Mi ciudad perdida de  FSFitzgerald, p.67
Pero después de los treinta, tanto el marido como la mujer saben en lo más profundo que el juego ha terminado. Sin unos cuantos cócteles las relaciones sociales se convierten en un suplicio. Ya no son espontáneas; se trata de una convención por la que acceden a cerrar los ojos ante el hecho de que otros hombres y mujeres que conocen están cansados, aburridos y gordos; con todo, tienen que soportarlos de una manera tan educada como la que, a cambio, emplean quienes los soportan a ellos.
He conocido a muchas parejas jóvenes -pero rara vez he visto un hogar feliz una vez que el marido y la mujer tienen más de treinta años. La mayoría de los hogares pertenece a uno de estos cuatro tipos:
1° Aquel en el que el marido es un tipo lo bastante vanidoso como para pensar que un trabajo de mala muerte en una aseguradora es mucho más complicado que criar a bebés, y que todo el mundo debería hacerle la reverencia en casa. Es esa clase de hombre cuyos hijos huyen del hogar tan pronto como aprenden a andar.
2° Aquel en el que la mujer tiene lengua afilada y complejo de mártir, y piensa que es la única mujer del mundo que ha tenido un hijo. Este es probablemente el hogar más infeliz de todos.
3° Aquel en el que siempre se les recuerda a los niños lo buenos que han sido sus padres al traerlos al mundo, y cuánto deberían respetar a sus padres por haber nacido en 1870 en lugar de en 1902.
4° Aquel en el que todo es para los hijos. En el que los padres pagan por la educación de los hijos mucho más de lo que se pueden permitir, y los malcrían en exceso. Todo esto suele terminar con una situación en la que los hijos se avergüenzan de los padres.

EL FEMINISMO EN LOS AÑOS DEL JAZZ

De FSFitzgerald
Con la confusión general sobre lo que quieren los hombres ... “¿Debería ser rápida o debería ser directa? ¿Debería ayudarle a conseguir el éxito o debería unirme a él una vez que él lo haya conseguido? ¿Debería asentarme o debería mantenerme joven? ¿Debería tener un niño o cuatro?” ... estos problemas, que una vez fueron exclusivos de ciertas clases, y que son ahora los problemas de toda chica, han provocado que empiecen a buscar la aprobación no de los hombres sino de unas y otras.

NAZIS

De Un reguero de pólvora de Rebbecca Wet, p.103-104
Las ejecuciones iban a tener lugar el 16 de octubre. En algún momento de la noche anterior, Góring se quitó la vida. El enorme payaso, el enigma sexual cuya sonrisa tal vez resultase demasiado rígida para ser burlona -o tal vez no-, había hecho saltar de una patada de entre las manos de los servidores de la ley la bandeja en la que se le iba a servir el vino de la humillación; las copas habían volado por los aires, haciéndose añicos al caer, con un sonido demasiado parecido al de la risa. Eso no debería haber ocurrido. Todos somos cazadores, pero sabemos que nos sigue la pista un cazador más poderoso; nuestro afecto se dirige a las presas, y nos alegramos cuando la que ha caído en la trampa consigue zafarse de ella. En ese momento, la visceral tristeza se convirtió en alegría visceral; teníamos que aplaudir a la carne que no se había resignado a aceptar el fin que se le había impuesto, sino que lo había vuelto expresión de desafío. Todas las personas que habían huido de Núremberg, británicas,  americanas y francesas, que estaban desperdigadas por todo el mundo, tratando de olvidar el lugar de su confinamiento, levantarían la vista de lo que quiera que estuviesen haciendo y  soltarían una carcajada sin poder contenerse, exclamando: «¡Qué tío! Siempre supimos que al final podría con nosotros». A buen seguro, también los alemanes que caminaban entre los escombros de sus ciudades mientras sus conquistadores iban en coche harían una pausa, levantarían la cabeza y se reirían, diciendo: «¡Qué tío! Siempre supimos que al final podría con ellos».

A Goring no se le debería haber consentido ni siquiera esta minima mejora de su sino. 

EL FUTURO DE LA HUMANIDAD

De Kassell no invita a la lógica de EV-M, p.89
Ésta es la clase de cosas, pensé, que nunca podemos ver en los informativos de televisión. Son silenciosas conspiraciones de personas que parecen entenderse sin hablar, calladas rebeliones que a cada momento tienen lugar en el mundo sin que sean percibidas, grupos que se forman al azar, súbitas reuniones en mitad del parque o en la oscura esquina y que nos permiten de vez en cuando ser optimistas respecto al futuro de la humanidad. Se juntan unos minutos y luego se separan y todos se afirman en la soterrada lucha contra la miseria moral. Un día, se sublevarán con furia inédita y lo dinamitarán todo.

