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17/5/20

Un cinéfilo habanero


Hacia finales del año pasado me enteré, gracias a un tuit de Roger Koza, de la publicación de El fantasma material, de Gilberto Pérez, publicado por Los Ríos, la editorial argentina de Córdoba. Ya quisiera uno haberlo podido leer en inglés hace como veinte años.


Durante el mes de enero traté de conseguir la edición de Los Ríos en un par de librerías. Esperé semanas y no hubo noticias. El 20 de marzo lo pedí a través de una web (sin gastos de envío). Y esperé. A finales de marzo llegó la noticia de que el proveedor argentino aceptaba el pedido. Y esperé. A finales de abril supe que el libro estaba viajando. Y esperé. Una semana después imaginaba que cruzaba el Atlántico en bergantín o goleta. Llegó el jueves.


Hasta el jueves sólo había leído algunos textos de Gilberto Pérez, pongamos por caso El puente y la balada, sobre Toni (1935), de Renoir. Desde el jueves tengo El fantasma material como libro de cabecera. Hay que leerlo -y disfrutarlo- despacio, recordando las imágenes que evoca, y aun volviendo a ver aquella escena de El intendente Sansho o de Carta de una desconocida o de El navegante o de Tabú o de La regla del juego... que acaba de comentar en esta, esa o aquella página. Gilberto Pérez deambula por el cine como por su barrio y visita la casa de Murnau o se detiene en un pasaje entre Buster Keaton y John Ford, y más allá entre Griffith y Eisenstein o al doblar una esquina donde Renoir se encuentra con Brecht. De momento sólo leí 200 y pico páginas de las más de 500 que agavilla El fantasma material (traducido por Luciana Borrini), pero en lo que llevo leído ya encontré algunas de las más espléndida e iluminadoras páginas que haya leído nunca sobre el cine Buster Keaton (el capítulo 3, El equilibrista desconcertado) y sobre el Nosferatu de Murnau (el capítulo 4, El mortal espacio intermedio).


Espigo apenas un par de citas del libro con ecos del título:
El proyector, la linterna mágica, anima los rastros de luz con su propia luz, le da a las impresiones de la vida una nueva vida en la pantalla. Las imágenes de la pantalla conservan algo del mundo, algo material y, no obstante, es algo transferido, transformado en otro mundo: el fantasma material. De ahí la peculiar cercanía a la realidad y la no menos peculiar suspensión de la realidad, la unión del mundo real y ese otro mundo característico de la imagen cinematográfica. (págs. 46-47)
El poder evocador del cine de Keaton surge en gran medida de la forma en la que combina (...) lo real y lo espectral, la realidad y una sensación de extrañeza propia de los sueños; el costado onírico de sus composiciones hacía que todo fuera más cautivador por estar materializado de una forma tan convincente. Para Keaton el mundo era ya un lugar real e irreal a la vez, y adoptó el cine por ser un medio real e irreal: el fantasma material. (pág. 146)

Al cine le gusta que se hable de él, decía Antoine de Baecque y le gustaba citar a Bénard da Costa. Al cine no sólo le gusta que se lo palabree, lo necesita. Las palabras que lo nombran, las historias que lo cuentan, las discusiones que lo hacen revivir, modelan su verdadera existencia. Cada remembranza deviene un don para una película: su verdadero valor. Todo eso depara la escritura de Gilberto Pérez en El fantasma material, donde conjuga  devoción y reflexión, pasión e iluminación, gracia y elocuencia. Y un amor al cine que germinó en la infancia, como evoca en las primeras líneas del libro:
La Habana donde crecí era una gran ciudad para ir al cine. Era la La Habana de los años 50, durante la dictadura de Batista, por eso no era la mejor época. Pero era un buen momento y lugar para que un chico empezara a ir regularmente al cine. En las pantallas de mi ciudad se exhibían películas de todo el mundo: todas las películas de Hollywood y, además, muchas películas de Italia y Francia y Rusia, de México y España y América del Sur, de India y Japón y Escandinavia, y no sólo algunas películas para entendidos. Mi cine preferido, el Capri, tenía regularmente un programa internacional de películas, de modo que en una misma programación podía ver El cuentero [Il bidone] (Fellini, 1955) y Casta de malditos [The Killing] (Kubrick, 1956), o El oro de Nápoles (De Sica, 1954) y Un americano en París (Minnelli, 1951), o Madame de... (Ophüls, 1953) y Ensayo de un crimen (Buñuel, 1955).
El fantasma material puede leerse como la carta de amor al cine de Gilberto Pérez, un cinéfilo habanero.

