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10/2/19

Caminos de cabras


La memoria, un cesto de cerezas. Tiras de una y vienen otras detrás sin remedio. Fue recordar la semana pasada horas dichosas en la librería Dau al Set (donde encontré el Diario de cine de Jonas Mekas), y la memoria acarreó un revoltijo de aquel 1977, el año de la mili en Valencia: la revista Ajoblanco, los Grundisse de Marx (los borradores de El capital, en tres volúmenes editados por siglo XXI, que estudiamos con dedicación y discutimos con pasión militante), las novelas de Hammet y Chandler (que acompañaron también los viajes en tren, de permiso), Planeta prohibido (proyectada en 16 mm en un bar), la revista Teoría y Práctica (dirigida por Ignacio Fernández de Castro y Carmen Elejabeitia), El acorazado Potemkin (lástima no recordar el nombre de aquel cine), la Justine de Durrell, las revistas de comics Totem y Star, el jazz en el Tres tristes tigres en el barrio del Carmen, Más allá del bien y del mal de Liliana Cavani...

Liliana Cavani con Erland Josephson/Nietzsche, 
Dominique Sanda/Lou Salomé y Robert Powell/Paul Rée 
en el rodaje de Al di là del bene e del male.
(Fotografía de Mario Tursi.)

Más allá del bien y del mal era el único libro de Nietzsche que había leído, justo por entonces (y allí se quedó, con sus notas y subrayados; tuve que comprarlo otra vez meses después, y volví a subrayar aquella línea: Todo lo que es profundo ama la máscara). De la película de Liliana Cavani, en torno al triángulo de Paul Rée, Nietzsche y Lou Salomé, apenas queda alguna escena borrosa pero sí una imagen imborrable: por más que haya visto algunas fotografías de Lou Salomé, para mí (y no seré el único) siempre tendrá los rasgos de Dominique Sanda, una actriz que Bresson había revelado en La femme douce (1969), una película admirable que aún tardé muchos años en ponerle los ojos encima.


Nietzsche se encuentra por primera vez con Lou Salomé en un confesionario de una capilla lateral de la basílica de San Pedro en Roma, a finales de abril de 1882. Ella había cumplido 21 años; él, todavía no los 38. Uno y otra tenían muchas ganas de conocerse. A uno y otra les había había hablado de la una y del otro el amigo común Paul Rée, quien acostumbraba a  trabajar en aquel confesionario, donde pasaba muchas horas con Lou y escribía un libro para demostrar que Dios no existe. En cuanto la ve, Nietzsche le suelta con un aquel de adorno escénico:
¿Desde qué estrellas hemos venido a encontrarnos aquí? 
Aquella relación -trinidad, le decía el autor de Más allá del bien y del mal- acabó unos meses después como el rosario de la aurora. Triángulos así no se mantienen equiláteros mucho tiempo, enseguida se vuelven isósceles o rectángulos  y hasta escalenos, y en el vértice más apartado hace mucho frío. A Lou Salomé le habría gustado vivir con ellos en una casa con dormitorios separados con una sala de trabajo en medio, para estudiar, escribir y conversar. Libre de ataduras amorosas en una fraternidad filosófica. Un proyecto compartido por Paul Rée y Nietzsche. (Uno y otro no tardaron en pedirle matrimonio, con la excusa de mantener las apariencias; ella desdeñaba guardar las formas y rechazó las proposiciones.) Para celebrar la trinidad, Nietzsche sugirió hacerse una fotografía en el estudio de Jules Bonnet, en Lucerna, con su famosa puesta en escena:


Lou Salomé y Nietzsche pasaron juntos buena parte de agosto en Tautenburg, cerca de Jena, en Turingia. Él quizá vivió aquel verano sus últimos días felices. El 18 de agosto Lou Salomé le escribe a Paul Rée:
Puede decirse que desde hace quince días conversamos a muerte, y cosa extraña, soporta muy bien perder diez horas al día en charlas. Absortos en nuestras discusiones, llegamos sin darnos cuenta al borde de abismos, a lugares hasta los que no se sube sino para sondear las profundidades con la mirada. Tomamos siempre caminos de cabras, quien escuchara nuestras reflexiones creería oír a dos diablos.
Dos días después otra ocasión de contento para Nietzsche: llega a las librerías La gaya ciencia, un título traducido también como El gay saber o como La ciencia jovial, y muy bien podría traducirse como "El jubiloso saber", la gaya scienza, la ciencia alegre de los trovadores provenzales, la poesía del cantor como espíritu libre, a menudo como espíritu burlón; una obra, por así decir, sintonizada con la Carmen, de Bizet, que lo había enamorado en Génova a finales de noviembre de 1881 (hasta le parecía estar escuchando la novela de Mérimée, a quien consideraba un maestro de la prosa), una de esas buenas cosas que eran una medicina para él, enamorado del jubiloso saber:
Y el conocimiento mismo, aunque para otros sea una cosa diferente, por ejemplo, un lecho o el camino hacia un lecho, o una distracción, o una holgazanería, para mí es un camino de peligros y victorias, en el que también los sentimientos heroicos tienen su lugar de danza y recreo. ¡"La vida un medio de conocimiento", llevando este principio en el corazón es posible vivir no sólo con valentía, sino también con alegría, e igualmente reír con alborozo!
Cómo resuena este camino de peligros en los caminos de cabras. Nietzsche no sólo conversaba con Lou, también escribía para ella diversos apuntes reunidos en los Fragmentos póstumos como Notas de Tautenburg para Lou Salomé. El 24 de agosto, casi al final de aquellos días encantados, Nietzsche compone a partir de una de esas notas (donde resuenan secciones de La gaya ciencia) un decálogo titulado Para la teoría del estilo y se lo manda a Lou por carta, aunque viven en la misma casa:
1. Ante todo es necesaria la vida: el estilo debe vivir.
2. El estilo debe adecuarse a ti en relación a una persona muy determinada, a la que quieres comunicar algo. (Ley de la doble relación.)
3. Antes de escribir hay que saber con exactitud: «de este modo y de este otro yo diría y expondría esto». El escribir debe ser una imitación.
4. Puesto que le faltan muchos de los medios que están a disposición del que habla, quien escribe debe tener como modelo una manera muy expresiva de decir las cosas: la imitación de este modelo, la página escrita, saldrá de todos modos mucho más desvaída.
5. La riqueza de vida se revela en la riqueza de gestos. Hay que aprender a sentir todo como un gesto: la largura o brevedad de las frases, la puntuación, la elección de las palabras, las pausas, la sucesión de los argumentos.
6. ¡Cuidado con el período! Sólo las personas que también al hablar tienen un largo aliento tienen el derecho al período. Para la mayoría el período es afectación.
7. El estilo debe demostrar que uno cree en los propios pensamientos, y que uno no sólo los piensa, sino que además los siente
8. Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más falta hace ante todo que los sentidos sean seducidos por ella. 
 9. El tacto del buen prosista en la elección de los medios consiste en acercarse al límite de la poesía sin traspasarlo nunca.
10. No es cortés ni inteligente anticipar las más simples objeciones del propio lector. Es muy cortés y muy inteligente dejar que nuestro lector exprese por sí mismo la quintaesencia de nuestra sabiduría.
¡Buenos días, mi querida Lou! 
Quiero amparar en este espléndido decálogo la redención de cualquier ruindad que, a no tardar y de mala manera, acabó por dañar -y aun arruinar- aquella amistad.


