Me lo pasé pipa leyendo Viva, la novela de Patrick Deville. Un hervidero de vidas en el México de los años 30 del siglo pasado.
Tina Modotti, Malcom Lowry, Ben Traven, Antonin Artaud, León Trotski, Natalia Ivánovna Sedova, Graham Greene, Augusto César Sandino, Arthur Cravan, Diego Rivera o Frida Kahlo.
Frida Kahlo en 1933. (Fotografía de Lucienne Bloch.)
Todas, vidas verdaderas; novela, el aquel de pespuntarlas en esa encrucijada convulsa de la historia que transitaron, hilos tramados en un tapiz palpitante. Copio un párrafo de la página 79 (las acotaciones entre corchetes son mías):
Han descubierto un cuarto de baño escondido en la casa azul de Frida Kahlo, al echar abajo una pared. [En esa casa, en Coyoacán, la pintora había acogido a Trotski y Natalia Sedova cuando llegaron a México el 9 de enero de 1937; la pintora y el revolucionario perseguido fueron amantes durante unas semanas] En 1955, un año después de la muerte de Frida y mientras la casa azul se convertía en santuario, en el Museo Casa Azul, Diego Rivera amontonó en ese cuarto de baño, antes de tapiarlo, diversos objetos que consideraba que no debían ser expuestos. Luego Diego murió, en 1957, y el asunto fue olvidado. [Frida conoció a Diego Rivera en casa de Tina Modotti en 1928 y se casaron al año siguiente; se divorciaron cuando Diego se lió con la hermana de Tina, pero se volvieron a casar dos años después] Allí se han encontrado montones de cajas llenas de correspondencia y fotografías, baúles y cientos de dibujos, faldas, una pierna artificial, un retrato de Stalin, una tortuga disecada, los corsés de cuero y de metal que Frida llevó tras su accidente de tranvía antes de terminar su vida en una silla de ruedas [el accidente ocurrió el 17 de septiembre de 1925: el pasamanos la empaló, le entró por un costado y le salió por la vagina, le partió la columna por tres sitios, las costillas y el fémur; Frida tenía 18 años], así como gran cantidad de envases de Demerol, para combatir los dolores, algunos llenos y otros ya empezados, de los que parece que ella hacía al mismo tiempo gran consumo y gran provisión.
La columna rota, 1944, de Frida Kahlo.
Frida Kahlo en la casa azul de Coyoacán `
en 1951. (Fotografía de Gisèle Freund.)
Al principio Kahlo fue una especie de hija para Diego [Frida era veinte años más joven que Rivera, cuando se casaron ella tenía 22 años y el 42], pero durante el segundo matrimonio (ella puso como condición para la nueva boda que no hubiera sexo entre ambos) los papeles se invirtieron y la declinante Frida se convirtió en su madre. Por ejemplo, a menudo ella bañaba con esponja a Rivera, el gigantón blanco y orondo chapoteando en la bañera y jugando con juguetitos flotantes que Frida le compraba; y al final, en la última agonía de Kahlo, cuando Diego, sesentón y enfermo de cáncer de pene (una especie de castigo bíblico al gran macho), volvía a casa después de una escapada de varios días, ella lo llamaba desde la cama: "Mi querido niño, ven aquí, ¿quieres una frutita?". Y él contestaba "chí" con voz y gesto de niño pequeño.
En 2006, Graciela Iturbide fotografió aquellas cosas arrumbadas en el baño de Frida Kahlo, Las fotografías, acompañadas por un texto de Mario Bellatin se publican dos años después bajo un doble título: El baño de Frida Kahlo. Demerol sin fecha de caducidad (el primero nombra las imágenes; el segundo -como rezaba la etiqueta de los envases almacenados del potente analgésico-, las palabras).
La mirada de Graciela Iturbide rescata los objetos del baño de Frida Kahlo y, esculpiendo sus formas con la luz, cobija la intimidad de un tormento y redime el sufrimiento que anidan y destilan, trasfigurando el trastero tapiado por Diego Rivera en un altar del dolor.