29/3/20

Ven y mira (Josef Fenneker)


Hace unos cuantos años que no dedicaba un domingo a los carteles de cine. Una lástima. porque el archivo va medrando y sólo uno le pone los ojos encima de vez en cuando. A ver si esta vez sí recupero la serie mensual donde ya celebramos la obra de los cartelistas polacos -y en particular la de Waldemar Swierzy-, de los rusos Vladimir y Georgii Stenberg, de los italianos Anselmo Ballester y Luigi Martinati, de los franceses René Péron y Boris Grinsson, de nuestros Macario GómezIván Zulueta, de Saul Bass y Satyajit Ray, y los carteles dedicados a King Kong, In a Lonely Place o a las películas que hicieron juntos Anna Karina y Godard. De vuelta entonces con los ven y mira os dejo algunas obras de Josef Fenneker (1895-1956), pintor, diseñador gráfico y escenógrafo, uno de los grandes cartelistas de la República de Weimar, sobre todo desde 1918 y durante los primeros años veinte cuando trabajó para el cine Marmorhaus, en la Kurfürstendamm de Berlín, por entonces el más importante cine de estreno de la capital.

Cine Marmorhaus en 1952.

En los carteles de Fenneker se respira la atmósfera del expresionismo alemán, un cine estudiado por Lotte Eisner en La pantalla demoníaca (un libro publicado en 1952 en París, donde trabajaba en la Cinemateca Francesa, que contribuyó a fundar), centrado en las formas y rasgos estilísticos de los filmes; y por Siegfried Kracauer en De Caligari a Hitler (un libro alentado y amparado por Iris Barry, directora de la Filmoteca del MoMa de Nueva York), orientado hacia el estudio de la mentalidad reflejada -y/destilado- en las películas (espejo de la sociedad), dos estudios ya clásicos marcados por el exilio de sus autores.

Der Totentanz (Otto Rippert, 1919).

Otra versión del cartel de Der Totentanz.

Die Prostitution, 1. Teil - Das gelbe Haus 
(Richard Oswald, 1919)

Genuine (Robert Wiene, 1920)

Das Frauenhaus von Brescia 
(Hubert Moest, 1920)

Kri-Kri, die Herzogin von Tarabac (Friedrich Zelnik, 1920)

Der Januskopf (F. W. Murnau, 1920)

Drei Nächte (Carl Boese, 1920)

Die Tragödie eines Großen (Arthur Günsburg,1920)

Anna Karenina (Friedrich Zelnik, 1920)

Das neue Paradies (Wily Zeyn, 1921)

Lady Hamilton (Richard Oswald, 1921)

Der unsichtbare Dieb, también titulada
Der Mann im Schrank (Gernot Bock-Stieber, 1921)

Der Teufel Unde Die Circe (Adolf Gärtner, 1921)

Fasching (Friedrich Zelnik, 1921)

Das Geheimnis von Bombay (Artur Holz, 1921)

Ehrenschuld (Paul L. Stein, 1921)

Der Tanz um Liebe und Glück (Willy Zeyn, 1921)

Die Welt ohne Liebe (Fred Sauer, 1921)

Entgleist (William Karfiol, 1921)

Die Geliebte des Grafen Varenne (Friedrich Zelnik, 1921)

Kämpfende Herzentitulada también Die Vier um die Frau 
(Fritz Lang, 1921)