No volví a ver Más allá del bien y del mal. Eso sí, le agradezco a Liliana Cavani haberme descubierto a Lou Salomé (y con los rasgos de Dominique Sanda, cabe añadir). La semana pasada vi Lou Andreas-Salomé, The Audacity to be Free (2016), de Cordula Kablitz-Post, un biopic donde también se cuenta el episodio de la trinidad (también las relaciones de la escritora con Rilke y Freud). Ya empecé a olvidarla.


Las dos películas rehuyen el hilo cardinal de la relación de Lou Salomé y Nietzsche, esa conversación a muerte, como ella la definía. Probablemente porque las directoras (o quienes llevaran las riendas en cada producción) consideraron que el pensamiento no se mueve lo suficiente o que una conversación no resulta ni dramática ni "cinematográfica" y sí los asuntos de cama (sexo, celos y demás) que finalmente estragaron la fraternidad de pensadores. (Como ni no hubiera estupendas películas con la conversación -y la palabra- como materia fílmica de primer orden; baste recordar los filmes de Danièle Huillet y Jean-Marie Straub con los Diálogos con Leucó de Pavese o la trilogía de Richard Linklater con Julie Delpy y Ethan Hawke.)


Filmar la relación de Lou Salomé y Nietzsche exige hacerle sitio al espectador en esa conversación a tumba abierta, de tal forma que experimente el goce del pensamiento en acción, esa aventura interior que los lleva a sondear las profundidades con la mirada, y entonces -y sólo entonces- apiadarse de esos seres cuando las afecciones aniquilen una reflexión tan absorbente, y sentir en carne propia el acabamiento de esa conversación. Claro, abordar algo así requiere transitar caminos de cabras con riesgo de despeñarse, pero esa es la exigente condición del proyecto memorable que se merece el encuentro de Nietzsche y Lou Salomé.

4/6/17

Un mar de cosas


Desde el viernes por la noche, mientras volvía de la proyección de Correspondências (2016), de Rita Azevedo Gomes, en Numax, no me la quito de la cabeza ni de la boca. Ni quiero. Pasé estos días recordándola (o sea, regresándola al corazón) para Ángeles, para Esther, para uno... Ensoñándola. Cómo podría renunciar a su amparo. Sólo encuentro una palabra para definirla, y tengo que echar mano del portugués; una palabra que le gustaba mucho a João Bénard da Costa y le gusta tanto a Rita: un espanto. La cineasta le explicaba a Älvaro Arroba en una entrevista, hace unos años, de qué hablamos (en portugués) cuando hablamos de algo así:
Espantoso es una cosa maravillosa y encantadora. Espantoso es que te quedas completamente boquiabierto de admiración. No es que sea anticuada, sino que nunca fue muy usada. João Bénard da Costa la decía muchas veces: cuando algo o una película le deslumbraba totalmente, era un espanto. Las personas tienen más tendencia a decir cosas como es una maravilla o es fabuloso… Espantoso es aquello que absorbe toda tu atención. Te quedas completamente espantado, no ves nada más. Espantoso es más que maravilloso.

Desde Dalla nube alla resistenzaQuei loro incontri, de Danièle Huillet y Jean-Marie Straub, sobre los Diálogos con Leucó, de Pavese, no había experimentado semejante embriaguez, tal gozosa sensualidad con la palabra. Correspondências es de esas (contadas) películas donde el cine -y la sala de cine- se nos revela como cobijo de la voz humana, y aun gruta original, caverna germinal de la palabra hecha música por la gracia de la poesía. Rita amojona su película con las cartas que se cruzaron los poetas portugueses Jorge de Sena (desde el exilio: en Brasil, en Estados Unidos) y Sophia de Mello Breyner Andresen (en Portugal) en el curso de casi veinte años, entre 1959 y 1978, y la pespunta con imágenes donde se conjugan soportes, texturas y formatos diversos, desde planos de factura rústica hasta cuidados retablos (iluminados por Acácio de Almeida o Jorge Quintela), fragmentos de un diario de viaje o de sueños, escenas atrapadas en un flujo memorioso o afloradas en un delirio onírico, imágenes y escenas donde anidan y reverberan también los poemas de Sophia y Jorge, que escuchamos en portugués, inglés, francés, italiano o griego.


Correspondências se despliega ante el espectador como un palimpsesto melancólico en torno a la ausencia (de unos poetas que las voces invocan y las imágenes porfían por traerlos de vuelta con nosotros) con una estructura tan leve y libre que nos convierte en correspondientes (y corresponsables) en la medida en que esas cartas y poemas nos arrastran en la deriva, nos hablan, nos interpelan, más aún, nos sentimos poseídos -o mejor, habitados- por las palabras como los propios cómplices -amigos, confidentes- de Rita en el filme: Luís Miguel Cintra, Eva Truffaut, Pierre Léon, Boris Nelepo, Edgardo Cozarinsky, Joaquim Pinto o Rita Durão. Médiums todos de Sophia y Jorge.


Correspondências deviene así una red de pasajes, de resonancias, trama de armónicos, red de rimas; en fin, correspondencias que cada uno de nosotros trabaja -cultiva- en los adentros. Como toda verdadera obra de cine, el filme de Rita, sin necesidad de ocupar -o exponerse en- un museo o una galería, o presentarse como una instalación o una performance, siendo sólo una película, viene a ser cine expandido, porque nos transfigura en caverna de ecos que se prolongan más allá de la proyección, que dilata la experiencia más allá del cine. Y pocas experiencias tan propicias al arrebato como asistir a  una película donde la voz humana se esculpe en forma de cine, y la película misma cobra visos de piel de la palabra, herramienta delicada de una amorosa polifonía, que devuelve a la poesía el aliento primero -el alma- del canto, donde el aire vuelve al aire.


