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11/6/09

La tierra


Esta al caer en las librerías Elogio de la distancia. Dos miradas a un territorio, el libro de la película de Julio Llamazares y Felipe Vega que ya comenté aquí hace un par de semanas con motivo de su estreno en una sala de Madrid. Estas líneas sólo aspiran a convertirse en una bienvenida y en una invitación a entrar en sus páginas. Si una película como Elogio de la distancia constituye una rara avis del cine español, aunque ya he señalado alguna vez que la historia de nuestro -mejor- cine no hay quien la entienda, pero aun así quién podía imaginar que la obra de Felipe Vega y Julio Llamazares podría germinar a partir de un encargo de un Plan de Dinamización Turística, pues bien no resulta menos infrecuente un libro como el que tenemos entre manos, uno de los mejores libros de cine que se hayan publicado -y editado- entre nosotros. Y como la película, un libro también para ver.

Elogio de la distancia. Dos miradas a un territorio se estructura en torno a una conversación y una galería de imágenes. Una conversación con los autores de la película acotada por Carlos Reviriego y una serie de bellas fotografías de Cecilia Orueta en los lugares donde se rodó la película. Entre ambos segmentos tres textos inusitados de otras tres personas claves en la película -el director de fotografía Alfonso Parra, la sonidista Eva Valiño y el montador Ángel Hernández Zoido- que aportan su mirada particular y esencial sobre la materia filmica. Un libro hecho, como la película, sin prisa y con primor. Un libro de cine -tampoco se desdeñan los aspectos técnicos y tecnológicos-, dije, pero sería mejor decir -o decir también- un libro sobre lo que hay antes y después el cine. Alguien dijo una vez que si amamos tanto el cine es porque amamos otras cosas mucho más que el cine. Pues del cine y de esas otras cosas habla este libro justo y necesario sobre las entrañas de una bella película.



"Una película inventada a partir de conversaciones sobre las imágenes que se aman (...) de un mapa de un territorio que hay que descubrir y cuatro cicerones en el curso de un año (...) El resto, lo que finalmente alcanza la pantalla, viene dado por el encuentro de la cámara con la realidad. (...) Diríamos que todo lo que acontece en Elogio de la distancia es materia viva, un presente continuado que registra sin retórica un mundo en desaparición."

"En verdad comparecen al menos tres grandes amores en esta película: el mundo rural, el cine y la literatura. (...) Elogio de la distancia es la película de un escritor y el libro de un cineasta. O mejor: es la película de un viajero que escribe y el libro de un cineasta que viaja."

Entresaco estos apuntes de Carlos Reviriego que no sólo acotan la conversación reposada con Felipe Vega y Julio Llamazares sino que señalan los motivos que ambos desarrollan en este libro, porque también Elogio de la distancia nace de la reflexión sobre la distancia justa con que contemplar las cosas y el mundo, con que la cámara cuida de las imágenes que se le ofrecen, sin traicionarlas, con amorosa mirada. Una conversación concebida como un viaje al corazón de la mirada sobre el territorio de A Fonsagrada, a las entrañas de una exploración y de un descubrimiento, hacia el despojamiento y la transparencia.



He de confesar cuánto me gustó leer lo que Felipe Vega descubrió mientras hacía Elogio de la distancia: "Cuando llevábamos rodado la mitad de la película me di cuenta que por fin estaba haciendo El río del olvido". Llevaba dentro el libro de Julio Llamazares desde hacía más de quince años, había acariciado el proyecto y la película nonata le siguió "trabajando" la sensibilidad todo este tiempo, y todo ese proceso de incubación cuajó en una película inesperada. Y me gustó saberlo porque El río del olvido está en el origen de uno de los más bellos y memorables viajes, río Curueño arriba hasta la Vegarada, que hayamos hecho, el último que hicimos con nuestro hijo adolescente, cuando ya presentíamos que el verano siguiente viajaría por su cuenta, con su gente. Un viaje que pertenece a la mitología familiar. El final de un tiempo y el final de un mundo. Un viaje que resuena en el cauce de otro. Cierro la digresión.