Die Intrigen der Madame de la Pommeraye 
( Fritz Wendhausen, 1922)

Die Kreutzer Sonate (Rolf Petersen, 1922)

Der brennende Acker (F. W. Murnau, 1922)

Die Liebe einer Königin 
(Ludwig Wolff, 1923)

Luxusweibchen (Erich Schönfelder, 1925)

Lotte Eisner traza en un párrafo del primer capítulo de La pantalla demoníaca el marco histórico que encuadra y el sustrato imaginario que nutre las formas fílmicas del expresionismo:
Misticismo y magia, fuerzas oscuras a las que los alemanes se han entregado con complacencia en todo momento, había florecido ante la muerte en los campos de batalla. Las hecatombes de jóvenes a los que se les ha arrebatado la vida precozmente parecían alimentar la nostalgia de los supervivientes. Y los fantasmas que ya habían poblado el romanticismo alemán, revivían como las sombras del Hades cuando han bebido sangre.
Según Kracauer, el (pintor, poeta, cineasta) expresionista quiere despojar a la realidad presente de su poder, arrancándole la máscara para verla como realmente es:
una engañosa vivencia sombría, un caos sin alma, sin sentido.
Los carteles de Fenneker iluminan un mundo preñado de sombras, una fantasmagoría nocturna (en palabras de Kracauer) que encontró cobijo en el cine alemán de los veinte, contagiará la atmósfera de algunos de los mejores filmes de Renoir y Carné en los treinta y encontrará ecos fértiles en el noir de los cuarenta.

3/11/19

La causa de un libro y el libro de una causa



Para Carmen y Roberto.


En los años 50, los críticos (y futuros cineastas) de Cahiers du cinéma enarbolaron la bandera de Hitchcok, quizá fue su gran causa. En 1957, Éric Rohmer y Claude Chabrol publican Hitchcok, el primer libro del mundo consagrado al cineasta cuando aún no había rodado Vértigo, Con la muerte en los talones o Psicosis, por mencionar sólo tres obras emblemáticas de su filmografía; Falso culpable (1956) es la última de las películas de Hitchcock que llegan a comentar en el libro. Para Chabrol y Rohmer, el director de La ventana indiscreta era mucho más que el "maestro del suspense" o un director con gran éxito de público...
es uno de los más grandes inventores de formas de toda la historia del cine. Tal vez sólo Murnau y Eisenstein pueden resistir con él la comparación en este punto.
Así, el objetivo de su libro se cifraba en (de)mostrar cómo a partir de esas formas y del rigor de su construcción, Hitchcock creaba todo un universo moral.


Para Truffaut, el más joven (¿y el más combativo?) de los cahieristas, Hitchcock representaba el emblema del director-autor y, en esa medida, una figura central y ejemplar de lo que se dio en llamar cine de autor. Durante los años 50, Truffaut le dedicó veintisiete artículos. En el que escribe en 1954 sobre La ventana indiscreta (incluido en Las películas de mi vida) describe la obra maestra de Hitchcock -donde se revela una idea del mundo que roza la misantropía- de forma desoladora:
es el filme sobre la indiscreción, sobre la intimidad violada y sorprendida en sus momentos más miserables, el filme sobre la felicidad imposible, sobre la ropa sucia lavada en el patio, el filme sobre la soledad moral, una extraordinaria sinfonía de la vida cotidiana y de los sueños arruinados.
Fotograma de La ventana indiscreta.

Por cierto, un párrafo amputado en la primera edición española de Las películas de mi vida en 1976. Truffaut remata su artículo con estas líneas:
Para iluminar La ventana indiscreta sugiero esta parábola: el patio es el mundo, el reportero-fotógrafo es el cineasta, los prismáticos representan la cámara y sus objetivos. ¿Y Hitchcock? Es el hombre por el que amamos ser odiados.
En la mencionada edición española, la última frase reza así: [Hitchcock] Es un hombre al que le gusta saberse odiado. Hay que ver, lo que hay/hubo que leer. Hace cuatro años encontré una elegante edición en portugués de Las películas de mi vida (muy bien traducido por Luís Lima) obra de la editorial Orpheu Negro.