En el coloquio posterior a la proyección confesaba la cineasta que en el curso del proceso de hacer Correspondências ya no sabía si estaba haciendo la película o si la película la hacía a ella. Se palpa una fervorosa artesanía donde la relación con el cine y las imágenes se conjuga con la propia vida: se filma como se vive. Unas líneas bellísimas de una carta de Sophia, que escuchamos en el filme, puedan darnos una idea cabal de la propia poética de Rita al abordar Correspondências:
Há dias aconteceu-me isto: comecei a escrever um poema à tarde, mas fui tão interrompida que desisti. À noite tentei acabá-lo mas estava cansada de mais e dispersa em mil bocados. No dia seguinte de manhã fui com a cozinheira à praça. E de repente no meio dos peixes, das couves e das galinhas pensei que precisava de parar um minuto, um minuto de férias sem cálculos nem contas. Então mandei à cozinheira que fosse ela comprando os legumes e «fugi» para o café da praça e pedi um café ao balcão. Enquanto estava a tomar  o café lembrei-me do poema e pedi ao empregado que me emprestasse um papel e um lápis. Foi assim que consegui acabar o poema nem misto de pausa e de euforia. Depois fui a correr comprar a fruta! Isto é a minha vida. Mas às vezes fica tudo mal escrito e mal vivido.

O quizá ese verso de Williams Carlos Williams:
No hay ideas sino en las cosas...
Y desde luego estos de Sophia:
Musa ensina-me o canto 
O justo irmão das coisas 
Incendiador da noite 
E na tarde secreto...
Cosas como ese dedo sucio del poeta en unos versos de ese poema tan bello de Jorge, Em Creta, com o Minotauro:
O Minotauro compreender-me-á, tomará café comigo, enquanto 
o sol serenamente desce sobre o mar, e as sombras, 
cheias de ninfas e de efebos desempregados, 
se cerrarão dulcíssimas nas chávenas, 
como o açúcar que mexeremos com o dedo sujo 
de investigar as origens da vida.

Un mar de cosas, Correspondências, magna obra de Rita Azevedo Gomes.

24/7/16

Los regalos del azar



El nuestro es el único cine sencillo.
(Straub)


Danièle Huillet y Jean-Marie Straub trabajaban con una idea muy clara de sus deberes como cineastas y de la utilidad del cine:
El único deber de quien hace películas consiste en no falsificar la realidad y abrir los ojos y los oídos de las gentes con lo que hay, con la realidad. (...) Si un filme no sirve para abrir los ojos y los oídos, ¿para qué sirve?
Abrir los ojos para mirar lo que se vela, porque la realidad es más que lo que se ve. Mirar, entonces, para desvelar.


Deleuze escribió en La imagen tiempo que la tierra en el cine de los Straub vale por lo que está sepultado en ella, como el campo de trigo en Dalla nube alla resistenza, fertilizado por la sangre de las víctimas sacrificiales: el plano como abrigo de la memoria; como tumba para el ojo (planos-lápida), decía Serge Daney. El propio título -Dalla nube alla resistenza- habla de una imagen sonora, esas voces que ascienden por el aire desde una tierra fecundada por las luchas obreras y campesinas, labrada por todas las resistencias, una tierra donde vivir, luchar y morir. En los campos franceses y egipcios de Trop tôt, trop tard resuena una geología de estratos enterrados, una genealogía de historias que esperan ojos y oídos propicios para desplegarse.

La salida de la fábrica egipcia en Trop tôt, trop tard.

Para los Straub, en palabras de Deleuze,
La historia es inseparable de la tierra, la lucha de clases está bajo tierra y, si se quiere contar un acontecimiento, no hay que mostrarlo, no hay que pasar a lo largo del acontecimiento sino hundirse en él, pasar por todas las capas geológicas que son su historia interior (y no sólo un pasado más o menos lejano).
El acontecimiento deviene así la resultante de un sistema de fuerzas, de una resistencia, entre aquello que la voz desentierra y aquello que la tierra sepulta aún.

Jean-Marie Straub y Danièle Huillet 
en el rodaje de Sicilia!

En el cine de Danièle y Jean-Marie anida una idea-fuerza germinal: un lugar, cualquier lugar, es depositario de rastros de historias perdidas, huellas de vidas olvidadas (cuanto se encuadra y se filma puede ser también otra cosa). Las localizaciones devienen así lugares de memoria, encrucijada del acontecimiento presente capturado por el dispositivo cinematográfico y del acontecimiento silencioso que la tierra cobija, y en esa encrucijada Jean-Marie y Danièle asientan el poder del cine con un objetivo preciso, como señala Serge Daney:
La función de los Straub es recordar que, de un lado, no hay que olvidar y que, por otra parte, no hay que reconstruir. Porque todo se escribe en presente sobre una especie de palimpsesto que guarda las huellas, las cicatrices. Lo que da testimonio.

Para Pavese los Diálogos con Leucó eran su carta de presentación ante la posteridad. Hablan de un acontecimiento liminar: los dioses se han separado de los hombres, toda alianza, complicidad y mestizaje ha caducado. En La nube, el primero de los Diálogos, la ninfa Nefelia (una magnífica Olimpia Carlisi, sentada en un árbol, en Dalla nube alla resistenza) le anuncia a Ixion:
...ya no puedes mezclarte con nosotras, las ninfas de los veneros y de los montes, con las hijas del viento, con las diosas de la tierra. Ha cambiado el destino.

Y en Los ciegos, el tercero de los Diálogos, esa secuencia extraordinaria de Dalla nube alla resistenza, con Edipo y Tiresias en el carro de vacas, camino adelante, uno de los más bellos Diálogos y una de las más bellas secuencias de la película:
Edipo:  ¿Y qué hacen, pues, los dioses?
Tiresias:  El mundo es más viejo que ellos. Ya llenaba el espacio y sangraba, gozaba, era el único dios, cuando el tiempo aún no había nacido. Las cosas mismas reinaban, entonces. Sucedían cosas. Ahora, gracias a los dioses, todo se ha vuelto palabras, ilusión, amenaza. Pero los dioses pueden molestar, acercar o alejar las cosas; no tocarlas ni cambiarlas. Llegaron demasiado tarde.
Edipo considera con asombro que Tiresias hace de menos a los dioses, sobre todo porque el ciego se fabula como si de un dios se tratara:
Tiresias:  He vivido mucho. He vivido tanto que cada historia que escucho me parece la mía.
Los Diálogos con Leucó fue también una obra crucial en el cine de Danièle y Jean-Marie. En la primera parte de  Dalla nube alla resistenza (1978),  llevan a la pantalla La nube, La quimera, Los ciegos, El hombre lobo, El huésped y Los fuegos.