DEL AMOR A LOS ANIMALES

De Un reguero de pólvora, de Rebecca West, p. 238
El trazado de la costa es muy tortuoso por aquí, y tal como está orientada esta bahía, el rompeolas nos guarece del viento del este. Vaya, no hace demasiado tiempo, estábamos en pleno noviembre, bajé hasta aquí y me encontré con una gran foca tomando el sol en aquel canal de allí. La batea estaba aquí, la foca allí, recostada en la orilla como si estuviese en una butaca. Me dije a mí mismo, “Vaya, nunca he cazado una foca, y ahora voy a hacerme con una”; había dejado la escopeta en el suelo al pie del rompeolas, y volví por ella. Estaba reptando hacia la foca cuando se volvió, me miró y empezó  a sacudir la cabeza, ¿me entienden? La movió de un lado a otro, como suele hacer la gente mayor cuando está sentada y a gusto. Así -y el señor Tiffen hizo un movimiento que nos trajo ante los ojos de la mente a todas las focas de zoológicos y circos que recuerdan a señoras mayores, a todos los señores mayores que parecen focas-. Después de ver eso, no fui capaz de dispararle. No tuve valor para quitarle la vida. No, después de que me hubiese mirado y hubiese movido la cabeza de esa forma. Bajé la escopeta y la dejé tranquila. -Con el rostro todo arrugado por una afectuosa sonrisa, el señor Tiffen paseó la mirada por su marisma, por su cielo-. Era un día precioso, como éste -dljo.

FRASES DE SAFO DE LESBOS

De El abrigo de Proust de Lorenza Foschini, p. 73
En 1937 Robert Proust preparó un cuaderno de dictados para las clases dominicales que organizaban para los niños en la calle St. Nievens. Un día a la semana reunían a todos los niños de la guerra, con la intención de que no se cortara del todo el cordón umbilical que los mantenía unidos entre sí y con su tierra natal. Robert daba clases de castellano. En el cuaderno aparecen frases de los autores de su biblioteca, escogidas por él aquí y allá. Abría los libros de sus escritores favoritos y copiaba los pasajes elegidos. La lista de autores es larga: se recogen reflexiones de, entre otros, Montesquieu, Goethe, Victor Hugo, Zola, Schiller, Tolstoi, Hume, Carlyle y Auerbach. El cuaderno es pequeño, cuadriculado, de esos que usan los estudiantes. Al ir hojeándolo leo estas tres frases de Safo:
“Ante el odio, nada mejor que el silencio”
Y más abajo:
«Una persona bella solo lo es mientras la ven los demás, pero una persona sabia lo es incluso cuando nadie la ve.»
Y por último:

«Si la muerte fuera buena, los dioses no serían inmortales.»

LO SINIESTRO

De Limónov de Emmanuel Carrère, p. 240.241
Freud teorizó el concepto de Unhdmlich,  que se traduce como “la inquietante extrañeza” y que designa esa sensación que podemos tener en sueños, y a veces en la vigilia: que lo que tenemos delante, que parece conocido, nos es de hecho profundamente extraño. Alien, se diría en inglés. La Rumanía posrevolucionaria me produjo el efecto de una auténtica  Disneylandia del Unheimliche. Una twilight zone, que inquietantes rumores decían minada como un queso gruyere por una red de galerías subterráneas excavadas por la policía secreta y en la que desaparecían personas. Una zona de crepúsculo perpetuo e hipócrita, situada entre dos luces, y hasta las decenas de miles de perros vagabundos que pululaban por Bucarest, disputando la comida a decenas de miles de niños también errantes, parecían menos temibles que los lobos en los que se habían convertido rodas los hombres para sus semejantes. El odio, la sospecha, la calumnia, impedían respirar, como un gas tóxico. Entre tantos ejemplos, recuerdo a aquel escritor, lleno de premios y de funciones oficiales desde hacía veinte años, que me daba la lata con su “resistencia interior” al régimen vilipendiado, y que cuando le pregunté si, de todas formas, dando por sentado que yo no le acusaba de nada en absoluto, que yo comprendía muy bien la cuasi imposibilidad de una actitud así, otros no habían resistido un poco menos interiormente que él, si no podría citarme algunos nombres (yo pensaba en algunos opositores de una reputación intachable, los homólogos locales de Sájarov), me miró con seriedad ames de responder que prefería callárselos, por discreción y misericordia, porque nadie ignoraba que la  Securitate reclutaba entre sus pretendidos adversarios a sus más celosos informadores. Bien. Hasta aquí estamos en el primer grado de lo tortuoso. El segundo, que da consistencia a las cosas, es que rodas las mentes sutiles a quienes he referido esta respuesta me dijeron que, por supuesto, mi interlocutor tenía razón. Nadie lo ignoraba, todos lo sabían, era de dominio público. 