Durante el invierno de 1955, Hitchcock trabaja en la postsincronización de Atrapa a un ladrón en unos estudios de Joinville, adonde Truffaut y Chabrol acuden a entrevistarlo armados con un magnetofón, allí tiene lugar el primer encuentro cara cara de los cahieristas con Hitchcock.

Fotograma de Atrapa a un ladrón.

Siete años después, en abril de 1962, Truffaut se encuentra en Nueva York promocionando su tercer largometraje, Jules et Jim, y empieza a hartarse de que los periodistas le pregunten una y otra vez por qué los cahieristas se tomaban tan en serio a Hitchcock. Y eso no fue lo peor: durante una comida con críticos de cine, y después de que Truffaut se despache durante una hora palabreando maravillas sobre La ventana indiscreta, uno de aquellos señores, condescendiente, le dice que, claro, le gusta la película porque, no siendo de Nueva York, no conoce bien Greenwich Village. Ante semejante estupidez, la respuesta de Truffaut  sobreviene demoledora:
La ventana indiscreta no es una película sobre la ciudad, sino, sencillamente, una película sobre el cine, y yo conozco el cine.
Fotogramas de La ventana indiscreta.

El caso es que el director de Jules et Jim, turulato y cabreado a partes iguales ante aquella pasmosa ignorancia crítica sobre la obra de Hitchcock, concibe la idea de producir un libro de entrevistas con el maestro; su objetivo, cambiar la percepción de los norteamericanos sobre sus películas. Planea la producción con su amiga Helen Scott con el objetivo de publicar el libro simultáneamente en Francia y en EEUU; ella buscará un editor en Nueva York y él en París. Y digo producir un libro, porque Truffaut va a dedicar tantos desvelos a su hitchbook como a cualquiera de sus películas.

Fotograma de Enviado especial.

Truffaut conoció a Helen Scott dos años antes, nada más llegar a Nueva York para recoger el premio de los críticos a la Mejor Película Extranjera por Los cuatrocientos golpes. Era la encargada de relaciones con la prensa del French Film Office y se dedicaba con fervor a la promoción del nuevo cine francés. Militante comunista, había colaborado con la Resistencia francesa durante la 2ª guerra mundial y le fue concedida la medalla de la Francia libre. Durante los años 50 fue incluida en la lista negra por actividades antiamericanas. Helen Scott traba enseguida amistad con Truffaut y se convierte en su confidente, corresponsal y cómplice de por vida.

Fotograma de Encadenados.

En junio de 1962 el plan del hitchbook se pone en marcha. Triffaut le escribe una carta a Hitchcock donde le explica el proyecto y le habla de Helen Scott, que ejercerá de traductora durante las entrevistas (Truffaut no habla inglés y Hitchock sólo entendía el francés). La carta acaba con un homenaje al maestro:
Todo el conjunto iría precedido de un texto que yo escribiría y cuyo espíritu puede resumirse así: si, de la noche a la mañana, el cine tuviera que prescindir de todo tipo de banda sonora y volver a ser un arte mudo, muchos directores se verían abocados al paro, pero entre los supervivientes se encontraría Alfred Hitchcock, y todos se darían cuenta al fin de que es el mejor director del mundo.
Hitchcock no tarda en mandarle un extenso telegrama en francés que empezaba así:
Querido señor Truffaut, su carta ha hecho que se me salten las lágrimas, no sabe cuánto le agradezco su homenaje.
Luego le explicaba que estaba rodando Los pájaros, pero al terminar el montaje se pondría en contacto con él para concretar un encuentro en agosto.

Fotograma de Los pájaros.

