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4/3/09

El poeta


Era otoño de 1971, tenía quince años y estaba en Pontevedra empezando Magisterio. No conocía a nadie y después de las clases daba vueltas por la ciudad, leía poemas de Pablo Neruda y también, fatalmente (quizá en el doble sentido) los escribía. Tenía un presupuesto de cincuenta pesetas a la semana: treinta pesetas para un libro, veinte pesetas para un par de películas (a veces, cuarenta para un libro y sólo quedaba para una película) y diez para un paquete de ducados. Eso y las clases eran mi rutina semanal.

Un día de ese otoño hace casi cuarenta años, deambulaba yo por la calle Real, un poco más abajo de la mítica –y ya desaparecida- taberna de Ríos, y me crucé con un hombre con la barba y el pelo (largo y lacio) entrecanos, chaqueta (le asomaba un libro en un bolsillo lateral) y pantalón de pana negros, camiseta negra (¡camiseta!) y la mirada clara. Un poco más adelante me volví para verlo de espaldas, alejándose, caminando despacio. Me dije que un hombre así sólo podía ser un poeta, que cuando tuviera, pongamos cincuenta años, me gustaría parecerme a él.

Aún tardé unas semanas en descubrir que, efectivamente, aquel hombre era un poeta, y se llamaba Manuel Cuña Novás. No había leído nada suyo, pero enseguida –aunque no fue fácil- conseguí un ejemplar de Fabulario novo, un libro que había publicado en 1952 y que hoy constituye uno de la piedras miliares de la literatura gallega en la “longa noite de pedra”. No podía imaginar que lo conocería poco después personalmente, y que le escucharía decir que la juventud es una odisea. Yo, que la padecía –la juventud, quiero decir- de forma tan atormentada casi me sentí redimido al conferirle el poeta un aura de odisea.

En la Residencia de Estudiantes, donde yo vivía, se organizaban actividades culturales y algunos de nosotros escribíamos las reseñas de esos actos –conferencias, coloquios, teatro, recitales poéticos…- que llevábamos después de cenar a la redacción del Diario de Pontevedra donde trabajaba Cuña Novás, y aprovechábamos para charlar un rato con él –siempre tuve la sensación de que prefería mil veces charlar con nosotros que el trabajo que le aguardaba en el periódico-. En esas conversaciones –más bien monólogos, él hablaba y nosotros escuchábamos con la boca abierta- descubrimos que había conocido a Satre, a Camus, a Edith Piaf… Había estado a principios de los cincuenta en París y a través de sus palabras nosotros también transitábamos por unas horas el Quartier Latin y nos sentábamos en el Café de Flore. Y luego costaba aterrizar en la húmeda Pontevedra –tan cálida resultaba París- y en aquella España de 1971. Pero también alentaba en nosotros la esperanza, quizá algún día…



Los hijos de Cuña Novás, Miguel y Jorge, ya tenían su leyenda en Pontevedra, aunque no los conocía personalmente. Habían fundado la academia Germinal y todos sabíamos que eran anarquistas. ¡Anarquistas, nada menos! Mis padres habían preferido que no estudiara en Santiago para apartarme de la política y de "la agitación estudiantil" (sabían de sobra que no resultaría difícil que me tentara) y el primer año que estoy en Pontevedra se convoca la primera huelga en la historia de la Escuela de Magisterio. Dos alumnos de 2º se habían negado a contestar “servidor” cuando el profesor pasó lista y los había expulsado. Una huelga por una palabra. Ésas eran razones y no las del plan Bolonia (es broma, o vete a saber). Uno de esos alumnos expulsados era Román Dorado, y no es casualidad que frecuentara a la gente de Germinal. Las reuniones con él y Arturo Cidrás -el otro expulsado- en la taberna de Ríos constituyeron mi primera escuela de formación política, allí escuché por primera vez los nombre de Bakunin, Malatesta o Kropotkin.



Pasaron los años, conocí personalmente a Miguel Cuña cuando era director del Instituto de FP de Tui, coincidimos en la campaña anti-OTAN, y en los últimos veinte años, como ya saben los asiduos de la escuela de los domingos, nos vemos muchos sábados en la librería Michelena de Pontevedra. A partir de 2005, organiza desde la Fundación Cuña-Casasbellas el Brumario Poético, dos semanas en las que la música, el vídeo y, a veces, el teatro, se funden con la poesía, unas jornadas donde la palabra poética encuentra su morada. En otoño, en noviembre, en Pontevedra.

El pasado 19 de octubre, domingo, invitados por Miguel Cuña, asistimos a la última jornada de diseño y maquetación del libro que contiene las Poesías de Manuel Cuña Novás, la obra poética en gallego –Fabulario novo- y en castellano –Mar de otra luz-. Con ese motivo me reencuentro con Román Dorado después de tantos años y conozco a Osmundo Barros –ambos, brumarios impenitentes-.