INCIPIT 402. UN REGUERO DE POLVORA / REBECA WEST

El asombroso rostro del enemigo del mundo ascendió raudo hacia el avión: pinares sobre pequeñas colinas, lagos de un brillante verde grisáceo, tan pequeños que nunca podrían ser más que lisos, jardines crecidos con judías lengua de fuego, campos con hileras de trigo cobrizo, pueblos de tejados bermejos con gabletes precipitosos e iglesias con campanarios con forma de calabaza que no hubiese podido diseñar ningún arquitecto de más de siete años. Otro minuto más y el avión descendió hasta el corazón mismo del enemigo del mundo:  Núremberg. No hicieron falta muchos minutos más para llegar al tribunal donde el enemigo del mundo estaba siendo juzgado por sus pecados. Ahora bien, esos pecados quedaron olvidados de inmediato ante el asombro suscitado por el conflicto que sacudía a ese tribunal, aun no teniendo nada que ver con los cargos sometidos a su consideración. El juicio se hallaba entonces en su undécimo mes y el tribunal era una ciudadela de tedio. Todos los que estaban en su ámbito eran presa de un extremo aburrimiento. Con esto no pretendo decir que el  trabajo que se traían entre manos fuera desempeñado con languidez: una disciplina férrea se oponía frontalmente al tedio y no cedía ni un centímetro. Pero, con todo y con eso, el proceso más espectacular que se estaba desarrollando ante el tribunal por entonces era un  cierto tira y afloja respecto al tiempo. 

INCIPIT 401. ORLANDO / VIRGINIA WOOLF

El- porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo--o- estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas. La cabeza era del color de una vieja pelota de football,  y más o menos de la misma forma, salvo por las mejillas hundidas y una hebra o dos de pelo seco y ordinario, como el pelo de un coco. El padre de Orlando, o quizá su abuelo, la había cercenado de los hombros de un vasto infiel que de golpe surgió bajo la luna  en los campos bárbaros de África y ahora se hamacaba suave y perpetuamente ,en la brisa que soplaba incesante por las buhardillas de la gigantesca  morada del caballero que la tronchó.
Los padres de Ociando habían cabalgado por campos de asfódelos, y campos de piedra. y campos regados por extraños ríos, y habian cercenado de muchos hombros, muchas cabezas de muchos colores, y las habían traído para colgarlas de las vigas.

Orlando haría lo mismo, se lo ju raba. Pero como sólo tenía dieciséis años, y era demasiado joven para cabalgar por tierras de Francia o por tierras de África, solía escaparse de su madre y de los pavos reales en el jardln, y subir hasta su buhardilla para hender, y arremeter y cortar el aire con su acero. A veces cortaba. la cuerda y la cabeza rebotaba en el suelo y tenía que colgarla de nuevo, atándola con cierta hidalguía casi fuera de su alcance, de suerte que su enemigo le hada muecas triunfales a través ·de labios

NAZIS

De Un reguero de pólvora de Rebeca West, p.22-23
Algunos de los demás seguían siendo individuos. Streicher era patético, porque obviamente era la comunidad la culpable de sus pecados, no él. Era un viejo rijoso de los que causan problemas en los parques públicos, y una Alemania sana lo habría encerrado en un manicomio mucho antes. Baldurvon Schirach, el líder de las juventudes, sorprendía porque parecía una mujer de una forma que no es común entre los hombres que parecen mujeres. Era como ver sentada ahí a una institutriz pulcra y apocada; bonita no, pero siempre perfectamente aseada y en quien se podía tener total confianza de que nunca interrumpiría cuando hubiese visitas: podría ser Jane Eyre. Y aunque todo el mundo llevaba años leyendo noticias sorprendentes acerca de Góring, aún conseguía sorprender. Era tan blando. Ocasionalmente vestía uniforme de las Fuerzas Aéreas alemanas y a veces un liviano traje veraniego del peor gusto, y ambos le estaban muy anchos, dando la impresión de que estaba preñado. Tenía el cabello castaño espeso y juvenil, la tosca piel brillante de un actor que lleva décadas usando maquillaje y las arrugas preternaturalmente profundas del drogadicto. El conjunto venía a ser algo así como la cabeza del muñeco de un ventrílocuo. Parecía infinitamente corrupto y actuaba de forma  ingenua. Cuando los abogados de los demás acusados se acercaban a la puerta para recibir instrucciones, intervenía a menudo e insistía en instruirlos él en persona, a despecho de la evidente cólera de los imputados, que, en verdad, debía de ser muy intensa, puesto que la mayor parte de ellos bien podían pensar que, de no haber sido por Góring, nunca habrían tenido que contratarlos en absoluto. Uno de los abogados era un hombrecillo diminuto de aspecto muy judío y cuando se ponía en pie ante el banquillo, llegándole la cabeza a duras penas a la parte superior del mismo, y sacudía la toga con irritación, porque la sonriente máscara inexpresiva de Góring se cernía entre su cliente y él, parecía como si un ventrílocuo hubiese organizado una pelea entre dos marionetas .