Truffaut se encierra con toda la documentación que reunió, mientras Helen Scott, en Nueva York, va acopiando artículos sobre y entrevistas con Hitchcock (como las aún manuscritas de Peter Bogdanovich) y le resume en francés el material para su amigo, quien además le encarga la elección del magnetofón más apropiado para grabar las entrevistas, teniendo en cuenta -como le señala en una carta fechada el 20 de junio- que tiene que poderse grabar durante mucho tiempo sin cambiar la cinta. A mediados de julio Truffaut viaja a Bruselas, donde el director de la Cinemateca belga, Jacques Ledoux, le organiza durante tres días las proyecciones de las películas inglesas de Hitchcock y, de vuelta en París, aprovecha los reestrenos estivales de Extraños en un tren, Yo confieso, La ventana indiscreta y La soga.

Fotograma de Extraños en un tren.

Entonces prepara un minucioso cuestionario para cada película en torno a cuatro centros de interés: orígenes del proyecto, desarrollo del guión, puesta en escena y valoración del cineasta sobre el resultado final. La cuidadosa preparación del hitchbook tiene como fin -le explica a su amiga en la carta del 20 de junio- poder hacer un retrato exacto de una de las más hermosas y más completas carreras de un director de cine. Digamos que Truffaut procuraba una reivindicación definitiva del genio de Hitchcock y, de paso (por qué no), vengar la ceguera crítica dominante en EEUU sobre su obra. Pero también algo más decisivo y, a la vez, más íntimo:
Este libro sobre Hitchcock sólo es un pretexto para ilustrarme. Me gustaría que todos los que se dedican al cine aprendieran algo de él y también todos aquéllos que aspiran a hacer cine algún día.
He ahí el propósito pedagógico del hitchbook. Sobra decir que se cumplió y aun desbordó el deseo de Truffaut. No sólo los que se dedicaron -o quisieron dedicarse- al cine, también aquellos cinéfilos que querían/quieren ver más en (ver mejor) las películas encontraron/encuentran en el hitchbook un texto (didáctico) cardinal.

Fotograma de La sombra de una duda.

El 9 de agosto de 1962, Truffaut recibe el ansiado telegrama de Hitchcock:
¿Pueden usted y miss Helen venir a Beverly Hills para empezar a trabajar el lunes 13 de agosto? Tendrán unas reservas en el Beverly Hills Hotel. Si están ustedes de acuerdo, podríamos trabajar toda la semana.
Truffaut y Helen Scott aterrizan en Los Ángeles el 13 de agosto. Hitchcock cumple 63 años. La entrevista se desarrolla en el curso de seis días desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde y ni siquiera se interrumpía durante las comidas. Cada mañana Hitchcock les manda un coche al hotel en Sunset Boulevard para recogerlos y llevarlos a un despacho en el bungalow 142 de la Universal. Muy pronto, gracias a la mediación crucial de Helen Scott, la entrevista deviene una conversación apasionada entre los cineastas sobre el asunto que más les interesa en el mundo.

Truffaut, Hitchcok y Helen Scott.
(Fotografía de Philippe Halsman.)

Hitchcock se deleitaba pespuntando las sesiones con toda suerte de anécdotas, cotilleos y bromas que divertían mucho a una mujer alegre y con gran sentido del humor como Helen Scott, pero no tanto a Truffaut que, además de no hablar inglés y perder el sentido de algunos chistes por buena que fuera la traducción de su amiga, quería aprovechar cada minuto para hablar de lo que había que hablar. Helen Scott recordaba que Hitchcock interrumpía constantemente la grabación para contarles una versión muy lasciva del cuento de Cenicienta  o alguna maldad sobre algún ex-colaborador suyo. Con todo, Truffaut vio colmada sus expectativas: Hitchcock disfrutaba al comentar cada detalle técnico o decisión de puesta en escena que le proponía, conjugando precisión, humor y ánimo jovial.

Truffaut y Hitchcock-
(Fotografía de Philippe Halsman.)