Yo no quiero, ¿entiendes?, no quiero. 
Hacen bien los amos al chuparnos la médula, 
si hemos sido tan injustos entre nosotros.
Hacen bien los dioses en mirarnos sufrir,
le dice el joven campesino a su padre
en Los fuegos.

En Quei loro incontri (2006), adaptan los cinco últimos diálogos: Los hombres, El misterio, El diluvio, Las musas, y Los dioses. El título recoge la última línea del último diálogo de Pavese: ...esos encuentros con ellos. Iba a ser la última película italiana de los Straub y fue la última película que hicieron juntos. Danièle murió el 9 de octubre de 2006 en Cholet (Francia), un mes después de la presentación de la película en el festival de Venecia que ya no contó con la presencia de los cineastas.


Y en la primera película sin Danièle, Jean-Marie vuelve a los Diálogos con Leucó y a Italia, y rueda el cortometraje La rodilla de Artemide (2007) a partir de La fiera. Hacía tiempo que tenían la intención de llevar a la pantalla ese diálogo en concreto. Meses antes de suicidarse, Pavese le confesaba en una carta a Fernanda Pivano que La fiera era el diálogo...
...que deberían leer quienes quieran saber en qué se ha convertido mi vida.
Y aun horas antes le escribe en una carta a su amigo Davide Lejolo (futuro autor de su biografía), que la recibirá el lunes 28 de agosto (el domingo lo habían encontrado muerto en una habitación del Hotel Roma, cerca de la estación de Turín):
 Si quieres saber quién soy ahora, relee La fiera en los Diálogos con Leucó
En realidad, Jean-Marie ha seguido rodando películas de los Straub aun sin Danièle, ¿cómo no ver en Kommunisten (2014) un diálogo con ella, con su ausencia, diríamos?, porque -como dice Godard- un tándem también puede conducirlo un solo ciclista. Ya en 2008 vuelve a los Diálogos de Leucó para filmar Las brujas. Para volver a Buti. Un lugar de la memoria con Danièle.


En el verano de 1969, Danièle y Jean-Marie recorrieron 11.000 km. por Italia en busca de escenarios para su Moisés y Aarón (1974). Buscaban un antiteatro con el aislamiento sonoro necesario para rodar la ópera de Schöenberg. Al final escogieron el de Alba Fucense, en la región del Abruzzo, en el centro de Italia. Durante ese viaje encontraron Buti, un pueblo de la Toscana, a 15 km. de Pisa, el Monument Valley de los Straub. Allí rodaron Sicilia! (algunos pasajes), Operai, contadini, Il ritorno del figlio prodigo, Umiliati, Quei loro incontri, y ya sin Danièle, Jean-Marie volvió a Buti (cómo no iba a volver) para rodar La rodilla de Artemide, Las brujas/Entre mujeres...


Me gustaría tener el press-book de Quei loro incontri, enhebrado con líneas de los cineastas sobre los colaboradores (el director de fotografía Renato Berta, un viejo amigo, o el sonidista Jean-Pierre Duret, que había tomado el relevo de Louis Hochet desde Sicilia!), las localizaciones, citas de los Diálogos con Leucó usados en la película. El press-book de Quei loro incontri se abrochaba con fragmentos de la biografía de Davide Lejolo sobre las últimas horas de Pavese. Y, desde luego, empezaba con el por qué, o sea, las razones de la película:
El mito no es algo arbitrario sino un vivero de símbolos al cual pertenece una sustancia particular de significaciones que sólo él puede exponer. Cuando repetimos un nombre propio, un gesto, un prodigio mítico, estamos expresando en media línea, en algunas sílabas, un hecho sintético y comprimido, una médula de realidad que vivifica y nutre a todo un organismo de pasión, de condición humana, a todo un complejo conceptual.
Y, además, si ese nombre, si ese gesto nos es familiar desde la infancia, desde la escuela, mejor aún. La inquietud es más verdadera y más cortante cuando subvierte una materia familiar. Sabemos que la manera más segura -y la más rápida- de sorprenderse es fijar en la inmovilidad siempre el mismo objeto. Un buen día, nos parecerá que ese objeto -milagro- no lo hemos visto nunca.
En las palabras de Straub y Huillet resuenan las de Pavese en el prólogo (ausente de la edición española) de los Diálogos con Leucó:
Un mito es siempre simbólico, por esto no tiene nunca un significado unívoco, alegórico, sino que vive de una vida encapsulada que, según un lugar y el humor que lo rodea, puede estallar en las más diversas y múltiples florescencias.
Ese lugar y humor pueden propiciar que aflore el meollo de realidad (un nutriente cardinal de la pasión humana) que anida en el mito.


En marzo de 2004, Danièle y Jean-Marie fueron a Butti y se quedaron allí cuatro semanas. Volvieron a visitar las localizaciones que tenían en mente cuando trabajaban en la preparación de los diálogos adaptados en Quei loro incontri durante el invierno, y los seleccionaron definitivamente. Eligieron a las diez personas que iban a encarnar a los personajes, les entregaron un texto mecanografiado y lo leyeron con ellos. Una de las transformaciones significativas que operaron los cineastas sobre el texto de Pavese tiene que ver con la puntuación; decía Danièle en una de sus últimas apariciones públicas para presentar la película, tres semanas antes de morir:
La puntuación es un corsé para el sentido. Si la dejas suspendida, otro sentido puede aparecer. 
Un mes después reconstruyeron el texto con las respiraciones que habían encontrado juntos en la mesa. Y los dejaron solos durante un año, abandonados a ellos mismos, con las palabras de Pavese. Era la primera vez que los Straub hacían algo así. Cuando pasaron nueve meses los llamaron por teléfono para saber cómo les iba: habían leído el texto cada día. Jean -Marie les dijo que no era suficiente, que tenían que aprendérselo. En marzo, los Straub volvieron a Buti y trabajaron aún tres meses más varias horas al día con los actores. Después de Pascua hicieron cuatro representaciones, luego los dejaron en paz diez días y entonces filmaron la película. Un filme donde también se pueden ver las palabras y oír las imágenes. Cómo olvidar esa línea en el tercer diálogo de Quei loro incontri:
Eso quiere decir la esperanza. Dar un nombre de recuerdo al destino.