La apariencia de Goring remitía con fuerza, aunque de forma oscura, al sexo. La historia ha demostrado que sus líos amorosos con mujeres desempeñaron en varias ocasiones un papel decisivo en el desarrollo del Partido Nacional Socialista, pero él tenía el aspecto de una persona que jamás alzaría la mano contra una mujer, salvo para algo mucho más peculiar que la gentileza. No se parecía a ningún tipo reconocido de homosexual, pero resultaba femenino. A veces, particularmente cuando estaba de buen humor, recordaba a la madama de un burdel. A última hora de la mañana, se puede ver a sus semejantes asomadas a las puertas de las empinadas calles de Marsella, con la máscara de la afabilidad profesional aún fija en el rostro, aunque estén relajadas y ociosas, con sus gordos gatos restregándose contra sus faldones. Ciertamente, en él se había producido una concentración de todo lo que era apetito y elaborados proyectos para saciarlo, y aun así daba la sensación de sed en el desierto. No importa qué acueductos hubiese mandado levantar para acarrear agua hasta su campamento, alguna aberración de la arquitectura había permitido que ésta se saliese y derramase por las arenas mucho antes de llegar a él. En ocasiones, incluso ahora, chascaba los gruesos labios como si fuese un hombre bien alimentado al que ailn no le hubiese llegado la noticia de que se iban a suspender sus comidas. De todos esos acusados, era el único que, de haber tenido la oportunidad, habría salido del Palacio de Justicia y vuelto a apoderarse de Alemania, para convertirla en la representación de la fantasía privada que lo había llevado al banquillo.

FAULKNERIANA

De Luz de agosto de WFaulkner, p.84 (Galaxia)
Pero la ciudad no creía que las damas hubiesen olvidado los misteriosos viajes a Memphis, con una finalidad en la que todas estaban de acuerdo.  Sin embargo, nadie dijo nada, nadie expresó su opinión en alta, porque la ciudad estaba segura de que las mujeres honestas nunca perdonaban tan fácilmente las cosas, ni las buenas ni las malas, y porque no quería que el gusto y el sabor del perdón desapareciesen del paladar de su conciencia. Porque la ciudad creía que las damas sabían la verdad, porque también creía que, si las mujeres culpables pueden engañarse en materia de pecado, ya que ocupan buena parte de su tiempo esforzándose en no ser sospechosas, las mujeres honestas, por el contrario, no pueden engañarse, porque, al ser honestas por sí, no tienen que preocuparse de la propia honestidad de la de las demás y, por consiguiente, disponen de mucho tiempo para olfatear el pecado. Ésa es la razón -según creía la ciudad- de que el bien pueda engañarlas casi siempre haciéndolas creer que es el mal, mientras que el mal verdadero nunca puede engañarlas. Así que cuando, al cabo de cuatro o cinco meses, la mujer del pastor se ausentó de nuevo, cuando marido dijo de nuevo que había ido a ver a su familia, la ciudad pensó que, por una vez, ni siquiera el marido había sido engañado. Fuese como fuese, la mujer volvió y él siguió predicando todos los  domingos como si nada hubiera ocurrido y visitando a la gente y a los enfermos, y hablando de su iglesia. Pero la mujer no asistió más al templo y las señoras dejaron enseguida de visitarla, de ir a la casa rectoral. E incluso los vecinos de enfrente dejaron de verla alrededor de la casa Y poco tiempo después era como si ella ya no estuviese allí como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo en que ella no estaba allí y en que el pastor nunca había estado casa do. Y él seguía predicando Jos domingos y ya no les decía que ella había ido a visitar a la familia. La ciudad pensó que acaso era feliz. Que acaso era feliz por no tener ya que mentir.