De vuelta en París, Truffaut le escribe una carta a Helen Scott el 24 de agosto; ya siente nostalgia de la semana que pasaron en Hollywood, donde cumplió un viejo sueño: hablar de cine con Hitchcock hasta saciarme, y le ruega:
No me deje tirado porque estaría perdido. Si no la tuviera a mi lado, nunca me habría planteado ni me habría atrevido a poner en marcha ni la mitad de mis actividades en EEUU ni, sobre todo, el libro sobre Hitchcock.

Aquella semana en Hollywood anuda más estrechamente la amistad de Truffaut y Helen Scott, y fortalece su complicidad. En adelante ella va a ser una íntima colaboradora del cineasta. Desde luego el hitchbook habría sido imposible sin Helen Scott, y Truffaut le reservó, además de un dinero a cuenta por la editorial Simon and Schuster, el 10% de los derechos de autor, y en la portada del libro se acreditará así la autoría: François Truffaut (con la colaboración de Helen Scott). O así, en la edición definitiva en tapa dura:

CON LA COLABORACIÓN DE HELEN SCOTT
HITCHCOCK/TRUFFAUT

Pero aún faltaban años para el libro. La transcripción de las cincuenta horas grabadas lleva mucho más tiempo del previsto y no digamos la versión definitiva del texto en francés, todo ello mientras trabaja en el guión de Farenheit 451. A mediados de julio de 1963 le escribe a Helen Scott a propósito de la versión inglesa:
En conjunto, procuro mantener el tono normal de una conversación, evitando el estilo académico. Le ruego que haga su trabajo de traducción con la misma ligereza, aunque tenga que conservar expresiones familiares o incluso groseras. Donde únicamente debe usted ser meticulosa es en los pasajes puramente técnicos (en realidad escasos) para lo que necesitará la ayuda de un cineasta como Arthur Penn o, mejor aún, de alguien que sea bilingüe como Sidney Lumet, que estarán deseando echarnos una mano.
Fotograma de Crimen perfecto.

Como el plan de producción de Farenheit 451 se retrasa, se embarca en una película rápida, La piel suave. Hacia finales del verano, pueden dar por finalizada la doble transcripción de la entrevista con Hitchcock. Pero el alivio se conjuga con la desazón. Truffaut le escribe a su amiga el 9 de septiembre (y aprovecha para mandarle el guión de La piel suave):
Mi sueño sería que este libro no saliera jamás y que cada año usted y yo nos pasáramos un mes actualizándolo, completándolo con nuevas preguntas y nuevas "charlas" con el maestro, o sea, unas cuantas semanas de vacaciones en Hollywood al año.
Fotograma de Yo confieso.

Aún quedaba mucho trabajo por delante, por ejemplo, seleccionar todo el material visual que ilustraría las distintas secuencias evocadas por Hitchcock en la conversación. Truffaut se pone en contacto con las distribuidoras, consulta los archivos de las filmotecas, pide en préstamo copias de las películas para conseguir imágenes concretas. A primeros de marzo de 1964 (en la fase final del montaje de La piel suave, necesita una copia lista en mayo para presentarla en Cannes) pasa tres días encerrado en un laboratorio fotográfico del British Film Institute revisando catorce viejas copias de películas inglesas para elegir los fotogramas que necesita. Como en Farenheit 451, Truffaut se estaba convirtiendo en un hombre-libro. El hombre-hitchbook.

Fotogramas de 39 escalones.

A finales de marzo viaja a Nueva York y trabaja con Helen Scott en las dos versiones de la conversación con el maestro. Como ya van con retraso, procuran afinar sendos textos al máximo. También se reúne varias veces con Robert Benton y David Newman para comentar el guión de Bonnie and Clyde: los guionistas quieren que Truffaut dirija la película.  Finalmente renuncia al proyecto americano cuando parece cobrar impulso Farenheit 451 pero será un proceso arduo, salvando un obstáculo tras otro y sorteando sucesivos desastres.


Fotograma de Vértigo.

