En una entrevista publicada en Cahiers du cinéma (en agosto de 1966), Patrick Brion y Jean-Louis Comolli le preguntaron a Jacques Tourneur cuáles de sus películas prefería:
I Walked with a Zombie, por su poesía, y sobre todo Stars in My Crown, un filme muy pequeño que nadie ha visto.Fue la película de Tourneur que más tardé en ponerle los ojos encima. Luego pasaron días y días que no se me iba de la cabeza.
Empieza como un western y termina como una película de terror.
De monstruos.
El cineasta le contó a Brion y Comolly que Joel McCrea (el actor y Tourneur eran amigos desde el instituto) le pasó el libro de Joe David Brown en que se basa la película y le dijo que era una historia muy bella y que iba a rodarla en la Metro. En cuanto la leyó, Tourneur se presentó en el estudio y dijo que quería dirigir esa película. Le dijeron que imposible; tenía un presupuesto muy pequeño, la rodaría uno de los directores que tenían bajo contrato. Pero aquella historia lo había cautivado y aceptó rodarla por casi nada.
Hay otra versión de la historia: el cineasta se entusiasmó con el proyecto nada más leer el guión de Margaret Fitts que le había pasado el productor (amigo suyo también) William H. Wright con la advertencia de que se trataba de una película muy modesta, con un presupuesto muy pequeño y doce días de rodaje; podrían pagarle muy poco, porque iban a contratar a un director que cobraba por semana. Tourneur estaba dispuesto a hacer la película sin cobrar. Al final le pagaron lo que tenían previsto para un director novato.
Dos versiones complementarias. Cabe imaginar que Joel McCrea comentara con William H. Wright qué gran historia de Joe David Brown para Jacques Tourneur, el director de títulos recientes como Canyon Passage (1946), Out of the Past (1947) o Berlin Express (1948). Y que el cineasta, tras haber sido tentado por el actor con el libro, hablara con el productor que lo tentó con el guión, aun sabiendo que no se podían permitir a alguien como Tourneur para un proyecto de presupuesto tan limitado.
Tourneur cayó en la tentación y empezó a trabajar enseguida con la joven guionista (26 años) Margaret Fitts, que también escribirá los guiones de Moonfleet (1955), de Fritz Lang, y The King and Four Queens (1956), de Raoul Walsh). Tourneur recordaba que muchas de las historias hilvanadas en la novela habían acontecido realmente en Birmingham (Alabama), donde nació el autor.
Margaret Fitts y Tourneur eligieron unas cuantas de esas historias (la muchacha que se enamora del médico, el médico enfrentado al pastor, la epidemia, el Ku Klux Klan...), las que se prestaban mejor a un tratamiento cinematográfico.
Tourneur estaba encantado con Margaret Fitts:
Por primera vez me encontraba con un guión provisto de un humor delicado y sutil, y al mismo tiempo con un gran respeto por el tema.
A Tourneur también le encantó trabajar con Ellen Drew,
que encarna a Harriet Gray, la mujer del pastor.
Y con Dean Stockwell, el niño que rememora de adulto
aquel verano de su infancia.
Stars in My Crow (1950) conjuga -en palabras del cineasta- una serie de viñetas humanas que trazan la vida de una pequeña ciudad. Esas pequeñas cosas que, destiladas por la memoria, cobran un significado cardinal. La memoria que cobija la nostalgia de la infancia. La infancia como un verano perpetuo.
Todos los personajes evocados por el narrador (un niño en el tiempo rememorado, John Kenyon/Dean Stockwell) ya han muerto, incluso aquel pueblo, adonde llega un día en tren el pastor Josiah Gray/Joel McCrea, ya no existe. En la atmósfera casi onírica de la película -iluminada por Charles Schoenbaum- se respira un aire fantasmagórico (resuenan muy cerca los ecos de I Walked with a Zombie), como si los personajes fueran a desaparecer, y sólo la mirada del niño los animara y sostuviera con la sola porfía de la memoria. Stars in My Crown cobra así una tonalidad memoriosa y melancólica como, pongamos por caso, How Green Was My Valley (1941), de John Ford.
João Bénard da Costa escribía en la folha da Cinemateca dedicada a Stars in My Crow que todo se trenzaba en este filme asombrosamente bello, atravesado por todos los fantasmas (el miedo, el deseo, el sexo, la muerte) en una edad -la de John Kenyon, claro- donde todo eso acontece en una oscura aleación, sin disponer aún de nombre para tales imágenes.
Hasta nosotros nos quedamos sin palabras ante la escena del milagro. Decimos milagro por echarle el lazo a una luz. Deberíamos limitarnos a nombrar apenas una vela encendida, el soplo del viento en las cortinas, el resplandor en el rostro de la maestra (moribunda o ya muerta)... Y callar. Algo así sólo podemos verlo en Ordet. Tan lejos, tan cerca.
Cuando Joe David Brown vio Stars in My Crown, le escribió una carta a Tourneur donde le decía cuánto le había emocionado la película. El cineasta conservó esa carta del escritor toda su vida. Joel McCrea siempre le decía a Tourneur que nunca había sido más feliz en su carrera que rodando Stars in My Crown.
El 1 de septiembre se cumplen 70 años del estreno de Stars in My Crown. Aquel pecado tuvo consecuencias. De ahí en adelante, Tourneur cobró la tercera parte de su salario habitual: ése fue realmente el precio que pagó por el deseo de rodar Stars in My Crown. Nunca se arrepintió, sobra decir.