EL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

De Matadero 5 de Kurt Vonnegut jr., p. 222
Había centenares de refugios llenos de cadáveres esparcidos por todas partes. Al principio no olían mal, eran  como personajes de un museo de cera. Pero después los cuerpos empezaron a corromperse y a descomponerse, y su hedor era parecido al del gas de mostaza y rosas.
Asi era.
El maorí que había estado trabajando con Billy, murió después de que le ordenaron bajar a uno de aquellos pozos para que trabajaran alli. Se quedó hecho añicos, de tanto vomitar.
Así fue.
Tuvieron que inventar una nueva técnica. No izaron más cadáveres. Los soldados, provistos de antorchas, los quemaban en el mismo sitio en que los encontraban. Era mucho más sencilo: sólo  había que provocar un incendio, sin siquiera necesidad de bajar.
Trabajando en aquellos lugares, el pobre profesor de escuela superior, Edgar Derby, fue atrapado con un tetera que babia tomado de las catacumbas. Fue arrestado por pillaje, juzgado y muerto.
Así fue.
En algún lugar, cerca de alli, empezaba la primavera. Los refugios llenos de cadáveres fueron cerrados. Los soldados dejaron de luchar contra los rusos.  En el campo, las mujeres y los niños hacían hoyos para enterrar las armas. Billy y el resto de su grupo fueron encerrados en unos establos de una casa de campo. Y una buena mañana, se levantaron descubriendo que la puerta no estaba cerrada. En Europa, la Segunda Guerra Mundial había terminado.
Billy y el resto de los americanos salieron a vagabundear. Iban por una carretera sombreada. En los árboles empezaban a brotar las hojas. No había nadie ni pasaba nada. Sólo un vehiculo, una carreta abandonada, tirada por dos caballos. La carreta era de color verde y tenía forma de ataúd,
Los pájaros trinaban.

Un pájaro le dijo a Billy Pilgrim: a¿Pio-pío-pi?»

INCIPIT 400. LA BIEN AMADA / THOMAS HARDY

Una presentación imaginaria de la Bien Amada
Una persona muy distinta de los habituales transeúntes de la localidad escalaba el escarpado camino que conduce a través del pueblecillo costero llamado Street of Wells, y forma un pasillo en aquel Gibraltar de Wessex, la singular península, un tiempo isla y todavía así denominada, que se adelanta como una cabeza de pájaro en el canal inglés. Está enlazada con tierra firme por un largo y angosto istmo de guijarros «arrojados por la furia del mar» y sin igual en su clase en Europa.

El caminante era lo que su aspecto indicaba: un joven de Londres, de cualquier ciudad del continente europeo. Nadie podía pensar al verle que su urbanidad consistiera solamente en el vestir. Iba recordando con algo de execración que tres años enteros y ocho meses habían transcurrido desde la última vez que visitó a su padre en aquella solitaria roca donde nació, y todo aquel tiempo lo había invertido en diversas y opuestas camaraderías entre gentes y costumbres mundanas. Lo que le parecía usual y corriente en la isla cuando en ella vivía, le resultaba extraño e insólito después de sus últimas impresiones. Más que nunca semejaba el paraje lo que, según se decía, fue en otro tiempo la antigua isla de Vindilia y la Morada de los Honderos. Ya no eran para él familiares y habituales ideas la altísima roca, las casas sobre casas, los umbrales de la que en cada una se alzaban al nivel de la chimenea antevecina, los jardines que por una de sus tapias colgaban mirando al cielo, las hortalizas que crecían en parcelas 