Durante el mes de mayo de 1965 trabaja en el prólogo del hitchbook, que le resulta espantosamente difícil de hacer, tratándose de un libro dirigido a críticos y cinéfilos pero también a un público más amplio, tanto en Francia como en EEUU. A mediados de agosto, Hitchcock recibe la copia de la conversación en inglés mientras prepara Cortina rasgada. Truffaut, aun atareado en la peliaguda preparación de Farenheit 451, ha contratado como ayudante personal a Helen Scott. No sé ella, pero él debió morderse las uñas durante los dos meses que el maestro tardó en contestar.

Fotograma de Psicosis.

El 20 de octubre recibe una carta de Hitchcock que, maestro del suspense al fin y al cabo, se entretiene en detalles sobre su nueva película, el armazón de la trama, el casting... para rematar con una frase sucinta sobre el libro: Has hecho un trabajo maravilloso. Bastaría con dos o tres cambios para no incomodar a nadie. Todo va bien. No es completamente sincero pero, sin duda, le está agradecido. Más adelante, cuando dispone de las pruebas del libro, Truffaut se entera de que Hitchcock no quedó del todo contento con el texto en inglés, porque el estilo de la conversación no le parece lo bastante coloquial. Cabe imaginar que lamentó el retraso con el libro cuando ese año aparece otro, importante, que reivindica también el cine del maestro: Hitchcock's Films, de Robin Wood.


Fotograma de Atormentada.

Truffaut llega agotado al comienzo del rodaje de Farenheit 451 a mediados de enero de 1966 y el diario del cineasta documenta que no fue precisamente un camino de rosas. A finales de julio, Hitchcock, Truffaut y Helen Scott se reúnen en el Hotel Claridge  de Londres para una última conversación centrada en Marnie la ladrona y Cortina rasgada, y le ponen el punto final al hitchbook. En agosto, Truffaut pone en manos del editor Robert Laffont un voluminoso manuscrito de setecientos cincuenta folios y trescientas imágenes que lleva por título (traducido) El cine según Hitchcock. Truffaut se puso muy terco para que Laffont transigiera en editar el libro en gran formato y tapa dura, tal como llega a las librerías en octubre, un mes después del estreno de Farenheit 451.


La edición americana en Simon and Schuster se retrasa hasta noviembre de 1967; quizá Truffaut se viera compensado en cuanto al diseño (a mí me gusta bastante más), pero sobre todo porque aquella conversación cifró el comienzo de un hermosa amistad con su admirado maestro, que muere en 1980.


Tres años después de su muerte, Truffaut se ocupa de completar el libro donde faltan las tres últimas películas de Hitchcock que integrarán el decimosexto capítulo. A principios de septiembre le diagnostican un tumor maligno en la parte frontal derecha del cerebro. La edición definitiva se publica en noviembre de 1983. Será su última obra. Muere el 21 de octubre de 1984 a los 52 años. Quiso ser enterrado en el cementerio de Montmartre. Helen Scott murió tres años después; su tumba, queda a dos pasos de su amado Truffaut.


En 2015 se estrenó Hitchcock/Truffaut, una película de Kent Jones a propósito del libro de Truffaut sobre Hitchcock y de las sesiones de la entrevista que lo propició. En la película participan Martin Scorsese, Peter Bogdanovich, Arnaud Desplechin, Paul Schrader, Wes Anderson, James Gray, Kiyoshi Kurosawa, Richard Linklater, David Fincher y Olivier Assayas. Creo que no me olvido de ninguno. Pues bien, quizá lo más valioso de la película de Kent Jones radica en el testimonio de ardiente admiración de los cineastas por Hitchcock, que germinó y/o se nutrió en gran medida gracias a la temprana lectura -y sucesivas relecturas- del libro de Truffaut. David Fincher le confesó a Kent Jones que sólo lo había leído... doscientas veces.

Truffaut y Hitchcock.
(Fotografía de Philippe Halsman.)

Nunca un libro hizo tanto por la causa de un cineasta como el de Truffaut por Hitchcock.