Y qué admirables Giovanna Daddi y Darío Marconcini en el cuarto:
Eres como un collado o un curso de agua, a quienes no se pregunta si son jóvenes o viejos, porque para ellos no hay tiempo. Existen, no se sabe otra cosa.
O el pasaje que comienza en el 46' 03'', que citan los Straub en el press-book, estas palabras de Mnemosyne en Las musas, pautadas expresamente por Danièle y Jean-Marie:
Tú mirabas el olivo, el olivo en el camino que has recorrido cada día durante años y llega el día / en que el tedio te abandona, / y acaricias el viejo tronco con la mirada, / casi como si fuera un amigo reencontrado y te dijera justamente la única palabra / que tu corazón esperaba.
Momentos que transfiguran la cosa en un recuerdo, un modelo; instantes que si se repitieran perderían su flor. Viendo, escuchando Quei loro incontri me acordé de aquel poema tan bello de Unamuno, El armador de casas rústicas, portador del temor del poeta de que sus palabras mueran en los libros:
El armador aquel de casas rústicas 
     habló desde la barca, 
ellos sobre la grava de la orilla, 
     él flotando en las aguas. 
Y la brisa del lago recogía 
     de su boca parábolas; 
ojos que ven, oídos que oyen gozan 
     de bienaventuranza. 
Recién nacían por el aire claro 
     las semillas aladas; 
el Sol las revestía con sus rayos, 
     la brisa las cunaba. 
Hasta que al fin cayeron en un libro 
     ¡ay, tragedia del alma! 
ellos tumbados en la grava seca 
     y él flotando en las aguas.
Danièle Huillet y Jean-Marie Straub devuelven las palabras de Pavese a la casa del aire, donde viven las voces y pueden respirar en compañía del viento en las hojas, del agua en los regatos, de los pájaros en los árboles, de lo vivo en la luz, en la memoria de la tierra. No puedo imaginar un más alto destino para el cine. Esas fechas que cierran la película, 1947-2005, hablan del tiempo de la resurrección o, si se quiere, de la encarnación de las palabras en la voz, del texto en la lengua viva.


Carlos García Gual en un texto sobre Pavese y los Diálogos con Leucó cita aquello de Derek Walcott,
Los clásicos consuelan pero no lo bastante.
Sólo queda un furtivo placer o un ambiguo consuelo en las palabras, en los razonamientos sobre el pasado y el destino en el juego con las imágenes de esas figuras fantasmagóricas, marionetas ilustradas del teatrillo de la memoria, actores marginales del Olimpo de los Felices. Y entonces Danièle y Jean-Marie salvan la humanidad de esas marionetas ilustradas, dotándolas de una presencia, de un cuerpo, otorgándoles incluso un volumen estatuario, sin perder visos de sombras y fantasmas de otro tiempo, que los hombres ya no saben reconocer sino como ecos de la infancia, como resonancias de voces perdidas en la memoria, y justo en esa, diríamos, doble naturaleza -estatuaria y fantasmal- Quei loro incontri o la primera parte de Dalla nube... consiguen pespuntar el mito con la vida, nutrir la vida con el meollo de realidad del mito, hablando en presente con palabras que saben a canto de los orígenes, haciendo estallar aquí y ahora el asombro de una revelación que depara el don milagroso de un gozo sensual en las formas y los cuentos.


En el curso de la película, hay momentos en que uno se abstrae y las palabras devienen significante puro, música verbal, pero también amojonan la derrota del pensamiento en la travesía con visos de melancolía: los diálogos echan de menos a los mortales, ellos son la materia palabreada, esos encuentros con ellos que añoran los dioses. En el segundo de los diálogos Demeter presiente que llegará el día en que los mortales dejarán de necesitar a los dioses,
entonces volveremos a ser lo que fuimos, agua, aire y tierra.
También los hombres suben a las montañas en busca de los dioses, también añoran esos encuentros con ellosY cómo no iba a acordarme de aquellas líneas de Benjamin sobre la cita secreta en sus Tesis sobre la historia:
¿No existe en las voces a las que damos oídos un eco de voces ahora mudas? (...) Si es así, existe un encuentro secreto entre las generaciones, la que era aquella y la nuestra. 

Straub nunca olvidó que Grifith echaba de menos en el cine la belleza del viento en los árboles, por eso recalca:
El viento es importante. El viento no es sino el espíritu.
Quei loro incontri cobija los espíritus del viento para que hagan compañía a las palabras.

Danièle Huillet durante el rodaje de Quei loro incontri.
(Fotograma de J'Ecoute, de Giulio Bursi.)

El último verso del soneto XXIII de Shakespeare (en una versión de Agustín García Calvo) cifra lo que espera de nosotros la última película de Danièle y Jean-Marie,
oír con los ojos es de amor don delicado.
Algo maravilloso en el cine de Straub y Huillet proviene de la condición matérica que cobran las palabras -el peso, la gravedad- sin perder su naturaleza aérea -la gracia, la levedad-, quizá porque devienen música para los ojos.

Danièle Huillet y Jean-Marie Straub 
durante el rodaje de Quei loro incontri.
(Fotograma de J'Ecoute, de Giulio Bursi.)

Apunté algo que dijo Straub en una entrevista sobre Quei loro incontri:
Si haces una película es como hacer un regalo, compartir lo que tú mismo has descubierto, con cierto trabajo y paciencia, como por ejemplo con este texto [se refiere, claro está, al texto que preparó a partir de los cinco últimos Diálogos con Leucó, de Pavese]. Este regalo sólo es posible a través de otros regalos, los que nos hacen los actores, el que hace la luz, etc. Pero todos los regalos sólo pueden producirse si hay una construcción, un encuadre de hierro, como solía decir Fritz Lang, en el que el azar hace que todo explote. ¡En eso consiste! Pero si no hay desde el comienzo una construcción o un pensamiento, el azar no te dará ningún regalo. Lo abarca todo. Si no se le deja la posibilidad de intervenir, qué pobreza. El azar es lo más importante de todo. Tanto en la vida como en el arte.
El azar, pongamos por caso, de enamorarse de Danièle. Y así hasta Buti.

28/2/16

La tentación japonesa


Muy triste que un gran cineasta portugués suene menos aun (aquí) que, pongamos por caso, un tailandés. Quiero recordar a Paulo Rocha, que se nos fue hace tres años. Iba a escribir por eso. Pero no traigo a Paulo Rocha por remediar una recíproca (e ibérica) ignorancia tan triste. Todo lo contrario. Viene aquí por el contento que depara Mudar de Vida (1966), la segunda película del cineasta, una obra mayor del cine portugués, o sea, del Cine, ese país que no viene en los mapas, como le gusta decir a Víctor Erice, pero nos convierte en ciudadanos del mundo. Para celebrar que se pueda ver una obra tan bella, recientemente restaurada por la Cinemateca Portuguesa bajo la supervisión de Pedro Costa.