ANARQUISTAS SUIZOS

De Informe sobre ciegos de E. Sábato
Vaciló, pero finalmente aceptó, cuando le dije que ese dinero sería empleado para ayudar a un grupo anarquista de Suiza. No era difícil convencerlo de: nada que se refiriese a la causa, por utópico que pareciese: a primera vista y, sobre todo, si era utópico. Su ingenuidad era a toda prueba: ¿no había trabajado para un sinvergüenza como Podestá? Vacilé un momento con respecto a la nacionalidad de los anarquistas, pero me decidí al fin por Suiza a causa de la enorme magnitud del dislate, ya que para una persona normalmente constituida creer en anarquistas suizos es como aceptar la existencia de ratas en una caja fuerte. La primera vez que pasé por ese país tuve la sensación de que era barrido totalmente cada mañana por las amas de casa (echando, por supuesto, la tierra a Italia). Y fue tan poderosa la impresión que repensé la mitología nacional. Las anécdotas son esencialmente verdaderas porque son  inventadas, porque se las inventa pieza por pieza para ajustarla exacta mente a un individuo. Algo semejante: sucede con los mitos nacionales, que son fabricados a propósito para describir de alma de un país, y así se me ocurrió en aquella circunstancia que la leyenda de Guillermo Tell describía con fidelidad el alma suiza, cuando el arquero le dio con la flecha en la manzana, seguramente en el medio exacto de la manzana, se perdieron la única oportunidad histórica de tener una gran tragedia nacional. ¿Qué puede esperarse: de un país semejante? Una raza de relojeros, en el mejor de los casos

INCIPIT 399 LUZ DE AGOSTO / WILLIAM FAULKNER

Sentada en la orilla de la carretera, con los ojos clavados en la carreta que sube hacia ella, Lena piensa: «He venido desde Alabama: un buen trecho de camino. A pie desde Alabama hasta aquí. Un buen trecho de camino». Mientras piensa todavía no hace un mes que me puse en camino y heme aquí ya, en Mississippi. Nunca me había encontrado tan lejos de casa. Nunca, desde que tenía doce años, me había encontrado tan lejos del aserradero de Doane
Hasta la muerte de su padre y de su madre, ni siquiera había estado en el aserradero de Doane. Sin embargo, los sábados, siete u ocho veces al año, iba a la ciudad en la carreta. Vestida con un trajecito de confección, colocaba de plano sus pies descalzos  en el fondo de la carreta y sus botas en el pescante, junto a ella, envueltas en un pedazo de papel. Se ponía sus botas justo en el momento de llegar a la ciudad. Cuando ya era algo mayor, le pedía a su padre que detuviera la carreta en las cercanías de la ciudad para que ella pudiese  descender y continuar a pie. No le decía a su padre por qué quería caminar en lugar de ir en la carreta. El padre creía que era por el empedrado bien unido de las calles, por las aceras lisas. Pero Lena lo hacía con la idea de que, al verla ir a pie, las personas que se cruzaban con ella pudiesen creer que vivía también en la ciudad.
Tenía doce años cuando su padre y su madre murieron, el mismo verano, en una casa de troncos compuesta de tres habitaciones y de un zaguán. No había rejas en las ventanas. El cuarto en que murieron estaba alumbrado por una lámpara de petróleo cercada por una nube de insectos revoloteantes; suelo desnudo, pulido como vieja plata por el roce de los pies descalzos. Lena era la menor de los hijos vivos. Su madre murió primero: «Cuida de tu padre», dijo. 

INCIPIT 399. PADRES E HIJOS / IVAN TURGUENIEV

-¿Qué, Piotr, no se ve nada todavía? -preguntaba, el 20 de mayo de 1859, un señor de unos cuarenta años, saliendo sin sombrero a la puerta de la posada en el camino de ... ; LLevaba un abrigo corto, cubierto de polvo, y pantalones a cuadros. La pregunta iba dirigida a su criado, un joven carrilludo, con vello blanquecino en la barbilla y ojillos mates.
El criado llevaba un pendiente de turquesa en la oreja, cabellos de color indefinido, untados de pomada; sus ademanes eran corteses. En una palabra, todo revelaba en él a un hombre de la nueva generación. Miró con indiferencia al camino y contestó:
-A lo que parece, no, señor, no se ve nada.
-¿No se ve nada? -repitió el señor.
-N a da -contestó por segunda vez el criado.
El señor suspiró y se sentó en un banquillo. Vamos a presentárselo al lector, mientras está así sentado, con las piernas encogidas, y mira pensativamente alrededor.

Se llama Nikolái Pietróvich Kirsánov. A quince verstas de la posada posee una finca de doscientas “almas”, o bien, de dos mil diesiátinas,  como él mismo dice desde que repartió sus tierras con los campesinos y ha creado una granja

