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- Por favor, tomen asiento.
Cerró la puerta tras nosotras y con un seguro movimiento de su brazo e indicó un par de sillones. Él se situó tras la mesa y tomó asiento. Nos miró en silencio unos segundos que se hicieron infinitos. Era un hombre muy atractivo, de rasgos afilados y masculinos. Sus ojos miel nos escrutaban. Sentía su mirada tersa, fuerte y muy masculina en mi piel, una mirada que me recordó el color de cuerpos desnudos encerrados en los baños de recintos prohibidos y al vaho que surge de un oso tras ser descuartizado. Y no dejaba de pensar que ya conocía esos ojos, que los había visto en un sueño. Un sueño que había tenido la noche antes lleno de miedo, sangre y terror, pero que concluía con un dedo sobre unos sensuales labios que me indicaba silencio. Notaba como mi respiración se hacía más nerviosa, pero conseguí calmarla fijándome en los objetos que tenía sobre su mesa. Cuatro papeles, un par de carpetas y un bolígrafo. Nada de objetos personales ni fotografías de una posible novia o esposa.
- Lo siento - esa voz -, siento el espectáculo que se han visto obligadas a contemplar en el pasillo.
- No se preocupe - dijo Darla con una sonrisa que competía en amplitud con su escote -, las dos somos mujeres solteras y yo estoy disponible. Estamos acostumbradas a tener ataques de histeria. Forma nuestra naturaleza.
- No es eso. Es un comportamiento inexcusable por parte de nuestro equipo.
- No es nec...
Con un gesto hizo algo que nadie había conseguido jamás. Ni doctores, ni anestesistas, ni pandilleros. Darla se calló.
- No, por favor. Mara es una de nuestras mejores agentes, pero en ocasiones es demasiado pasional. Se deja llevar. Así que acepten mis disculpas y espero que no se hayan llevado una mala impresión de nuestra humilde correduría. Mi nombre es Víktor, ¿qué puedo hacer por ustedes?
Y nos tendió la mano.
Darla saltó encima de la mesa y la atrapó entre sus dos manos.
- Soy Darla, y para empezar - ronroneó mi buena amiga - me gustaría que hiciera conmigo lo que la primavera hace con los cerezos.
- Creo que eso se escapa de mis competencias. ¿En qué más podría servirla? - con una enorme sonrisa y sin perder la compostura se libró de la trampa digital de Darla y me tendió la mano.
- Pues me gustaría que me tarificara de arriba a abajo de forma profunda y densa. Que no quede suelto ningún cabo, ni ningún recodo por comprobar letra pequeña por escrutar.
Víktor sonrió a Darla mientras me tendía la mano. Todo su rostro sonreía, pero no así sus ojos cuando se posaron en mí. Fue un segundo, pero me hicieron contener la respiración y tensar mi cuerpo. No sabía el motivo, pero no quería tocarlo. Percibía oscuridad en él. Suave, tentadora y peligrosa. El momento pasó y volvía a ser un atractivo hombre todo amabilidad.
- ¿Y usted? ¿Cuál es su nombre? Está muy callada.
- Se llama Derrota - intervino Darla -, y no quiere nada. Solo me acompaña. La que necesita con urgencia una cobertura total soy yo.
- Derrota. Es un nombre precioso.
Le di la mano.
- ¿Sabía que en lengua hipamani significa...
No oí nada más. Al tocarle la piel sentí como si me hubiera caído una corriente eléctrica encima. Como si toneladas de agua helada me bautizaran dejándome sin aliento, la piel aterida y los pezones clamando por arrancarse de mi cuerpo y tener vida propia. Sus ojos y su piel. Cerré los ojos porque no podía soportar semejante energía recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Y, además, sentía esa porción de mí que se encontraba sin su natural protección palpitando y clamando por algo que no sabía qué podía ser. El botón de Satán, como lo llamaba mi abuela cuando se paseaba en ropa interior por el pasillo, exigía una atención que no podía darle. Ahora no.
- ¿Se encuentra bien, Derrota?
Esa voz.
Abrí los ojos.
Ya no estaba en el despacho de Víktor. Estaba en un prado desconocido para mí. Hierba alta y del color más verde que había visto en mi vida me rodeaba. A los lejos, unas montañas nevadas destellaban al cálido sol que acariciaba mi piel. No iba vestida con la camiseta y los tejanos que me había puesto esta mañana, sino que llevaba un sutil vestido de un material que me era desconocido. Era ligero, cálido y se ajustaba a la perfección a estas molestas y generosas curvas con las que la naturaleza me había condenado. Estaba sola en el prado si no contaba los pajarillos que piaban, las mariposillas que revoloteaban y los escarabajitos que empujaban sus bolitas de heces.
Y una cabra de pelaje negro con largos cuernos que me miraba con fijeza.
El viento me acariciaba el cabello y por primera vez en mucho tiempo me sentía en casa. El pecho me henchía de felicidad y solo quería... volar.
- No.
¿Quién había hablado? Estaba sola en el prado. A no ser...
La cabra avanzaba con su paso seguro y terrible en mi dirección.
- No - dijo la cabra -. No despleguéis las alas, majestad.
- ¿Qué?
- No estáis preparada. Seguid oculta.
- Pero yo.
- No - dijo la cabra plantándose delante de mí. Se alzó sobre sus patas traseras -. Aún no.