Paulo Rocha descubrió el cine en el Trindade de Oporto, escapándose de las clases del colegio Almeida Garrett. Recordaba haber visto (tendría 19 o 20 años) La puerta del infierno (1953), con Machiko Kyô, la primera película en color de  Teinosuke Kinugasa, que acababa de ganar la Palma de Oro en Cannes. Ahí comenzó la tentación japonesa.


Durante sus años en París, cuando estudiaba en IDHEC, Rocha llegó a convertirse en un íntimo del cineasta japonés cuando pasaba a presentar sus películas. En la Cinemateca de Langlois estudia la obra de Mizoguchi, y empieza a estudiar japonés. Tras la presentación de Mudar de Vida en el Festival de Venecia, en 1966, viaja por primera vez a Japón. Las páginas que le dedica Cahiers de cinéma pueden servirle como carta de presentación, pero tampoco lo necesita, allá donde va Kinugasa pregona el talento del joven cineasta. Con todo, no consiguió abrirse camino en el cine japonés, como quizá soñaba, y tuvo que esperar casi veinte años para rodar una película allí; aún así valió la pena, si podemos disfrutar de un filme tan hermoso como A Ilha dos Amores (1984). Tuvo otro maestro, Jean Renoir, de quien fue ayudante en Le caporal epinglé (1962); lo marcó, aun más como ser humano que como artista,

Paulo Rocha tras Jean Renoir 
en el rodaje de Le caporal épinglé.

Claro que cabe apuntar como experiencia cardinal su encuentro con Manoel de Oliveira a finales de los 50. Verle en la sala de montaje, que tenía en casa, trabajando en Acto de primavera (1963), en la que Rocha ejerció como ayudante de dirección, pero sobre todo ver cómo cargaba la cámara, los focos, el equipo de sonido e irse con su mujer a rodar en una aldea, volver otro día y retocar la escena que ya habían rodado, casi más como un pintor que como un cineasta, y luego trabajar en la moviola experimentando las posibilidades de las distintas versiones, descartando planos que a Rocha le parecían sublimes.


Esa disposición hacia la forma fílmica, la actitud ante el cine de Oliveira representó una experiencia primordial para el futuro cineasta que le rendirá homenaje al maestro en Oliveira, o Arquitecto (1993), una película para la mítica serie Cineastas de nuestro tiempo, producida por Janine Bazin y  André S. Labarthe. Casi podríamos decir que el cine de Paulo Rocha -y hasta el hombre y el cineasta- gravitan entre los vértices del triángulo magnético que trazan el magisterio de Mizoguchi, Renoir y Oliveira.


Cuando rueda Mudar de Vida, Paulo Rocha es consciente de que está capturando un mundo en trance de desaparecer, el mundo que había impresionado su infancia y encantado su mirada; sabía que el mundo de aquellos pescadores de Furadouro -en el distrito de Ovar, donde acontece la primera parte de la película- sería olvidado y que en cierto modo iban a desaparecer en vano, si el cine no amparaba su memoria. Furadouro era la tierra de la madre y los abuelos del cineasta.
Desde pequeño me crié jugando entre los barcos y las redes [en Furadouro], durante dos o tres meses cada verano. Yo no veía la miseria, las moscas, las pulgas y el alcoholismo. Los del mar eran gigantes; nosotros, los de la ciudad, unos enanos. Como las Companhas [empresas de pesca que comprometían a toda la comunidad] se estaban acabando a principios de los sesenta, sentía que era necesario hacer cualquier cosa para salvarlas o, por lo menos, levantar un monumento a su gloria... aquel reino escondido entre la arena durante siglos, lejos de todo... Visualmente era muy potente. Había una monumentalidad y una dignidad trágica en las casas de madera, en los barcos, en los cabos y en las redes cubriendo la laya hasta perderse de vista. Recordaba las construcciones de madera de los templos japoneses, las imágenes del cine ruso del tiempo del mudo. El mar destruía las casas, las Companhas se acababan, había una nube negra sobre todo aquello. 

Haber dormido de niño a la sombra de aquellos barcos, haber convivido con aquella gente del mar se transfiguró con el tiempo en un sentimiento de reverencia por aquellos lugares, por aquellos pescadores...
Era una raza de gigantes, cubiertos de pulgas y enfermos, pero unos tipos bigger than life.

Paulo Rocha veía las casas de madera de los pescadores de Furadouro como figuraciones de templos japoneses. Y los pescadores, en los barcos, y las mujeres, en la playa, cobraban ese aire de las figuras japonesas que formaban un solo cuerpo con el trabajo en que faenaban...


También los pescadores del río (con mayor presencia en la segunda parte de Mudar de Vida) iban al mar en busca de los sargazos para cultivar la tierra; las plantas crecían en la arena y por debajo de las raíces asomaban cangrejos blancos: el mar y la tierra interpenetrándose en una fascinante armonía de contrarios. Ese ámbito donde todo se enhebraba y se fertilizaba mutuamente cautivaba la mirada del cineasta.


De hecho debía ser declarada Patrimonio nacional, si no de la Humanidad. A veces la película vuelve a Furadouro. Allí hay un cine (o lo había hace diez años) y asisten al pase los descendientes de quienes aparecen en la pantalla, los nietos de aquellas mujeres, de aquellos pescadores. Paulo Rocha recordaba una de aquellas proyecciones. Es un jolgorio. Se pasan el rato diciendo, "mira mi abuelo", "ahí está mi abuela". No se oye una palabra del diálogo, y cantan las canciones del filme a coro. Para Pedro Costa, Mudar de Vida es un gran documento sobre Furadouro.
El cine entró en la vida de aquella gente y mostró cosas que apenas conocían (...), a cambio recibió confianza y trabajo. Se nota el empeño, el esfuerzo colectivo, el placer...