BANDERITA TU ERES ROJA

De Catalanes todos de Javier Pérez Andújar, p.216
En otra mesa de aquella terraza, el joven militante de la extrema izquierda comunista Josep Piqué ( futuro ministro en tres ocasiones con el Partido Popular de Aznar, el más joseantoniano de los presidentes de ese partido), metió el dedo en el vaso de tubo e intentó sin éxito sacar el palillo de dientes con las dos olivas ensartadas en los extremos. Eso de levantar el palito con el par de aceitunas era una halterofilia dominical y muy barcelonesa, que nada tenía que ver con la ortodoxia de los búlgaros. Reconfortado por el sol del mediodía, canturreó el pasodoble de la Bandera, del maestro Francisco Alonso. Cuando se compuso, esta marcha había sido muy popular entre los soldados españoles de la guerra de Africa, y dicen que hasta el rey Alfonso XIII la silbaba al afeitarse.
-Banderita, tú eres roja ...
 El principio era la única parte de la canción que el joven Piqué pronunciaba, las únicas cuatro palabras de aquella letra que le emocionaban, pues de una manera bella y azarosa evocaban su actual militancia en el grupo  maoísta Bandera Roja, aunque ya tenía previsto su paso al PSUC, un partido con más proyección política. Lo bueno de los partidos de masas es que eran también partidos de votos. Nadie se explicaba de dónde estaba saliendo tanto comunista desde la muerte de Franco; pero el revolucionario Piqué a esa cuestión no le concedía importancia. Consideraba que todos los españoles estaban compartiendo la misma hoja de ruta, él el primero que aquel comunismo no era sino una pintoresca curva del camino. Que toda esta gente que en los últimos años se decía de izquierdas lo único que quería era un televisor en color y un terreno en Mas Altaba (donde acababan de poner de reclamo publicitario una figura gigante de Heidi, como si aquel desmonte fueran los Alpes) o en cualquier otra urbanización de la comarca de la Selva. El PSUC era un partido de masas, sí, pero eso no iba a ninguna parte. Las masas habían pasado de moda desde tiempos de Ortega y Gasset. Estaban sociológicamente muertas. Ahora lo que se imponía en la calle era la gente. Lo que tenía futuro no era un partido de masas sino un partido de la gente, de las personas, un partido popular. Sin embargo, Piqué aún era joven y no tenía prisa. Confiaba en el destino como un bucle universal, como un coche de línea regular para el que ya tenía billete.

GRAFFITI


Del Informe sobre ciegos de Ernesto Sábato
Como en otras ocasiones, la nerviosidad me produjo un urgente deseo de ir al baño. Entré en la Antigua Perla del Once y me dirigí al excusado. Es curioso que en este país el único lugar donde se habla de Damas y Caballeros sea el lugar donde invariablemente dejan de serlo. A veces pienso que es una de las tantas formas del irónico descreimiento argentmo. Mientras me acomodaba en el infecto cuartucho, confirmando mi vieja teoría de que el cuarto de baño es el único sitio filosófico que va quedando c:n estado puro, empecé a descifrar las enmarañadas inscripciones. Sobre d inevitable y básico VJVA PERÓN alguien había tachado violentamente la palabra VIVA y la había reemplazado por MUERA, palabra que a su turno había sido tachada y reemplazada por un nuevo VIVA,  nieto del primigenio, y así alternativamente, en forma de: pagoda, o más bien de  un temblequeante edificio en construcción. A izquierda y derecha, arriba y abajo, con flechas indicadoras y signos de admiración o dibujos alusivos, aquella expresión original aparecía exornada, enriquecida y comentada (como por una raza de violentos y pornográficos  exégetas) con comentarios diversos sobre la madre de Perón, .sobre las características sociales y anatómicas de Eva Duarte; sobre lo que haría el comentarista desconocido y defecante  si tuviera la dicha de encontrarse con ella en una cama, en el sillón o hasta en el propio baño de la Antigua Perla del Once. Frases y expresiones de deseos que a su vez eran tachados parcial o totalmente,  obliterados, tergiversados o enriquecidos por la inclusión de un adverbio perverso o celebratorio, incrementados o atenuados por la intervención de un adjetivo; con lápices y tizas de diversos colores; con dibujos ilustrativos que parecían haber sido ejecutados por un profesor Testut borracho y baboso. Y en diferentes lugares libres, abajo o al costado, a veces (como en el caso de los avisos importantes de los diarios) con marcos orlados, con diversos tipos de letra (ansioso o lánguido, esperanzado o cínico, empecinado o frívolo, caligráfico o grotesco), pedidos y ofrecimientos de teléfonos para hombres que tuvieran tales y cuales atributos, que estuvieran dispuestos a realizar tales o cuales combinaciones o hazañas, artificios o fantasías, atrocidades masoquistas o sádicas. Ofrecimientos y pedidos que a su vez eran modificados por comentarios irónicos o insultantes, agresivos o humorísticos de terceras personas que por algún motivo no estaban dispuestas a intervenir en la combinación precisa, pero que, en algún sentido {y sus comentarios así lo probaban) también deseaban participar, y participaban, de aquella magia lasciva y alucinante. Y m medio de aquel caos, con flechas indicadoras, la respuesta anhelante y esperanzada de alguien que indicaba cómo y cuándo esperaría al Príncipe Cacográfico y Anal, a veces con una acotación tierna y al parecer inadecuada para aquel noticioso de acusado: ESTARE CON UNA FLOR EN LA MANO,
"El reverso del mundo", pensé.
Como en las página~ policiales, ahí parecía revelarse la verdad última de la raza. ·
"El amor y los excrementos", pensé.

