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16/2/20

Los milagros de Rohmer



Si leyerais esta historia en un libro, pensaríais que
es un cuento de hadas, sin embargo es verdadera.
(Paulina en Cuento de invierno, de Shakespeare,
en Cuento de invierno, de Rohmer.)


El martes se cumplieron 10 años de la muerte de Rohmer. Durante mucho tiempo, su Cuento de invierno (1992) fue nuestro rohmer preferido.


Ahora, como poco, figura en nuestro altar mayor del cineasta, donde tiene también un lugar seguro El rayo verde (1986).


Cualquiera de ellas -mejor aun, las dos- podrían haber culminado los ecos del milagro de Ordet en el final de la última entrada.


Rohmer encontró el germen de los "Cuentos de las cuatro estaciones" en una producción de la BBC para televisión del Cuento de invierno de Shakespeare; en la emoción que experimentó en la escena donde Hermione, convertida en estatua, vuelve a la vida. Justo la escena que inspira su Cuento de invierno, la misma emoción que experimenta su protagonista, Félicie/Charlotte Véry, al contemplarla en el teatro.


Para Félicie, la obra de Shakespeare habla de ella, cuenta su propia vida, aquel Cuento de invierno la ve (como nos ven algunas películas) y, por eso mismo, la sobrecoge e ilumina, hasta alumbrarle las palabras con las que hablar de lo que arde en sus adentros, hilvanando con sus propias palabras pensamientos donde resuenan la apuesta de Pascal o la reminiscencia de Platón, aunque nunca -ni se le pasa por la cabeza- los haya leído, ella no es una chica de libros.


No sólo eso -o justo por eso-, Shakespeare fortalece la fe de Félicie en (la realidad ausente, como ella dice) de su amor. Porque siendo un cuento de invierno, el de Rohmer deviene el cuento de un verano que no acaba, aquel verano de cinco años antes -en el prólogo- que, para Félicie, no ha pasado ni pasará.


Aquel verano es su religión.


Una religión (con su aquel fanático, sobra decir) como la de Gertrud en la última película de Dreyer.


O la de Delphine/Marie Rivière en El rayo verde.


Por eso Rohmer quería a Marie Rivière en la escena del milagro de su Cuento de invierno. Aquí es Dora, una amiga de Charles/Frédérick van der Driessche (la realidad ausente del amor de Félicie) cuando, por así decir, resucitara en un autobús (Rohmer hace milagros, pero en prosa), como había profetizado el Cuento de invierno de Shakespeare.


Una Marie Rivière, doctorada en "apariciones" por El rayo verde, oficia aquí (en su única escena en la película) como testigo del milagro que vive Félicie con la aparición de Charles ante la mirada de Elise, la hija que concibieron aquel verano (otra niña que cree en los milagros, como Maren en Ordet), con esa bufanda roja que ponía la única nota de color vivo en Cuento de invierno, un cuento de navidad, de Rohmer.


O mejor, otro cuento de navidad, donde encontramos ecos de Mi noche con Maud (1969), de la serie "Seis cuentos morales", otro cuento de invierno, donde también viene a cuento Pascal y donde tampoco falta el verano, sólo que allí acontece en el epílogo.


Como un epílogo de El rayo verde podría verse el prólogo de Cuento de invierno, un final feliz de una historia de amor, que acaba con un final aun más feliz gracias al milagro que le depara la inquebrantable, profunda e inocente fe de Félice (la chica no se podía llamar de otra manera).


Claro que -los milagros de Rohmer tienen su lado oscuro- podemos preguntarnos cómo sobrevive el amor después del cuento de hadas, en el despeñadero de la vida cotidiana. Pero un milagro así es otra historia.