En la conversación con Julio Llamazares y Felipe Vega asistimos a la reconstrucción de un proceso en que fermenta algo así como la persistencia retiniana de las imágenes adheridas a la memoria del tiempo, una memoria que se activa con el viaje por la tierras de A Fonsagrada, y que cobra la forma de 'un guión en el aire' que no sólo preveía sino que profetizaba, que es la condición de la imaginación que funda una mirada sobre un territorio, por el que deviene paisaje -el paisaje es memoria, había escrito Julio Llamazares en El río del olvido, y Elogio de la distancia representa la construcción de un paisaje- y las presencias de quienes lo habitan, mitad memoria mitad sueño. Una mirada esculpida a base de paciencia y espera. Y respeto. Y disponibilidad que, como dice Felipe Vega, tantas veces se confunde con el azar. Así, el montaje supone un proceso de decantación de la materia del filme, la forma -resultante de un trabajo de depuración- en que el tiempo transcurre en la pantalla ante la mirada -constructora-del espectador.



En Pequeño elogio de la distancia, un haiku de paisajes a partir de descartes de la película, Felipe Vega colocó al principio esta frase de Cézanne: "La naturaleza, si se la respeta, siempre se las arregla para decir lo que significa". Un pensamiento que dice mucho acerca de la indagación en el territorio del documental -un género movedizo, vidrioso e inestable como pocos- que hay detrás de una película donde cabe hablar de afinidades -Flaherty, Rouch, Van der Keuken, Depardon- pero que cuesta definir. Quizá por eso constituyó una experiencia definitiva para sus autores:

"El cine no volverá a ser lo mismo para mí después de esta película" (Felipe Vega)

"A mí esta película me ha reconciliado con el mundo del cine" (Julio Llamazares)

Que hayan podido disfrutar del lujo de hacer una película en condiciones insólitas de ausencia de injerencias se debe a la naturaleza del encargo, o más bien, a la actitud de Mario Crecente, la persona de quien parte el encargo de Elogio de la distancia. Y sobre todo, varias veces insisten en ello Felipe Vega y Julio Llamazares, a un productor ejecutivo como Pepe Coira que entendió la película que querían hacer y siempre contaron con su apoyo y aliento. "Lo mejor que se puede decir de Pepe Coira es que no parece un productor", concluye Felipe Vega. Creo que lo mejor que se puede decir de Pepe Coira es que redime el oficio de productor. Y no digo más para no causarle incomodidades añadidos a estos elogios de los que, esta vez, soy apenas intermediario.



Por todo lo que llevo escrito, y por lo que ya escribí aquí y en algún otro medio, me he alegrado mucho cuando esta mañana leí la crítica que Carlos F. Heredero escribe sobre Elogio de la distancia en el número de junio de Cahiers du cinéma (España), un texto que hace justicia a una película que lo merece. Traigo aquí el último párrafo:

Hay mucho cine, y mucha sabiduría, dentro de esta humilde incursión fílmica capaz de "dar forma", de estilizar y de revelar la verdad interna de las personas y de los paisajes que filma su cámara.

No sé si el texto de Carlos F. Heredero conseguirá recuperar la película para las salas de cine o alentar su edición en dvd -que incluirá, imagino, el Pequeño elogio de la distancia-, quién sabe, mientras tanto aquí está el libro con las fotografías de Cecilia Orueta realizadas a lo largo de un año después del rodaje de la película, en los paisajes que habitó y rescató de la desaparición. Una mirada amorosa, traspasada por la melancolía, como tiempo suspendido en las últimas luces sobre la tierra.



(Las fotografías son, como cabe imaginar, de Cecilia Orueta)

24/5/09

La distancia



El próximo miércoles 27 de mayo se estrena en una sala de los cines Princesa de Madrid Eloxio da distancia, una película de Julio Llamazares y Felipe Vega que abrió el pasado OUFF (Ourense Film Festival), en noviembre de 2008. Se trata de una película documental de 90 minutos sobre unas gentes que habitan un territorio situado en el NE de Galicia que confina con las tierras de Asturias y León, o sea, sobre un paisaje que según Otero Pedrayo invita a experimentar la distancia. Eloxio da distancia representa una invitación a compartir esa experiencia. La experiencia de una escucha. La experiencia de una mirada.