Y con una de sus pezuñas me golpeó en la frente.
- ¿Derrota?
Volvía a estar en el despacho de Víktor.
- ¿Qué ha pasado? - pregunté.
- Parecía que iba a desmayarse.
- No, estoy bien - tenía un dolor terrible en la frente. Me ardía como... si una cabra me hubiera golpeado -. Si tiene un poco de agua.
- Como no- dijo Víktor -. Ahora mismo vuelvo.
Salió del despacho. Darla estaba a mi lado escrutándome con esa mirada que nunca hubiera imaginado que un día me lanzaría. Ella era alegría y risas, pero cuando algo la contrariaba se transformaba en un pequeño volcán de odio. La única vez que la había visto así fue en una discusión con su madre cuando ésta la acusó de mala hija por dejarla viviendo en el asilo de las Hermanas Penitentes de la Pobreza Extrema y la Cuerda Apretada.
- Darla.
- Eres una cabrona, Derrota.
- ¡Darla!
- Era mío, sabías que le estaba gustando, que se estaba colando con la mente en mis bragas y estaba haciendo prospecciones para encontrar mi fuente de placer infinito. No eras la protagonista y has tenido que hacer este numerito.
- Darla, de verdad, no quería. Ha sido muy extraño. Me ha dado la mano y...
- Ya, lo típico, ¿verdad? Me ha tocado y he sentido una conexión especial con él y una energía que me recorría. Eres una guarra, Derrota. Siempre te he defendido, pero todos tenían razón. Eres igual que tu madre.
- ¿Qué quieres decir?
- Déjalo. Ya nos veremos en el trabajo.
- Darla, yo no quería...
Y salió del despacho dando un portazo.
¿Por qué había dicho todo aquellos? No había hecho nada para que Darla se enfadara así conmigo.¿Y por qué había dicho aquello de mi madre? ¿Qué es eso que dicen todos? No llegué a conocer bien a mi madre. Sé que me tuvo cuando era muy joven, me dejó con mi abuela y ella desapareció de mi vida para continuar su carrera como bailarina. Mandaba dinero y juguetes, llamaba de vez en cuando y siempre me decía que me quería, que yo era su princesa y que un día me llevaría a un lugar mágico donde viviríamos felices para siempre. Pero crecí, mi abuela murió al caerse de la ducha mientras intentaba coger una botella de vodka, crecí y me fui de Contrades justo el día antes que ella decidiera volver al pueblo a jugar a mamás. Luego vino París, Viena, Kuala Lumpur, muchas cartas con las que nos fuimos haciendo amigas y un estúpido accidente de jardinería que lo cercenó todo empezando por la preciosa cabeza de mi madre. ¿Qué decían de ella? Solo tenía ganas de llorar.
Se abrió la puerta y entró Víktor con un vaso de agua.
- Tenga, Derrota.
- Gracias. Pensara que soy una estúpida por desvanecerme así.
- No se preocupe.
- Es solo que...
- ¿Qué?
¿Qué iba a decirle? ¿Que el roce de su piel me había provocado la mayor sensación de dicha y felicidad de mi vida y me había trasladado a un mundo precioso? Se reiría de mí.
- Nada. Será mejor que vaya a casa a descansar.
- Le pediré un taxi. He visto que su amiga se iba y es mejor que no vuelva sola. ¿Ha pasado algo?
- No se preocupe.
- ¿Podemos dejar de decir que no nos preocupemos? Es bonito preocuparse por el bienestar de los nuevos amigos - y sonrió. Por esa sonrisa se habían erigido y perdido imperios, se habían cometido crímenes y los actos de bondad más sublimes, se había escalado el Nilo y conquistado a fuego y sangre el Himalaya.
- Estoy de acuerdo. Muchas gracias.
- Espere en recepción, por favor, tengo unas llamada que atender, pero prometo llamarla en un par de días para ver cómo se encuentra y para concretar otra cita. Pero si necesita algo, lo que sea, un seguro rápido, unas palabras, una cena a medianoche en un barco en el lago, tenga - me tendió una tarjeta -. Ese es mi número personal, llámeme.
- No sé qué decir.
- ¿Le sigue doliendo la cabeza?
- No, ya no - sí que me dolía, pero su voz mitigaba la taladradora de cachorros que tenía dentro del cráneo -. Muchas gracias por todo. Ha sido usted muy amable.
- No ha sido nada. Y a partir de ahora nos tutearemos, ¿de acuerdo?
- De acuerdo.
Abrió la puerta del despacho. Me levanté del sillón y salí.
- Hasta pronto, Derrota.
- Hasta pronto, Víktor.
- Y tenga cuidado con los callejones - dijo mientras cerraba la puerta dirigiéndome una turbia sonrisa y su mirada volvía a endurecerse.
El taxi me dejó en casa. Di las gracias al taxista por el viaje y el silencio. Aun estaba aturdida por todo lo sucedido ese día. El rasurado, la visita a la correduría, el desvanecimiento y las palabras de la cabra, Darla y el último comentario de Víktor. ¿Qué había querido decir con lo que tuviera cuidado con los callejones? Es que...
Pero no tuve tiempo de seguir el hilo de mis pensamientos. La puerta de mi casa estaba abierta y había un perro muerto en la alfombrilla de entrada. Sin poder limpiarme los zapatos, entré en mi hogar y lo supe antes de encender las luces.
No estaba sola.
CONTINUARÁ...