Cuarenta años después del rodaje, Paulo Rocha recuerda como si fuera ayer:
Aquí estaba la ría y las matas a orillas del mar. Y las dunas y las casas de madera. Había una especie de reino aparte. El mar aquí era muy violento. Los campesinos venían aquí con los bueyes… para ayudar a empujar los barcos y las redes. En ese tiempo había todavía mucha pesca… y existían muchas compañías. Era un proceso que involucraba unas 300 personas. Los hombres de los bueyes dormían aquí muchas veces… dejaban los corrales cerca de los barcos… así, si el mar se ponía malo, servían para arrastrar los barcos lejos de la orilla. Esto era de una escala enorme: tirar las redes, que tenían kilómetros, con esas juntas de bueyes… tardaban casi una hora y media. Para mí, de pequeño, eso era todo un imaginario, algo mayor que la vida. Nada en la ciudad me impresionaba tanto. La compañía para mí era una entidad extraordinaria. Sin duda, acabó. Sólo quedó en la memoria.
 

Podría haber sido la primera película de Paulo Rocha. Allá por 1959, cuando estudiaba en París, había escrito un argumento localizado en la ría y los bosques de Furadouro. Se titulaba A viagem de inverno. Tenía mucho que ver ya con una cierta idea de paisaje a la japonesa y se contagiaba de la atmósfera de El grito, de Antonioni.


Para los diálogos habló primero con Cardoso Pires quien, a su vez, le recomendó a António Reis, un poeta de Oporto (por entonces sólo había rodado un par de cortos documentales), muy interesado en la literatura popular, que había realizado un trabajo de documentación lingüística sobre los pescadores de la zona de Gaia. António Reis también había sido otro de los ayudantes de dirección de Manoel de Oliveira en Acto de primavera y se apasionó por la historia de Mudar de vida. Paulo Rocha admiraba el oído musical tan preciso del poeta, sus ritmos infalibles; eso sí, no se podía quitar o poner una coma. (Y quizá gracias a la experiencia en Mudar de Vida, sin dejar de ser poeta, António Reis descubrió el cineasta que también llevaba dentro.)


Cómo suenan los diálogos de António Reis. En la voz de los personajes y en las imágenes que los capturan propician una aleación mágica, ese oír con los ojos (de amor don delicado) del que hablaba Shakespeare en el último verso del soneto XXIII. Unos diálogos con líneas que matan, donde alienta ese dolor que arde en silencio. António Reis venía cada diez días pero su presencia era patente. Sabía mucho de todo aquello, conocía muy bien aquel mundo del mar, aquella comunidad de mareantes.
El texto de António Reis llegaba siempre poco a poco. Se percibía que estaba allí para batallar con el texto. Se quejaba -y se enorgullecía- de que aquello le daba un trabajo horroroso. Era muy intenso en cuanto abordaba. Decía: "Tengan mucho cuidado, porque una coma, un punto o una alteración del ritmo... Lo pensé cien veces y no conviene descuidarlo". Era como si estuviese escrito en las piedras. También hay poso de Pavese, al que leía por entonces...  

A mitad de rodaje se acabó el dinero, los 200.000 escudos que había adelantado Victoria Films, como avance de ingresos de distribución, al productor Cunha Telles. La mitad del equipo se marchó, pero se quedaron los mejores. Casi fue un alivio para el director, y las cosas hasta funcionaron mejor. Paulo Rocha consiguió semana a semana la financiación imprescindible para continuar pidiendo prestado (a la familia, a amigos); con 20.000 escudos podía aguantar una semana. El presupuesto total debió rondar los 600.000 (una película muy barata aun para la época). Zéni d'Ovar construyó los interiores en un plató improvisado en la bodega de la vivienda donde el equipo se alojó, aprovechando las tablas de las casas que el mar se había llevado. Fue imposible rodar dentro de las casas de la aldea, eran tantas las pulgas que no había modo de acabar con ellas, nos comían las piernas...

Vivienda donde se alojaba el equipo y en cuya bodega 
se improvisó un plató para los interiores.

Geraldo Del Rey, el Manuel de Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964), de Glauber Rocha, acabó en Mudar de Vida por la amistad que unía al cineasta brasileño con Paulo Rocha. Se veían en París o en festivales, y pasaban noche enteras hablando. Fue en Acapulco, en 1965, cuando Paulo le comentó el proyecto de Mudar de Vida (quizá entonces aún se llamaba Entre aguas), Glauber, que preparaba a la sazón Terra em transe, le insistió en el baiano Geraldo. Nada más llegar a Furadouro, el actor se vistió con ropas de los pescadores. Fue como un milagro, ya era uno de ellos. Enseguida se adaptó al trabajo con los remos y los cabos, se hizo amigo de uno de los pescadores e iban juntos a beber por las tabernas. Y fue Adelino.


Paulo Rocha ya conocía a Isabel Ruth, la protagonista de Os Verdes Anos (1963), su opera prima. Lo había impresionado. En Mudar de Vida encarna a Albertina, una trabajadora rebelde que quiere romper con todo y emigrar a Francia. En un momento de la película le suelta a Adelino,
Tu ainda tes a perder, eu não, é por isso que vou por aí quase ás cegas.


Y al cineasta (que le sería fiel -cómo no iba a serlo- por el resto de su obra) le encantó aún más que en su primera película: parecía una llama ardiente...


Y no regatea palabras para ponerla por las nubes, nada que no se merezca Isabel Ruth:
Era una maravilla porque era la cosa más imprevisible del mundo, con ella nada era como estaba en el guión; tenía un encanto salvaje... Ese lado dolorido en ella, una adolescente quemada ya por la vida, no tiene nada de académico... Creo que tuve una suerte inmensa.

Treinta años después de Mudar de Vida, Isabel Ruth  evocaba a Paulo Rocha contándole increíbles historias japonesas durante las pausas del rodaje. Recuerda que cuando empezó a rodar con el cineasta se estrenaban las películas de Godard con Anna Karina y de Antonioni con Monica Vitti; ellos tenían mucho más cuidado con las actrices, eran sus mujeres, ya conocían todos sus ángulos. (Quizá Isabel Ruth echa de menos que Rocha no se atreviera a filmarla de otra manera, o mejor, ¿de una manera más amorosa?) Pedro Costa, que trabajó con ella en Ossos, considera a la actriz como una especie de Anna Karina portuguesa, la chica más bonita del cine portugués de los 60. Rocha cuenta cómo se fraguó el personaje de Albertina:
El personaje de la Isabel ladrona vino, extrañamente, del resumen de una película japonesa que nunca vi. Allí se hablaba de una chica que robaba el peto de las limosnas de un templo budista. Antes había escrito para ella la historia de otra ladrona que robaba en la periferia de Lisboa. Era algo más fantasioso. La situación de una trabajadora, de una mujer moderna, le dio otro peso al personaje. El pozo donde ella corta la mano de Adelino es una imagen de un texto de Pavese. 
Me gusta mucho cuando aparece Isabel Ruth... La encontramos en una cueva de arena, escondida como si fuera un bicho, como un perro que tuviera allí sus crías... Es muy orgánico. 