Y mientras me abrochaba, también pensé: Damas y Caballeros

SOBRE EL NIHILISMO

De Padres e hijos de Turgeniev, p. 40 (El Cobre)
-Es nihilista -repitió Arkadi.
-Nihilista -balbució Nikolái-. Eso viene del latín nihil, "nada", por cuanto puedo juzgar; entonces, esta palabra define a un hombre que ... ¿que no reconoce nada?
-Di mejor: que no respeta nada -se apresuró a decir Pável, y de nuevo se ocupó de la mantequilla.
-Que lo considera todo desde el punto de vista crítico -puntualizó Arkadi.
-¿Y no es lo mismo? -preguntó Pável Pietróvich.
-No, no es lo mismo. El nihilista es un hombre que no se doblega ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe, por grande que sea el respeto que se dé a ese principio.
-Y qué, ¿eso está bien? -interrumpió Pável.
-Según para quién, tiíto. Para unos es muy bueno y para otros resulta muy malo.
-Vaya. Bueno, según veo, esto no va con nosotros. Nosotros somos gente chapada a la antigua; nosotros considerarnos que sin principios -Pável Pietróvich pronunciaba esta palabra de un modo suave, al estilo francés; Arkadi, por el contrario, decía «principios» acentuando la primera sílaba, sin principios, tomados, como tú dices, como artículos de fe, no podemos dar un paso ni respirar. Vous avez changé tout cela, • que Dios os dé salud y el grado de general, y nosotros nos regocijaremos, señores ... ¿Cómo has dicho?
-Nihilistas -exclamó vocalizando Arkadi.

-Sí. Antes  eran los hegelianos y ahora los nihilistas. Ya veremos de qué forma vais a existir en el vacío, en el espacio sin aire. Y ahora, por favor, hermano Nikolái, llama, porque ya es hora de que torne mi cacao.

ESCUELA FILOSOFICA DE TLON

De Kassel no invita a la lógica de Enrique Vila-Matas, p. 75-76
Fue entonces cuando, para sentirme más en Alemania, comencé a simular -sólo ante mí, por supuesto que sentía cierta nostalgia de las estrelladas noches del país al que había ido a parar, de los profundos azules del muy tenso cielo germano, de la suavemente curvada hoz de la luna aria y del oscuro susurro de los pinos de todos los bosques del gran terruño.
La luna no es aria, me corregí inmediatamente. Y luego me dije que se habían embrollado demasiadas cosas en mi cabeza y estaba haciendo su aparición, de la forma más alarmante, todo el cansancio del día.
Empezaba a estar realmente agotado y a ese paso podían acabar apareciendo embrollos aún mayores en mi mente. En Barcelona me había levantado tempranísimo para subir al avión de Frankfurt, y a lo largo del día había ido acumulando la fatiga del viaje aéreo y del largo  incidente croata y otras penalidades. Además, no quería molestar más a Boston, a la que parecían haber obligado a llevar a cabo aquellos elementales actos de bienvenida y de cortesía conmigo, pero a la que, tal como ella misma  me había ido medio insinuando, esperaban cuanto antes en la oficina central, donde había dejado pendientes multitud de asuntos de trabajo.

Era la hora, pues, de comenzar a despedirme de ella y dedicarme a montar la «cabaña para pensar» en mi cuarto del Hessenland. Ya pronto atardecería y, además, creía sentir cómo la fatiga avanzaba en mi propio cuerpo. De ahí que sólo pudiera ser falso aquel brillo de luz  veraniega en la cristalera de los almacenes, aquel brillo que había entrevisto hacía un momento y que, poseído ya por la inminente aparición de la angustia, me había recordado a los filósofos de la escuela de Tlon que declararon que, por si los mortales aún todavía no lo sabíamos, era conveniente que supiéramos que ya había transcurrido todo el tiempo del mundo y nuestra vida apenas era el recuerdo o reflejo crepuscular, sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable.

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