La Fundación Cuña-Casasbellas dispone de una sede en un edificio inhóspito, que tiene en la planta baja una galería pintiparada para una localización perfecta si uno quiere filmar un crimen sórdido.



Pero en cuanto se abre la puerta de la Fundación, el olor de las páginas impresas te envuelve con un efecto balsámico y la biblioteca, que ocupa y cubre hasta el último centímetro de las paredes, convierte la estancia en un espacio acogedor, con las mesas de trabajo en el centro donde nos instalamos para asistir a la revisión del diseño y maquetación del libro con Esther Casal y Xosé Luis de Dios.



La edición constituye una obra primorosa. El diseño y maquetación de Esther Casal y Osmundo Barros, y los dibujos de Xosé Luis de Dios, dialogan con los poemas de Manuel Cuña Novás iluminándose recíprocamente, arrancándose fulgores mutuos, alumbrando destellos cómplices.



Para nosotros representó un honor ser testigos del tramo final de un proceso que adivinábamos delicado, intenso, incluso emocionante. Pero el maestro –me refiero a Xosé Luis de Dios, claro- se había impacientado más de una vez en reuniones anteriores por la lentitud con que avanzaba el trabajo, porque la reflexión sobre las resonancias entre un dibujo y un poema podía llevarles a la lectura de otro poema, de Höldelin, de Leopardi o de la dama de Amherst, y de paso a sus consiguientes meditaciones.


En esa jornada de la que fuimos testigos privilegiados, el maestro se resignó ya a la cadencia de la sesión, se alejó hacia el sillón y se entretuvo conversando con Román Dorado a propósito de Juan de Yepes –efectivamente, San Juan de la Cruz-. Mientras, Esther, Osmundo y Miguel se afanaban en afinar ese instrumento extremadamente delicado que toma cuerpo en un libro, más aún en un libro iluminado.



Para dar cuenta de ese proceso que nosotros adivinamos a partir de su ocaso, nadie mejor que las palabras de Esther Casal con que presentó la edición en el seno del IV Brumario Poético, el 2 de diciembre pasado. He aquí un fragmento de su alocución:


“…al principio, nos asomamos de puntillas a considerar algunas de las especulaciones tradicionales sobre la relación entre poesía y pintura, que arrancan desde la repetida frase de Simónides de Quíos - la poesía es pintura que habla; la pintura es poesía muda—; que arrancan, decía, desde tan lejos, y han continuado hasta el presente, con tema y variaciones, porque cada época elabora su propia visión del asunto y así lo refleja..."



"...Pero en nuestro empeño había un fuerte impulso hacia la acción, y fue en la propia tarea donde poco a poco se nos desveló la naturaleza musical del método más apropiado: se trataba de pulsar las cuerdas de los poemas, y dejarnos llevar por la intuición para escuchar o inventar sus correspondientes armónicos en los dibujos; pronto empezamos a darle nombres y ellos, a su vez, a ocupar su sitio, de caminante, de árbol, de esfinge o de ángel, habitando los poemas..."



"...De esta forma los días se nos fueron llenando de resonancias. Visuales y sonoras, una especie de sinestesia persistente, una fiesta sensorial en la cual cada uno de nosotros se acomodaba con naturalidad a su personal historia de lector, hasta que la flexible pauta en la asunción de tareas que había presidido los primeros pasos se diluyó por su propia cuenta.”



FIESTRA QUE CRAREAS


Fiestra que crareas

roupa do azar: bordado

o envés do meu silenzo:

na eternidade que agardo.


Lindeiro do entresono,

lenta cifra do espazo

medido nas ausencias

da eternidade que agardo.


Amorosa do límite

para unha luz de paxaro:

meu corazón presinte

a eternidade que agardo.


COMO DEITA O TEMPO


Como deita o tempo o meu segredo

do mañán para sempre

feito de onte, eterno.




Así, como siempre, ellos yerran por el caos

viviente. Tú

le darás la demencia hecha ramos de luz.


De aquí abajo, como siempre, tejen para todo

escalas. Tú

soñarás para ellos libres alas de luz.


Tiran, como siempre, ciegos, piedras al desnudo

azul. Tú

resistirás, sangrando, más alto, con tu luz.


Ahora, con el libro en las manos, en los poemas de Manuel Cuña Novás resuena su voz, y presiento su presencia, que a veces viene y a veces se aleja, como aquel día hace tantos años, vestido de negro y la mirada clara.


(Los dibujos, está de más decirlo, son de Xosé L. de Dios)