A María Barroso la eligió después de verla en La voz humana, de Cocteau; le interesaba ese lado de coraje moral, de integridad combativa que transmitía. Es la Julia de Mudar de Vida, la mujer que se ha casado con el hermano de Adelino, mientras el amor de su vida cumplía el servicio militar en Angola:
La escena con el molho de agullas... [La maravillosa escena del reencuentro de Alelino con Julia] Estaba fascinado por aquel claro del bosque... aquella luz al fondo, en el final de la tarde. Me parecía una escena de Los amantes crucificados. Pero las grandes escenas de María Barroso son en interiores, sobre su rostro, con su voz inolvidable.

Paulo Rocha cuenta que el director de fotografía Elso Roque se preocupó mucho de encontrar la película adecuada, que aguantara bien los verdes del bosque sin llegar al negro negro.


Hablando de los cuerpos de los pescadores de Furadouro, Costa apunta el lado oscuro de las imágenes, los cuerpos enfermos, que se doblan, que van a envejecer y pudrirse... un elemento muy fuerte en la película que le recuerda a Faulkner, los vencidos del universo de Yoknaphatawpha.
No hay muchas películas como Mudar de Vida que digan: el trabajo hace daño, duele, mata. Y que la resistencia es tan natural como el sol o el aire que respiramos.

En Mudar de Vida, el trabajo pesa, la fatiga de siente, se experimenta el trabajo de gigantes, el esfuerzo gigantesco que compromete a toda la comunidad. El propio equipo aprendió a admirar a aquellas mujeres, a aquellos hombres... El hecho mismo de que tuviesen tan poco dinero y estar allí perdidos en medio de aquellos arenales y de aquel bosque, a merced del mar (si había mala mar no se podía rodar), favoreció una cohesión y un compromiso con la película especialmente fecundo.


La magnífica secuencia del temporal que socava la arena y se lleva las casas de madera allí plantadas, y las mujeres apenas pueden rescatar algunos humildes enseres del oleaje, me recordó unas viejas fotografías de una desgracia similar en Vieira de Leiria (en Marinha Grande), donde pasamos unos días hace unos años.

Arriba, construcciones de madera 
en la playa de Vieira de Leiría y las casas en la arena, 
socavadas por un temporal.
Debajo, fotogramas de Mudar de Vida, tras el temporal.

Para Costa, la película no tuvo herederos. (Me atrevo a añadir: salvo el propio Costa.) Y aventura una razón, en Mudar de Vida no hay un mínimo trazo de experimentación. La película nos hace sentir el fin de una comunidad de mareantes y sus relaciones vitales, y el nacimiento (más sugerido que mostrado), de un mundo de seres desarraigados (esos zombis que transitan por filmes como Ossos o No quarto de Vanda, de Pedro Costa). Ese momento de transformación es el tiempo de la película de Paulo Rocha, angustioso y complejo, el tránsito entre la historia antigua -la del mito (la historia de las gentes de Furadouro, sus amores y penas)- y la historia contemporánea -la del capitalismo (de las luchas e indecisiones del presente). En Mudar de Vida se impone el lado fatalista mizoguchiano, pero resulta visible el legado de Dovjenko, una vertiente orgánica que vertebra las relaciones de una comunidad con el lugar de las raíces.


Y justo esa vertiente orgánica -esa intimidad con la naturaleza- se quiebra con las relaciones capitalistas. Pero Paulo Rocha tampoco idealiza la vida de los mareantes; el título es muy explícito, no quedaba otra que cambiar de vida, pero lo nuevo no fue (es) menos injusto. El discurso cinematográfico -por así decir- de Mudar de Vida me trajo a la memoria De sus fatigas, la trilogía de John Berger - Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag- sobre los campesinos de la Alta Saboya, en los Alpes franceses. En concreto, me acorde de estas líneas del ensayo -Epílogo histórico- que clausura los relatos de Puerca tierra (creo que no las cito aquí por primera vez):
...nadie en su sano juicio puede defender la conservación y el mantenimiento del modo de vida tradicional del campesinado. El hacerlo equivaldría a decir que los campesinos deben seguir siendo explotados y que deben seguir llevando unas vidas en las cuales el peso del trabajo físico es a menudo devastador y siempre opresivo. En cuanto uno acepta que el campesinado es una clase de supervivientes (...), toda idealización de su modo de vida resulta imposible. En un mundo justo no existiría una clase social con estas características.
Y, sin embargo, despachar la experiencia campesina como algo que pertenece al pasado y es irrelevante para la vida moderna; imaginar que los miles de años de cultura campesina no dejan una herencia para el futuro, sencillamente porque ésta nunca ha tomado la forma de objetos perdurables; seguir manteniendo, como se ha mantenido durante siglos, que es algo marginal a la civilización; todo ello es negar el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas. No se puede tachar una parte de la historia como el que traza una raya sobre una cuenta saldada.

Paulo Rocha se sentía culpable de no haber rodado más, de no haber aprovechado más su oficio para dotar a la memoria viva de un sudario de cine que le concediera otro tiempo en la pantalla.
He tenido grandes remordimientos a lo largo de mi vida por no haber sido fiel a las experiencias de las personas que vivieron frente a mí, y que yo podría haber salvado del olvido y de la muerte. Porque me entregaron, en un momento de confianza, un aspecto de sí mismos. He conocido centenas de personas y lugares, árboles que murieron, calles que fueron destruidas, personas que yo conocía, y lo que tenían de único y frágil desapareció. No soy lo suficientemente enérgico para filmar todos los días. Soy un poco como Camões en Macao: curador de difuntos y ausentes. En parte, mis películas son eso. En ellas preservé alguna memoria de familia y amigos… y de la playa… a lo largo de mi vida preservé eso en cada película.

Pero basta ver Mudar de Vida para sentir la bendición de nuestra mirada y absolver a Paulo Rocha de cualquier culpa y aliviarlo de cualquier remordimiento. Me bastaría ese plano sublime con una imagen primordial -un emblema de la memoria- de mi infancia. Cuántas veces habré rememorado a mi abuelo subido en la grade, mientras yo tiraba de las vacas en los días de labranza. En Mudar de Vida son dos mujeres faenando la tierra...


Y recordé la oración de cada día de Godard en el capítulo 3b, Une vague nouvelle, de sus Histoire(s) du cinéma.


Hay películas como Mudar de Vida que (de)muestran hasta qué punto la plegaria de Godard ha sido atendida.