Pasamos un par de días en Lisboa. Mientras callejeábamos, entré en dos o tres librerías buscando los Poemas quotidianos de António Reis, publicados hace cincuenta años y (re)editados con gusto exquisito y amoroso cuidado por Tinta da China hace justo dos meses. Pues nada. Agotado, me decían. ¡Un libro de poemas! No me digáis que no es casi inverosímil. Algo así, por aquí, sólo puede pasar en Portugal. Me quedaba una posibilidad. A primera hora de la tarde estaba en la puerta de la librería Linha de Sombra, en la Cinemateca Portuguesa.
Fui más puntual que João Oliveira, el librero, que se retrasó unos minutos en abrir, pero luego lo compensó con la amabilidad lusitana y hasta me trajo un café del Bar 39 Degraus (también en la Cinemateca, al otro lado del patio interior -usado en proyecciones nocturnas al aire libre- que lo separa de la librería), eso sí, después de ponerme en las manos los Poemas quotidianos de António Reis. Me supo a gloria aquel café.
Há sempre un rapaz triste / com lágrimas nos olhos / em frente a um barco
Luego me entretuve eligiendo (cuesta lo suyo) qué libros de cine me llevaba. Los dedicados a Alberto Seixas Santos (con diseño gráfico de Rita Azevedo Gomes y Nuno Rodrigues), a Jean Rouch, a Paulo Rocha, desde luego... Pero llegado el momento había un problema con el terminal bancario, tenía que pagar en metálico y sólo llevaba 30 euros. Salí de la Linha de Sombra con los Poemas quotidianos y dos películas de Paulo Rocha, O Rio do Ouro (1998) y Se eu fosse ladrão, roubava (2013); en total 29,91. Subí el último tramo de la Avenida da Liberdade y tres o cuatro manzanas más hasta el hotel, y el calor fue disolviendo la decepción. Y me resigné. Cuando se lo conté a Ángeles, hasta me alegraba de haber ahorrado 60 o 70 euros (no digo que fuera poner como una pica en Flandes, pero tratándose de uno por ahí le anda). A media tarde salimos para contemplar el crepúsculo en los Cais das Colunas. Y bajamos la Avenida da Liberdade. A la altura de la Rúa Barata Salgueiro, Ángeles se acercó a un cajero. Venimos a Lisboa y no puedes irte sin tu montoncito de libros de la Cinemateca, me explicó.
Volví a la Linha de Sombra con el metálico y ella me esperó en la terraza del Bar 39 Degraus tomando una camomila con anises. João me había guardado el montoncito de libros, estaba seguro de que volvería (qué bien me conocen por estos lares); 67,46 euros. No hay manera de ahorrar (por culpa de Ángeles, sobra decir).
Y entonces João, como me llevaba el libro de las folhas dedicadas a las películas de Jean Renoir, tuvo un detalle de esos que le hacen a uno aun más devoto de la Cinemateca Portuguesa: me regaló la folha original sobre Elena et les hommes (1956) escrita por Bénard da Costa, cuando era programador en la Calouste Gulbenkian.
Ángeles estaba encantada, la camarera había sido amabilísima y aquella terraza le parecía un lugar maravilloso para hacer un alto antes de irnos a los Cais. Tenían que aprender de aquí en todas las Cinematecas, decía. Ensoñamos aún un rato con la idea de pasar una temporada en Lisboa, de jubilados. Hojeando el libro con las folhas sobre las películas de Jacques Tourneur (con tantos textos espléndidos del gran Manuel Cintra Ferreira), ya me conformaba con que los dioses lares del cine conserven la Cinemateca muchos, muchos años. Se me hacía la boca agua sólo de imaginar la de horas luminosas que podía pasar allí... jubilado (como ver aquella tarde Playtime, de Jacques Tati, y a continuación Katka-bumajhny Ranet, de Fridrikh Ermler y Eduard Loganson).
Y nos fuimos Avenida da Liberdade abajo con el montoncito entre los dos.
Na mágoa dos dias / amor / nasce-te uma ruga // mesmo de alegria