Cinematografías como la gallega o la española -o casi cualquier cinematografía con escasas excepciones (Hollywood, Bollywood, Francia... y poco más)-propician cada cierto tiempo la irrupción de filmes atípicos, flores raras del jardín secreto de un cine inusitado, pongamos por caso El cielo gira (2004) de Mercedes Álvarez, filmes que trascienden la taxonomía documental/ficción -tan poco esclarecedora cuando un filme merece tal nombre- y que reclaman desde su condición insólita un lugar de interlocución sin prejuicios con el espectador. Eloxio da distancia ha encontrado su lugar en la pantalla de una sala de Madrid. No fue fácil. Tampoco será fácil que se prolongue si no encuentra la respuesta de los espectadores. Es más, probablemente la película se la juega el primer día. Si el próximo miércoles 27 el público responde al humilde reclamo de la película, habrá conquistado otro día más. Y así sucesivamente. Es injusto. Pero, lamentablemente, es así.

El paisaje y el cine tienen en común la mirada. Sin la mirada el paisaje sólo sería territorio. Sin la mirada el cine sólo sería un invento óptico para registrar imágenes en movimiento. Una mirada con la que embalsamar el tiempo que pasa. Esperar por el tiempo sin apurarlo, decía Mercedes Álvarez. El respeto por el tiempo del otro, un tiempo que no se puede violentar, la espera como actitud moral, apuntaba José Luís Guerín a propósito de Nanook de Robert Flaherty. Echando mano de las palabras de Gonzalo de Lucas a propósito de Ermanno Olmi (El árbol de los zuecos), un cineasta es como un campesino que siembra las cosas que ama -rostros, paisajes, objetos- y las envuelve en la piel del filme que las mantiene vivas y las preserva de la desaparición, de la muerte. He ahí el cuidado que han puesto Julio Llamazares y Felipe Vega en Eloxio da distancia. Como ese viejo herrero que conjura el fuego en el prólogo de la película, una obra preñada por el suspense de las preguntas primordiales: ¿qué se trae ese herrero entre manos?

El goce en la espera, el deleite en el silencio, la melancolía de los caminos, del viento en los árboles, del fluir del agua, de la niebla y de la nieve. La mirada se remansa en el campesino que siega la hierba, en los pasos en el bosque, en los viajes del cartero y de la veterinaria, en el curso de las cuatro estaciones. Es imposible que no percibamos en la textura fílmica el aroma de una despedida, la sombra inevitable que acecha en los bordes de cada plano, como un fuera de campo lírico y telúrico con un aquel testamentario. Cada mirada -cada plano, cada corte- deletrea un adiós. Contemplamos presencias que resisten, pero de una u otra forma cada momento de la película remite a una lúcida anticipación de la derrota que aguarda en la última revuelta del camino. Por eso tantas veces a lo largo del filme resulta inevitable recordar aquellas palabras de John Berger: "Imaginar que miles de años de cultura campesina no dejan ninguna herencia para el futuro, simplemente porque nunca tomó la forma de objetos perdurables; seguir manteniendo, como se mantuvo durante siglos, que es algo marginal a la civilización; todo eso es negar el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas. No se puede tachar una parte de la historia como quien traza una raya sobre una cuenta saldada".

Eloxio da distancia puede leerse -contemplarse- como una carta desde el futuro, pongamos que dentro de cincuenta o cien años, cuando las presencias con las que convivimos en el filme sean ya huellas de una ausencia, fantasmas o sombras de un mundo desaparecido. Así le gusta imaginarlo a Pepe Coira, uno de sus productores, o mejor, una de las almas del proyecto, que alentó y protegió la libertad de sus autores en todo momento. Cuando aquel futuro presentido llegue, Eloxio da distancia se leerá -y contemplará- en clave de elegía y los espectadores percibirán entonces la orfandad de un tiempo perdido.

Pero hoy podemos disfrutar de una hermosa película en la que late el paso del tiempo con un vívido sentido del lugar, a través de la elocuente caligrafía de luces y sombras, de caminos donde sopla el viento cuando quiere, de la intimidad de la mirada sobre un paisaje que conjuga las cuatro estaciones con los cuatro elementos, punteada con la música del birimbao. Eloxio da distancia: tiempo para pensar, dice uno de los personajes. La distancia.